EDITORIAL Caída Libre: “Desenfreno Iracundo...” “La ira: un ácido que puede hacer más daño al recipiente en la que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte.” Lucio Anneo Séneca
¿Quién podría explicar este mal? Lo que el veneno causa a los envenenados. La furia latente de aquella fiera que día a día su lengua desenfrena. La bestia calla y aguarda, espera el momento en el que acecha a su presa. Para morder, despedazar y saciar toda sed de venganza. Ira, la pasión del alma que ciega a todo mortal. Nuestro juego de palabras alude a textos que guarden resentimiento, imágenes que retraten enojo o aquella furia enardecida. Gritar todo lo que aquellas voces callan… En este quinto número y a un año de vida, Infame ha decidido hacer diversos cambios que creemos serán en beneficio de todos, esperando sean de su agrado. Sin más que decir, los invitamos a que lean cada uno de los textos que integran este número.
Revista Literaria INFAME: Placer consumado en letras… (Registro en trámite), es un proyecto editorial independiente de publicación cuatrimestral. Las obras que la conforman son propiedad intelectual de cada autor. Año 2 , Quinto Número (Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre 2012)
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Directorio Director General/Editor L. Oliver Miranda Charles Arte y Diseño Rebeca A. Ramírez Daniel Macouzet Iturbe Jefe de Redacción Alejandro Volta Fotografía Mariana Berenice Chávez Carreño Relaciones Públicas Arlette Rubí López
Colaboradores Texto Ana Ocampo, Carlos Alberto Magaña Hernández, Diana Belaústegui, Gerardo Castillo Antúnez, Gerardo Farías Rangel, Gerardo Meneses Díaz, Haroldo Piña Mendoza, Mariano F. Wlathe, Mario Ramírez Monroy, Melchor López Hernández, Monserrat M. Nery, Emilio Valencia, Sarai Martínez Basaul. Fotografía Román Enríquez Lara, Sara G. Umemoto, Sausi Rhi
Portada
Emilio Valencia ”Lista para destruirme.” Papel revolución y esmalte 49 x 38 cm. Obra que no ilustra más que mis sentimientos hacia las mujeres que alguna vez me han hecho trizas el corazón. Me evoca una frase de Charles Bukowski: “Siempre hay una mujer que te salva de otra. Y mientras lo hace, se prepara para destruirte.” No pertenece a una colección en específico.
Contacto revista.infames@gmail.com RevistaInfame
@Revista_Infame
revistaliterariainfame.blogspot.mx
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La dirección/ Emilio Valencia
Sonrisa Infantil Mariano F. Wlathe
…la sonrisa de un niño es, del mundo lo más bello. Con sus sueños e ilusiones es lo más puro y sincero Carmen Pacheco Sánchez
— ¿Irasema Reyes? — Si, oficiales ¿en qué puedo servirles? — ¿Reconoce este objeto? — Es el bate de mi hijo, ¿Eso es sangre?, ¿Está bien Daniel? — Su hijo está bien, pero necesitamos que responda algunas preguntas: ¿Qué edad tiene su hijo? — Once años, ¿Qué sucede? — ¿Sabe quién es Rodrigo Ortiz? — Es un compañero de Daniel, están en el equipo de béisbol. Es un año mayor, siempre lo molesta ¿Le hizo algo a mi hijo? Los policías se miran sin saber cómo responder. — ¡Por favor! díganme qué pasó. — Señora, su hijo golpeó a Rodrigo con el bate. — ¡No puede ser! ¿Está bien? — Me temo que no. Rodrigo Ortiz murió a causa del ataque. — ¿Ataque? No, seguro fue un accidente. No pueden arrestar a mi hijo ¡Es un niño! — Señora, no fue ningún accidente. — No, debe haber algún error ¿Seguros que fue Daniel? Daniel no haría algo así.
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— No hay ningún error. Está grabado. — ¿Grabado? — El entrenador graba los entrenamientos. La cámara captó el momento del ataque. — ¡Dios mío! Rodrigo cae de espalda al suelo, donde un espasmo recorre su cuerpo. Daniel se acerca despacio, pone su pie sobre el pecho de Rodrigo y alza el bate. — No amor, por favor no lo hagas. Daniel deja caer el bate sobre la cabeza de Rodrigo, una y otra vez. — ¡No! — Irasema cubre su rostro y llora. La cabeza de Rodrigo eclosiona. Fragmentos de cráneo, cerebro y sangre salpican por doquier. — ¡Basta! Ya no quiero ver esto. Un grito se escucha a lo lejos. El entrenador corre para detener a Daniel, lo carga, lo lleva sin darse cuenta hacia la cámara. Daniel la mira de frente. Sus ojos se encuentran a los de Irasema. — No entiendo, de verdad no lo entiendo — dice Irasema cubierta de lágrimas — ¡Mírenlo! ¿Por qué está sonriendo? — Quiero verlo. — Señora, no es una buena idea. — ¿Por qué no? Quiero ver el supuesto ataque. — Está bien, muéstraselo. El policía saca una pequeña cámara, la enciende y regresa el video; luego, se lo muestra a Irasema. En él, se ve a Daniel, a seis metros de la cámara, sosteniendo el bate. Rodrigo se acerca y lo empuja. — ¿Lo ven? — Dice Irasema — Ese niño era muy problemático. Daniel sólo se defendió. Fue un accidente. Los policías no dicen nada. Daniel tiene la cabeza gacha. Rodrigo lo molesta, le dice algo que no alcanza a escucharse. Daniel se da la vuelta. Rodrigo lo empuja por la espalda. Daniel sujeta el bate con fuerza y gira para golpearlo en la cara.
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Pero no de amor Monserrat M.Nery
Tengo el veneno de tus malditos besos atorado en el pecho. Soy monstruo, demonio, porquería, maldigo la noche, el día y tu puta sonrisa. Me duele respirar, reír e incluso despertar, odio las voces que articulan mi nombre.
Ya habré de morir habrán de enterrarme y será un bonito funeral. (No hay frases de amor para hoy) Soy el ultimo viajero de un tren al olvido, soy quien predica mierda de Dios piedad, piedad al infierno viaje seguro a mi destino eso, esto soy yo Duele, me dueles, me extingo.
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Siempre algo dentro/ Emilio Valencia
Maldito sea, maldito nombre sin sentido, dolor sin consuelo, embrujo sin remedio, quiero sacarlo de mi ser, gritar, pedirle al viento que se lleve tu recuerdo.
La conciencia Ana Ocampo Mentir lo hacen todos hagamos conciencia, nosotros no somos ellos. Pero no todos se aceptan. Nos encanta vivir ser imprudentes, amantes de lo ajeno sentirnos enfermos. Ganamos cuando otros se rindieron.
