Revista Mundo No 31 - Laberinto

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Revista 31 Septiembre 25 de 2008

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ISSN 757 1657- 8546 Hecho en Colombia

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SANDRA PÉREZ OCTUBRE 2008 4

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EDITORIAL Por Carlos Salas

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Mírate con ojos de laberinto JUAN GUSTAVO COBO BORDA

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Laberinto de la materia GERMÁN BOTERO

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Laberinto del recuerdo GONZALO FUENMAYOR

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Laberinto métrico HERNÁN SANSONE

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Laberinto de la ciudad El viandante Proyecto y juego: Desplazamiento y emplazamiento AMPARO VEGA

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Laberinto del juego Concepto del videojuego el viandante MÓNICA SÁNCHEZ

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La señora de los televisores FERNANDO GÓMEZ

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Laberinto de la intimidad JORGE NAVAS

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Laberinto de lo oculto RODRIGO ECHEVERRI

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Bogotá cinco sentidos FERNANDO GÓMEZ

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Laberinto de los olores CARLOS SALAS

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Laberinto de los sentidos FELIPE LONDOÑO

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Laberinto de las palabras GUSTAVO ZALAMEA

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Laberinto de los sonidos MAURICIO BEJARANO

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Escenarios y reservorios sonoros MAURICIO BEJARANO

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Laberinto de la historia FABIÁN ALZATE

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Laberinto de los sueños CAROLINA CONVERS

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Laberinto de la noche ANGÉLICA ORTÍZ

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Laberinto del espacio IVÁN SEGURA

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Construye tu propio laberinto JORGE TORO

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Laberinto de los hilos CATALINA PARRA

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El laberinto en internet ALIEX TRUJILLO

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Laberinto de la forma EDGAR NEGRET

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Profesora Universidad Nacional de Colombia

Profesor Universidad Nacional de Colombia

EDITORIAL

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uando se quiere aludir a ciertas condiciones de la existencia que nos causan desconcierto o extrañeza, frecuentemente recurrimos al laberinto para lograr expresar los sentimientos y los estados de ánimo que experimentamos. Cuando hablamos de lugares intrincados o de capas de la memoria o de pensamientos confusos acostumbramos a referirnos a ellos como laberínticos. A su vez la pasión que despierta lo que está por descubrirse, el misterio por develar, nos remite a los recorridos al interior de un laberinto. Las mitologías de todos los pueblos tienen el laberinto como uno de sus elementos primordiales y en las mitologías contemporáneas sigue latente. Los mitos urbanos se alimentan de lo laberíntico que tienen sus calles, sus plazas, sus rincones. Por eso podemos hablar de laberintos del alma, laberintos de la memoria, laberintos del recuerdo, laberintos del dolor, laberintos del amor y de muchos otros laberintos. Las obras y los textos que componen este número invitan a la reflexión y constituyen el primer paso para un proyecto que se quiere ambicioso, donde se establezca una metáfora entre ciudad y laberinto. La ciudad como escenario de múltiples manifestaciones artísticas que enriquezcan el diálogo entre sus habitantes y sus espacios.

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Profesor Universidad Nacional de Colombia

Profesor Universidad Nacional de Colombia

Profesor Universidad Pedagógica Nacional

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MÍRATE CON OJOS DE LABERINTO Por Juan Gustavo Cobo Borda

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Germán Botero / Sendero / Instalación Madera de playa / 2008

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in duda, podrás evocar laberintos ilustres. Repasar La casa de Asterión o Las ruinas circulares de Borges. O Los reyes, el diálogo teatral del primer Julio Cortázar. Pero ya no necesitas apelar a la dudosa erudición. Ni ver, en la memoria, la imagen de una película donde Alicia se interna en los setos siguiendo en vano al veloz, al lento conejo blanco. Al final aparecerá inexorable la reina de corazones, repitiendo: “¡que le corten la cabeza!” Si, tu laberinto es el tiempo. El mismo que lleva a los pintores a recobrar el rostro de su infancia, el mismo que obliga a los poetas a ponerse la máscara final de la imagen de su padre. Salimos al viaje, fatigamos la aventura, dormimos en el ronquido del mar, en la tersa piel de los muslos de las sirenas. Y, al final, recobrado el hilo de la errancia, estamos en el cuarto del comienzo. En la biblioteca donde se nos habla de Ulises y Colón, del sueño que termina en cadenas, o del hogar donde un perro es el único vibrante hocico que nos reconoce. Sigue tu rastro, tu propio rastro; despierta, en el olfato, el sentido que te guiará hacia el primer perfume, hacia el ansia del niño invocando, con desespero, el beso de la madre, antes de dormir, y allí surgirá, indestructible, el laberinto de A la búsqueda del tiempo perdido y el asmático chantaje del así apellidado Marcel Proust. Al comienzo, o al final, todos somos Minotauro, ansiosos de que nos encuentren en la cárcel de espejos, delirantes para que el hilo de amor desemboque, ya en la senectud, en el primer rostro amado, en la cabellera roja ardiendo de deseo, en las desdibujadas mejillas, quemadas por el viento salobre de la inalcanzable lejanía. ¿Es circular el laberinto, se muerde la cola como el Uroboros, o es tan solo la pesadilla horizontal de contar uno a uno los granos del desierto, las kafkianas horas que aguardamos, ante la puerta del Castillo, que éstas se nos abran, por fin. Al final, el fatigado portero, nos reconvendrá con ternura “pero si siempre estuvieron abiertas, para ti”. Así los que vuelven a leer la Biblia, a descifrar en vano la Cábala, a perder la vista, como Germán Arciniegas preguntándome: “¿Por qué Cobo salió mal la cosa, si Colombia parecía una utopía tan factible? Si siempre estamos repitiendo las mismas torpezas como en un laberinto”. Y ésto, a los 99 años, queriendo rozar las inalcanzables orillas del segundo milenio, y después de haber leído el libro de su amigo García Márquez: El general en su laberinto. Qué fatiga en definitiva, la de todos los laberintos, pero que incitación también para que las piedras de Creta, bajo el sol inexorable, pinten de vivos colores los muros que insensiblemente se curvan. Que sin apenas percibirlo vuelven sobre sí mismos, se anudan en el salto de la gimnasta desnuda sobre la testuz del toro, son ellos los que mantienen intacto el poder conturbador del color y la línea. Cuernos que embisten y pies que danzan. La muerte y la vida. Por ello conviene perderse, entre las circunvoluciones del cerebro, para ver sobre el mundo, el rostro original de una belleza que jamás desfallece. Ansia gratuita, despojo de la muy larga batalla, al comienzo, o al final, de la perpleja búsqueda, hay tan solo el umbral, la oscuridad que incita, la voz arcaica que todas las noches, todas las albas, nos repite: “Ven, no temas, ingresa a este parque de diversiones, a este cementerio de mármoles blancos, a esta sucesión de espectros convertidos en ceniza y, ya sin nada mírate en el muy largo laberinto que has edificado, que has derruido, con tu vida”.

GERMÁN BOTERO 9


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GONZALO FUENMAYOR 12

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Gonzalo Fuenmayor / Psico-fantasías 1,2,3 / Mixta sobre mylar / 61x91 cm / 2007

Gonzalo Fuenmayor / Otra forma de sueño / Mixta sobre mylar / 104x114 cm / 2007

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l laberinto se lo tragó la tierra; sus paredes, muros, entradas y salidas se desvanecieron dejando una sensación momentánea de ausencia. Zanjas delineando las sombras de estas paredes, son el único recordatorio de lo que antes era una estructura. La tentación y sus tentáculos aún se arrastran por esta topografía antes familiar, y ahora desconocida. El placer adquirido de perderse, para luego reencontrarse, ahora se ejerce por voluntad propia, mas no por la seducción de sus muros. Mis laberintos se vuelven visibles con la mirada y con el gozo empedernido por perderse. La superficie traslucida de estos dibujos ofrece una atmósfera donde la mirada es la única que puede arañar alguna historia. No hay punto de entrada, ni de salida, solamente enjambres de líneas y sugerencias, que asoman a partes de una historia más compleja. Dirigibles, plátanos voladores, y musas engañan la mirada, ofreciendo falsas promesas que se desmoronan con solo imaginarlas. La vista –vanidosa– escoge cómo navegar sobre esta superficie, en donde el relato resalta y al mismo tiempo se camufla.

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Hernán Sansone / La casa de Asterión / Madera y plata / 120x200 cm / 2008

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uyendo del “caos azaroso” construyo mi propio laberinto, para recorrer la quietud, la impaciencia y la soledad. Cada uno de mis pasos tiene la precisión de las “monótonas paredes”, cada bifurcación el olvido de la historia. Ya no nos rige una medida antropomorfa, aunque siempre lo seguirá haciendo. Ya no soy Asterión, aunque no puedo ser otra cosa. Desde Caín, creador de las medidas, pasando por la primera falange del pulgar, el meridiano que atraviesa Barcelona y Dunquerque, la barra de platino iridiado que descansa en París, hasta llegar a la distancia recorrida por la luz en una trescientos millonésima fracción de segundo (un metro): la historia de las medidas ha estado plagada de estafas. De qué me sirve saber la medida de mis pasos, de qué me sirve saber la exactitud milimétrica de donde estoy, si sigo perdido.

