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Israel como signo histórico profético Es de todos conocido cuan necesario es estudiar la historia para tratar de evitar los errores que se cometieron en el pasado; se dice que quien la ignora está condenado a repetirlos. Eso significa que la historia es un poco cíclica, así como otro poco pendular: suele ir de un extremo al otro. Pero yo prefiero creer que su movimiento es más bien en espiral: parecida a la anterior pero con algunos elementos nuevos. Por lo mismo, quizá también sea un poco profética, tal vez en el pasado haya algunos elementos que señalen hacia el futuro. Este es el propósito del presente artículo: ver si es posible encontrar huellas, pistas o señales, que nos ayuden a encontrarle sentido a este mundo en que vivimos. Pero como el tema es muy amplio me limitaré a la época patriarcal, y aún así sólo en una vista panorámica de lo más sobresaliente, quizá después lo extienda y rebase las dimensiones de un artículo. Por otra parte, es claro que esta es una interpretación muy particular, y que muchas personas pueden hacer una interpretación completamente distinta de la que aquí propongo. Esta es una de las características más importantes de una civilización que ha alcanzado ---hasta cierto punto--- el gozo de las libertades fundamentales, como lo son las libertades de pensamiento, de expresión, de cuestionamiento tanto del clero como del gobierno, de religión, etc, etc,. Aunque sepamos también cuan férreos son tanto los distintos tipos de clero que existen como los gobiernos, para admitir siquiera la discusión de aquellas ideas que cuestionan la ortodoxia, la política y/o el status vigente, mucho menos sus errores.


Puestos entonces a estudiar las señales de la existencia y acción de un posible Dios, no tanto en las vidas de las personas, lo cual siempre es interminablemente cuestionable y discutible, cuanto en la historia de la humanidad; encontramos una multitud de pueblos que se precian de haber sido creados y escogidos por sus dioses respectivos. Es más o menos fácil rechazar los testimonios individuales porque casi siempre carecen de pruebas materiales, porque ocurrieron hace mucho tiempo, o porque siempre se puede dudar de la integridad, objetividad o cordura de la persona que los ofrece o expresa. Pero rechazar evidencias o testimonios de carácter histórico, recogidos por diferentes fuentes, suficientemente dignas de crédito, ya no es tan sencillo. Daniel. Dennett observó hace algunos años esta característica de prácticamente todos los pueblos de la tierra: podían encontrarse pueblos que no habían conocido el fuego o la rueda, u otros implementos igualmente cruciales para el hombre, pero no se podía encontrar alguno que no hubiese tenido alguna forma de religión o creencia en los dioses, que no practicase alguna forma de fe o de superstición. Mircea Eliade también hizo exhaustivos estudios de las religiones de los pueblos primitivos sin encontrar excepciones significativas a esta observación, de manera las cuestiones que se plantean entonces son: 1° ¿Cuáles pueden ser las causas de esta universal característica? y 2°. ¿Alguna de estas religiones tiene visos de ser verdadera, o todas ellas sin excepción se pueden catalogar como simples mitologías? La primera pregunta ha recibido diferentes respuestas a lo largo de la historia. En general se ha dicho que el hombre primitivo, abrumado por las fuerzas de la naturaleza y los


peligros que lo amenazaban, creyó que podía conjurarlos ofreciendo sacrificios a las supuestas divinidades que actuaban detrás de estas fuerzas. Otros creen que algunos hombres aprovecharon esta circunstancia para promoverse como representantes de estas divinidades, hablar en su nombre y adquirir poder sobre los demás, y sí, es posible que así haya sido en algunos casos. Pero no todos los hombres son crédulos o aprovechados y no todos se dejan sojuzgar o convencer tan fácilmente. Acogerse a este tipo de respuestas es quedarse en la superficie de lo que ocurrió en la historia, tanto como de lo que ocurre en la sociedad, sin profundizar en estratos más hondos y complejos. Otros creen que la ciencia acabará con todo tipo de creencias tarde o temprano, pero yo creo que la ciencia sólo tiene poder para acabar con la superstición. Desde hace un buen tiempo se han reconocido y relegado al campo de la mitología (al menos en el mundo moderno) un buen número de creencias como las nórdicas, las griegas, las romanas, las aztecas, incas, hindúes, etc. En general todas aquellas creencias que postulaban la existencia de una multitud de dioses no han podido sostenerse frente al avance de la filosofía, de la cultura y de la ciencia y van siendo olvidadas poco a poco: su último reducto es el acervo de temas taquilleros de Hollywood: a la mitología hollywoodense. Casi todo este tipo de creencias se reconocen fácilmente como supersticiones y sólo la gente inculta y crédula les presta atención o se acoge a ellas. Pero asombrosamente subsisten las religiones que creen en un Dios único. El politeísmo puede ser desterrado más o menos fácilmente, pero no así el monoteísmo. Es una paradoja perene el que en el pasado el monoteísmo no haya podido establecerse a nivel generalizado, y en cambio lo