Fin de la Conversación/ Emilio Valencia
(El cuarto estalla en júbilo.) Baile de bocas, frenesí. Creamos nuevas palabras y significados. Nuestra inocencia la dejamos al filo de la cama ¿Dónde encontrarnos perdidos? Acompañamos la soledad con vino, baile y boleros. Regresas a casa y prudente le dices-Buenas Noches con quien sueña a tu costado derecho. Mientras suspiro el próximo encuentro donde guardaremos la victoria eterna en nuestras bocas de serpiente.
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Algo más para levantar la cara Haroldo Piña Mendoza “Después de todo, para que un hombre viva feliz debe conocer de vez en cuando algunos momentos de perfecta turbación” Vladimir Nabokov
– ¿Qué hay que hacer para que la gente se mueva? –preguntó Mauricio. La gente por supuesto se movía. Lo que Mauricio quería era verlos desaparecer. Regresaba del trabajo y como siempre, lo hacía con rapidez. Sin embargo, ese día actuaba como si huyera. Caminaba desesperadamente, moviéndose entre los olores a coladera, brincando las mierdas que adornaban las banquetas, esquivando basura y gente, como si no hubiera diferencia entre una y otra. Desde temprano un malestar asomó del interior de Mauricio como una lengua por la comisura de la boca de un niño absorto en la realización de un dibujo. Cuando las puertas del metro se abrieron, el malestar colgaba ya a la altura de la corbata. Mauricio, contrariamente a lo que acostumbraba, se abalanzó en busca de asiento. Alcanzó uno y se dejó caer pesadamente. Una viejita que no logró entrar lo veía del otro lado de las puertas, parecía reclamar precisamente ese lugar. Mauricio se arrellanó en el asiento como si con ese gesto explicara sus razones. Era tan pronunciado que su entorno se embotaba más y más hasta alcanzar un estado perturbadoramente estático, que cuando el metro avanzó, Mauricio consideró, como una posibilidad mayor, que alguien hubiera depositado a la viejita, junto con la demás gente, en una cinta mecánica para luego echarla a andar. Habían pasado las primeras estaciones. Mauricio observaba a los que se hacían los dormidos; a las señoras que habían peleado por un lugar para que a la siguiente estación pelearan de la misma forma para bajar; a los obsesos sexuales buscando nalgas que
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tocar con el dorso de la mano; a las muchachas guapas y muy arregladas desplegando bellas y despectivas jetas ante tanto puerco y tanta chingadera; a las feas, con sus particulares jetas feas haciendo los mismos gestos sin provocar las mismas impresiones. Mauricio ocupó un segundo para mirar su reloj, apostó consigo mismo que en no más de dos estaciones se subiría el de los vidrios, a quien deseaba aplastar contra lo que seguramente eran pedazos de caguama. Pero no fue así. Primero subieron un par de escuincles con mona. Dos estaciones más adelante, hablaba en voz queda y avanzaba despacio con la mano derecha extendida. Después, subió un niño, arrastrándose y hablando en dialecto. Mauricio jaló para sí los pies y miró hacia el lado opuesto. Notó como el niño buscaba sus zapatos, sintió cuando alcanzó uno y lo comenzó a limpiar. Mauricio tenía la vista fija en el mutilado, deseando, aunque fuera por un momento, no tener pies. El niño desistió. Mauricio escuchó que le decía algo. No importó que no entendiera las palabras, había sido una mentada. Sólo las mentadas se reconocen en cualquier lenguaje. El metro estaba lleno, iba lento y el calor se encerraba. Cientos de flácidos cuerpos emitiendo extraños olores. Mauricio sólo pensaba en llegar a su departamento. Cerró los ojos e intentó concentrarse en cualquier otra cosa. Pero no fue posible. Por lo contrario, percibió que no podría asegurar dónde terminaba su cuerpo y dónde empezaban los cuerpos de los demás. Su desesperación creció y se hizo tan física que para intentar calmarla apretó más los párpados, los dientes, los puños, los pies, el ano. Los recursos que no persiguen otro afán que sentirnos no tan jodidos, no bastarían a Mauricio en un día como ese. Ni el familiar codazo al hacerse espacio en el metro ni el silencio ante el billete que se le cae al vecino. Mauricio necesitaba algo más para levantar la cara y terminar ese día. Acudieron a su mente, imágenes de las decenas de películas que había visto sobre el holocausto, en particular, las escenas de gente atestada en los trenes sin saber a dónde los llevaban. Durmiendo, orinando y cagando de pie. Oliendo al que estaba más alejado a uno, como si estuviera a lado de uno, o adentro de uno. Mauricio
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fue incapaz de recordar qué imagen pertenecía a qué película. Por esa razón, prevaleció en su cabeza una combinación de todas ellas. Aunque su situación en nada se comparaba con aquello, Mauricio, sentía en cada hebra de su cuerpo lo contrario. Cierto, él sí sabía su destino; sabía también que el calor, junto con la ansiedad que le producía el encierro, sólo durarían un rato; la gente, aunque era evidente que estaba triste, podía dormir; varios iban sentados, la mayoría se encontraban concentrados en sus celulares, sin preocupaciones; y lo más importante, ninguno estaba siendo dirigido a una muerte eminente. ¿O sí? No. Era claro que las atrocidades de la segunda guerra estaban muy lejos de él y no podían tocarlo. Lo que él estaba presenciando era sólo un resabio de una verdadera tragedia. Aun así, quedaba una pregunta por hacer, ¿por qué experimentaba entonces la sensación de estar siendo, paulatinamente, reducido a nada? El metro estaba llegando al final de la línea. Los vagones en cada estación se vaciaban un poco más. Mauricio dejó de prestar atención a sus pensamientos y abrió los ojos. Frente a él un hombre de mediana edad dormía. Estaba borracho. Probablemente tendría unos 45 años, era bajo de estatura y moreno, iba ataviado con un traje barato. Un estuche, con una guitarra dentro, se había resbalado de sus piernas y descansaba en el suelo. Instantáneamente Mauricio recordó su propia guitarra, aquella que su madre le había comprado porque según él, un Mauricio joven, casi niño, deseaba aprender a tocar el instrumento. Pero la guitarra quedó intacta, más tocada por el polvo y el tiempo que por sus manos. Cuando el metro llegó a la última estación, nadie hizo ademán de querer ayudar al borracho. Mauricio se ofreció a llevarlo a la salida. Lo llevó cargando por el brazo, excusándolo con los policías como si se tratara de algún familiar. Caminó hacia una calle en la que poca gente circulaba. Al llegar, se fijó en que nadie lo observara, y lo tiró al suelo. Respiró por un par de minutos con normalidad, sin dejar de mirar a todos lados. Después aspiró una buena cantidad de aire y agarró a patadas al borracho. Todo