HERNÁN SANSONE

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EL VIANDANTE PROYECTO Y JUEGO: DESPLAZAMIENTO Y EMPLAZAMIENTO

El Viandante es un videojuego realizado por Mónica Sánchez Bernal, quien hizo la fotografía, la creación, el diseño y el montaje del juego; Andrés Ñáñez Gómez, los paisajes y efectos sonoros; y Amparo Vega Arévalo, la dirección general. Este juego hace parte de los resultados del proyecto de creación Desplazamiento y emplazamiento en ciudades colombianas. Fase uno: caso Bogotá. Acciones poéticas: estética y política1, concebido en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia por un colectivo de profesores, egresados, estudiantes y profesores de otras universidades. El equipo trabajó también con los estudiantes de un seminario sobre el tema, el apoyo de profesores de otras Facultades de la Universidad Nacional de Colombia y, principalmente, con niños de dos barrios de Bogotá localizados en Usme y Suba en donde viven personas desplazadas2. El proyecto será montado próximamente en la página Web de esa Universidad. Como su nombre lo indica, el proyecto investiga específicamente las condiciones de los desplazados y de su emplazamiento en las ciudades colombianas, en este caso en Bogotá, y las contradicciones y posibilidades que acarrea un proyecto de creación relacionado con este problema. Los desplazados son los excluidos que ocupan sitios inhabitables de Bogotá como única alternativa de supervivencia, lo cual no garantiza su existencia ni su vida digna. Como resultado del proyecto se muestra principalmente el desconocimiento del Derecho, lo que produce en la ciudad daños recíprocos tanto en la vida de sus habitantes como en el medio ambiente, y se plantean formas de enseñanza del mismo3. En el videojuego El Viandante es el desplazado. El desplazado colombiano lo es tanto de su lugar conocido y de origen, como de la ciudad de llegada, y de sus reglas, en el sentido más amplio. En los laberintos, el desplazamiento, tomado en el sentido de los recorridos, las idas y regresos, y las pérdidas, tiene un lado inquietante, místico, mágico o fantástico, pero la búsqueda de los caminos correctos en la dirección de las salidas o del fin del laberinto lleva sin embargo a encontrarlos. Como en algunas tradiciones en donde el laberinto es un camino de iniciación que lleva al conocimiento, a la libertad, o al autoconocimiento, en este tipo de laberintos los desplazamientos y las pérdidas tienen una finalidad gratificante, y ello porque se sabe de antemano que el laberinto conduce a un fin, tiene una llegada y una salida, que son las esperadas, y por lo tanto se sabe que es seguro, siempre y cuando se descubran sus reglas. En este sentido, el laberinto, por serio que sea, actúa como una especie de “juego”. Pero como en los laberintos del Minotauro, en el mundo antiguo, o los de Kafka, en el mundo moderno, los laberintos también pueden ser terribles y temibles, cuando quien los recorre no sabe qué se encuentra en y al final de los múltiples meandros, si es que hay fin y salida..., cuando puede perderse y quedarse sin salida, y cuando no se sabe cómo vencer los obstáculos: en estos casos, significan la muerte. El laberinto puede vivirse así como repetición, pérdida, engaño, confusión, alucinación, cansancio, angustia, desesperación y muerte; o por el contrario, como posibilitador de visiones insospechadas inaccesibles por otros medios, nuevas perspectivas, puntos de vista y caminos, los que a su vez dan a quien lo recorre un poder de transmitir o de crear otras formas y reglas de vida. En el laberinto del barrio del juego El Viandante se encuentran estas dos dimensiones, y están relacionadas, por un lado, con el manejo real del videojuego, y por otro, por analogía, con la vida de los desplazados. Al entrar en el juego se permanece en el laberinto, en el recorrido, en la decisión de seguir, derecho, camino arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha, en tierra o en el aire, en el vuelo, en el descubrimiento y en la espera obligada, hasta que cada recorrido (cada video corto) termine, es decir, se recorra, sin escapar a sus consecuencias. En el interior del recorrido y en los recorridos y caminos cortos que lo componen, se encuentran y se pueden jugar además otros juegos internos y alcanzar los logros finales. En éstos, el viandante se encuentra con personajes, animales y objetos (objetos “habilitados” que se pueden “seleccionar”) a través de los cuales puede, si quiere, detenerse para mirar, para buscar y encontrar la sorpresa o el secreto que guardan, o para coleccionar los objetos encontrados, es decir, para jugar los juegos, como si, por analogía, las distintas opciones y decisiones que el viandante, el desplazado, encuentra y toma en cada recorrido corto o largo en cada camino en el barrio, fueran las de la vida en la ciudad o las que le ofrece la ciudad a su Vida. Pero, resulta que, en la práctica, algunos no logran jugar el juego. El diseño y la tecnología del juego es un reflejo de la situación de los desplazados de la ciudad, que es como un laberinto que puede sentirse extraño, desconocido, donde nada les funciona, perciben sonidos incontrolables, vacíos, puertas que no se abren, ausencia de color, movimientos y caminos circulares, círculos laberínticos sin salida, búsqueda de logros inalcanzables. El juego mismo es un laberinto como lo es la vida de quien intenta

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El Viandante / Axonometría del barrio La Esperanza / Videojuego / 2007

Por Amparo Vega

emplazarse en un ambiente hostil y desconocido, para quien el juego de la vida también resulta marginal. Si no se conoce la tecnología del juego o no se pueden seguir las instrucciones porque no se saben leer o ni siquiera se puede entender cuáles son, se refleja la angustia y la ansiedad de sentirse excluido y extraño, sin acceso a lo que aparentemente debería poderse acceder, como una puerta abierta: la ciudad. Las instrucciones del juego, por analogía con la posibilidad de actuar de los desplazados, son como las instrucciones para vivir, no solo en este barrio, sino en todos los barrios de Bogotá semejantes, y en toda ciudad semejante a ésta, para orientarse, entrar, saber cómo moverse y vivir como verdaderos ciudadanos. Los des-plazados son, en su sentido más amplio, aquellos que están muy alejados o excluidos de las reglas de la Ciudad. Cuando el viandante se encuentra en un viaje circular, al volver al mismo punto y querer volver a comenzar o a salir, sin saber dónde está el inicio del camino (inicio del Juego) o cómo se sigue o se sale del juego (el teclado a veces no responde porque no se conocen o no se dominan las instrucciones), hasta el punto de perderse por completo, queda frustrado y bloqueado: el jugador se encuentra en el no saber completo, en un no saber como actuar, encontrar los caminos y llegar a los logros, para salir de cada situación y hacer posible recorrer otras. El emplazamiento, por su lado, no significa pues el encontrarse, de hecho, en un sitio de la ciudad, parado en o frente a ella (o al juego) y sentirla como algo extraño e inasequible, ya que los desplazados, viandantes, pueden estar completamente perdidos, y angustiados, al no saber cómo entrar y actuar (jugar) en la ciudad, quedando, por esta razón, entre otras, excluidos. El emplazamiento consiste, en cambio, en el conocer y aprender las reglas de la ciudad (del juego) y del Estado para poder vivir y actuar (jugar) en estos, y también en poder imaginar y crear otras reglas o modos de vida, los que faltan en la ciudad, si es el caso, y no solo para sobrevivir en lo establecido de la ciudad (jugar el juego), sino para poder crear su ciudadanía y participar, vivir y actuar como ciudadanos, esto es, para actualizar y realizar su derecho a la humanidad4. 1

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Ver Amparo Vega Arévalo y otros, Desplazamiento y emplazamiento en ciudades colombianas. Fase uno: Caso Bogotá. DVD. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, diciembre 2007. Próximamente en página Web. 2 Participaron en el colectivo del proyecto, principalmente, filósofos: Amparo Vega Arévalo (investigadora principal), Eric Lecerf (coinvestigador Universidad París 8) y Luisa Rivera (monitora, estudiante). Arquitectos: Mónica Sánchez Bernal (asistente de investigación, egresada), Jorge Ramírez (coinvestigador), Andrea Heredia (monitora, estudiante). Historiadores y teóricos del arte: Soledad García (coinvestigadora) y Ricardo Arcos (profesor). Artistas: Marco Dessardo (coinvestigador, Escuela de Arquitectura de París La Villette), Miguel Huertas, Rosario López y Rolf Abderhalden (artistas invitados, profesores UN). Músicos: Mauricio Bejarano Calvo (profesor UN, invitado) y Andrés Ñañez Gómez (monitor, estudiante). Adultos y niños de los barrios, y apoyo de profesores de otras facultades de la Universidad Nacional y de otras instituciones: ver créditos completos en el DVD, consultable próximamente en la Biblioteca General de la Universidad Nacional de Colombia y en su página Web. 3 La técnica del videojuego es accesible a la mayoría de los niños en las escuelas y colegios, y es imprescindible en el mundo contemporáneo. Todos los resultados del proyecto, incluyendo información y bibliografía especializada, son publicados y son consultables a través de herramientas virtuales. Estas permiten que puedan leerse y consultarse todas las partes del proyecto, y a la vez también permiten escuchar y ver imágenes (como cartografías y fotografías e ilustraciones de varios aspectos) sobre todo para quienes no manejan bibliografía especializada; y también imprimirlas, para quienes no manejan herramientas virtuales. 4 Ver “Los derechos del Otro”, conferencia del filósofo francés Jean-François Lyotard dictada en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, en 1994.