hayan logrado la superstición y la mitología, por el contrario en los tiempos modernos la mitología y las supersticiones han sido casi erradicadas y el monoteísmo se ha establecido. En estas religiones se encuentran gentes que no pueden ser acusadas de ignorantes o crédulas, es más, algunas de ellas son extraordinariamente cultas e incluso escépticas: tratan de practicar un sano escepticismo que les ayude a evitar la fácil credulidad y a conservar la castidad del entendimiento. Descartando pues los restos de las religiones politeístas por su inconsistencia intrínseca, cosa que demostró Sn. Agustín hace unos dieciocho siglos en su célebre Ciudad de Dios, creo que puede uno reducir su estudio a las tres religiones monoteístas que cuentan actualmente con mayor credibilidad y número de adeptos: la judía, la musulmana y la cristiana. De éstas sólo me interesan a mí la judía y la cristiana; éstas --- las tres en realidad --- o subsisten juntas o caen juntas: por un lado, no puede ser verdadera la religión cristiana si no lo fue la judía; por otro, si la religión cristiana es falsa, creo que se puede concluir razonablemente que también lo fue la judía. A más de veinte siglos de los últimos profetas, lapso nunca observado en la antigüedad de Israel, bien se puede concluir que ya no es posible que venga el antaño anunciado Mesías, entre otras cosas porque creo que ya no existen descendientes puros de David. En otras palabras o Cristo fue el Mesías anunciado, o jamás habrá ninguno, y ya podemos olvidarnos de la otra vida. La suerte de cada una de estas religiones va asociada ineluctablemente a la de la otra. Y si ninguna de las dos es verdadera pues creo que habría que convertirse en ateos de inmediato, pues incluso la musulmana comparte raíces históricas con la religión judía, y, sin


más, con esto concluiría el estudio, no habría ya de que preocuparse. Que la religión judía haya sido verdadera es entonces crucial tanto para la religión cristiana como para la religión musulmana, por las raíces comunes que comparten. Verificar entonces su veracidad o falsedad es el siguiente paso. Las señales o signos que debemos buscar, dejando aparte por lo pronto la cuestión del Mesías, son de tipo histórico: señales no de naturaleza apodíctica o absoluta; éstas no dejarían lugar para le fe, pero sí lo suficientemente destacadas para que no puedan agruparse dentro del común de los sucesos históricos que marcan la marcha normal de los pueblos. Creo que estas tres religiones coinciden, más o menos hasta llegar a la persona de Abraham, a partir de ahí hay una bifurcación, hacia los descendientes de Ismael por un lado y hacia los descendientes de Isaac por el otro. Por una parte si la religión musulmana fuera verdadera ni Cristo ni las profecías tendrían sentido. El cumplimiento de dichas profecías no sería otra cosa que una sorprendente coincidencia. Pero por otra parte, además de las profecías es posible observar muchas otras señales de continuidad, correspondencias y coherencia entre el A.T., la persona de Cristo y el N.T. Esta continuidad no se observa entre la historia posterior a Abraham y la llegada de Mahoma, ni con el Corán. Hay un hiato enorme, más de veinte siglos entre estos dos personajes, así como entre los libros correspondientes. Cómo lo llenan los creyentes en Ala, siempre ha sido un misterio para mi. Todo esto en terminos muy generales. Por otro lado, aparte de aquellos relatos de tipo simbólico o metafórico pertenecientes a épocas muy antiguas, no obstante