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Sin control sobre las cosas/ Emilio Valencia
lo dejó ahí: el gordo de su jefe durmiendo en la oficina, el es crito regresado con puntillosas correcciones, la recepcionista buenorra que nunca lo miraba, la televisión descompuesta, la engrapadora descompuesta, su aliento descompuesto, todo. El bulto de alcohol se comportó como un bulto de arena, adoptaba una forma nueva con cada patada. Mauricio se detuvo y fue como si le hubieran hecho un cambio de pulmones. Respiró, se llenó de aire sucio, pero nunca se había sentido tan limpio. Miró al borracho y notó que le estaba costando trabajo respirar. Abría y cerraba la boca ensangrentada. Sus manos se afanaban a la tierra con desesperación, no podía levantarse. Mauricio lo miró, tranquilo. Se acercó, lo levantó y lo sentó, recargándolo en la pared. Hubiera podido dejarlo ahí, y a juicio de Mauricio, nadie lo hubiera extrañado. Pero no lo hizo. Mauricio ya no sentía esa presión en la cabeza como si otro cerebro quisiera suplantar el suyo. Se fijó una vez más en que el borracho no fuera a caerse y le dijo con voz serena: Espera aquí, no te muevas. Voy por un policía. Después se echó al hombro el estuche con la guitarra y fue a buscar al policía. La sangre le brillaba en el pantalón, pero no lo suficiente como para que alguien se diera cuenta de un simple vistazo. Al hallar al policía, le contó lo que había visto. Un tipo había agarrado a patadas a otro, lo había dejado tirado y ensangrentado y se había ido. ¿Quién sabe que le había pasado para reaccionar así? Parecía necesitarlo. Esto último, el policía no lo escuchó. Caminaba rápidamente, envuelto en los olores a coladera, esquivando gente y basura, brincando las mierdas que había por todas partes. – ¿Qué hay que hacer para que la gente se mueva? –preguntó de nuevo Mauricio.
Vitium ultionem Femme Fatal I Pecado capital, sin derecho a cielo ni infierno, sólo una noche de ausencias, al final un homicida interno, una chispa de ira incendiaria, tan imparable como impredecible, y tan terminable como la vida. II De la muerte me hallé en pesadillas, irreflexiva como una bestia, atormentada, mojada en inmadurez con el ansia recorriendo, insatisfecha, el cuerpo, así un estallido de violencia.
Un cuerpo inerte asqueado del chingado mundo, consumido por la carencia, de sexo, de amor. de sueño, de dinero para comprar todo de lo que carece. Venganza, resentimiento. IV ¿Auto – preservación? Abre los ojos, son mamadas, es resultado de amenazas, de cólera encapsulada vaginalmente, testicularmente.
III Hecha a semejanza, atrapada: atacar o huir.
Cabezainfierno/ Emilio Valencia
V La ira no se guarda se escupe en la cara. Primero golpes, luego asesinatos, flagelación, después suicidio. Amor pervertido en venganza, en crueldad, desenfreno terminado en genocidio silencioso.
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¿Dónde está su mundo? Diana Beláustegui Si tuviera que indicar el punto exacto en el que comenzó todo, creo que no podría marcarlo con exactitud, si le preguntasen a Cándida tal vez les hablaría de cuando empezó a sentirse sola y Rocita, la niña mágica, apareció en su vida. Pero contarlo desde esa perspectiva sería confuso, acabarían sin entender la historia, o lo que es peor, la comprenderían a la perfección y eso indicaría que estuvieron en ese mundo. Rocita llegaba con su vestidito rojo y un osito cianótico con doble vuelta de cordón umbilical en el cuello, cuando los tiempos eran difíciles. A veces a Cándida le costaba trabajo tranquilizarse: se agitaba, gritaba y su madre corría de un lado al otro, regañándola, utilizando duchas de agua helada para calmarla. En los tiempos de abulia, Rocita aparecía con un vestidito blanco y el osito menstruando. La niña mágica era su compañía, su amiga, a veces la imaginaba sin el vestidito y quería tocarla, a veces Rocita le vendaba los ojos al osito y eran amantes. Su vida había mejorado, ya casi no se daba cuenta cuando su madre la dejaba encerrada y salía a trabajar o huía con el vecino para olvidarse un poco de ella. Tal vez estaba concentrada en su amiguita o se había perdido en los estrambóticos ojos del osito cianótico que no sospechó nada cuando el cuarto cambió, cuando las sábanas se hicieron blancas y la habitación comenzó a
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oler a desinfectante y algodón. De vez en cuando entraba un hombre de barba en su campo visual y le hablaba. La interrogaba por ratos. Era difícil enfocarse en lo que él le pedía cuando Rocita le recitaba poesía de los infrarrealistas al oído. Era ensordecedor, cuando la niña mágica le pasaba el micrófono que llevaba escondido entre las tetitas, al osito menstruante, y él daba una perorata sobre los niños hambrientos del África, tal vez por todo esto no se dio cuenta cuando su madre se desvaneció y unas mujeres de blanco la suplantaron. Le daban pastillas que tragaba con jugo de naranja o licuado de frutilla. Poco a poco los días se hicieron largos. Dormía mucho y cuando despertaba, se quedaba en la cama sin poder caminar, con las piernas tan pesadas que si se levantaba seguramente produciría grietas en el piso gris. Por esos días comenzó a darse cuenta de los cambios. El hombre de barba entraba y le preguntaba cómo estaba su día, que sentía, en que pensaba o que opinaba del país. Y un miércoles, lo sé con exactitud porque fue el día del gran despertar, se descubrió sola, tan sola que dolía, tan sola que asfixiaba, tan sola y desesperada que le costaba trabajo recordar a Rocita y sus tetitas florecidas, al osito y su diatriba. La asepsia, el blanco y el silencio del lugar le produjeron una hendidura en su cordura. ¿Quién le había quitado su mundo, quien la arrastró a ese cuarto de sonidos enmudecidos?, ¿Dónde estaba el ardor, el amor, los gritos, las ganas de vivir?, ¿Fueron las pastillas, las inyecciones, los licuados o el maldito doctor de barba que la interrogaba?
