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El negocio de la guerra

Por Juan Antonio José

Provengo de genealogías muy distintas que portando su mediterraneidad llegaron a México buscando una vida mejor: por una parte, ibéricos comunistas que huyeron de una dictadura que al abuelo le ofrecía cuando menos la cárcel. Por otra, caldeos cristianos para los que Iraq no representaba más que marginación y pobreza.

Mi abuelo Pacheco vistió uniforme militar Republicano durante la Guerra Civil Española. Mi padre en una de esas pudo haberse convertido en un alto mando de la Fuerza Aérea Mexicana, de no haberle impedido ingresar a dicha arma mi abuelo José.

El ambiente de los refugiados republicanos no favorecía que uno de sus descendientes eligiese lo castrense como modo de vida. Contrario a ello, el que uno de nosotros decidiese hacer estudios militares les hubiese encantado a los árabes de Ixtepec, Oaxaca. Desgraciadamente, mi papá no vivió para enterarse que su primer nieto terminaría siendo médico en la Marina de los Estados Unidos. Seguramente estaría encantado por ello, como yo me siento orgulloso de mi hijo.

La guerra siempre ha sido -y seguramente lo seguirá siendo- un gran negocio.

sangriento conflicto en África, concretamente en Sudán, donde dos facciones de sus fuerzas armadas decidieron dirimir sus diferencias, ahora sí que "a tiros", sumando a esa paupérrima nación de la Cuenca del Río Nilo a una creciente lista de geografías en las que las balas se consumen más que un litro de leche, en mi opinión permitiendo a ciertos empresarios de la industria internacional frotarse las manos solo de pensar en las ganancias que ahora les va a generar esa sangre, tal y como les está generando actualmente la ucraniana, la rusa, la senegalesa, la afgana, la etíope, la birmana o la congoleña.

No pretendamos "tapar el sol con un dedo"; la guerra siempre ha sido -y seguramente lo seguirá siendo- un gran negocio, tanto como la defensa de la soberanía y seguridad nacionales es una obligación para un gobierno.

Me queda claro que no estoy en posición de cambiar algo tan propio del humano como es pelear y ser incitado a ello por otros y más cuando lo que está en juego es la patria. Lo que sin duda está a mi alcance es dejar constancia de mi oposición a lo bélico, invitando a otros a hacer consciencia de que quizás ha llegado el momento de dejar de disfrutar, por ejemplo, de las películas del “Cochiloco” o “Rambo” popularizando en proceso a sicarios y mercenarios.

Creo que es tiempo de convertirnos en pacifistas; de que nuestros hijos dejen de entretenerse con batallas de soldaditos sin poder aun comprender lo que ello significa y de luchar por impedir que unos cuantos se hagan ricos con la sangre de otros, inventando y promoviendo guerras que en el sentido estricto no tienen justificación.

Pienso en la palabra milicia conforme me entero del inicio de un nuevo e invariablemente

La guerra no es un juego; es una de las manifestaciones más lamentables de la naturaleza humana y peor aun cuando es vista con ojos de lucro.

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