Divergente veronica roth

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entre las dos. —¡Para! —gime Christina cuando Molly levanta el pie para darle otra patada; levanta una mano—. ¡Para! No puedo… —se interrumpe para toser—. No puedo más. Molly sonríe y y o suspiro, aliviada. Al suspira también, noto sus costillas subiendo y bajando contra mi hombro. Eric se acerca al centro de la arena muy despacio y se queda al lado de Christina, cruzando los brazos. —Perdona, ¿qué has dicho? ¿Que no puedes más? Christina consigue ponerse de rodillas. Cuando levanta la mano del suelo deja una huella roja. Se pellizca la nariz para parar la sangre y asiente con la cabeza. —Levántate —dice Eric. Si hubiera gritado, quizá no me sentiría como si fuera a echar todo el contenido de mi estómago. Si hubiera gritado, habría sabido que gritar era lo peor que pensaba hacer. Pero habla en voz baja y con palabras precisas; después agarra por el brazo a Christina, la pone de pie y la arrastra al exterior de la sala. —Seguidme —nos dice a los demás. Y lo hacemos. Noto el rugido del río en el pecho. Nos ponemos cerca de la barandilla. El Pozo está casi vacío; es por la tarde, aunque tengo la sensación de llevar varios días en una noche continua. Si hubiera personas alrededor, dudo que alguna ay udara a Christina. En primer lugar, estamos con Eric; en segundo, en Osadía se rigen por unas normas distintas, y la brutalidad no infringe esas normas. Eric empuja a Christina contra la barandilla. —Trépala —le ordena. —¿Qué? —responde ella, como si esperase que Eric cediera, aunque sus ojos abiertos como platos y su rostro ceniciento indiquen lo contrario: sabe que Eric no cederá. —Que trepes por la barandilla —repite Eric, pronunciando cada palabra muy despacio—. Si eres capaz de de permanecer cinco minutos colgada sobre el abismo, olvidaré tu cobardía. Si no, no permitiré que continúes con la iniciación. La barandilla es estrecha y metálica, y está cubierta por el agua del río, lo que hace que resulte resbaladiza y fría. Aunque Christina sea lo bastante valiente como para quedarse cinco minutos colgada de ella, puede que no consiga sujetarse. O decide quedarse sin facción o se arriesga a morir. Cuando cierro los ojos, me la imagino cay endo sobre las rocas puntiagudas del fondo y me estremezco. —Vale —dice ella con voz temblorosa. Su altura le permite pasar la pierna por encima de la barandilla, aunque le tiembla el pie. Apoy a el dedo gordo en el saliente para pasar la otra pierna por


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