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Dentro y fuera de.../ Emilio Valencia
El jueves se negó a comer y el viernes se preparó para su visita. Se sentó en la cama y no sacó los ojos de la puerta hasta que lo vio entrar, con su chaqueta absurda, el cuaderno negro y la lapicera salvadora. Con esa misma lapicera corre Cándida por las calles, nadie se anima a detenerla, lleva en la punta, clavado, un globo ocular. Ríe compulsivamente, llora por ratos, grita devorada por el odio. Nadie se acerca. Rocita no existe. Tiene la certeza de que ese mundo estuvo en algún rincón de su mente y que fue extraído con saña, burlándose de la felicidad que sentía cuando vivía en él. Grita rabiosa y en un intento inefable por causarle aún más daño a quien la dejó muerta en vida, muerde el globo ocular que estalla con un pequeño chasquido. Lo mastica sentada en la calle, desahuciada. El ojo del muerto, reventado y jugoso, no trae el alivio que esperaba. Los curiosos la rodean, el mundo es tan nítido que el auto que dobla en la esquina pareciera traer una bandera blanca flameando a un costado, seguro es la paz que necesita. Se levanta y corre a su encuentro.
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Por todos los dientes rotos, los golpes que nos dimos y los momentos sin nada qué decir. La vergüenza frente a las damas.
Copas al suelo
Por los arrepentidos de último momento,
Emilio Valencia
los hijos abortados, los gobiernos que no tuvimos ni tendremos y por algo llamado libertad que ahí va, vestida con liguero y minifalda. Por ti, que apareces en mis sueños hablando del pasado. Que muerdes mis huesos y me dejas sin moneda alguna que ofrecerle al siguiente fantasma de mujer. Por los pocos refugios que la letra impresa a cal y ácido nos deja aun en medio de tanta mierda.
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De excesos/ Emilio Valencia
¡Brindo!
Desenfreno Iracundo Gerardo Gerry Méneses
Ahí me tenías, corriendo como estúpido, partido en dos. No sé si fue la peor mañana de mi vida. No, realmente fue una asquerosa mañana, pero no la peor. La peor ni siquiera tiene que ver contigo sino con la muerte. En todo lo horrible siempre está la muerte: la de mi amigo que piloteaba cerca de Morelia (aquel maldito día en que perdieron el control de la avioneta ¡sólo eran cuatro niños!); la de mi abuela por culpa del cáncer que la diluyó; la del más querido de mis tíos quien no sobrevivió a un hospital infectado de neoliberalismo; la muerte de suicidas con gesto de arrepentimiento; la del beatle sorprendido en lo furioso de una noche estúpida. La de mi banda de rock. En mi vida eso fue horrendo y permanece, porque saber de la muerte es enfermar de agonía. Así esa mañana, en que corría como demente, sin otro rumbo que un renacimiento salvaje, triste. A fuerza de morir en vida me volví otro. Yo no toleraba los fines de semana, de lunes a viernes trabajar sin descanso hasta ser sorprendido por el sueño era tolerable, aunque se tratara de esas noches en que nada de lo que leía tenía caso.
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El que no puede/ Emilio Valencia
Sin embargo, sábados y domingos eran morir mil veces. Beber, berrear, extrañar, no soportar el cuerpo ni el vacío. Y nadie hablaba de posmodernidad pero punzaba el alma su agonía. Yo despertaba en lugares extraños con extrañas personas que me dejaban sentir su extraña compasión, hasta enredarme de negra necedad en las botellas… Así que la mañana trágica en que te dejé de sentir en que te vi deseosa de otro deseo en que evaporaste lo que creí mi felicidad, salí corriendo como desesperado huyendo como maleante desangrado de sexo y soledad componiendo canciones que nunca comprendiste; y decidí matarme lanzándome al abismo en que ahora vivo.
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VOYEUR Compulsión Román Enríquez Lara 20| INFAME
La Maldici贸n Sara G. Umemoto
En Marte S贸lo Hay Guerra Sausi Rhi
Meningitis Román Enríquez Lara
Corazones desbordados Carlos Alberto Magaña Hernández Para Karen
Como una tormenta se desploman pesadamente sobre los cuerpos del otro. Salta hacia él. Lo muerde. Ella está ahí para besar y morder. El pene espera entre sus dedos, grande y pesado. El sexo es su centro, viven en él. Lame su pene y ano. Penetra con la lengua, llega hasta muy hondo. Al desbordar alcanzan el extremo del delirio. Esos cuerpos mezclados, que se tuercen, desfallecen y se abisman en excesos. Su boca escarba mordiendo su vello púbico. Penetra con su lengua. Chupa entre los muslos. Movió la boca y gimieron. Labios y lameduras se encaminaron hacia su centro. Hurga entre sus nalgas para poder entrar de una vez. Mete el dedo índice sin esfuerzo, abierto y mojado por la saliva. Su esfínter se pone tenso, se relaja y se contrae alrededor del dedo. Hunde su cabeza en la almohada. Ella grita. Sofocada. El dolor se dispara como un rayo dentro de ella. La empala en su pene. Ella se pasa los dedos por la vagina. Mete sus largos dedos en la hendidura. Y luego gritos. Crecía en su interior una tormenta. Sus piernas son abiertas todo lo posible. La perfora con mayor brutalidad. Es tomada por las caderas, con las manos aferradas, cuya carne estrujaba. Su cara está cubierta de fluidos vaginales. Los gritos son sofocados por la radio. Eyacula. Es untada de semen. Acarició el torso y la espalda con su verga. Lo lame masturbándose con fuertes sacudidas. Fluido inmundo y caliente mojándo la lengua que la recorre. Ella ama y es amada. Reafirman sus sentimientos, desamparados, expuestos al mundo, a cualquier experiencia que los llene. Es explorada a fondo con el pene. Los deseos vagan desenfrenados. Todos los días son una fiesta, y sus actos son perdonados una y otra vez por el amor. Llovía, un viento frío inclinaba la lluvia. Yacían sobre su vómito. Un pequeño hilo de orina recorría sus muslos mojando la cama. Los ruidos de las entrañas se relajaban. El amor se encuentra en el cuarto de hotel, donde todo les sale del corazón y nadie los puede juzgar. Donde ya nadie puede calmarlos. Los hermanos no se avergüenzan el uno del otro. Son todo para ellos. A ella solo le basta él. Y a él solo le basta ella. Complicados, yacen en el colchón. Allí tendidos, abrazados, resultaba más obvio que nunca que eran muy jóvenes. Niños.
