Revista Patrimonio 55

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JAIME NUÑO GONZÁLEZ

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Uno de los paisajes más impresionantes que ha modelado el Duero es el de Los Arribes, donde el río discurre encajonado entre farallones graníticos. Son cien kilómetros de frontera natural que constituye desde hace nueve siglos la Raya entre España y Portugal.

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JAIME NUÑO GONZÁLEZ

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ío de oro, río de frontera, de murallas, de castillos que coronan cerros y de bodegas que se esconden en sus entrañas; río de vino y de aceite, de montañas abruptas, de profundos tajos y llanos inmensos, río de monasterios, de pequeños pueblos y de ciudades antiguas, río de barro y de piedra, de paja y de madera, de toros y de lobos, de queso, de cordero, de brasas, de hornos, de robles, de encinas, de enebros y de chopos, de redondos pinos piñoneros y de olmos en el recuerdo. Gélido y abrasador. Río de nostalgias poéticas y de leyendas, de sudores cotidianos y de guerras eternas por fortuna olvidadas. Los 897 kms que recorre este río entre España y Portugal son un compendio de historia, de paisaje y de gentes. Junto a sus orillas han sucedido algunos de los más importantes acontecimientos que ha vivido la Península Ibérica desde los tiempos más remotos. Desde su nacimiento en los Picos de Urbión hasta su encuentro con el Atlántico en Oporto, la versatilidad de su pasado, sus campos y sus costumbres lo convierten en un caleidoscopio multicolor, en buena parte desconocido y muy mediatizado por

la imagen tópica y uniforme del seco y adusto llano de Castilla que nos legó la Generación del 98. Desde la fuente, situada a 2.160 m de altitud, en tierras sorianas, hasta su entrega en el mar, su decidido recorrido se abre entre peñascos calizos, rojas arcillas, areniscas y arenales, suelos pizarrosos y agrestes bolos graníticos; atraviesa bosques de hayas y robles, páramos pelados o vegas cubiertas de chopos donde en otro tiempo reinaba el poderoso olmo. A su vera surgen sufridos sabinares –reliquias de otras eras–, tupidos encinares o abiertas dehesas, se labran huertas o se siembra intensamente el cereal. Si en su origen abundan los frescos prados de montaña, poco a poco van apareciendo distintos cultivos adaptados a una climatología muy variada, extrema en no pocas ocasiones, donde junto a las más diversas frutas –incluidas las naranjas– se halla un viñedo espléndido. El Duero es, de esta manera, un río donde una compleja naturaleza se ha visto sometida a lo largo de milenios al dominio del hombre, aunque ni antes la paciente labor de las manos desnudas ni ahora el agresivo trabajo de las máquinas, hayan conseguido dominar del todo un paisaje recio. El Duero sin embargo es un río humilde, ajeno a las grandes ostentaciones, ya sean producto de la


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