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CONCEPTO DEL VIDEOJUEGO EL VIANDANTE Por Mónica Sánchez Bernal

EL JUEGO Trasladar el espacio físico, real y tangible, dentro de un espacio igualmente tridimensional, pero en medios virtuales, hace permeables aquellos fragmentos de ciudad que por alguna razón desconocemos y a la que no podemos acceder. El recrear un escenario de la vida cotidiana, nos exige indagar, recorrer e identificar todo aquello que contenga la esencia de lo observado, y, en otro sentido, lo experimentado. Seleccionar el objeto de estudio, demarcar sus límites, dimensionar las distancias, rasgar el muro: son mecanismos de tanteo y exploración del medio para poderlo retransmitir en otras instancias. El espacio virtual, cada vez más elaborado y adaptado a la cotidianidad del mundo que vivimos al inicio del siglo XXI, establece una dificultad sobretodo para quienes en su infancia no tuvieron la tecnología para interactuar con un aparato receptor de instrucciones que pareciera bidimensional, pero que ofrece la profundidad tridimensional del espacio recreado. Evidentemente, las generaciones nacidas en la época de las interfaces, botones, accesorios de interacción y periféricos, son más proclives a no requerir de instrucciones de uso porque el mecanismo de activación de esos instrumentos viene prácticamente incluido en el “microchip” del infante de última generación. Se evidencia entonces una fractura en el uso de los medios virtuales como aproximación a distintas realidades: bien sea por la complejidad que implica su manejo, bien sea por el alcance que tiene esa infraestructura para internarse en el ámbito familiar y económico. Cuando se plantea el desarrollo y realización de un videojuego inscrito en un barrio típico de autoconstrucción, de invasión, y al cabo de veinte años legalizado por el Distrito, se cuestiona la pertinencia de dicho esfuerzo para contradecir e hilar esquemas académicos que buscan integrarse con la realidad, tocarla y traducir esa experiencia en un conocimiento que se espera sea de retroalimentación. Si bien el videojuego, especialmente dentro del entorno de lo lúdico, no es considerado una herramienta útil en los procesos de aprendizaje y entrega de conocimiento, subvalorarlo en ese sentido implica retroceder varios pasos en los medios para la comunicación, ya creados y a la orden del día. Desde las gráficas monopixeladas de las primeras versiones del Atari hasta las ambientadas y detalladas escenografías de videojuegos como el GTA-San Andreas o los Dooms, donde el espacio no solo se recorre al libre albedrío sino que también se puede hacer y deshacer a voluntad del personaje que se adquiere al jugarlo; el videojuego que se diseñó en el proyecto de creación “Desplazamiento y emplazamiento en ciudades colombianas” ofrece un escenario que probablemente no sería objeto de análisis siquiera para las grandes industrias desarrolladoras de juegos, porque la escala no ofrece la espectacularidad que atrae masas. De otra parte, asumir un videojuego sin disparos además de despojarse de cualquier motivo que salpique sangre por la pantalla, posiblemente haga menos atractivo el juego para los especialistas en el tema. Sin embargo, nos arriesgamos a trasladar el barrio de un estado a otro y a generar opciones de interacción que dan indicios o conceptos de la colisión entre quienes se han visto desplazados de su lugar de origen y que luego se emplazan en lugares no aptos para la vida humana, con las consecuentes problemáticas de orden ambiental, urbanas y de salud pública visibles e imperceptibles a veces. Soltar unas guacamayas, agrupar los gansos, descubrir unas ranas, escuchar con atención el agua, buscar un instrumento de paz y recuperar los objetos que permitan construir cartografías cambiantes; son la excusa para permanecer conectados al barrio, y, sobretodo como aporte a la reflexión que se hace desde la perspectiva artística sobre la temática que nos convoca: señalar la idea y suerte de poder decidir la dirección a tomar para continuar el camino bajo los derechos que, en principio, nos protegen y guían. El juego establece entonces una vía para interactuar, compartir y explorar lo recorrido, lo observado y lo reflexionado. Resta exponerlo ante quienes viven en el lugar y participaron de los recorridos de reconocimiento, como también, ante quienes han tenido un mínimo o ningún contacto con estos lugares: comunes para unos, distantes para otros.

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El Viandante / Videojuego / 2007

Estemos donde estemos, siempre habrá un camino nuevo que nos conduzca a espacios inhóspitos: unos los podremos oler paso a paso, otros los podremos pensar. Pero todos abrirán la brecha para avanzar un poco más allá de nuestro horizonte.

EL LABERINTO El primer encuentro con nuevos perfiles urbanos puede ser apenas una aproximación o tránsito desde algún medio de transporte: bicicleta, carro, bus, tranvía, avión, barco, chalupa, tren... Lo percibido a través de la ventanilla nos permite crear una sucesión de imágenes de referencia, hiladas en una serie lineal: un trayecto del punto A al punto B. En el intersticio entre los puntos de llegada y de partida, si bien empieza uno a identificar esas referencias, se podría igualmente considerar como un trayecto vacío. Vacío en la medida que no retengamos más allá de cinco segundos en nuestra memoria lo recién visto: una amnesia selectiva de paisajes urbanos y/o rurales. En el segundo encuentro, en efecto, reconocemos como parte de un todo aquello que pertenece a un lugar y lo hace diferente a otro. Es un proceso que se lleva a cabo a pie o en la búsqueda de ese algo que nos lleva a un punto definido. Para llegar a él, es necesario estar atentos a la disposición y presencia de los elementos que constituyen ese espacio que transitamos. Un andén curvo, el poste de luz en la acera, el muro de color intenso, en la esquina la puerta verde girada 30 grados respecto al corredor de entrada, el perro negro que saca la cabeza y ladra persistentemente desde un hueco en el antepecho del último piso que está listo para ser cubierto… Entonces, todas las calles que en principio eran iguales ante nuestros ojos, empiezan a adquirir un tinte distintivo. Pasamos de la pérdida de orientación, que en segundos nos puede hacer vulnerables, a una deriva que extiende nuestro propio territorio. Aquél que de alguna manera, por más corto que sea el tiempo, nos permite reconocer un nuevo espacio geográfico referenciado en nuestra memoria y que será marcado, en mayor o menor grado, por eventos que sucedan en el recorrido: claro, con el riesgo de que unos sucesos serán menos afortunados que otros al no tratarse de un espacio apropiado. Ahora, cuando trazamos el camino una y otra vez, cuando se nombra cada parte de lo que compone el todo, cuando recorremos los atajos, cuando la presencia de uno hace parte del paisaje; llegamos a donde y cuando lo que al inicio nos parecía un laberinto de calles, casas y tiendas, con el tiempo percibimos otro laberinto con pasos a seguir descubriendo, al que podemos entrar sin miedo a desaparecer en él y probablemente con muchas salidas. EL VIANDANTE El Viandante es entonces quien recorre a la deriva paisajes urbanos con intensiones de descubrir nuevos territorios, de comprender los sustratos que allí se articulan o contradicen, de interactuar con lo desconocido en aras de ampliar el propio conocimiento y de generar otras posibilidades en el actuar sobre la ciudad de una manera más atenta en el encuentro entre los seres humanos y el entorno natural-urbano.

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Maqueta regional en horas / 2006

Resignificaci贸n simb贸lica de un territorio / Pigmento mineral sobre piedra / 2006

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LA SEÑORA DE LOS TELEVISORES

Jorge Navas / La señora de los televisores / Video / 2002-2005

Por Fernando Gómez

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sta mujer merecía estar en las ficciones de Borges. La señora de los televisores –una anciana maravillosa de Santa fe de Antioquia– bebe todos los días jugo de naranja con panela y para endulzar el café –y mantener su fulgurante salud de hierro– no utiliza azúcar sino dos cucharadas de naranja agria. Nunca, nunca, jamás de los jamases, –dirá–, ha tenido tos ni gripe y se mantiene sana y fuerte como sus dos hijos, dos cuarentones que no salen de su casa, no saben lo que es el trabajo y se mantienen robustos y rozagantes, sin hijos ni mujeres y matan las horas en su laberinto, una casa de pueblo con muchas camas, con juegos de mesa, con un dominó, con un bingo, con una baraja de naipes españoles y una serie de revistas, “Tenemos cajas”, dirán, que compran por unos pesos y les proporcionan crucigramas y fabulosas sopas de letras para más horas de ocio. Pero además –esto es lo más interesante– tienen tres televisores que funcionan al mismo tiempo, todo el día, todos los días, en un mueble habilitado para los tres. Un televisor es para la antena parabólica, otro para el vhs y otro para los canales nacionales. Su sobrino, otro gordito de la estirpe, “el hijo de mi hija”, no pestañea frente a las tres pantallas, ¿qué ve? Los tres emiten imágenes distintas, pero los cuatro personajes viven en un mundo estático, imposible. “Yo creo que mis hijos son como el papá”. La mujer cuenta que su esposo era un hombre de 51 años que se casó con ella cuando tenía 19 o 18 años, “antes no había tenido novia”. El viejo, su marido, nunca le dijo nada, nunca le reprochó nada, nunca peleó con ella y la dejaba salir todos los días y tener amigos y amigas, “pero nunca hacía nada malo”. Ni bueno ni malo: simplemente no hacía nada. Y durante un tiempo tampoco hizo nada en Venezuela. Y todavía no hace nada. Ni ella ni sus hijos. Tiene una pensión de su marido muerto y con eso le basta para mantener a su familia, “qué van a trabajar”, dice con un gesto displicente, “¿para qué?”. No tienen demasiados lujos, pero la mujer tiene una serie de obras de arte inquietantes y ella no sabe que son arte, además de los tres televisores en eterno funcionamiento, en el comedor hay una instalación de discos de acetato sobre la pared, ¿cuándo decidió colgarlos como cuadros?, me pregunto, ¿por qué lo hizo?, hay varias lámparas de diseños imposibles que podían estar en un museo art deco. “Mire”, dice, “se prenden con tocarlas”. Y hay montaje fotográfico que enseña con orgullo: toda su familia puesta en forma de pirámide, con el patriarca muerto en el centro, “¡como quería a mi viejo!”, dice la mujer acariciando la foto. Lo más increíble de todo es que nadie sabe el nombre de la señora, o el de sus hijos, o el del nieto gordo embobado frente a los televisores. Jorge Navas, el autor de esta obra documental, por la que me atrevo a decir que García Márquez pagaría un Nobel para replicarla en un cuento, grabó a la mujer durante un festival de cine en Santa fe de Antioquia; el día de descanso del festival, Jorge no tenía nada qué hacer, salió a dar una vuelta con Felipe Aljure y en una parada dictada por el azar, empezaron a hablar con la mujer en la puerta de su casa, rápidamente atravesaron el umbral y con la cámara de video encendida entraron en este laberinto existencial, luego Navas olvidó su nombre y el de sus hijos, pero quedó el documento y el material necesario para editar esta desconcertante obra de arte, y la pregunta que queda en el fondo es: ¿qué habrá pasado con esta familia? Yo rezo a los dioses para que sigan felices y vagos y para que algún día obtengan una copia de este trabajo y añadan un televisor más a su sala. Lo van a disfrutar.

