Nueva grecia nº7 otoño 2014

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NUEVA GRECIA

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de semicadáver que mira al valle y no acepta tanta vida. Demasiado verdor, demasiada agua, demasiado futuro para ese poeta que pronto le escribirá a Juan Ramón Jiménez para decirle que, cuando murió Leonor, pensó pegarse un tiro. No era Antonio Machado ningún cantamañanas y hay que creer que no había ni masoquismo ni autocompasión en aquella carta. Tampoco en la que le escribe a Unamuno. La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Está al borde de la renuncia y mira sin apetencias de vivir la tierra que le ha tocado por suerte burocrática. Él, el más norteño de los andaluces, llega a la Andalucía más septentrional, pero su mundo se ha situado mucho más al norte y le va a ser imposible, aunque así lo ha escrito, llevárselo consigo. Como un enajenado, mira desde el tren los campos donde ha ido a exiliarse y le parece que entra en un paisaje con tanta presencia que no va a poder contenerlo o explicarlo en sus versos. El valle del Guadalquivir se le antoja una explosión vegetal. El poeta de lo humilde se encuentra trasladado a lo excesivo y parece asfixiarse entre la savia y el perfume de las flores. No es dado Machado a las exageraciones sino a la precisión pictórica, por eso, extraña que ahora su mente acumule todos los rasgos que expresan vigor para formar junto a Baeza un locus amoenus inexistente por recargado: Oh, Soria, cuando miro los frescos naranjales cargados de perfume, y el campo enverdecido, abiertos los jazmines, maduros los trigales, azules las montañas y el olivar florido; Guadalquivir corriendo el mar entre vergeles; y al sol de abril los huertos colmados de azucenas, y los naranjales de oro, para libar sus mieles dispersos en los campos, huir de sus colmenas; yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares, barriendo el cierzo helado tu campo empedernido… Atendiendo a lo que escribe, se podría decir que el poeta está apresado –él tambiénen los tópicos del sur y que acabara de entrar en el Jardín de las Hespérides, que los mitómanos


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