The 13th Número 18

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Robar a los ricos para darle a los pobres [ Por Gustavo M. García ]

Desde chico me han fascinado las historias medievales. Partiendo de las más fantásticas, con dragones y hechiceros incluidos, hasta las más realistas que encierran la tristeza del oscurantismo. Y de todas ellas, creo que una de las más pintorescas es, sin lugar a dudas, la de Robin Hood. Una leyenda del folclore inglés que ha sido retratada de miles y miles de manera. Ya de por sí, su historia debe haberse llevado a la pantalla grande, como mínimo, más de cincuenta veces. Y cada una de ellas ha logrado tener un sello propio. Desde la risa de Douglas Fairbanks en Robin de los bosques (Allan Dwan, 1922), la imponente postura de Kevin Costner en Robin Hood, príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991), hasta la genialidad bizarra del dios Mel Brooks en Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993). Pero, junto con esta última, la que verdaderamente ha conquistado mi admiración desde el primer momento fue la versión de Disney, Robin Hood (Wolfgang Reitherman, 1973). Para quien aún no la ha visto, la versión animada del príncipe de los ladrones es una entretenida obra maestra en la que todo lo que esperas que pase

en una película de Robin Hood pasa, pero con un humor blanco y tan inocente que es imposible no quererla. Todos los personajes son un animal más carismático que el otro y no hay absolutamente ninguno que no te genere simpatía (contrario a todos los viejos clásicos de Disney que siempre proponían alguien para odiar). Incluso el villano y avaro Sheriff de Nottingham cae bien y ni hablar del excelentísimo Príncipe Juan, que es tal vez el villano más adorado de Disney (quizás junto con Hades de Hércules). Además de sus personajes, la banda sonora es sensacional, todas sus canciones son pegadizas y perfectas para la trama (qué decir del “Rey pelele”), y con sólo pocos recursos logran algo fantástico. Muchos enaltecen a Tarantino por haber hecho un original soundtrack con sólo un silbido. Bueno, déjenme decirles que antes que él, George Bruns lo había logrado con creces en esta gema del cine animado. Pero eso no es todo, lo maravilloso de esta película no termina allí, hay una curiosidad divertida de ver. Durante los 83 minutos que vemos en acción al zorro antropomorfo encarnando al forajido de Sherwood, podemos distinguir varias acciones en la animación


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