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JORGE NAVAS 23


RODRIGO ECHEVERRI

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Rodrigo Echeverri / Enfrentamientos / Acr铆lico y 贸leo sobre MDF / 100x200 cm / 2008


BOGOTÁ CINCO SENTIDOS

Carlos Salas / Los olores de Bogotá / Fotografía / 2003

Por Fernando Gómez

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ogotá es un laberinto, y la única forma de recorrerla y dominarla es con los cinco sentidos; Felipe Londoño atrapó los sonidos de la ciudad en una serie de caleidoscopios en los que retumban el ruido de las retroexcavadoras y las campanas celestiales de los vendedores de helados. Fernando Quiroz escribió un fabuloso texto en el que destilaba los olores de Bogotá, y Carlos Salas, en un ejercicio tan poético como el texto, logró hacerlos visibles en una obra en la que flotan olores tan representativos como el de las semillas de eucalipto con las que juegan los niños. En el libro hay otras pistas para encontrarle nuevas salidas al laberinto bogotano: los objetos insignificantes que adornan sus calles, como tapas de gaseosa o picos de botella, los sabores del Pacífico colombiano o el asfalto en el que duermen los desplazados. En el libro están las pistas, son cinco artistas, cinco escritores y cinco fotógrafos. Los desgraciados que murieron a manos del Minotauro en el laberinto de Creta nunca tuvieron tantas pistas.

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CARLOS SALAS 27


Felipe Londoño / Mezcla Kaleido 02 – Tintal / Fotografía - Lambda Print / 70x154 cm / 2008

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GUSTAVO ZALAMEA

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Gustavo Zalamea / Mundo / 2008

Gustavo Zalamea / Texto / 2008


Mauricio Bejarano / Recipiente vacío / Instalación sonora / 2008

…del aullido urbano a la oquedad del vacío y al silencio íntimo de la línea, se amputan los eventos corporales, la escucha prolongada, extendida, generadora de lo omitido, gestora de sonidos ensanchados y de oídos ensordecidos… se enmudecen los ruidarios con auscultaciones minúsculas… murmullos como aludes y susurros como cántaros de tempestad.

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ecipiente vacío es una instalación sonora que potencia una escucha interior e íntima, resguardada en la oquedad de un recipiente, del paisaje sonoro urbano atrapado en él. El aire resuena en el interior del recipiente vacío… y el sonido que se evapora y se dilata en la ciudad se concentra en el sordo interior del recipiente… entonces los silencios y los ruidos resuenan en una espiral laberíntica proveniente de recónditos rincones. Una escucha confusa y sutil de voces, sollozos, gritos, murmullos y murmuros de las gentes; de estrépitos y estruendos del tráfico automotor, del vuelo de aviones y de aguaceros y tempestades; de la melodía de la lluvia y del canto de las aves… Los sonidos son escuchados, mediados por la reverberación en el interior del recipiente… una materia sonora, de texturas y espacios, que es trasladada al interior de un espacio binaural. Una escucha con una doble resonancia: la del ámbito arquitectónico dado por la concavidad del edificio sur de las torres del parque y del recipiente vacío allí instalado. Dispositivos que potencian una condición de transformación “natural” permanente que genera cambios tímbricos de los sonidos en tiempo real. El paisaje se instala bajo el rigor de una escucha mediatizada. Mediación acústica y electroacústica… con transductores como el espacio, el edificio, el recipiente, el micrófono y los auriculares o parlantes. Se trata de una escucha escindida, acusmática y ciega.

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ESCENARIOS Y RESERVORIOS SONOROS

Por Mauricio Bejarano

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l ambiente sonoro que ha acompañado nuestra vida a través del tiempo lo hemos venido organizando con la ayuda de diferentes sistemas de referencia, y el repertorio de sonidos que lo constituye está siempre en proceso de expansión, posiblemente sin que podamos llegar a un definitivo inventario y catalogación. De hecho, cada día estamos creando nuevos procesos, ambientes, territorios, edificios, tecnologías, instrumentos, herramientas, utensilios, enseres, objetos, hábitos y usos, y por consiguiente nuevos sonidos. A nuestro alrededor tenemos un inmenso universo de sonidos, muchos dados originalmente por la naturaleza y otros tantos generados por la actividad humana. La necesidad de organización y control de este entorno sonoro nos ha llevado al desarrollo de sistemas, altamente elaborados y muy sofisticados, de “comunicación” sonora como son, en primera instancia, las lenguas y las músicas; y en segunda instancia, un sistema relativamente complejo de sonidos utilitarios que nos sirve para señalar, marcar procesos, tiempos y acontecimientos. Estos tres sistemas sonoros, sonidos de las lenguas, sonidos de las músicas y sonidos utilitarios, aparentemente conforman el universo de lo que podemos controlar y, parecería que los sonidos restantes, muchos de origen natural y los generados por todas las demás actividades humanas y urbanas, y proyectados por los dispositivos tecnológicos, no pertenecen a un sistema codificado en particular, son sonidos considerados como residuales, no intencionales o indeseados. Pero lo cierto es que día a día estamos construyendo signos de referencia con base en el conocimiento y la experiencia cotidiana y vamos asignándoles, a todos los “ruidos” de la vida, un sitio, un lugar y un significado en nuestro imaginario y memoria cultural. Solamente es necesario que un sonido ocurra más de una vez, que se repita, para que lo ubiquemos en nuestro horizonte perceptivo y semántico, identifiquemos algunas de sus características específicas, le asignemos algún nombre y le demos valores particulares. Todos los sonidos que componen el paisaje están siendo permanentemente, inventariados, codificados y valorados, partiendo de las esferas de la percepción, pasando por el ámbito del conocimiento hasta llegar al mundo de las actitudes y las acciones. Los percibimos, los integramos a nuestro entorno cognoscitivo y generamos valores y acciones en torno a ellos. La naturaleza efímera y evanescente del material sonoro nos ha llevado, en primer lugar, a inventar maneras de nominarlo, memorizarlo y representarlo, y en segundo lugar, a desarrollar métodos e instrumentos para domesticarlo, fijándolo, sintetizándolo y estabilizándolo. Los medios, dispositivos y soportes que hemos utilizado para este fin fueron, hasta finales del siglo XIX, recursos propios del lenguaje y de la música, o en su defecto descripciones literarias, deducciones científicas y proposiciones tecnológicas. La “comunicación” sonora mediante el lenguaje y la música ha recurrido a dispositivos mnemotécnicos, que con el transcurrir del tiempo, han pasado de orales a escritos, como el mito, la leyenda, el cuento, el refrán, el dicho, la canción, entre otros, y al enorme repertorio de instrumentos musicales y sus respectivos sistemas de escritura gramatical. Una breve mirada a la historia de estos medios nos permite comprender y reconocer cómo hemos asimilado y asumido el control del sonido como un objetivo fundamental y cómo hemos definido y proyectado nuestros alcances en cuanto a su manejo artístico. En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se lograron avances significativos, derivados de varios dispositivos tecnológicos, que marcaron un nuevo rumbo respecto a la percepción y conocimiento del sonido, a las formas físicas de generarlo, estabilizarlo, transportarlo y transformarlo, y en cuanto a su manejo expresivo en diferentes terrenos de la creación como la música, la literatura, el cine y las artes plásticas. Las invenciones del fonógrafo en 1877, del teléfono musical, considerado el primer sintetizador, en 1876, de la telefonía en 1876 y un poco más tarde de la radiofonía en 1899, entre muchas otras, ofrecieron un cambio radical en los modos como percibimos y valoramos el sonido, asimilándolo poco a poco como una nueva materialidad. El fonógrafo permitió la fijación del evento temporal, el sonido se estabilizó y pudo ser transportado a lugares remotos en tiempos diferidos; el teléfono musical abrió el horizonte para la creación sintética del sonido y para su posible decodificación y transmisión por vía eléctrica; la telefonía permitió que el sonido viajara en tiempo real de un lugar a otro también por vías eléctricas; y la radiofonía ofreció una combinación de las cualidades del gramófono y del teléfono, sonido en tiempo real y en tiempo diferido fluyendo en una geografía inalámbrica e invisible. Después de casi un siglo y medio de evolución de estas tecnologías, en los albores del siglo XXI, aún la sociedad no es del todo conciente del potencial de esta renovada condición material del sonido y seguimos apegados a tradiciones gramaticales, a valoraciones y esquemas mentales que limitan los potenciales perceptivos y expresivos propios de estas mediaciones. En los comienzos del siglo XX, los avances en la fonografía así como el desarrollo de los dos transductores fundamentales como son el micrófono y el altoparlante completaron el sistema fundador de las nuevas herramientas que posibilitarán, desde ese momento en adelante, una permanente y profunda auscultación y renovada percepción del material sonoro. Con el micrófono, el fonógrafo y el altoparlante se completó la cadena básica de reproducción electroacústica, y mediante ésta los sonidos pudieron ser atrapados en su atmósfera natural y originaria, arrancados de ella y transportados ínte-