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Ella y él eran más que hermanos. Eran una sola persona repartida entre dos cuerpos. El amor que les ataba a su hermano y a ella era de otro mundo. Compartieron juntos el vientre. Mellizos, habían nacido el uno para el otro, empujados por una fuerza a la que ni se les ocurría resistirse. Desde niños quería estar dentro de él. Él debía ser parte de ella, con todo su amor hundir en su entrada, y con hambre insaciable poner su boca a sus ventrículos batiendo y que su ser la llene. Sagrado sacrificio de la sangre y carne. Bocado de trigo y vino: sangre que se asocia a la vagina convirtiéndole las tripas en agua marrón. Los hermanos se abrazan, toman el cielo por testigo de su infortunio, de su ternura… le imploran. Se estrechan en sus brazos, con su boca pegada a la suya, su corazón atormentado que muestran abiertamente. Anonadados uno dentro del otro, hacen pasar mutuamente a su alma el fuego divino que los consume. Quiere penetrar bajo la piel, en la carne, exhibirse al mundo para sentir sus propios límites. Sus sentimientos los llenan por completo. Hierven de ansias de vivir. ¿Quién va avergonzarse por amar? Los amantes están juntos y no falta nada. Basta con escuchar el corazón. Un corazón al que nada para. Ésa es su naturaleza, y la naturaleza, como sus sentimientos, opina lo mismo que ellos. Eran uno cuanto forma y nombre. Dos seres perfectamente iguales, cortados en dos por dios. Añorando cada uno su propia mitad se juntaban, rodeándose con las manos y entrelazándose el uno contra el otro, deseosos de unirse en una sola naturaleza. Morían de hambre y de absoluta inacción por no querer hacer nada separados. Pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos, porque son dos y uno. Quieren fundirse, soldarse en uno solo, que siendo dos lleguen a ser uno y mientras vivan, como si fueran uno solo, vivan dos. Es su deseo. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de estar integrados. Porque antes eran uno, ahora por inequidad, han sido separados por la divinidad. Dios, tú, a quien la sed de sangre abraza, que quiebras con tus dientes de acero los débiles huesos de los desconsiderados hijos de la tierra. Estaban juntos todos los días desde que aprendieron a caminar, él y ella platicaban, jugaban, se escondían en los rincones de su cuarto; se acariciaban, besaban, y, a veces, sin nadie los estaba mirando, también lloraban. Cuando estaban juntos no eran niños pequeños, sino dioses. Imaginaban la totalidad del mundo: un cuarto. Su olor era parte de ella, su boca, el sabor de su boca… todo aquello era su alegría. Habían visto gatos y gatas en el parque, perros y perras en las calles y habían jugado hacer lo mismo. En cierta ocasión su madre los vio… no recordaban qué estaban haciendo en aquél momento, pero fuera lo
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que fuera, la horrorizó. Los separó, no entendían, sí eso era tan malo, ¿por qué dios hizo que se sintiera tan bien? De niños se metían juntos en la cama y dormían abrazados como en el vientre materno. Dos corazones que laten como uno. Eran dos y uno. Si sufren una pérdida es, únicamente, su ausencia. Él nunca ha estado con otra mujer que no sea su hermana. Cuando está dentro de ella se siente pleno, completo. Ella no tiene más deseo que su hermano, que le basta. Pero conocía muy bien el horror y la fascinación de los celos, que ella adjudicaba al horror y la fascinación del amor. Celosa de las demás. De todas las chicas que lo rodean. De las que pretenden en vano separarlos. Que desean introducirse en él. Cada mujer es una puta predestinada a donde tiene que llegar. Inoportuna, nociva, para que él les dé amor duradero. Mujeres hambrientas de amor, deseosas de consuelo y esperanza; una verga dura y lista para la ansiada. Lo que desean es que las tumben boca abajo sobre sus excrementos y las abran repetidamente, para uso instantáneo. Que siembren en ellas anhelos en rojo. Dios quiere que forniquen a sus pies como gusanos. No puede dudar que ama, puesto que sufre en ausencia de su hermano. Con él hacia el amor. Con él se perdía sin cesar en su propia ausencia de límites. Dios los hizo para el amor. Su mayor gloria y su peor tragedia. El horror, la belleza, lo sublime se sumaban. La muerte, el goce se encuentran. El amor, la locura, el delirio y el absurdo reinaban en ese cuarto. ¿Habrá un dolor semejante al suyo? Ellos irán hasta el fondo de la espera, de la angustia. En éxtasis por encima del horror, una alegría insoportable los eleva. Todo es silencio. Lo único que se escucha son ventanas que se abren, lluvia, música a alto volumen y el pasar de los automóviles. El tiempo se hizo interminable. Hubo tardes y mañanas: semanas. Los días y las noches se hicieron difusos, fundiéndose unos con otras. Fornicaban, lamían, mordían. La comida no les llega. Cagan donde comen, envueltos en su propia suciedad. La nostalgia engaña al incauto inculcándole el deseo de una simplicidad y una inconciencia inalcanzables. Engañan al tiempo. Rastrean besos y caricias. Caen en la fusión en una suave sincronía. Los focos se esconden al anochecer. La noche se convierte en día. Todo es eterno y se repite con frecuencia. Aferrados a su amor, así transcurren los días. Ella y él no son personas malas, solo vienen de un lugar malo, traídos al mundo entre heces y orina. Es un mundo duro donde esconderse es la única opción, todo se vuelve más impreciso, abstracto. En un lugar donde hay tanta amargura todo es posible. En medio de sangre y truenos uno puede desaparecer ahí sin saberlo.
