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Alter y ego con mi moto por Vicente de la Serna

por Vicente de la Serna.

Un catorce de septiembre paradójicamente y sin proponérselo nació con un grito mi inefable alter ego ajeno absoluto a su destino deambuló como náufrago por calles, ciudades, barrios y sueños.

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Jugó a ser niño a ser niño jugó cargando con su mundo por el mundo feliz cálido y desprotegido de su infancia sin saber que su ego perdón, su alter —viejo en alemán viajaba directo a su encuentro.

Buscó a tientas entender el misterio que anida en la mirada del otro o más bien de la otra pues en ello al menos alter y ego coincidían fuera por el atractivo natural que la cavidad femenina ejercía en él o por esa esperanza veterana de encontrar la media naranja aunque por desgracia siempre con magros resultados.

Como decía, buscó a tientas en otros cuerpos en otras miradas kundereanamente entenderse a sí mismo su finitud, tal vez la extensión de su piel y esa ánsia congénita de afecto que latía en su corazón.

Aunque su alter lo desaució de amor su ego porfiadamente lo mantenía en pie no de guerra que habría sido una alternativa sino de pie, frágil como un fuss note que busca destacar o aclarar en una frase algo al menos del significado de la vida.

Y en ese andar dudoso a veces otras truculento sus pasos lo llevaron por diferentes épocas vivaldianas estaciones desolados paisajes dublineanos barcitos países y desorientados tranvías su cuerpo abrazó gustoso la causa de otros cuerpos sus brazos se abrieron buscando el abrigo de otros abrazos sin saber de los golpes que vendrían o de los costalazos que vinieron por arriesgar una mejor definición.

Pero metido en sus cuartos siguió buscando como buen alter que se precie insistente en esa mirada extraña el oráculo que le diera una pista o —como condorito— una explicación al deambular mundano de su tristeza.

Y quiso hallar así un poco de sí mismo en los escasos besos de ella que ingenuo creyó propios o en el amor, ese misterioso que después del tercer mes y del enésimo polvo aún se le mostraba mezquino.

Pero ese alter que nació chicharra ese catorce de septiembre con o sin ego quiere seguir cantando porque se resiste a descreer en el amor pese al autoengaño y a los años arrebatados a la vida quiere creer, decía que en alguna parte existe sin saber de los golpes que vendrían o de los costalazos que vinieron por arriesgar una mejor definición.

como buen alter que se precie insistente en esa mirada extraña el oráculo que le diera una pista o —como condorito— una explicación al deambular mundano de su tristeza.

Y quiso hallar así un poco de sí mismo en los escasos besos de ella que ingenuo creyó propios o en el amor, ese misterioso que después del tercer mes

Pero ese alter que nació chicharra ese catorce de septiembre

y a los años arrebatados a la vida ese ángel misterioso que complete su yo.

A veces se imagina como en las películas de hollywood en una conversación bajo la lluvia o en la espera esperanzada bienvenida de andenes o en el peor de los casos en una carretera americana esperando el bus que lo aleje de una vez de sus nostalgias.

Tal vez alter y ego se encuentren al fin piensa ilusionado quizas en la mengana de Benedetti o en los jadeos olvidados dejados por Neruda en su isla infinita o en la honrosa derrota daltoniana de dos orgasmos contra uno o en el alter, tal vez femenino de Pessoa porque quiere porfiadamente creer que existe amor aunque para ello se deje la piel —o el pellejo y no postergar más allá de la muerte lo que la vida le negó.

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