lo cual es posible defenderlos, pero esto no es lo que me propongo aquí; encontramos otras narraciones de tipo geográfico o histórico cuya extraordinaria exactitud ha sido corroborada incluso por los más recientes hallazgos arqueológicos. Lo que me interesa aquí son aquellas ocasiones y sucesos en que aparentemente Dios interviene para apoyar, salvar o castigar a Israel y sólo los principales, porque en realidad hay tantos que un estudio a fondo requeriría uno o más libros. La primera de estas ocasiones susceptible de ser verificada en mayor o menor grado es el relato de la historia de Noé y del diluvio cuasi-universal que arrasó con el mundo que entonces conocían los antiguos, parte de lo que se llamó posteriormente ‘El Viejo Mundo’. Son muchas las evidencias histórico-geográficas provenientes de diversas fuentes para negar este episodio: lo único que se puede negar sería su carácter global; no cubrió el mundo en su totalidad, pero si una buena parte del mundo conocido en aquella lejana época. Después de la catástrofe de la caída, la primer acción por parte de Dios parece ser rescatar al hombre de un mundo que se había extraviado, de una tierra ‘llena de violencia’, en un Arca que tiene un enorme simbolismo profético.


Después viene el episodio de Abraham, el patriarca por antonomasia, tanto de judíos, como de musulmanes y cristianos, cuyas evidencias históricas son escasas, sin embargo, los hallazgos histórico-arqueológicos relativos a los usos y costumbres y a los lugares mencionados en relación con él, coinciden casi ciento por ciento con lo que he ha averiguado de las costumbres y los pueblos contemporáneos. Abraham es un hombre sumergido en la bruma de los tiempos que surge de improviso convocado por un nuevo Dios que, aparte del caso de Noé, hace su ‘debut’ sin que sepamos exactamente cómo. En mi opinión debe haber sido un episodio parecido al de la zarza ardiente de Moisés. Pero como quiera que haya ocurrido, este es el origen del pueblo Israelita y de las religiones monoteístas. Para los judíos este es el episodio básico y fundamental que empieza a darles cohesión y a formarles la conciencia de pueblo elegido.

¿Cómo es posible sin embargo, que de pronto, sin base aparente, surgiera un pueblo que se aferra con todas sus fuerzas a un solo


Dios, estableciendo una feroz lucha contra los pueblos paganos o gentiles politeístas que lo rodeaban? Los esfuerzos parecidos que el faraón Akhenatón realizó por implantar el monoteísmo en Egipto, un poco antes que Moisés, fueron infructuosos, no obstante que el faraón era considerado como hijo de los dioses. En un mundo dónde el politeísmo reinaba campante, surge de pronto un pueblo trashumante, nómada, tercermundista respecto de los otros ---el judío--- armado de una nueva e inédita fe en un Dios único, filosófica y moralmente más avanzada que todas las otras, que lucha denodadamente por no contaminarse de lo que considera supersticiones y costumbres paganas, así provengan de pueblos tan avanzados y poderosos como Babilonia, Egipto, Grecia y Roma. Se han manejado muchas hipótesis sobre el origen y evolución de la fe en éste Dios en el seno del pueblo israelita, pero en general todas estas pasan por alto el episodio igualmente misterioso en que Abraham se encuentra con Melquisedec, un rey sacerdote que representa al Dios Altísimo y que prefigura y fundamenta el sacerdocio de Cristo al ofrecer ¡pan y vino! Al cuál acepta Abraham ---quien había rechazado la multitud de dioses del panteón ugarítico--- ¡reconociendo implícitamente a este sacerdote como representante del mismo Dios que lo había sacado a él de Ur de los Caldeos! Pasan por alto también que en toda la Biblia no es el hombre quien escoge a Dios, sino Dios quien escoge primero al hombre. El que Dios colocara y fundamentara a este enigmático sacerdote en aquella época tan remota, previendo la futura traición del sacerdocio levítico, del cual había de apartarse Cristo, para acogerse a éste antiquísimo sacerdocio, tal como se profetiza en el Salmo 109, 4. ¿No es algo para llenar de asombro


