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¿Qué nos dejará la pandemia como enseñanza? Por el Prof. Dr. Sergio del Prete (*)
alificar la pandemia de Covid-19 como la mayor catástrofe de los últimos 100 años de la historia sanitaria mundial dista de ser sólo una expresión cuasi apocalíptica. Pocas veces las diferentes sociedades y sus sistemas de salud han debido enfrentar a un enemigo poco conocido, pero no menos contagioso y letal, y hacerlo desnudando la fragilidad de sus tradicionales esquemas asistenciales. A lo que se sumó un enorme desconocimiento respecto de terapéuticas y necesidad de recursos. No había suficiente componente humano especializado para enfrentar tremenda demanda, y el intento de resolverlo comprando toneladas de equipamiento médico demostró su endeblez. No muy alejada en el tiempo la última gran causa de muerte en el mundo, ocurrida entre 1957 y 1958 y producto de un brote de influenza A H2N2 también originado en China y con estimaciones de alrededor de 1 – 4 millones de personas fallecidas, se abandonó a la memoria sanitaria tan rápidamente como el evento fue superado. Y el mundo no se puso en alerta respecto de la posible aparición de una nueva crisis de este tipo. Como resultado, la mortalidad actual por irrupción del Covid-19 -aún lejos de su control- ha llegado a los 2.5 millones. Y nadie puede aún prever con seguridad cuál será su número final. Ya se habla de una nueva Enfermedad X, mientras sucesivas oleadas del Covid-19 siguen asolando Europa y Estados Unidos, cada una con mayor incidencia y letalidad. Mientras América Latina acompaña este derrotero con cierta dosis de retrasos favorable respecto de su aparición, pero no sin menores tasas de gravedad. En este escenario complejo, los medios de comunicación y las redes sociales han resultado claves en la percepción de la magnitud del problema. Pero también en generar confusión respecto de un tema muchas veces tratado de manera inadecuada, superficial y hasta sensacionalista. Con el agravante que éste no depende sólo de su particular naturaleza, sino también del tipo de manejo informativo y del grado de politización y sectarismo que debió enfrentar. Cuestión asociada a que la modelización de su comportamiento epidemiológico ha venido fallando en las predicciones de las autoridades sanitarias, acompañado de errores de comportamiento estratégico por parte de los líderes políticos. En ese contexto, las medidas preventivas se fueron justificando más por incertidumbre que por conocimiento preciso, y a veces hasta relativizando ciertos efectos adversos inevitables. Inicialmente, la consigna del dar valor a la salud por sobre el impacto económico se transformó en una falsa premisa, producto de errores e improvisaciones que derivaron en falsas promesas. La contención y el confinamiento bajo distintos esquemas de abordaje, respuesta imperante en la fase inicial de la primera ola -si bien contribuyó a reducir la propagación del daño y la mortalidad- tuvo un
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efecto devastador sobre muchas economías que quedaron paralizadas. La pandemia demostró que no incorporar en forma rutinaria principios de buen gobierno en todos los niveles jurisdiccionales lleva a tensiones institucionales y sanitarias de tal magnitud que terminan condicionando la calidad y efectividad de la actuación sanitaria. De allí que el dinamismo de los conocimientos y prácticas de la salud pública futura vaya a demandar profesionales con adaptabilidad, independientemente de que haya especializaciones, particularmente en las áreas investigadoras y académicas, que deban establecer una guía científico-técnica. El conocimiento actual respecto de la ecología microbiológica y la tendencia bajo la cual va evolucionando naturalmente la humanidad y su medio ambiente indican que inevitablemente ocurrirán nuevas pandemias de naturaleza impredecible de su evolución. Más allá del reconocimiento que la mejor manera de detener la explosión demográfica de un patógeno es el corte abrupto de su cadena de transmisión, en un mundo globalizado y altamente interconectado sumado al alto y continuo flujo de tránsito inter países de personas y mercancías, hacerlo efectivo se torna un gesto difícil y complejo. A lo que se suma que no hay estrategias supranacionales claras, conjuntas y de diseño correcto en ese sentido. Como tampoco parece haber colaboración estrecha entre servicios veterinarios y médicos, frente a lo que en forma cada vez más frecuente resulta un fenómeno disruptivo derivado de la interacción estrecha del ser humano con alguna de las especies animales con las que convive. Esto obliga a pensar en forma perentoria a disponer de un sistema de vigilancia epidemiológica “on time” a nivel mundial respecto de cuestiones como son la interacción con la fauna silvestre, el uso y manipulación cada vez más frecuente de agentes biológicos en laboratorios de investigación tanto civiles como militares, y el control y asilamiento inmediato de toda población donde se refiera la aparición de un brote de etiología desconocida. Y también en relación con la manera de conformar reservas estratégicas de equipos de protección individual y mascarillas, coordinando su compra y la de las vacunas necesarias y explotando al máximo las economías de escala que el poder de monopsonio confiere a países enlazados como socios estratégicos. El mayor inconveniente para lograrlo no sólo son las diferentes respuestas de salud pública ante un agente emergente, sino los prejuicios respecto de la capacidad real de los países para contenerlo o de su asociación con cuestiones altamente ideologizadas o politizadas. La experiencia marcada por el titubeo inicial para enfrentar esta pandemia muestra lo farragoso de las formas de disponer y distribuir equitativamente y sin argucias políticas las escasas pruebas de detección a su inicio, de la utilización política de las cifras de infectados y muertos, de cierta y poco disimulada incomprensión res-