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Las sábanas brillan de sangre recién vertida, contaminada, sucia, peligrosa. El esfínter se afloja como es debido; los humores fétidos, excrementos. Aquí se ocultan en los más escondidos rincones las almas, que el inexorable amor ha corroído en vida. En medio de la noche, noche oscura en la que el alma se pierde a sí misma. Colapso depresivo y mórbido, hora inagotable en la que el alma oscurecida se cristaliza. La fuente nocturna de la que mana toda luz de vida, eterna y oculta, increada y abismal. Teniendo como fondo desfondado de su claridad la más oscura de las noches. En el silencio, en el desierto crepuscular que anuncia la noche oscura del alma. La noche resonaba con el restallido de la carne contra carne: cuerpo a cuerpo de increíble violencia. A cada momento parecía que iban abrirse del todo, hasta rasgarse. Sus dedos se clavaban en su carne. Sus afiladas uñas le hacían daño. Se hunde en ella. Los cuerpos avanzan. Mira su pene entrar y salir. Sólo el pálpito al unísono del sexo y el corazón pueden producir éxtasis. El cuarto estaba frío y apestaba a vómito; hedor a cuerpos sucios, orina rancia, mierda. El hedor aumenta conforme pasan los días. Una cucaracha se metía en un envase de yogurt. Muerde a su hermano en la espalda. Eso despierta aún más cosas en ellos. Dos dedos entran en él. La música grita, los cuerpos avanzan. Ella le aprieta la cabeza en la almohada. No paró de meterle los dedos para estimularlo. Se convirtieron en animales que exigían una posesión total. Tiemblan, hermano y hermana. El sudor de su temblor tiene el olor de la locura. La alegría y la muerte se mezclan en lo ilimitado de la violencia. Nada resiste a la necesidad de ir más lejos. Quieren ir más allá de lo que un hombre puede aceptar. Nada les impedirá destrozarse el uno al otro, con la crueldad y el encarnizamiento con que sólo el amor puede hacer sufrir. Es el precio por lo que hacen, por sus pecados. Caen en las espinas de la vida, y sangran. Un impulso, un delirio parecía perderla. Las frases están muertas, inertes, como en los sueños. Habían perdido la cabeza, fascinados por el deseo de ir a la muerte. Se remiten al dios animal, recuperan su incomparable pureza, su violencia por encima de las leyes. Ellos quieren entregarse, aún no tienen suficiente de sí mismos, se derraman el uno sobre el otro en el estado de una bestia que babea, que se debate hasta el fin. La lame, le abre sus piernas. No importa nada. La necesidad de que pase lo peor los invade, imperiosa, intensa. El amor los había lanzado a la deriva, a la búsqueda de una respuesta siniestra a la más siniestra de las obsesiones, respuesta tenebrosa a la más
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Algo me encontró/ Emilio Valencia
turbia de las llamadas, esa tristeza ma- jestuosa que constituye el placer de la tragedia. Los impulsa bailando hacia la muerte. La desaparición definitiva de todo lo que son, pero que ahora los eleva por encima de todo para celebrar que están allí, fuera de la ley, de la consecuencia ulterior. Ofrecen el impudor, la majestad de los animales. Lo que entonces los obliga amar es esa libertad riesgosa, activa y sin límites que a veces lleva a morir, que incluso ama la muerte, y, únicamente la majestad de los hermanos, el frenesí absoluto de los amantes, tiene la capacidad de ir hasta el abismo de la pérdida desmesurada. Su deseo se despertó con los fulgores del desorden en el seno de un mundo transfigurado. Se deslizan por él como criaturas ciegas y extrañas que nunca llegarán a ver el sol. Se perdieron, incansables, sin tregua, en medio de posibilidades desconocidas, de un vacío sin fin. Sangre en la cabeza. La suave delicia de la carne, una intensidad excesiva. Estrelló un vaso contra la pared, pedazos de vidrio se habían clavado y sangraban. Abrió las piernas húmedas de saliva y semen. Aprieta a ella contra él, hurga en su sucia grieta. Esa hendidura que tanto le atrae. Metió un dedo y luego el pene en su carne; caverna sanguinolenta. Respiran con fuerza, buscan sus bocas. Chupaba sus pechos. Mordió uno de los pechos con tanta fuerza que le arrancó el pezón. Notó el sabor de la sangre que la boca le llenaba. No hay fuerza que detenga por un instante su furor. Puso
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las piernas encima de sus hombros. Entra y sale de ella con fuerza. La partía en dos. Lo araña, entierra sus uñas en él. Frota su verga, dura, llena de sangre contra su cara. Se la mete en la boca. Lo chupa, lo muerde. Abre mucho sus nalgas y se pone a chuparle el ano. Introduce su lengua entre los pelos, muerde los labios hasta hacerlos sangrar. La pasión es la causa de graves perturbaciones en el orden del mundo. El horror sólo responde al movimiento de la sangre. Carecían de límites. Llenos de rabia, sin aliento, aislados del mundo. La necesidad de perderse llena de dolor la vida entera. Los relámpagos hendían el cielo. Tenía la boca cubierta de sangre. Los labios entumecidos por tanto mordisco. Empezó a chuparle la boca ensangrentada. Los montículos carnosos. Acaricia la carne suave y blanca de su vientre. Llevó los dedos hasta la hendidura, una irreconocible llaga tumefacta. Carne hinchada y caliente al tacto. De la carne descolorida salía pus y sangre. El fluir denso de la miel. Fluidos que fluyen lentamente de una mujer. Fluidos exprimidos con los amorosos dedos del amor. Mete el hocico. Introdujo la lengua dentro del triángulo moreno de vello que dominaba el punto de la unión. Su pene dispuesto para la ocasión está ya ahí tieso e impaciente. Restos de semen en el pelo púbico. Un durazno, blancuzco, putrefacto da de comer a los gusanos. El olor del inmundo fluido se percibe sin dificultad. Mete el pulgar en la vagina. Los dedos de ambos se mueven en su interior, salen, se vuelven a meter. Se lanzan unos a lo otros en brazos del amor. Abre sus nalgas para entrar enseguida. Está firmemente anclado en sus intestinos. Aprieta los dientes. Los cuerpos se abren violentamente. Arañaban, mordían, rasgaban; cada nueva herida parecía aumentar su furor. Se estremecen. La vida se reanima bajo su precipitada entrada y un fluido ígneo penetra en lo más profundo de la fisura de la impura diosa. Humedece el amor, a quien el jadeo del placer va engendrarse ese amor. Animará el embrión que no hace mucho nadaba en el líquido seminal. Gritan, gritan, gritan. No saben nada del amor aquellos que no han vivido su ansia. Lo que la desgracia inspira a dos corazones animosos, lo que sugieren, lo que hacen emprender; ignorantes, que no saben cuál es la energía que la desesperación presta al alma. Esos tiernos amantes que no quieren más que olvidarse a sí mismos en el amor, dejándose llevar por el impulso de la sangre como un acto del corazón, y precisamente ver en él la consumación de sus anhelos. Tenemos que sacrificarlo todo a las exigencias de nuestros sentidos. El ser humano está hecho a medida para el amor, y los sentimientos son al fin y al cabo la sal del cuerpo. Los truenos rugían, retumbaban.