nuestro entendimiento? ¿no es un signo igualmente profético? Aunque quizá no tan profético como el frustrado sacrificio de Isaac que Dios requiere de Abraham tiempo después, pero en ese momento, esa orden que Dios le daba debe haberle parecido totalmente incomprensible, y puesto a dura prueba su cordura y la confianza que tenía en ese nuevo Dios que lo había sacado de la tierra de los sacrificios humanos que seguramente aborrecía; creyendo probablemente que este nuevo Dios no era como los otros. Quizá sea el primer ejemplo de aquella consigna que se nos enseña en los libros de religión: no hay que aferrarse tanto a las promesas de Dios, cuanto al Dios de las promesas. Como quiera que sea, Abraham poniendo su fe por sobre todos sus sentimientos y aún sobre las promesas que Dios le había hecho, creyendo que Dios era lo bastante poderoso incluso para resucitar a su hijo, se dispone a obedecer la incomprensible orden. Sin sospechar ni remotamente que lo que Dios le pedía y que a fin de cuentas no se iba a llevar a cabo, constituía precisamente lo que Dios sí se exigiría a sí mismo, lo que sí le pediría a su hijo amado que llevara a cabo por nosotros, lo que no evitaría ni aún ante el ruego que le hizo Jesús en Getsemani. No cabe un signo profético más claro. Enseguida viene Jacob relevante sólo por la escala que vio tendida entre el cielo y la tierra ---cuyo significado nunca he logrado comprender por completo, quizá por ser demasiado obvio--- y, claro también por ser el padre de aquellos que darían lugar a las doce tribus. Luego le sigue José, el intérprete de los sueños del faraón, gracias a quien Israel tiene entrada franca a Egipto, donde andando el tiempo sería esclavizado por los egipcios. Esclavitud permitida por un lado y destinada por otro a


ser el reflejo visible de la esclavitud del pecado, no comprendida por el hombre de aquel tiempo. Esclavitud, por una parte, de la que no podían liberarse por ellos mismos pues el imperio egipcio era demasiado poderoso, y, por otra, que les haría tomar conciencia de la necesidad que tenían de la ayuda divina. Luego tiene lugar una de esas paradojas que Dios suele utilizar de vez en cuando, haciendo que sea la misma hija del faraón la que rescate de las aguas al futuro liberador de los hebreos, que sean los mismos egipcios los que eduquen y preparen al hombre predestinado a liberar a los suyos, a través de un éxodo también simbólico que jamás se olvidará. Eran tiempos en que Dios trataba de hacer ver a los suyos, y de pasada a los demás, que los dioses de Egipto eran impotentes frente a él; que a fin de cuentas no había otros dioses, que él era el que es. Concepto filosófico-metafísico inédito hasta entonces entre todos los pueblos, incluso los más avanzados. ¿Cómo pudo surgir este concepto tan avanzado en una región tan inhóspita y atrasada como la península del Sinaí? es algo a lo que aún no se le ha prestado suficiente atención. La nueva doctrina y mandamientos que da a conocer Moisés, nacida a partir del Sinaí, y desarrollada en parte a lo largo del éxodo, mientras que el pueblo lucha por sobrevivir en las duras condiciones que ofrece el desierto, doctrina más avanzada incluso que la de Hammurabi, es algo sorprendente pues este tipo de doctrinas requieren, en general, una civilización ya asentada durante largo tiempo para dar lugar a ellas. Cabodevilla ha llamado la atención sobre varias características de la nueva fe: …al principio Israel, en sus plegarias y expresiones sobre Dios, constituía una excepción entre todas las culturas


religiosas de su tiempo: mientras los demás pueblos hablan constantemente de sus dioses como padres---decía Servio que tal título era generale omnium deorum---, es precisamente el pueblo del que nacería el Hijo de Dios el único que se resiste tenazmente a conceder a Yahve el apelativo de padre. ¿Por qué? Se trataba de evitar con horror cualquier contaminación cultural de aquellos mitos, vigentes a la sazón, que concebían a la divinidad según esquemas masculinos y femeninos. Todos los pueblos solían representar a sus dioses materialmente, de una forma u otra. ¡Pero el Dios tonante del Sinaí se obstinaba en no dejarse representar e incluso nombrar de ninguna forma! Creo que esto se debía a que Dios deseaba hacer comprender poco a poco al pueblo, hebreo que su naturaleza era espiritual y no material. ¿Cómo representar a un espíritu? Otro concepto completamente inédito y extraño incluso a los pueblos más avanzados. Los hebreos acabaron creyendo en la presencia invisible de un Dios que los acompañaba continuamente y que accedió a residir espiritualmente en el Arca de la Alianza. Las diferencias de la concepción divina, de la moral consiguiente, y del culto que nacieron entonces, son completamente inéditas. No es sólo la historia de esta raza la que es diferente, sino también las innovaciones en la doctrina de la concepción divina, y de la nueva moral, las que son por completo ajenas al mundo de aquel tiempo. Pero quizá no tanto como lo fue la doctrina de Cristo respecto de su época, doctrina que aún estamos tratando de comprender. Es claro además que el episodio del éxodo es el primer ejemplo histórico de una liberación no cruenta, inexplicable según las formas de proceder de los pueblos de aquella época,