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gramente a un escenario diferente. Estas nuevas condiciones afectaron de manera dramática valores esenciales propios del acontecimiento sonoro como la materia, el tiempo y el espacio. Hasta antes de la aparición de estas invenciones el sonido lo percibíamos en vivo y en directo, ahora lo podemos escuchar sin ver sus hechos causales, una “escucha acusmática”, propia de estos nuevos medios, que a su vez, pone en evidencia otra desatendida condición del acontecimiento sonoro como es la percepción “esquizofónica”, una escucha separada de los hechos causales, de su contextura primigenia y mecánica, de su propia temporalidad y de su ámbito espacial original, para reinstalarse en un nuevo, diferente y diferido ámbito espacial, temporal y material. El sonido se ha separado de su origen causal, y al estar instalado, en un soporte, y ser transportado mediante transductores, puede viajar a lugares y tiempos diferentes; espacios y tiempos que ya no son causales ni corporales, conservando con relativo “naturalismo” sus características de origen, pero siempre sufriendo algún ajuste o deformación respecto a su contextura original. El sonido puede ser generado y proyectado mediante las cadenas de reproducción electroacústicas potenciadas inicialmente por la fonografía, la telefonía y la radiofonía, y hoy en día por un enorme repertorio de utensilios eléctricos, electrónicos, informáticos y digitales. Se hace aún más evidente el concepto de esquizofonía, de sonidos que ya no necesitan estar atados a un hecho causal mecánico ni a un tiempo y espacio real y corporal; y que ahora es posible generarlos, recrearlos, reproducirlos y propagarlos mediatizados y separados de sus orígenes anatómicos y escénicos. Esta cadena de transfiguración, de alteraciones morfológicas, en sí misma se convierte en un poderoso medio de creación del sonido, que fluctúa entre los conceptos de la alta fidelidad y el de su intrínseco potencial expresivo aprovechando las condiciones materiales del sonido fluyendo en el interior de estos nuevos medios. Pero estas “nuevas” condiciones del sonido tienen un enorme historial de antecedentes. Desde tiempos remotos el hombre imprimió su trazo de vida en la materia dejando huellas como prueba y demostración de su existencia. Con su innata tendencia de dominio y control sobre la materia siempre ha pretendido conservar y fijar su mundo en objetos, en soportes, en representaciones estables y tangibles. En relación al acontecimiento sonoro, y a su inasible huella, buscó la manera de recogerlo y estabilizarlo para condenar su condición de material evanescente, convirtiéndole en materia estable. En ese largo camino el hombre ha imaginado, descrito y producido una enorme variedad de dispositivos con el objetivo de lograr dicho deseo. Las propuestas de estos medios ligan el mundo de la imaginación fantástica con lo racional y concreto del instrumental científico y tecnológico. En esta búsqueda un sofisticado repertorio de invenciones ha cruzado el imaginario del hombre que se desliza entre utopías, imágenes poéticas y artísticas, proposiciones científicas, ejecuciones tecnológicas y realidades concretas; dispositivos que han partido de leyendas, de literaturas, de instrumentos de música y de música mecánica, de autómatas, pasando por el fonógrafo y el gramófono hasta llegar a los medios de audio digital de la actualidad. En esta eterna lucha por dominar el esquivo e intangible sonido hemos desarrollado un extenso repertorio de medios. Tal vez la primera estrategia, a nivel del objeto, fue la de crear artefactos estables que suenen, como los instrumentos musicales, que son colecciones o almacenes discretos de sonidos, que operan, en muchos casos, en consonancia con la construcción de sistemas gramaticales y escrituras musicales. Otro medio primigenio, tanto a nivel corporal como instrumental, fue la construcción de los lenguajes orales que luego desarrollaron sus respectivos medios de representación gráfica. Otro camino en la búsqueda de estabilización del sonido, fue el de mecanizar y automatizar los procesos que lo generaban, se construyeron diversos artefactos e instrumentos musicales mecánicos, pudiendo sonar de manera autónoma liberados de la ejecución del gesto humano. Pero el medio que posibilitó la fijación del sonido, propiamente dicha, fue la fonografía y el conjunto de aparatos y procesos desarrollados a partir de esta. Desde la segunda mitad del siglo XIX, con el fuerte desarrollo de las “máquinas de comunicar”, que son aquellas que ya no se encargan de transformar energía o materia, sino de transportar y transformar paisajes, se comenzaron a trazar innovadoras rutas en cuanto al manejo del sonido, que se constituyeron en condiciones revolucionarias para la futura creación sonora. Como ya lo hemos anotado, en la década de los años ochenta aparecen el primer instrumento electrónico generador de sonidos, el telégrafo armónico o teléfono musical, el primer sistema de fijación del sonido, el fonógrafo, el teléfono y la radio, dispositivos que desencadenaron la creación de una serie de aparatos y procedimientos, que hasta hoy no se han detenido, para la exploración y expansión de las posibilidades de manipulación y transformación del material sonoro. Gracias a estas condiciones, el sonido y su percepción sufrieron cambios drásticos relativos tanto a sus características energéticas, temporales y espaciales, como a su conocimiento científico y su concepción artística. Fue posible generar sintéticamente el sonido, fue posible fijarlo en soportes y detener su transcurrir en el tiempo, fue posible recortarlo y separarlo del flujo temporal e instalarlo como “objeto” inerte para su observación y manipulación, fue posible transmitirlo a distancias más allá de las limitaciones estrictamente mecánicas y acústicas, fue posible modificar su intensidad amplificándolo o atenuándolo y por ende escucharlo de maneras antes impensables, fue posible crear mezclas inauditas e inéditas, fue posible repetirlo, reproducirlo y emitirlo por múltiples proyectores ampliando sus límites y desbordando sus condiciones causales, y fue posible manipularlo como un material plástico totalmente disponible a la maleabilidad.

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FABIÁN ALZATE

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Fabián Alzate / La noche del tiempo / Fotografía / 40x40 cm c/u/ 2008

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a sensación de recorrer un período de la historia como quien se pierde en un laberinto es acentuada por la sucesión de espacios envueltos en la noche. En la profundidad de la noche, la imagen de Mont Saint Michel es la de un gran volumen esculpido a golpe de luz. Todas las construcciones son proyectadas y rescatadas de la oscuridad por rayos ascendentes de luz de diferente intensidad que van configurando los espacios, las líneas, los volúmenes, los colores, las texturas y los niveles. Desde la distancia se puede apreciar la proporción y magnitud de un proyecto que necesitó varios cientos de años para su materialización: sobre la pequeña cima se edificó una inmensa abadía cuya sola iglesia posee una superficie mayor que la superficie de la cima. Para lograrlo, el conjunto integrado de todos los espacios de la abadía funciona como una gran plataforma que sirve de base a la iglesia. El resultado es una estructura casi monolítica, fundamentada y cerrada sobre sí misma que, a falta de superficie sobre la cual construir, recupera el espacio proyectándose y aligerándose hacia lo alto, hacia el cielo, hacia el infinito. En el interior el sistema de iluminación recuerda una gran escenografía del cine expresionista alemán en la que la alternancia de las fuertes luces y las sombras profundas hacen emerger por momentos las diferentes concepciones del espacio y del volumen según cada época; la sensación de recorrer un periodo de la historia como quien se pierde en un laberinto es acentuada por la sucesión de espacios envueltos en la noche. Si muchos elementos esenciales para una valoración completa de la historia arquitectónica del lugar permanecen ocultos en las sombras, particularmente el coro gótico de la iglesia abacial, es porque se quiso, de alguna manera, recuperar algo de la función originaria del lugar como espacio ritual y simbólico y no sólo como monumento de arquitectura. Se trata de una teatralización a través de la luz, sí, pero ¿qué ritual puede prescindir de la teatralización y el escenario?

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Carolina Convers / Bizarra / Esmalte sobre acetato / 125x89 cm / 2008

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e tenido un sueño recurrente durante varios años; suelo soñar que estoy en la casa de mis padres y el piso es a cuadros (existe la casa y el piso es a cuadros). En el sueño camino o juego distraída. Estoy sola. Luego de un rato al ver el piso, veo como se agrieta o se rompe apareciendo lava por debajo, asustada escapo o al menos eso intento hasta que me despierto. La obra es un intento por recrear ese sueño, ya que planteo que un sueño recurrente es lo más cercano a un corredor interminable en un laberinto. Bizarro es por la referencia al sueño, y por no aventurarme a una interpretación contundente. Decir algo acerca de los laberintos es complejo, desde el laberinto de Creta, laberintos borgianos hasta los laberintos urbanos, me atrevo a decir que el laberinto es la construcción más sensata y simbólica del ser humano para decirse a si mismo que está solo; y verse perdido en el mundo adquiere la sorprendente forma del entramado laberíntico.

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CAROLINA CONVERS

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No habrá nunca una puerta. Estás adentro Y el fortín abarca todo el universo Ni externo muro ni secreto centro. Y no tiene ni anverso ni reverso No esperes que el rigor de tu camino Que tercamente se bifurca en otro, Que tercamente se bifurca en otro, Tendrá fin. Es de hierro tu destino Como tu juez. No aguardes la embestida Del toro que es un hombre No existe. Nada esperes. Ni siquiera En el negro crepúsculo la fiera. Adaptación de Laberintos/Jorge Luis Borges

Angélica Ortiz / Pequeñas magias: El tiempo. / Cortes sobre papel pergamino / Variables / 2007 – 2008

Angélica Ortiz / Pequeñas magias: El amor. Sueño, secreto, canto, memoria / Acrílico y óleo sobre MDF/ 40x40 cm / 2008

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Tomado del catálogo Laberintos, obra en construcción. MAMBO, 2004

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uestra relación con el mundo se fundamenta en la percepción del espacio-tiempo inseparable. Para el arquitecto el espacio es la materia prima de la cual hace surgir formas y funciones, pero el tiempo es un elemento imperceptible del edificio que nos llega en su forma estática, espacial. Solo la obra en construcción nos permite entrar en relación con su progresión temporal. La fotografía, como documento y memoria, puede seguir las etapas y mostrar las transformaciones de la arquitectura. El autor se interesa en este lazo orgánico del espacio-tiempo que nace de la evolución de la obra en construcción y a imagen del cuerpo, cuyas funciones son internas, busca los aspectos escondidos tras las fachadas del edificio. En su aspecto arquitectónico la CIUP (Cité Internationale Universitaire de Paris) es una exposición a cielo abierto de estilos diferentes cuya variedad hace su originalidad y le da su identidad como espacio multicultural, pero en sus aspectos funcionales, lugar de residencia y de actividad cultural, la arquitectura halla su unidad. El proyecto de autor presenta bajo una misma identidad arquitectónica la diversidad de estilos presentes, gracias a su punto de vista unificador. He propuesto un recorrido bajo el signo del laberinto en el espacio y en el tiempo, donde se mezcla y se confunde la identidad particular de cada edificio anulando connotaciones de estilo y funcionalidad. El trabajo plástico se presenta como una narración con base en una escritura fotográfica secuencial. El seguimiento de los cambios de la obra en construcción permite la colecta de imágenes-documento, que luego son asociadas y transformadas entre si para crear una metáfora del espacio-tiempo. Aquí, instalación multimedia y fotografía fija se encuentran y se complementan para mostrar esta otra faceta del espacio-tiempo de la arquitectura regida bajo el signo del laberinto. Obra arquitectónica, trabajo fotográfico y narración, encuentran su unidad bajo la forma del cuadro pictórico que se expone en el museo y simultáneamente en la pantalla del computador, ofreciendo una nueva estética fotográfica y otra imagen de la obra en construcción.