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El ruido hueco y los relámpagos estremecidos de nuevas tormentas. La amplitud de un viento violento en pleno cielo, donde la felicidad no piensa en nada. Los cuerpos se licuan en las aguas del alma, son todo alma, muy poco cuerpo. Es la más conmovedora en la banalidad, cuando la noche se hace más sucia, cuando el horror de la noche convierte a los seres en un vasto desecho. Luz vacilante en una noche sin bordes concebibles, mezquina luz vacilante en una noche sin bordes concebibles que envuelve por todos lados. Las sombras vienen a bailar. Tiene las piernas abiertas y atadas a los postes de la cama y los brazos atados por encima de la cabeza. Tiene la piel arañada, líneas hinchadas color rojo que se entrelazan en la piel, encima de los pezones. Sus muslos veteados de verde como su pecho, se unían a lo largo de una franja de carne roja. El pene, todo él irritado. Las heridas en el pecho y en los brazos, las mordidas, los arañazos en los hombros y en los muslos, empiezan a brotar. La crueldad es un placer. El amor se paga con sangre. El espasmo nervioso. La locura absoluta. Esos sufrimientos que hacen respirar la muerte, el derrumbe del placer, el vértigo mismo. Se apoderó de ella una extraña locura. Un ansia desesperada. Le abre el cuello. Surgieron estremecimientos y temblores, su boca se llenó de sangre. Un hilo de semen salía de su pene: Semen y sangre, una combinación deliciosa. La sangre caliente le llenó la boca y le corrió por la barbilla. Arrancó cada bocado y lo masticó largo rato. Desgarró la carne con los dientes y las uñas. Clavaba los dientes en la carne dura y fibrosa. Cruda y sangrienta. Como cerdo colgado de un gancho, con la cabeza degollada, dejaba correr un hilo de sangre. Agresiva desnudez de los huesos, protuberancias. Exhibición de carne, catarata de tripas. Las cucarachas se movían alrededor de los cuerpos. Tenía el rostro lleno de sangre. Una baba le colgaba de su boca. Le sacaba las entrañas con las manos ensangrentadas. La sangre le corría por los largos dedos, por las muñecas. Eran lentos gusanos que le reptaban por los brazos. Masticaba y tragaba, masticaba y tragaba, masticaba y tragaba.
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ERES CULERO
InferiorSuperior/ Emilio Valencia
Melchor López Hernández Desde que te vi llegar a la reunión chelera, con la mata tan larga como tu ego, sentí que me invadió un riachuelo de incomodidades, que creció al saludarte y se desbordó por tu manera de contar tus logros fotográficos. Quise darte un golpe a la jeta. Y verte caer. Tenía la seguridad de lograrlo porque estabas pedo después de tres horas de chupar. La peda infló mi deseo de madrearte para sentir el triunfo. Tu puta madre, ya cállate, pensé. No te detenías con “yo soy el chingón porque publiqué un fotorreportaje en una revista chingona”. Siempre que he peleado, pierdo. De morro Sergio fue mi contrincante. En un baldío, me madreó. En el arranque yo sentí cerca la conquista, tiré varios golpes y logré pegarle en un ataqué sorpresivo al quitarse el suéter de secundaria. Pero en caliente se recuperó. Y el final de la pelea se presentó de volada. Perdí. Un moretón en mi ojo fue la bandera de mi derrota. Tardé en recuperarme. Lo único chido fue que no dejé salir las lagrimas. Pero la burla desenfrenada y el pedorreo a todo volumen de los desmadrozos y de un chingo de mirones destartaló mi autoestima. Las chavas presenciaron mi debacle, entre ellas Gloria, una morenaza, con bucles, alta; un bombón por la que siempre suspiré. El ring donde cascareábamos era pequeño, siempre quise ser el mejor y llevarme la admiración de las morras de la secu. Y de Gloria. Pero ese día no hubo goles; sólo la madriza que recibí. Es que Sergio era el clásico mamado, guapo, alto, el todo-poderoso. No sé cómo me fui a poner al tú por tú con ese wey. Él me había disparado un flan porque le regalé uno de mis poemas para que se ligara a Gloria, a la que finalmente yo le di unos fajes en el rincón más alejado de la secundaria; después de leerle mis poemas. Se puso flojita e incendié su cabello engargolado con mis frases. Fue muy rico, con baba. Cuando Sergio se enteró, pues se emputó. Por eso la madriza. “Me traicionaste”, y me retó. Más tarde, todo puteado, cargué la tristeza en la espalda, cabizbajo, del brazo de la soledad.
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Machine
Sin título/ Emilio Valencia
Gerardo Castillo Antúnez
Algo no anda bien le invierto casi once horas diarias a una empresa para obtener un salario el cual recibiré quince días después y puedo gastar absolutamente todo en un fin de semana. Trabajo cinco días y descanso solo dos duermo menos de cuatro horas, algo definitivamente no marcha bien. La gente dice que necesito compromiso, firmeza, actitud.
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Afirman que no cuento con deseos de superación que tengo un buen empleo, tal vez el mejor que en mi vida pueda obtener que me vale madre si me despiden, o si la empresa crece o no, estoy de acuerdo, me importa un carajo. II Los autobuses vomitan a las personas he visto algunas entrar por las ventanas, colgarse de los zapatos del otro, estaciones convulsas tiemblan con el rugir de los oficinistas. De noche el regreso furioso a la madriguera Microbuses con las luces apagadas surcando las calles, castigando a la ciudad entera dejando su marca en las banquetas y en los parques, de pronto de la nada desaparecen en el fulgor de los asaltos y en medio del caos. La ciudad llora la furia y el sabor amargo de la vida de sus habitantes, se estremece con cada alma herida apuñalada por las grandes corporaciones dueñas de todo por eso la convulsión y el reproche de la ciudad por eso blande como un látigo al aire todas sus tristezas tus desgracias.
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Acordes Lenitivos Alejandro Volta Para este número queridos lectores abordaremos un tema intenso y lleno de adrenalina; esta vez nos enfocaremos en la ira, y lo haremos de manera rítmica con el poder del R&B (Rhythm and blues) de Ray Charles. La canción que nos acomete en el tema es el exitosísimo Single hit the road Jack del compositor y amigo de Charles, Percy Mayfield; pero llevada al éxito por el arreglo de Charles en 1961. Si bien la música de esta canción es movida y alegre, la canción es una discusión entre una pareja, por lo que por muchos años se creía que estaba basado el arreglo de esta en discusiones entre la esposa de Charles y el, debido a su fuerte adicción por la heroína; sin embargo solo queda en una suposición que envuelve a este maravilloso tema. La letra es prácticamente un dialogo, llevado maravillosamente la parte femenina por el coro de mujeres The Raelettes, para así armonizar perfectamente la canción. Esta empieza con un ritmo pegajoso, pero con el firme reclamo de las coristas “Lárgate Jack y no vuelvas nunca más, nunca más, nunca más, nunca más” mientras Charles responde “Escucha nena, no me trates tan mal” es un continuo dialogo en el que las coristas le piden “No vuelvas nunca más, nunca más”.
