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Reconocer el problema:
los geriátricos frente a la pandemia “Que nadie diga, como con tanta frecuencia eso no lo sabíamos… Que nadie guarde silencio por la semana y hable libremente el domingo… No queremos levantar nunca más monumentos a víctimas en que antes no se pensó…” Günter Grass Antes que sea demasiado tarde
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Por el Dr. Ignacio Katz
l desafío de envejecer, que ha merecido artículos anteriores en esta misma Revista, sigue mereciendo un detenido y reflexivo análisis, ya que constituye un eje innegable de la medicina actual y de manera creciente en tanto se alarga la expectativa de vida. Hoy, sin embargo, la situación se agrava en esta coyuntura donde tanto la enfermedad virósica del Covid-19 como “el remedio” preventivo del aislamiento, implican una pinza que acorrala al adulto mayor de manera trágica. Efectivamente, el riesgo de contagio de este sector de la población esconde la segura y total condena a una reclusión que ya lleva cinco meses, y se alargará por lo menos cinco meses más (cuando, en una proyección optimista, se consiga la vacuna). Pasado un primer momento de comprensible extremismo en las medidas, a esta altura resulta imperdonable que no exista un riguroso esquema de atención integral a la población mayor que, bajo el argumento de ser protegida, resulta una vez más relegada al olvido. El desafío es doble: comprender lo incomprensible (con números que confunden), y desentrañar cómo un proceso biológico universal (envejecer) es usado como manifestación de deshumanización. Quisiera acentuar este último aspecto, que se refiere menos a las condiciones socioeconómicas y sanitarias que a las condiciones morales y éticas. La vejez no es una enfermedad, sino que supone un estado de mayor vulnerabilidad, es decir, de exposición mayor a los factores de riesgo, enmarcados en un proceso que abarca emergentes como son: la soledad, el sedentarismo, la desnutrición, y el destrato. Pero estos problemas se pueden afrontar. De otra calidad y magnitud son el exilio interno, la marginación y la exclusión social durante la pandemia que desnuda así su cruda situación. De fondo, el problema radica en tratar como urgencia o emergencia lo que ya constituye una catástrofe o incluso (ya que “catástrofe” sólo les compete a los eventos naturales) un desastre, siguiendo la nominación de la Organización Mundial de la Salud, recordemos el significado de: ■ Urgencia: la aparición fortuita de una afección de
causa diversa y gravedad variable que genera la conciencia de una necesidad inminente de atención.
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■ Emergencia: una situación de muerte potencial para
el individuo si no se actúa en forma inmediata y adecuada. ■ Desastre (Catástrofe) es un hecho natural o provocado por el hombre que afecta negativamente a la vida y requiere que las partes implicadas renuncien a la autonomía y a la libertad tradicional, para producir respuestas en conjunto y organizadas, siguiendo un comando o estructura definida. A este “momento situacional” no se arriba por accidente sino por ignorancia y negligencia sanitaria. A más de 150 días de instalado el confinamiento (mal llamado cuarentena) se transparenta el estado de indefensión al que son sometidos los adultos mayores ante la parálisis de conciencia y sensibilidad por parte de la sociedad toda. Parálisis en la responsabilidad y en el compromiso moral y ético. Claro que no resultan conducentes acciones de voluntariado espontáneo sin un mapa de investigaciónacción que trate el problema como tal y encamine su resolución. Se trata de una faceta más de la necesaria gobernanza sanitaria. Las políticas públicas no deben convertir a los adultos mayores en objeto de asistencia, sino en sujetos de derecho, sujetos de dignidad. Nos preguntamos dónde está la actividad articulada entre el Ministerio de Salud, la Superintendencia de Servicios de Salud, la ANSES, el PAMI, las Organizaciones Civiles a fin de cumplir con el principio de complementariedad. ¿Dónde están los ciudadanos, tanto los familiares como aquellos en su faceta solidaria o fraterna, a fin de instrumentar acciones políticas? Se trata de un imperativo moral de los derechos humanos básicos y de la ética de la dignidad. Debemos superar la obediencia debida, donde un coro de asesores se atribuye autoridad legítima e impone una obediencia ciega que confunde riesgo con vulnerabilidad, residencia con enclaustramiento, encierro con captura, y marginación con exilio interno. Es hora de correr el velo o el telón. Todo encierro mayor a 15 días en un adulto mayor sin fisioterapia ni apoyo psicológico de sostén simula una cárcel sin patio, y potencia ese ensamble de cuatro componentes ya mencionado, en un ambiente de anomia e ignorancia que desconoce hasta la diferencia que hay entre contagio y transmisibilidad.