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Caleidoscopio por Ximena Candia C.

por Ximena Candia C.

Y entonces, El Aleph sí se inspiró en un caleidoscopio. Ya me parecía, todos los ángulos de un mismo punto; en un punto todos los ángulos posibles. Toda la historia, y los futuros posibles concentrados en las células de todos, y cada uno. Debo tener por ahí un par de caleidoscopios.

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Fueron horas, y horas en la infancia, mirando las infinitas posibilidades de combinación de formas, colores, espejos y perspectivas que se estructuraban con cualquier movimiento, por minúsculo que fuera.

Casi te envío un mensaje para contarte lo del Aleph y el caleidoscopio. No, no estuve ni cerca de hacerlo, ni con la conciencia alterada he estado cerca. Jamás me atrevería a perturbar tu calma y olvido. Sólo que una botella de vino vacía me recordó conversaciones e imágenes, y junté todo, un merlot y Bach. El Aleph y Beethoven.

Bach es terapéutico, Beethoven lee el alma. Eso pensaba ayer.

No había podido escuchar en mucho tiempo el concierto para dos violines de Bach, en especial el segundo movimiento. Ayer apareció por ahí, y logré llegar al final. Fui interrumpida por una sorpresiva invitación:

—¡Vamos a Varadero!

Creo que al ver mi cara de desconcierto comenzó a proponer otros destinos: Cancún, República Dominicana, Montañita.

El sistema nervioso es cerrado, sí, somos universos individuales, pero ¿no se suponía acaso que por muchos años estuvimos coordinados? ¿no me escuchó decir que detesto los resort y ese concepto de all inclusive? ¿que no hay nada más lejos de lo que quisiera hacer, que estar tirada a la orilla de una playa con agua tibia?

Debí haber respondido algo, seguro mi sempiterna amabilidad me salvó una vez más, y me libró de generar un conflicto. Horror de horrores, ¡un conflicto!, ¿moi? Imposible.

Siempre hay una forma de respetar las diferencias, de aplacar la ira, de bajar la voz, de entender.

Mi psicóloga me dijo hasta el cansancio que ese era mi problema, que transformaba la rabia en pena, que me las daba de comprensiva con todos, que en cierto modo me sentía omnipotente, y superior por tratar de buscar explicaciones al comportamiento de los otros, y entonces respondía desde la racionalidad, y jamás desde la emoción.

Estaría orgullosa mi psicóloga del resumen de sus intervenciones conmigo. Siempre la llamé mi psicóloga, creo que a ella le gustaba eso. Lo malo fue cómo terminó todo. La última sesión me echó, estaba tan enrabiada conmigo, me dijo que no había visto nunca a nadie más porfiada.

De pronto se exasperó, me gritó, me exigió que me enojara, que cómo era posible que no reaccionara frente a sus provocaciones.

Me quedé mirándola, callada. Es que era tan evidente lo que estaba haciendo, buscaba hacerme sentir mal, hasta el grado de herirme. Por algunos instantes lo logró. Me dijo que me creía buena persona, pero que solo era una cobarde disfrazada de santurrona.

Aun así, no le respondí, empecé a pensar en la escuela teórica que fundamentaba esa estrategia. En cómo ella relataría esa sesión a su supervisor. Creo que suspiré y sólo dije:

—No estoy peleando con usted.

Se tomó la cabeza con las dos manos sacudiendo su pelo rubio lleno de rulos.

—¡Ándate de aquí! ¡ya no te soporto!—.Se puso de pie, y se paró al lado de la puerta.

Tomé mi bolso del suelo, le dije que gracias por la ayuda que me había dado en el trabajo previo, me interrumpió.

—No vuelvas, te derivaré con Fabio Solari.

—Muchas gracias.

Debió pasarle algo, sus gritos se habían escuchado hasta en la sala de espera, cuando salí, me miraron esperando un comportamiento de loca, supongo. Me paré frente a la recepcionista, y me despedí de ella, agradeciendo todas las veces que me llamó para confirmar la hora, y otros detalles de su buen trabajo.