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La situación de Jack parece no ser muy favorable, pues ella le reclama “No tienes dinero, eso simplemente no es bueno” pero él tiene la promesa de volver cuando triunfe finalmente. La canción termina en un ir y venir de contestaciones a manera de despedida por parte de Charles y con la ira en la voz de las coristas, terminando: “Lárgate Jack y no vuelvas nunca más. Bueno (No vuelvas nunca más) Uh ¿Cómo dices? (No vuelvas nunca más) No te entiendo (No vuelvas nunca más) No me puedes decir eso (No vuelvas nunca más) Oh, nena, por favor (No vuelvas nunca más) Qué tratas de hacer conmigo (No vuelvas nunca más) ¡Oh! No me trates así (No vuelvas nunca más)” Los compases empiezan a disminuir y el sonido comienza a disiparse, a pesar de ser una canción llena de un reclamo y dadas las circunstancias de su arreglo, hit the road Jack es un claro ejemplo de que no por tener un sentimiento saliente de las entrañas, necesariamente tiene que ser con un ambiente así. Como siempre dejo la decisión en tus manos sobre el desenlace y conclusión de esta canción, es momento de que vayas y la escuches, los espero en la próxima ocasión.
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~ COSAS DE NINOS Mario Ramírez Monroy Estimado Lic. Villaseñor: URGE su presencia en la escuela. Me atrevo a mandarle este correo porque su teléfono me manda a buzón. Lamento decirle que se trata de su hijo Ronald. Nunca había pasado algo así en toda la historia de esta primaria. Por favor, venga de inmediato.
Director Arturo Arvizu Montemayor. *********
Marcelo: De nuevo nos dejaste solos. No sé si te estás revolcando con tu secretaria o con la zorra en turno, pero lo que no te perdono es que no te importe tu hijo. Yo sola tuve que enfrentarlo todo, ya no te preocupes, imbécil. Ya no es necesario que vengas. Ni siquiera vas a buscar a Ronald porque lo encerraron. Sí. ¡Lo encerraron! ¡Está preso! ¡A mí hijo de nueve años lo encerraron! Que Dios te bendiga, estúpido. ¡Síguete revolcando, malnacido!
Fabiola. ********* Ignacio, necesito de tu ayuda hermano. Parece que Ronaldito hizo algo grave y no sé qué es. No pude encender mi computadora sino hasta ayer en la noche. Todo el día estuve con Sonia. No sé qué carajos pasó. Fabiola ni siquiera me contesta el celular, y en la casa no hay nadie. Además, hoy es sábado y la maldita escuela está cerrada. Nos vemos en donde siempre. Marcelo Villaseñor. *********
Estimado Lic. Villaseñor:
Le di mi palabra a su esposa de no decirle nada a usted. Sin embargo mi ética no me permite quedarme callado. La verdad no la culpo lo que sucedió en la escuela fue muy grave, y ambos estuvimos esperándolo y usted nunca llegó. Tan sólo puedo decirle que su hijo agredió a un compañero, y los padres de él quieren todo el peso de la ley sobre Ronald.
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Quieren encerrarlo en el Tribunal para Menores. Yo no pude hacer nada, ellos son gente influyente, poderosa, diría yo. Ronald siempre ha sido un alumno ejemplar, no sé qué lo orilló a hacer lo que hizo.
Director Arturo Arvizu Montemayor. ********* Marcelo, viejo, ¿cómo estás? Te tengo nuevas. Fabiola se comunicó conmigo. También quiere que ayude a Ronald en su caso. Ya me explicó todo lo que pasó, pero no me atrevo a decirte nada por mail, prefiero decírtelo en persona. Te seré sincero, el caso es difícil, el otro niño quedó con heridas muy graves. Pero ya supe que le hacía bullying a Ronald, de ahí nos podemos agarrar. Además están los testimonios de sus amigos y de la psicóloga de la escuela. Podemos alegar varias cosas a su favor. Pero ya no te digo más. Tienes que escucharlo en persona. Nos vemos hoy a las tres. Y viejo, en verdad prepárate.
Ignacio. *********
A quien corresponda: Como psicóloga de la institución donde estudia el niño Ronald Villaseñor, tengo que comunicarles que nuestro alumno ha sido víctima de las circunstancias. Villaseñor goza de un historial académico intachable, buen promedio escolar y excelente conducta. El muchacho que fue gravemente herido tenía fama de ser uno de los peores alumnos de la escuela, quien golpeaba a los niños sólo por diversión. Incluso muchas de sus travesuras podrían clasificarse de crueles (cabe mencionar que con esto no pretendo justificar el hecho cruel del que fue víctima). Ronald -según comprobamos por boca de sus compañeros- era quien recibía más ataques y golpes por ser el alumno con mejores calificaciones. Repito, no pretendo justificar el lamentable hecho, pero hasta un alma sensible y bondadosa puede convertirse en una fiera, si la situación lo presiona al grado de ya no soportar más. Estoy a su completa disposición para testificar sobre la buena salud mental de Ronald Villaseñor.
Dra. Alicia Alba *********
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Algo de mi furia/ Emilio Valencia
Papi, escribo esto para ti. Te quiero mucho. Perdóname. No me gusta este lugar. Hay muchachos más grandes que yo, y son muy malos, y hasta los más chicos son malos también. Dijeron que me iban a hacer cosas muy feas todas las noches, y no quiero. Diles a los papás de Juan que me perdonen también. Yo no quería dejarlo ciego, ni tampoco dejarle la cara y las manos así, pero él era malo conmigo. Siempre me pegaba, me quitaba mis cosas. Él me rompió el celular que me regalaste en mi cumpleaños. Pero lo que más coraje me dio fue que me mojó con su pistola de agua, pero no tenía agua, sino pipí. Yo me puse a llorar y él risa que risa. Y cuando me dio asco y me puse a vomitar, él me echó más pipí en la boca, y siguió risa y risa. Por eso también llevé mi pistola de agua. Y también le mojé los pantalones, y el suéter. Y cuando se sentó en el suelo de dolor, fue cuando le mojé toda la cara, y se puso a llorar y a gritar, y a mí me gustó vengarme de él. Y seguí mojándolo, por eso quedó así. Dile a mi mamita que me perdone también, que la quiero mucho. Pero ya no quiero que aquí también me peguen, ni que me hagan otra vez lo que me hicieron noche. Ya son tres noches. Por eso me voy a colgar del cuello. Papi, dile a mamá que no vaya a llorar. Y dile a Juan que me perdone, porque yo no llené mi pistola con pipí, sino con el ácido que usa mi mamá para destapar los caños. Ojalá un doctor pueda operar a Juan para que pueda volver a ver. Los quiero mucho.
Ronald.
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