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EL DELOREAN

Historias de minas de oro, depósitos de leche y cigarrillos sueltos de leche y cigarrillos sueltos

Por Álex Garmendia

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Venga niño, diez pesetas son, rápido date brío, ¡Venga! decía Juanjo Laya, al otro lado de la valla y mirando por encima nuestras cabezas hacia el interior de las Escuelas Nacionales Miguel Primo de Rivera. – ¡Señor Laya! – Se oía la voz de alguna maestra en tono amenazante bajando la cuesta de entrada al edifi cio.

– Venga chavales, mañana más.

Y nos dejaba, tras lanzarnos las vueltas desde la distancia y acelerar el paso hacia su ultramarinos, en mitad del recreo, con el difícil objetivo de ocultar en abrigos y pantalones nuestros regalices de a peseta o los paquetes de pipas de a diez, evitando así que nos fueran requisados por la autoridad competente.

El estraperlo diario de aquel patio se calcaba a cientos de metros de distancia en el colegio José Antonio en manos del entrañable Ángel, fi el lector diario de laTorá, y su puesto situado estratégica e ingeniosamente en el mejor punto comercial del municipio.

Y es que la calle fue el hogar de todas aquellas generaciones.

Desgastando las llantas de las modernas Californias o aquellas Bicicross BH, que pesaban como si hubiesen sido fabricadas con puro plomo, subíamos hasta El Pedal cada vez que teníamos que recargar de aire las ruedas de nuestras monturas. Aquel Pedal que se situaba donde luego estuvo el Mississippi antes de su posterior mudanza que lo llevó más arriba, al callejón junto al Charles.

Los barrios marcaban los límites de la felicidad.

GANADORES Equipo de barrio luciendo trofeo en Las Escuelas Nacionales Miguel Primo de Rivera en 1976. Aparecen Panadero, Álvaro, César, Ramonín San Julián, Borrajo y Ferino, los hermanos Garmendia - Luis, Ramón y Esteban- Quique, Manuel, los hermanos Herrán -Iván y Rober- y Portillo.

Esperancita, en La Rinconada, a Raúl “Oju rasgau”, en Calores, donde lo mismo comprabas hilo que chuches, en la librería de Rasines, en la “Tienda del Cartero” (de cuyo nombre no puedo acordarme) o en el kiosko del bueno de Joaquín, al que siempre acusamos de ser un par de pesetucas más caro que el resto.

Otros, descendientes del Tinaco y de la Puebla, echaban la tarde en Snoopy o compraban en la tienda de Ochoa, en la Gominola, o en Liébana, o en Ultramarinos Celdrán, o algunos años antes donde mis abuelos Chelo y Ramón.

San Lorenzo fue un vergel de vida infantil y adolescente, siendo su catedral la sala de juegos de Patricia, donde era habitual recordar constantemente a dios y escuchar su buen nombre circular en todos los sentidos. Muchos otros lugares construyeron una maraña de felicidad y de buen barrio como las tiendas de Pilar la Gallega, o la de Maruja y Evaristo (hoy Las Dos Bes) o la tienda de Pedrito, donde el Terminus.

Especial mención merecen lugares como la sala de juegos de Colás y su ¡¡mecagüen la pistola!! que desvirgó a muchos en el mundo arcade con el Comecocos, los marcianitos o aquel futbolín de hockey hielo con marcador electrónico que nos

dejó a todos petrifi cados.

O aquel Game, pronunciado «game», como suena, que nadie venga empapado en esnobismo y suelte un «se dice gaym». Donde gastamos el 35% del PIB español entre máquinas como el Street Fighter, el Goal o el Golden Axe. Con su scalextric en la planta superior que apenas era visible por el humo de los cigarros que, comprados sueltos en la librería Cervantes, todos los adolescentes consumimos a resguarda de ojos adultos a apenas unos pocos escalones de distancia. ¡Quién no ha escondido el mechero de cocina de sus madres en la mochila del instituto y se habrá jugado el pellejo dándole un chispazo a algún recreativo para sacar partidas gratis! ¡Quién no ha corrido a una de sus máquinas cuando se iba la luz para decir que el apagón le había escamoteado el récord de pantallas pasadas con cinco duros!