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Iván Segura / Plancha 3 / Fotografía análoga en sales de plata / 100 x100 cm / 2004

Iván Segura / Plancha 1 / Fotografía análoga en sales de plata / 200 x 90 cm / 2004

“Un laberinto puede ser una construcción mental, una construcción arquitectónica; un laberinto puede ser un recorrido para encontrar una salida, o un sitio para perderse; un laberinto puede tener un hilo de Ariadna, pero también puede contener a un Minotauro. En un laberinto se puede ser prisionero o ser el liberador de la prisión; un laberinto puede ser una enciclopedia, o un punto que contiene millones de puntos; un laberinto puede ser un agujero negro, un mandala, una circularidad, una torre de Babel, una peregrinación hacia una ciudad santa, un trazado complejo en el espacio que busca un acercamiento al cielo, un lugar de iniciación para los miembros de una cofradía para vencer el miedo a la muerte, el título de novelas emblemáticas de América Latina o la exposición de Iván Segura que, como Teseo, explora visual y mentalmente el término laberinto y que nos proporciona un hilo para seguir las pistas de un camino”. María Elvira Ardila

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CONSTRUYE TU PROPIO LABERINTO Por Jorge Toro

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ara celebrar mi ingreso en Versátil –y agradecer a las personas que lo hicieron posible- realicé una fiesta en mi apartamento. Hasta esa noche había llegado orgulloso de la decoración (paredes en tonos pastel, cojines de batik, lámparas japonesas) y de mi pequeña pero selecta colección de arte (en la que figura una Marilyn de Warhol). Me gusta que los invitados se detengan a admirar las pinturas y me interroguen sobre ellas: ¿cuándo las adquirí? ¿Conozco al artista? ¿Costaron mucho? Como dijo un invitado en una ocasión, las pinturas son una seducción. También soy propietario de un sofá de pino escandinavo. Puedo reconstruir los mejores instantes de mi pasado alrededor de mis muebles, como, supongo, puede hacerlo la mayoría de las personas con una caja de galletas, un álbum de fotografías o una hoja olvidada entre las páginas de un libro. Mi vida está intrínsecamente unida a mis adquisiciones. Ellas son los signos de instantes originales, emblemas de épocas promisorias. Siempre compro algo para celebrar algo. Por sugerencia de mi psiquiatra compré el sofá para encontrarme a mí mismo. Recostado en él escucho la Quinta sinfonía de Carl Nielsen e intento acercarme al centro tangible de mi vida. A lo Inextinguible. Antes de los treinta había vivido en una copa de champaña. Alrededor de los cuarenta, asistí a la exfoliación de mi cabello. Mi cabello era mi único atractivo varonil; mi personalidad suplía el resto: Soy –era– “un tipo interesante”. Mi psiquiatra, sin embargo, insiste en que me hallo en una etapa de redescubrimiento: ha comenzado mi ascenso a lo Inextinguible. Debo relajarme, tratar de comprender mi perspectiva vital y adaptarme a las circunstancias: La madurez, dice, es una cumbre empinada. Solo y con menos cabello –y también con menos fortaleza– me pregunto qué me espera allí arriba. Entre tanto, tomo esencias florales contra la depresión. Yo estaba ebrio de triunfo por mi admisión en el staff de Versátil. Juzgo el éxito de una velada por la poca impaciencia que muestran los invitados en marcharse, el ritmo fluido de las conversaciones y la curiosidad de los invitados. Me gustan las fiestas, pero, sobretodo, me gusta estar en el centro. ¿No es lo que queremos todos? Todos queremos deslumbrar. Las fiestas me hacen sentir como un astronauta flotando entre las galaxias. Nada como ese cosquilleo en el cuero cabelludo y la sensación de levitar entre risas y conversaciones. Encargué un menú de carnes blancas, tablas de quesos, foie gras, caviar, verduras frescas y frutas dulces. También contraté los servicios de un mesero para atender el bar y pedí prestados a mamá sus jarrones griegos, que llené de crisantemos. Desde luego, respondí muchas preguntas sobre mis lámparas: ¿en dónde las había comprado? ¿se podían conseguir todavía? El editor de Vida Moderna, que vino acompañado por Kivi, su mascota charpé (yo detesto las mascotas), me preguntó que significaban para mí. Yo estaba más que dispuesto a responder la pregunta. Una pregunta así está en la órbita de mis intereses: es el comienzo de algo importante. Había previsto la pregunta, pero no quien la haría. Me había imaginado responderla a uno de los fotógrafos de la revista, un muchacho de facciones suaves, ojos verdes, cabello ensortijado y aspecto indefenso. Su cara era un S.O.S. y yo estaba dispuesto a atender la señal: Soy tu bote salvavidas. Dame la mano y sube. Me había sorprendido que fuera fotógrafo y tuviera ese aire de niño perdido en un centro comercial con un globo de colores atado en la muñeca. Llevaba un enterizo de color añil y un pañuelo anudado al cuello. René se llamaba. En una fiesta, como en una sinfonía, hay grandes temas y pequeños temas y, sobre todo, temas que siguen un curso caprichoso y sorpresivo, como este de las lámparas. Significan estabilidad, permanencia y seguridad, respondí a mi invitado. Me gustó la manera franca y directa como le dije. Sostenía un vaso de whisky y me sentía cómodo y seguro en mi nuevo traje, que había comprado en Boss para la ocasión. Elegí un conjunto claro de algodón y una camisa verde oliva por insistencia de mamá, aunque yo quería algo más informal. Había cuidado hasta el menor detalle. Me sentía vestido para el éxito, como en la canción de Roxette. Lancé una mirada buscando a René. Conversaba en el jardín con las chicas de publicidad. Pero no había prisa; la fiesta –mi fiesta– apenas comenzaba… Cuando todos se marcharon (incluido él), Sol y yo nos quedamos hablando de esto y de aquello. Modelos de moda. Quién dejó a quién. Nuevas franquicias. El tarot y el mountain bike. De pronto, Sol paseó sus ojos por las paredes con un reprobador aleteo de sus pestañas y dijo: Ahora que comienzas una nueva vida deberías redefinir tu espacio. ¿Te parece? Hay demasiados muebles. Me sentí herido en lo más íntimo por ese comentario, pero evité traslucirlo, y mi sonrisa se hizo más brillante. Tal vez tengas razón. Sol mencionó el nombre de un decorador a quien yo conocía de tiempo atrás. Una historia archivada del pasado. Aunque me doblaba en edad, tenían un no se qué que lo hacía atractivo. Nos citábamos

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en Oma a tomar café; sentíamos atracción mutua y estábamos en la fase de tanteo. En nuestra tercera cita, mientras conversábamos, pronunció la palabra asqueroso en un tono que me produjo hipo. En ese entonces, un detalle así podría alejarme de una persona por la que estuviera interesado. Yo no puedo oír la palabra asqueroso. Me produce náuseas. ¿Tienes su tarjeta?, pregunté No te preocupes. Mañana lo llamo y le diré que se ponga en contacto contigo. Me debe un favor. Sol sonrió para demostrar que la cosa sería rápida e indolora. Sólo un cambio de mobiliario. Una pequeña concesión que yo debía hacer al nuevo sistema de lealtades del cual me había convertido en el miembro más reciente. Deseé con todas mis fuerzas que Sol se olvidara de ello. De repente perdí el interés por la conversación y se me escapó un bostezo. La huida de René, el comentario de Sol y la eventualidad de volver a tratar con aquél residuo de mi pasado, me destrozaron. Aunque le había pedido que no se fuera sin despedirse, el chico se había fugado con una de sus fans. Sentí envidia de la chica porque lo tendría esa noche para ella sola, mientras yo, en cambio, me iría solo a mi cama. La conversación languideció, me sumergí en un oscuro silencio y Sol tocó la retirada. Le había prometido a mamá llamarla para contarle los pormenores. Antes de marcar su número, puse el contestador automático. Quería saber si había un mensaje de Patrick. Oír su voz me habría consolado. Había acordado con el doctor Calvo que modificaría es pauta de conducta, pero, como ven, falté a mi palabra. No one message, dijo el contestador. Me negué a aceptarlo y di vuelta al principio de la grabación, con una súbita palpitación en el pecho. No one message, la máquina emitió un pitido agudo. Me sentía chapotear en las miasmas cuando marqué el número de mi madre… ¿Dormías? No. Estaba leyendo una revista. ¿Qué tal resultó todo? ¡Un éxito! ¡Felicítame! Lo dije sin convicción; a ella, sin embargo se le escapó. ¿Y Sol? Acaba de irse. ¿Vinieron a recogerla? Eso creo. ¿Hombre o mujer? No sé, madre. ¿Cómo iba a saberlo? Su chofer, me parece. ¿Tiene chofer? Obvio. Debiste acompañarla. ¿Se lo propusiste? No. Debes hacerlo la próxima vez. Invítala a almorzar una o dos veces por semana. Te daré el nombre de un restaurante. Acabo de leerlo. Sirven comida tai. De acuerdo. ¿Te comento algo especial? Me recomendó cambiar la decoración. ¡Fabuloso! Nos encargaremos de eso. ¿Alguien interesante? Vino ese muchacho, el fotógrafo del que te hablé… ¿Está contigo? Se fue sin despedirse. No le gusto, mamá. No te preocupes. Eso pasa al principio. Me sentía al borde del vacío. Ella lo percibió. ¿Te sucede algo? Estoy cansado, eso es todo. ¿Por qué no tomas un baño y después te vas a la cama? Prométemelo. No te vas a quedar pensando tonterías. ¿Has estado tomando las esencias? Quisiera beber la esencia del olvido, madre. No puedo seguir así. Quisiera verlo, saber de él. Sé que es estúpido, pero no puedo seguir así, mamá. Contrólate, mi amor. Tampoco es el fin del mundo. Piensa en el nuevo horizonte que ahora se te abre. Me siento solo y lo echo de menos. Ni siquiera conoces a ese muchacho y ya estás sufriendo por él. Estaba hablando de Patrick, mamá. No de René. ¿Se llama René? René ¿qué? René Mojica. Conozco unos Mojica de Cartagena. No pretendas conocer a todo el mundo. ¿Todavía lo extrañas? Mamá, ¡por Dios! ¡Cómo me haces semejante pregunta! Claro que lo extraño. Siempre voy a extrañarlo.

