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Roberto Balaguer: La dificultad de estar a solas en un mundo hiperconectado
Por Roberto Balaguer La dificultad de estar a solas en un mundo hiperconectado
Tengo aún muy presente una sensación vivida hace casi ya treinta años. Era mi primer viaje solo a un destino lejano. A la salida, en el aeropuerto de Montevideo, todo era alegría, nervios, ansiedad. El viaje, por suerte, fue placentero. Un poco largo, pero cómodo, al fin. Todo anduvo bien hasta que tocamos tierra y me despedí de los otros dos uruguayos que casualmente viajaban en el mismo avión. Al pasar migraciones me vino a la cabeza algo que luego he vuelto a pensar más de una vez a lo largo de mi vida. La frase que se instaló en mi mente era algo así como: ¿Quién me mandó a venir acá? ¿Qué hago solo en este lugar donde nadie me conoce y donde tampoco le importo nada a nadie? Fueron unos minutos emocionalmente muy difíciles que aún hoy recuerdo con increíble nitidez. Todo ese cúmulo de sensaciones que me tocó atravesar en aquel momento juvenil, hoy se han vuelto culturalmente casi imposibles de vivirlas. Los teléfonos móviles se llevaron consigo esa sensación de soledad, desamparo, desarraigo -hasta por qué no, de miedo- que uno vivía cuando se alejaba mucho de su terruño. Hoy la distancia ya no se mide en kilómetros sino en términos de conexión/desconexión. La lejanía es comunicacional y ya no geográfica. Lo más parecido que puede vivir hoy un millenial o un pequeño centennial es cuando la batería del celular llega a 10% o en el momento en que se cae la red wifi. La tecnología actual permite a través de Internet, las redes sociales y los dispositivos móviles, una situación sin precedentes en la historia: la posibilidad de estar en contacto permanente con personas las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año. Dicho de otra manera ofrece la posibilidad de jamás estar solo. Internet brinda una potencial “disponibilidad” de los otros total y ubicua. Y esto no es gratis en términos emocionales y de desarrollo. Quizás no hemos entendido a cabalidad lo que significa el hecho de que Internet posibilite el fin de una situación vital de todos los tiempos: la peripecia de estar solo. Hoy es casi una entelequia o una elección, que implica necesariamente, la desconexión de las redes. Todo esto podría suponer el final teórico de la soledad. En el año 2005 escribí mi segundo libro que se llamó vidasconectadas.com. La pantalla lugar de encuentro, juego y educación en el siglo XXI, un libro que hablaba de un mundo en conexión por defecto y que planteaba algunas cuestiones como consecuencia de esa nueva situación cultural que empezábamos a vivir. Las redes sociales recién comenzaban a tomar forma, pero ya me interesaba comprender cómo era vivir en un mundo donde la soledad podía ser supuestamente abolida, vencida por la tecnología.
depresión afectó en el 2015 a más de 322 millones de personas, o sea el 4,4 % de la población mundial. Ese número ha aumentado un 18,4 % entre el 2005 y el 2015, los años donde las redes sociales han invadido la vida privada o más bien donde la vida, otrora privada, se mudó a las redes. Se trata apenas de una correlación, pero alcanza para decir que la gente aún se siente sola, a pesar de estar conectada, por defecto.
Soledad y estar a solas. Parecidas, pero diferentes.
La palabra soledad goza de mala prensa. Generalmente, se la confunde con sus primas hermanas: la tristeza y la depresión. Es cierto que a veces viajan juntas, pero muchas otras, no. Esa capacidad de estar a solas, de abrazar la soledad, va también de la mano de la autonomía y de la empatía. En la medida en que me identifico estando solo, reconozco y valoro a esos otros que tengo al lado, en general: la familia y los amigos. Esos otros se vuelven necesarios, imprescindibles, adquieren valor. Cuando no experimentamos esa soledad del aeropuerto de la anécdota del inicio, seguimos sintiéndonos omnipotentes, capaces de todo, pero eficaces en nada y vulnerables a todo. Y este es hoy un drama cultural que nos aqueja y muy especialmente a las generaciones más jóvenes que son inmigrantes analógicos, desconocedores de ese mundo de la soledad y el aburrimiento, que no es mejor que el actual, pero sí es diferente y por tanto, produce efectos distintos en nuestras mentes. Cada vez nos cuesta más estar solos, o más bien, para ser precisos, estar a solas con nosotros mismos. Nos produce cierto horror estar solos, sin conectarse a nada. Le tememos a la soledad. Nos aterroriza. Estar solos, implica encontrarnos con nosotros mismos y desconectarnos de este mundo cacofónico y conectado. Generar espacios de desconexión resulta hoy algo contracultural. Desconectarse para conectar,

se dice habitualmente. Pero no seamos hipócritas, el mundo real no siempre es mejor que el mundo de la conexión. Nadie huye porque sí, no nos mintamos a nosotros mismos, ni a los demás. La hiperconexión no es ni caprichosa ni azarosa.
El celular y las redes pueden usarse de diferentes maneras. Como un modo de reflejarnos en el mundo, de trascender, de cambiar el talante o el humor, de sentirnos más acompañados, pero también como escudo protector frente a la realidad, una manera de evadirse de un mundo tóxico. Algunas personas se conectan para entrar al mundo de las redes, otras para salir del mundo material, antes llamado real. Los celulares son puertas de entrada y a la vez de salida. Los usamos como podemos. No es la tecnología. No la culpemos. Es la gente. Sos vos, soy yo. La pantalla es un lugar protegido, definitivamente. Resulta más estable que la vida real, en muchos aspectos. Protege, conecta, puede ayudar a reconectarse con uno mismo si uno aprovecha ese viaje y se encuentra con la(s) persona(s) indicada(s) para hacerlo.
Quizás entonces no se trate de desconectarse para conectar, sino precisamente al revés. Debemos reconectarnos con los otros, estar disponibles emocionalmente para valorarnos y disfrutar luego de la conexión. Y esta es una tarea que comienza en la infancia, cuidando, pero permitiendo crecer, generando autonomía y espacios para que los chicos se encuentren consigo mismos, creen y crezcan. Y esto va más allá de los dispositivos, es una actitud. Es preciso valorar los vínculos, para que el mundo virtual, el de la conexión enriquezca al material, pero no lo suplante. Para que los celulares, internet y los dispositivos sean puertas de entrada a mundos mágicos, pero no puertas de salida para huir del mundo material. Pero para eso necesitamos habitar el mundo y embellecerlo, ver nuestros límites y sentir esa pequeñez que, en definitiva es la que nos acerca a los otros y a nosotros mismos. Aún estamos a tiempo.