El Arte de la ficción

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una minucia. La ficción sin aventura -un drama sin argumento- una novela sin sorpresas: la cosa es tan imposible como una vida sin incertidumbre. 4 Hablemos, pues, del argumento. Y en esto, teoría y enseñanza no pueden ir más allá. Para cada arte existe una ciencia correspondiente que se puede enseñar. Hemos estado hablando de la ciencia correspondiente. Pero el arte mismo no se puede enseñar ni comunicar. Si lo tiene un hombre, él, de algún modo, bien o mal, pronto o lentamente, lo sacará a luz. Si no lo tiene, jamás podrá aprenderlo. Aquí, pues, supongamos que hemos de vérnoslas con un hombre para quien la invención de relatos es parte de su naturaleza. También supongamos que ha dominado las leyes de su arte y que ya está impaciente por aplicarlas. A ese hombre sólo podemos recomendarle que, con el mayor cuidado y atención, analice y examine la construcción de ciertas obras, reconocidas como de la primera fila en materia de ficción. Entre ellas, para no hablar de Scott, deberá prestar especial atención, desde el punto de vista constructivo, a los verdaderamente admirables relatos cortos de Charles Reade, al Silas Marner de George Eliot, la más perfecta de las novelas inglesas, a La letra escarlata, de Hawthorne, a Elsie Vennerde Holmes, a. Loma, Doone de Blackmore o a La hija de Heth, de Black. No deberá sentarse a leerlas “por seguir el argumento”, como dice la gente sin ojo crítico: deberá leerlas lenta y cuidadosamente, tal vez, incluso, hacia atrás, para descubrir por sí mismo cómo el autor formó la novela, y de cuál germen o concepción original brotó. Permítaseme tomar otra novela de otro escritor para ilustrar lo que digo. Es El agente confidencial de James Payn, obra que muestra, si se me permite decirlo, un poder constructivo del orden más elevado. Sin duda, todos han leído ese relato. Como sabéis, trata del robo de un diamante. Al inexperto podría parecerle que las historias de robos ya han sido narradas ad nauseam. Pero el hombre experimentado sabe lo suyo: sabe que en sus manos cada relato se vuelve nuevo, porque puede colocarlo en su escenario con nuevos incidentes, nuevas condiciones y nuevos actores. Así, Payn conecta sus diamantes con tres o cuatro familias absolutamente ordinarias: no busca personajes extraños y excéntricos, sino que aprovecha a la gente que ve a su alrededor, gente común, de clase media, a la que pertenece la mayoría de nosotros. No trata de mostrar que estas personas son más listas, más cultas, o en algún otro respecto distintas de como en realidad son, salvo que algunas de ellas hablan un poco mejor de lo que probablemente lo harían en la vida real. Es decir, en el diálogo ha ejercido el arte de la selección. Ahora, en este tranquilo hogar de vejez y juventud, de amor y felicidad, ocurre una cosa tremenda: el joven esposo se desvanece, en circunstancias que dan margen a las más horribles sospechas. Cómo este acontecimiento actúa sobre la familia y sobre sus amigos; cómo la confianza de uno, puesta a prueba, se desploma, y cómo la de otro se sostiene firme; cómo la verdad se va descubriendo gradualmente, y cómo se pone en claro la inocencia del sospechoso: todo esto debe ser cuidadosamente examinado por el estudiante como lección de construcción y andamiaje. Esperemos que no se olvide de la otra lección que le enseñó esta novela, que es el arte de narrar un argumento seleccionando los actores y empleando hábilmente los materiales simples y comunes que a nuestro alrededor yacen por doquier, al alcance de nuestras manos. Estoy perfectamente seguro de que la lección más importante que puede sacarse del estudio de casi todos nuestros novelistas modernos es que la aventura, el pathos, la amenidad y el interés pueden encontrarse mucho mejor en vidas que parecen monótonas y entre personas que al principio parecen fuera del ámbito de lo novelesco, de la excentricidad y peculiaridad de modales, o de violentos y extremos reveses y accidentes de fortuna. Éste es, en realidad, tan sólo otro aspecto del valor más alto que hemos aprendido a atribuir a la vida individual. Hay otra cosa que debe aprender el estudiante del arte. Que no sólo crea en su propio relato antes de


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