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Lo extrañaré mientras viva. Me niego a olvidarlo. Prefiero morirme. Bueno, cálmate. Estas no son horas de discutir. Yo te amo y quiero verte feliz. Quiero que sientas que hay alguien que te quiere de verdad… No llores mamá. Sería lo único que me faltaba. No estoy llorando; te estoy diciendo cuánto te quiero. Yo también te amo, mamá. Sin tí estaría perdido y tú lo sabes. Me haces sentir vieja. Dime Tere. Hice un enorme esfuerzo para decir: Tere, amor mío, nunca serás vieja. Te lo digo yo. Gracias, corazón. Si quieres mañana mismo podríamos arreglar lo de la decoración. ¿Te sugirió algo Sol? En pocas palabras, dijo que mi apartamento parece un anticuario… Eso no es cierto, tus muebles son muy distinguidos. Los de tu hermano… Antes que lo olvide, me llamó hace un rato. Mañana estamos invitados a su casa. Darleck cumple años. ¿Cómo pudieron ponerle ese nombre? Cosas de tu hermano. Tú lo conoces. No me puedes dejar ir sola. Además ellos van a preguntar por ti. Vivi te estima y Darleck te quiere. Pero no mi hermano, quise decir. Abrigaba muchos temores a cerca de mi hermano. Un buen día apareceríamos en la página roja de El Espacio. Me asaltaba la sospecha de si no tendría una Luger oculta en el bolsillo, con la que nos acribillaría a todos en el comedor mientras comíamos el postre. Transpiré debajo de mi camisa nueva. Te noto fatigado. Anda, ve a tomar un baño, relájate y acuéstate. Mañana será otro día. Una sensación de ensimismamiento destructivo se adueñó de mí en la bañera y me arrojó por la puerta falsa de mis recuerdos. Recordé el viaje de vacaciones que Patrick y yo hicimos a Escandinavia. Nos habían prestado una casa de campo cerca de Lund. Aunque nos habían advertido que no valía la pena atravesar el Báltico en pleno otoño, yo me obstiné en ir. En mí había ese anhelo por los horizontes invisibles. Quería contemplar la tonalidad escandinava, los bosques en penumbra, los crepúsculos bálticos. Tenía que hacerlo y logré convencer a Patrick. Cruzamos Alemania en un tren nocturno. Transbordamos en Hamburgo. En nuestra litera encontramos un paquete de dátiles olvidado tras el respaldo de la silla y una moneda de veinte coronas en el piso. En Lund, mientras yo escuchaba el melancólico scherzo de la lluvia en los cristales de la ventana, Patrick maldecía nuestro confinamiento y propinaba puntapiés al radiador de la calefacción. Una mañana dijo que quería ir a Lund a conseguir hierba. Pasada una semana, fui a la comisaría y reporté su desaparición. Tal vez tenía razón, pensé; habríamos podido pasarla mejor en Capri. Por supuesto mi madre me lo había advertido. Mi recopilación del pasado me envolvió en una ácida lluvia de recuerdos. Las sales aromáticas me adormecieron y soñé con Vivian. En el sueño, Vivian intentaba seducirme. Vestida con una túnica color pensamiento (era el tono del vestido que llevaba Sol), Vivian ejecutaba una danza. La escena era hierática. Yo seguía su rito erótico desde la bañera. De pronto mi hermano salió de la ducha, con una toalla atada a la cintura y un puro entre los dedos. Llevaba un gorro de cartulina con un crespón de papel satinado ladeado sobre la cabeza. Se acercó a mí, se metió el puro en la boca y, mientras me enviaba una sonrisa cáustica, dijo: Acércate a Vivi; mira su lombricita. Mi hermano tiene el mentón hundido; el semblante arrogante, la nariz recta y recia como la quilla de un barco; sus labios gruesos delatan una sensualidad indomeñable. No es de los tipos que les gusta andar riendo y contando chistes. Quienes tienen la desgracia de tratar con él saben que no se pueden ir por las ramas. En sus ojos hay un mal fario, un destello frío e insondable, y un distanciamiento provisto con todos los matices de la desconfianza. Una tarde, ojeando un viejo ejemplar de M.D. en la sala de espera del doctor Calvo, encontré un artículo sobre la psicología del hemisferio derecho. Captó toda mi atención. Al concluirlo yo estaba extático: había encontrado su talón de Aquiles. Mi hermano era una bomba neuronal (sic.), una acumulación de anomalías encubiertas y perturbaciones al acecho. Los zurdos son mitómanos, presa fácil de las adicciones. Conflictivos, soberbios, insociables, alientan las tendencias maníacas. El artículo citaba una alta incidencia de casos de misticismo y criminalidad entre la población zurda (en contraste con la dócil población de los diestros). Recordé la esclava de oro macizo que ostenta en la muñeca izquierda. Más que un signo de status, la esclava es un emblema de su omnipotencia (la llevaba como la estrella del Mercedes, como la hélice azul y blanca de la BMW), Sí, zurdo. “Tome, lea. Aquí está la respuesta del enigma”, le extendí la revista abierta por la página del artículo al doctor Calvo. Sugerí emprender una acción penal contra mi hermano. Había suficientes razones psiquiátricas para apartarlo de la sociedad. Todos estábamos en peligro. Más tarde, cuando volví a casa me eché a llorar en un sofá. Un llanto catártico que rezumbaba autocompasión. Mezquino como Judas, esa tarde, durante la sesión, había vendido a mi hermano. ¿Y qué le iría yo a explicar a mamá? Nosotros dependíamos de él. Si yo quería cambiar el color de una pared, mamá tenía que consultarlo con mi hermano. El daba el dinero.

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Mi hermano había hecho carrera en el sector financiero, prestando asesorías a empresas constructoras y firmas contratistas. Luego se convirtió en el hombre de los megaproyectos. Por insinuación de Vivian, abrió una galería en la era mágica de los ochenta e hizo montañas de dinero vendiendo arte. Mi hermano juega con el mundo como un malabarista lanza al aire cinco pelotas al mismo tiempo, cosa que muy pocos hombres consiguen hacer (la mayoría se limita a recogerlas, como los cadies van tras las pelotas de tenis: comentario de mi hermano). Mi hermano se halla en el gradiente de fuerzas demasiado poderosas; en el centro de tres coordenadas inequívocas: dinero, poderío y dureza. Dureza sobre todo. Es un émulo de Spock, su héroe, pero viéndolo bien es un superpillo. No parecemos hermanos bajo ningún aspecto. ¿A quién se parece mi hermano? No a mi padre, que no fue un hombre ambicioso, aunque supo iluminarse con la luz de su buena estrella. Era analista político y profesor universitario y por último cónsul honorario. Primero en Atenas y luego –gracias a las influencias de mi abuelo materno- en un país asiático, cuyo nombre es para mí fuente de lapsus sintomáticos. El país había sido colonia holandesa. Como decía mi padre, la diplomacia tiene mucho en común con el brillo de una estrella extinta. Uno no ocupa ninguna situación definida en el mundo real, pero uno consigue deslumbrar (aunque era mejor no revelar en dónde se ejercía la representación). Lo cual parecía un indicio de cordura y buen humor de su parte. Se necesitaba mucho de ello para quedarse en ese lugar tan remoto como la tierra del Mago de Oz. Viviendo allí, mi madre comenzó a sentirse desorientada. Se levantaba con la sensación de ser invisible. Se le comentó a mi padre, en uno de esos fugaces momentos en que él se dejaba ver (permanecía semanas enteras aislado en su estudio, escribiendo una historia del Frente Nacional). Mi padre le sugirió viajar; tenía el Oriente a tiro de piedra. A ella le pareció una solución satisfactoria y trató de recuperar la “visibilidad”. En un vuelo, conoció a un médico canadiense, su compañero de silla. El médico le explicó que su desorientación era efecto del magnetismo terrestre. Él había podido corroborar ese fenómeno infinidad de veces. Conocía a individuos que habían perdido el seso por estar en el lugar del mundo menos adecuado. Culpaban al calor, al trópico, a la selva. Pero la razón era más sencilla: la polaridad terrestre los había afectado. Mi madre siguió a medias las explicaciones. Pero le pareció satisfactoria. Y decidió tranquilizarse. Recibí muchas cartas suyas escritas desde Kuala Lumpur, Lasa, Tiflis y otros lugares de mágica denominación. Eso sucedía a miles de kilómetros de distancia. Mi madre erraba por el mundo sólo para tener el consuelo de poder escribirme en la soledad de la habitación de un hotel y desahogarse: yo era su único confidente. Se sentía estúpida y manipulada. Viajaba sin sentido y sólo por complacer a mi padre: Ahora déjame tranquilo y ve a Shanghai a ver por qué no estoy allí. Fuimos una familia nominal, refinadamente desquiciada. Cada uno de nosotros hizo su vida en continentes opuestos. Mi hermano se fue a Chicago; yo me fui a París. Mi madre dejó a mi padre. Y mi padre jamás volvió. La revisión de mi dossier familiar me dejó un crudo vacío en el corazón. Salí de la bañera y vi mi reflejo en el espejo: una gimoteante figura de Plaza Sésamo que quería amar. Ese chico se había empinado para coger los dorados frutos del Árbol de los Sueños. Pero no creció lo suficiente para alcanzarlos. Me fui a la cama. Los pequeños montones de confusión apilados en los rincones de mi mente se fundieron como nieve al sol. Alguien puso el letrero de Cerrado y el Cartero de los Sueños buscó la nomenclatura secreta de mi yo y deslizó una carta bajo la puerta. Compré un boleto ala Emperatriz y entré en la feria. Una banda de músicos uniformados de terciopelo azul y casco de penacho rojo pasó tocando la retreta. La chica que cambia besos por bromas me regaló una nube de algodón de azúcar. El Sabio me sonrió a la entrada del Túnel del Terror. Di un paseo y me asusté como es de rigor con los esqueletos que caían del techo de la gruta: mi hermano, Vivian, Patrick. Todos hacían buuu. ¡Fantástico! ¡Cómo me divertían! Aposté a la ruleta y gané un globo. La Sacerdotisa lo tomó en sus manos y leyó mi suerte. Tenía que darme prisa, dijo, el parque iba a cerrar. Aún me faltaba montar en el carrusel. El carrusel giraba al son de la música de una pianola. Paladeé el breve minueto de la pianola. Era una vieja tonada infantil. Allí estaban Desmond y Molly Jones. Llevan un chico de la mano. Eran una familia feliz, Desmond y Molly Jones. El nuevo día tenía la helada fragancia de un buque de narcisos. Cuando abrí los ojos, mi madre estaba colocándolo sobre mi mesa de noche. Quería darte una sorpresa, me dijo. ¿Dormiste bien? Se hace tarde. Apúrate. Tu hermano viene por nosotros en quince minutos. Es mejor que no desayunes. Yo empacaré el regalo mientras te bañas. Sacó una caja que llevaba dentro de una vieja bolsa de compras de Mancy´s (a mi madre le gustaba guardar las bolsas de los almacenes elegantes que había visitado) y me la mostró. ¿Te acuerdas? A ti te gustaba mucho este juego. Pasabas horas con él. No había quien te hiciera mover. Se lo daremos a Darleck si no tienes inconveniente. Había sido un regalo deslumbrante. Mi memoria intentó balbucear algo. ¡Cállate!, le ordené. No quiero escucharte. Y mientras mamá se ponía a envolver el regalo para Darleck, yo fui a ducharme.

