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Hamlet en pan t alla

Por Julio Romano

Encontrar una referencia a la obra de William Shakespeare dentro de la obra narrativa de Jorge Ibargüengoitia parecerá algo, por decir lo menos, inusual. De entrada, uno no ve cómo podría encajar esa pieza en el rompecabezas. Luego vienen a la mente las comedias, y entonces puede ser. Pero el desconcierto acaso crezca cuando se sabe que dicha referencia remite a la mayor de las tragedias del dramaturgo isabelino. Quizá se trate de la parodia de alguna célebre escena. La cosa se pone peor cuando uno se entera de que, además, el guanajuatense nos habla de una versión fílmica del que ha sido considerado por muchas voces como el mejor actor del siglo XX. ¿Qué está pasando aquí? La fosca se disipa y el panorama se aclara, no obstante, cuando uno lee en “La vela perpetua” lo siguiente: “Pues esto es que llego a la peluquería, me pela el siciliano, que en su vida había cogido unas tijeras, y me deja como Laurence Olivier en Hamlet”. Ah. Le pudo haber ido peor: el peluquero pudo haberlo dejado como Laurence Olivier en Enrique V. Olivier, en la cumbre de su carrera, dirige, actúa y produce Hamlet, con los ajustes —siempre inevitables— que requiere la adaptación a la pantalla grande de la tragedia shakespeareana, pues, por ejemplo, no se le puede exigir al público del siglo XX que se quede cinco horas en silencio en una sala de cine viendo cómo el hijo del rey se la pasa mirando al horizonte.

llama la atención desde la primera aparición de Hamlet, cuando le dice a su madre, la reina, “Seems, madam! Nay it is; I know not ‘seems’”. El espectador no se ríe porque está viendo Hamlet y a Hamlet se le respeta, así que uno ve la película serio y consternado, pero en cualquier otra circunstancia las risas no podrían contenerse. Pero la risa no respeta, y mientras para otros lo más memorable de la película será la ambientación, el célebre soliloquio dicho en la cima de un risco, la mirada ida para siempre de Ofelia o los acercamientos a las copas y los floretes durante el duelo, para Ibargüengoitia fue, al parecer, y con justeza, el peinado. Detalles de este tipo, quizá sin darnos cuenta, bien pueden ser los que encauzan el destino definitivo de una película, una producción fija para siempre en celuloide. Pero esos detalles no siempre cubren sólo al protagonista. Si Hamlet y Lartes, Claudio y Gertrudis, Ofelia y Polonio, e incluso Horacio, son los protagonistas del drama y sobre quienes recaen prácticamente todas las miradas porque todos van a estar pendientes de cómo dice uno “To be, or not to be”, de cómo otra se vuelve loca, de cómo a uno más lo sorprende el sable detrás de una cortina, también hay otros motores que impulsan la tragedia, otras teclas en el piano que hacen brotar bemoles más bien sutiles.

En su versión, Olivier prescinde de dos personajes: Rosencrantz y Guildenstern, amigos de Para esta producción, a Olivier —a quien de alguna manera se le tenían que quitar al menos veinte temprana juventud de Hamlet, ahora encargados años de encima— se le hizo un corte de cabello que de depositarlo en Inglaterra, en donde habría de ser degollado. Pero si para Olivier estos personajes no

Repisa

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