Los Flati o Carla estaban situados en el lugar exacto para que en aquellos días en que no te apetecía el bocadillo de tortilla del bar de Maxi, en los recreos del Bernardino, comprarte una caña de chocolate o un paquete de Triskys o de Risketos.

El Zurich y sus escaleras de subida, junto al servicio de la planta baja, era un enjambre de críos jugando al eterno Bubble Bubble y discutiendo sus partidas, mientras todo el barrio pasaba a recargar la botella de leche por su depósito.

Esa Valenciana y aquel trayecto que se nos hacía eterno y que hacíamos cargados con tres o cuatro conos, a todo correr hasta casa, antes que se derritieran sus mantecados sobre las mangas de la camisa de los domingos.

Las horas echadas en el Papillon como antesala al primer restaurante chino de la comarca y como, empujados por la madurez, muchos fueron trasladando su acné hacia La Bolera.

Pero si hay dos lugares que marcaron a mi generación y a todas aquellas que la rodearon esos fueron Sweet y la Mina.

El primero aún sobrevive a las generaciones presentes modernizando su pronunciación. Los chavales han cambiado aquel «sués», pronunciado como dios mandaba, por un «suit» mucho más moderno.

Me contaba un amigo, el famoso Señor X, la vez que sustrajo un fl ash de 10 pesetas y lo escondió debajo de la goma del pantalón, rozando uno de los extremos su ombligo y el otro la punta exterior de la uretra y cómo, cuando se las prometía muy felices, andando de aquella manera por el frío helador en las partes íntimas, fue dado caza por Uca, teniendo que pasar la vergüenza de ser capturado frente al local de Ramonita la Lotera.

Abonó las 10 pesetas, se inventó un no sé qué, y santas pascuas. ¡Ay la Mina! De denominación ofi cial

¡Ay la Mina! De denominación ofi cial Nápoles, y cuyo nombre comercial se debe a su indiscutible éxito empresarial. Fue el lugar donde El Jefe, La Jefa, José, Manolín y Emi repartieron felicidad a todo el burgo en plena crisis de los 80

Nápoles, y cuyo nombre comercial se debe a su indiscutible éxito empresarial. Fue el lugar donde El Jefe, La Jefa, José, Manolín y Emi repartieron felicidad a todo el burgo en plena crisis de los 80. Son sabores de aquella porción de vida cada bocado a un xuxo o a una palmera de coco, con sus depósitos de hojaldre preñados en nata. Las pipas, los donuts, los polos, los Cheiw y los Boomer, la Fanta naranja o los peta zetas… ¡si la tienda tenía hasta baño!

Más de un chaval de la época, tras sufrir fuertes alucinaciones producto de un importante empacho tras el consumo de, al menos, una docena de chupachups Kojak con su chicle incluido, aseguró en impetuosa discusión que, en una primavera de mediados de los ochenta, toda la familia fueron portada de la prestigiosa revista Forbes. Y lo juró poniendo su cromo de Lobo Carrasco como garantía.

Pero de lo que no tuvo ninguna culpa Telly Savalas y sí el más mágico y dulce empacho de felicidad, fueron las vivencias y los momentos que aún a día de hoy, como si fueran producto del mechero de cocina de nuestras madres, nos sueltan una pequeña descarga directamente en los corazones de todos los que en algún tiempo, no tan lejano, fuimos niños y niñas de la calle de aquellos Laredos tan auténticos.

PD. A todos los lugares olvidados de mi historia, mis más humildes disculpas pero es que la felicidad era tan abundante que es normal que se desborde por los límites de la memoria.

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