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a línea cómplice de Ariadna y Teseo se dilata en la extensión de un camino. Ovillo: reducto de tiempo y espacio recorrido o por recorrer; linea curvada sobre si misma de masa en aumento: espacio ya recorrido, de masa en detrimento: espacio por recorrer. En el trayecto, el ovillo puede mutar a línea extendida o incrementar su masa de vuelta mientras se recoge. Entre más me alejo, más se apresura, menos pesa, más se alarga, más se ahuyenta, más se aligera…; entre más me acerco, más pesa, menos se alarga, más se compacta... Espero, no “fuí” a ninguna parte. El pedal está hecho para ir a ninguna parte.Dibujo los caminos y de manera simultánea, acorto sus extensiones sin necesidad de recorrerlos. Concibo las líneas que me permiten, sin dar un solo paso, conectar el conjunto de espacio y tiempo irrepresentables.

CATALINA PARRA 50

Catalina Parra / Pedal / Dibujo / Instalación / Pedal eléctrico, hilo / Variables / 2008

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EL LABERINTO EN INTERNET Por Aliex Trujillo

“El que sólo busca la salida no entiende el laberinto y, aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido” José Bergamín Google, el neominotauro

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nternet se pensaba como un territorio democrático, horizontal, y equitativo. Barabási demuestra, con la técnica gráfica y las matemáticas topológicas, que hay nodos de conexión que son privilegiados por estar más conectados que el resto de los usuarios de la red. Estas topologías reproducen el antiguo modelo occidental centro-periferia. El laberinto vuelve a tener minotauro, monstruo central que ideologiza las miradas. Un ataque a este centro destruiría el laberinto, como lo describe Barabási en Linked,. Cuando muere el minotauro el laberinto muere también, porque ha sido configurado con esta forma por él mismo. Ariadna sabe que el ovillo dado por Dédalo junto con la espada pondrá fin a la tragedia y pone estos objetos en las manos de su amor. La teoría de Barabási es el hilo. Salvando la escala, la red global de la información, según Barabási, reproduce el mito platónico de la caverna y el de la bestia de Creta y su singular morada. Este laberinto ha sido simulado en grafos que dan información global emergente. Hay 12,97 ordenadores por cada 100 habitantes en el planeta. Colombia tiene 4,7 por cada 100 habitantes, esto nos deja un margen bastante estrecho de participación en la conexión a Internet. Esta es la primera trampa del laberinto occidental. Somos países de tímida participación en la red global, lo cual nos da una desventaja que rápidamente se convierte en obstáculo. La otra trampa del laberinto es la forma en que la red se distribuye. Se pensaba que la distribución era aleatoria, quiere decir que todos los nodos conectados a Internet tenían similares probabilidades de estar conectados con el resto. Se configuró una especie de optimismo triunfal alrededor de la posibilidad de que la red global le ofreciera iguales posibilidades a todos, ricos y pobres en la sociedad de la información. Se escribieron montones de apologías a la Web, muchos de esos discursos todavía circulan en los medios académicos; se enunciaba y se enuncia la Web como una potente herramienta para democratizar las fuerzas que inciden en problemas de alcance mundial, como el hambre y la pobreza. La trampa se cierra cuando nuestros países siguen creyendo que esta brecha digital puede ser saldada solamente con la compra de computadores y de recursos conectivos. A pesar de esto, los márgenes en la potencia de conexión son abismales. Barabási, científico proveniente de uno de los llamados países emergentes y profesor en la Universidad de Notradame en los Estados Unidos, demostró en 1998 que la distribución democrática de los vínculos en Internet, era un modelo errado. Según él la red está distribuida con otro patrón. Lo determinó diseñando unas sondas informáticas que se desplazaron en la red recogiendo información sobre el estado de las conexiones. Los resultados que publicó fueron asombrosos: en los grafos aparecían monstruosas conexiones en unos pocos nodos. Es probable que el acceso a la información desde cualquier lugar del planeta pase por los llamados hobs -nodos de la red que mantienen más de dos millones de conexiones-. Los hobs son menos del 0,01 por ciento de los nodos conectados a Internet. El ochenta por ciento de los nodos mantiene menos de cuatro conexiones. Google es uno de estos hobs, en una red libre de escala, la distribución no es aleatoria, es una distribución que favorece en potencia a los hobs. La inmensa mayoría de nosotros accede a estos hobs cada vez que nos conectamos a Internet. Se repite el modelo centro periferia que occidente instala en sus dispositivos. Se reproduce el esquema colonial, no sólo en lo referente a la equidad en el acceso, sino que éste acceso reproduce un tipo de conectividad similar a un pulpo donde cada tentáculo es un arma de vigilancia y control. Internet es un laberinto muy resistente a las transformaciones aleatorias. El éxito del minotauro consistía en que los atenienses siempre intentaban salir de la condena escogiendo aleatoriamente el camino a la salida, el terror los instaba a escoger al azar. Dédalo, herrero prolífico, servidor de reyes, misántropo y estafador, padre de los ingenieros; construyó un obstáculo geométrico. Separado de la armonía de los poetas, el herrero sabía de la trampa de los azares. Fabricó también la solución, bajo el concepto de que el camino de entrada es un espejo de la salida. El hilo de Ariadna es la solución y el espejo. Internet funciona similar. Cuando publicamos un blog estamos suponiendo que toda la red tendrá acceso a nuestros intereses, que estamos participando en la globalización de las subjetividades. Ese

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blog difícilmente llegara a los nodos de menos de cuatro conexiones, eso nos margina del 80 por ciento de la red sólo en un comienzo. Quiere decir que del laberinto no se puede salir si escogemos al azar, si creemos que estamos democráticamente conectados y que somos protagonistas. Si me dan a elegir entre cuatro caminos y elijo al azar estoy asumiendo que los cuatro caminos tienen igual probabilidad de ser el verdadero, los laberintos no funcionan así. Generalmente tienen una solución, esa solución está protegida por distractores, caminos posibles que no llevan a ningún lado. Los distractores garantizan el éxito de la dificultad. En Internet no podemos suponer que el acceso a los centros de vigilancia y control está garantizado en igualdad de condiciones. Pero hay quién tiene una potencia de conectividad envidiable, el mítico Teseo, una especie de hacker político, el héroe contemporáneo. Adolescentes que crecen en los enlaces de una red que empequeñece para ellos. El reto de estos personajes noctámbulos, salidos del género Ciber-Punk en ciudades góticas y circuitos electrónicos, es derribar los accesos para ganar reconocimiento en una red social en línea. En una gráfica plana de cantidad de nodos contra cantidad de conexiones, la curva se describe con la cantidad de nodos que tienen las mayores cantidades de conexiones y la cantidad de nodos que tienen muy pocas conexiones. La curva exponencial quiere decir que bajo esta ley, son muy pocos los nodos bien conectados y la mayoría de los nodos está con una conectividad muy baja. Las redes libres de escala son frágiles a los ataques dirigidos, porque al poseer la inmensa mayoría de las conexiones en la red, se hace muy engorroso la vigilancia. Los protocolos fallan y los hacker, pueden dejar sin conexión una parte importante de la red global con sólo modificar códigos fuentes en un hobs que tiene conexión preferencial. Teseo digital derrota al minotauro de la información. Este puede ser un titular de algún medio del futuro.

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EDGAR NEGRET

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Edgar Negret / De la serie Andes / Alumino pintado / 89x175x184 cm / 1975


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