hamlet.ruano.trad

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Escena V

Salen POLONIO y OFELIA.

OFELIA.– ¡Padre y señor mío! ¡Qué susto llevo en el cuerpo! POLONIO.– ¡Por Dios y todos los santos! ¿De qué? OFELIA.– Señor, estaba cosiendo en mi habitación cuando entró el príncipe Hamlet, el jubón todo desabrochado, descubierta la cabeza y con las medias arrugadas y caídas por los tobillos. Las rodillas le temblaban y tenía la faz tan pálida como la camisa. Entró, se detuvo delante de mí, y durante un largo rato me miró con ojos tristísimos. POLONIO.– Señales parecen esas de que está loco de amor por ti. OFELIA.– No lo sé. Pero temo que sea así. POLONIO.– ¿Qué te dijo? OFELIA.– Me sujetó de la muñeca y examinó mi cara con tanta atención como si fuera a dibujarla. Permaneció así mucho tiempo y, al cabo, inclinó la cabeza tres veces y se puso a lanzar suspiros tan lastimeros que parecía estar a las puertas de la muerte. Luego me soltó y se dirigió a la puerta mirando hacia atrás, con los ojos fijos en mí. POLONIO.– Ven conmigo. Iremos a ver al Rey. Parece auténtica locura de amor, cuyas violentas emociones destruyen al amante y lo llevan a la desesperación. Pero dime, ¿has tenido ocasión de desdeñarlo recientemente? OFELIA.– No, señor. Solamente he seguido vuestro consejo negándome a leer sus billetes o a permitirle que me visite. POLONIO.– ¡Esa debe ser la causa eficiente de su locura! Lo siento, hija mía. Quizás, si hubiese prestado más juiciosa atención a este asunto, hubiese podido prevenirlo. Pero no lo vi venir. Temía que sólo quisiese divertirse un poco contigo y arruinar de paso tu reputación. ¡Maldita sea mi naturaleza suspicaz! Tan apropiado es a los viejos consultar a otros antes de dar consejos como típico es de los jóvenes carecer de discreción. Vamos, iremos a ver al rey. Esto ha de saberse. Trae más desgracias un secreto guardado que un secreto a voces. Ven conmigo.

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