Pasé a tomar un café con leche, y unas galletas a la cafetería que quedaba entre Málaga y Burgos. No entiendo bien por qué, pero en unos segundos tenía los ojos llenos de lágrimas, y ellas decidieron lanzarse sobre mi taza hasta desbordarla.

Las galletas se mojaron, no pude comerlas. La cucharita comenzó a flotar en el plato, y hacía un ruidito molesto.

De pronto empecé a escuchar todos los sonidos de la cocina, el agua corriendo, los servicios tirados en los cajones por el personal que se reía, y conversaban a gritos. El chorro de agua, y vapor de la máquina de café parecía el sonido de un tren, los pasos de la mesera sonaban como si anduviera con zapatos de bailaora de flamenco, su voz chillona parecía decir una, y otra vez lo mismo: —¿Qué desea servirse?—. Era insoportable. Resistí un par de minutos más, dejé un billete de cinco mil pesos en la mesa, y me fui sin que nadie lo notara. La mesera corrió a mi mesa por si había hecho perro muerto, se calmó al ver el billete rojizo.

No volví a ver a Olga, mi ex psicóloga. Tampoco fui al que me recomendó, si la psicóloga en la que confié podía perder así el control con una de sus pacientes, no esperaba nada más de ese gremio.

Así las cosas, la vida siguió su curso, llegué a la conclusión de que cada persona tiene derecho a un área fracasada o menos desarrollada, yo tengo varias, pero las disimulo bien. Mi madre dice que el arte de la simulación es parte de la buena educación. Ella es extrema, una vez se fracturó un brazo, y mi papá tenía invitados a comer. Se aguantó toda la cena, sólo yo noté que no movía el brazo izquierdo.

Cuando se fue el último invitado, le dijo a mi padre que la llevara a la urgencia, que se había caído de la escalera desde el segundo piso. Mi padre le dijo que, si había aguantado tantas horas, bien podía aguantar otras más, y esperar que él durmiera. Su día había sido agotador. Pensé que iba a llorar o algo.

Mi madre se limitó a recoger la mesa, y a dejar las cosas ordenadas, ni siquiera me pidió ayuda. Lo hice por solidaridad. Cuando me acerqué a abrazarla me hizo a un lado, y me mandó a la cama. En una casa silenciosa una aprende a observar todos los detalles, y a hacer como que todo está bien. A veces recuerdo las tardes de caleidoscopios y burbujas de jabón, las cosas estaban del todo bien. Las burbujas, y lo que se reflejaba en ellas era muy interesante. Los colores del arcoíris deslizándose sobre una superficie delicada y traslúcida, una ventana dibujada encima, las hojas del parrón o la cara del perro que trataba de alcanzarlas.

Tanto en un instante.

También podría aplicar esa frase a lo que me pasó contigo, pero lo encontrarías melodramático e inoportuno ¿patológico? No sé si utilizas esa categoría.

No hay conflicto alguno, todo está de maravilla.

Hice las maletas sin chistar. He de decir que no iba a significar un enorme problema. Y bueno, tal vez el calor no sea demasiado.

Alguna vez pensé que tú y yo podríamos escaparnos a la playa un día de invierno o a la nieve, algún lugar solitario, sólo un rato y hablar de cualquier cosa o no hablar, ¡ah! y compartir audífonos, venden unos que sirven para que dos personas se conecten al mismo aparato, los vi en esas tiendas de cachureos coreanos o chinos. Tan ingeniosos que son. No se pudo no más.

II

La arena es suave, hace calor.

Hay enormes mesas con cantidades increíbles de comida. Es tanta que no me dan ganas de comer. Hay tantos colores que casi me aturdo. Todos los días hay programas para pasar el día, paseos en barco, ski-acuático, salto en bungee, caminata por la selva, una selva aséptica, por supuesto.

El color del agua es increíble.

Ahora estamos tirados en unas sillas de bambú cubiertas de toallas, nos acaban de traer unos tragos, y unas brochetas con frutas tropicales. Waldo viene de zambullirse en el mar, bronceado, feliz.

Yo miro el horizonte, y no se ve ninguna nube.

Mientras mi conciencia se diluye en el mojito, sonrío sin parar.

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