suceso vergonzoso, silenciado en la historia del pueblo egipcio que sólo acostumbraba dejar constancia escrita de sus triunfos y acallar discretamente sus derrotas. El único otro episodio semejante que me viene a le mente, en la época moderna, es la liberación de la India llevada a cabo por Mahatma Gandhi. Moisés es desde luego también una figura altamente profética, desde las circunstancias que rodean su nacimiento: peligro de muerte, la masacre de otros niños de su edad, su rescate de las aguas por la hija del faraón, su educación en la corte faraónica, su odio hacia las injusticias, y todos los demás episodios que conocemos a partir del llamado que Dios le hace desde la zarza ardiente, y que dan lugar al éxodo hacia la tierra prometida largo tiempo atrás a Abraham, todo lo cuál señala la continuidad en la antigua elección, confirmada por una alianza bien clara.

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internet) Así podríamos continuar estudiando la larga historia de este pueblo, escrutando las épocas de los jueces y de los reyes, entremezcladas con los intermitentes profetas, pasando por David, por Elías, por el fabuloso Jonás corroborado por Cristo al


advertir a los judíos que esa sería la única señal que se les daría, cuyo viaje de tres días en las entrañas de alguna criatura marina, no resulta menos difícil de creer que la propia resurrección de Jesucristo, demorarse un poco con el inolvidable Job conocido por su férrea defensa de su inocencia y por su paciencia, a pesar de que en alguna parte dijo: y porqué no he de impacientarme; cuya causa comenzó a cambiar la simplista e infantil forma de ver la historia y la Biblia, hasta llegar al último y señero profeta y precursor que conocemos como Juan Bautista. Se podría seguir la historia posterior a Cristo y todas las desventuras que le ocurrieron a este pueblo en los siglos posteriores y maravillarse de una historia tan inaudita como conmovedora y preguntarse finalmente cómo es posible que ese pueblo haya sobrevivido a pesar de todas las catástrofes que le han ocurrido, comparar su historia con la de otros pueblos y preguntarse si todo puede ser explicado en forma natural o si hay suficientes elementos para reconocer que hay algo o Alguien, detrás de un destino tan asombroso y único, detrás de tantas historias tan naturales como fuera de lo común, detrás de tantos héroes tan humanos como sobrehumanos. Y concluir finalmente que hay otras fuerzas en este mundo, que tal vez puedan ocultarse detrás de las historias cotidianas y personales; pero que difícilmente alcanzan a cubrir sus huellas en la historia universal. La ceguedad de Israel ante la persona de Cristo, de una forma o de otra, ha sido una constante histórica, su pertinaz obstinación en negarlo, salvo algunos casos esporádicos es verdaderamente asombrosa: parece que no se dan cuenta de que se niegan a sí mismos, pues sin él, ni su pasado ni su presente tienen sentido. Todo su destino posterior a él ha sido una consecuencia de su negativa a reconocerlo, tanto como su


historia previa fue debida por entero a la esperanza que ponían en su llegada. Después de Cristo Israel perdió la tierra prometida y desde entonces erraron de un lugar a otro sobre la faz de la tierra, fueron objeto de vejaciones, menosprecios, y persecuciones sin término, sólo recientemente han recobrado un poco de su territorio, en el que sobreviven amenazados continuamente. Su pasado y su futuro giran en torno a él y no recobrarán su sentido histórico hasta que no lo reconozcan: cuando llegue ese día será hora de prepararse, pues esa es la señal que nos dio Sn. Pablo en el capítulo 11 de la epístola a los romanos para los últimos tiempos. Pero de seguir alargando este escrito, que pretende ser un artículo, correría el riesgo de dejar ser publicable como tal, razón por la cual aquí le corto, esperando sólo que sirva de reflexión para quienes buscan y se interrogan sobre estos temas.

ATENTAMENTE FIS. R. Joaquin Sada Anaya Profesor Emerito de la UASLP.











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