Línea Sur 3

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Hoy, sin embargo, la diplomacia mundial desarrollada por Brasil se enfrenta a incontables desafíos políticos e institucionales relacionados con el multilateralismo, inter alia: (i) el debate sobre el rol y las reformas del Fondo Monetario Internacional en el meollo de la crisis financiera y monetaria; (ii) las negociaciones en torno a los cambios climáticos y los desafíos de las transformaciones económicas necesarias hacia un posible modelo de desarrollo sostenible, como ha quedado demostrado en Rio+2012; (iii) las negociaciones atascadas de la Ronda Doha en el seno de la Organización Mundial del Comercio; (iv) el uso excesivamente politizado (o aun ideológico) de los derechos humanos en el Consejo creado en las Naciones Unidas en 2005; y (v) el debate sobre la cooperación internacional para el desarrollo, la eficacia de la ayuda (o del desarrollo, como se afirmó en Busan, en Corea del Sur, en 2011) y la cooperación sur-sur. Muchas de estas encrucijadas en las negociaciones multilaterales contrastan con la intensificación del diagnóstico crítico de la situación social, ambiental, económica y política internacional. Problemas graves de diferentes órdenes demandan soluciones en el corto o medio plazo, pero también implican nuevos arreglos políticos y ajustes estratégicos ante el movimiento de las placas tectónicas del orden mundial en transformación. Las instituciones multilaterales carecen de capacidad de respuesta política a los desafíos globales, puesto que, inter alia, sus principios, organizaciones, normas y reglas expresan un status quo que ya no refleja el orden político y económico internacional. Esto no significa que los organismos multilaterales no logren realizar cambios con base en procesos de aprendizaje y de socialización de los Estados; sin embargo, el tiempo de las reformas institucionales tiende a no adaptarse a la velocidad de la historia, ni a las demandas de redes y movimientos sociales transnacionales. Como corolarios de estas constataciones, emergen y se desarrollan, desde fuera de los espacios institucionales, debates públicos de naturaleza no estatal (a ejemplo de la dinámica del Foro Social Mundial y de la Cumbre de los Pueblos). Pero lo que vamos a privilegiar en este análisis son los llamados grupos informales ad hoc que buscan plantear respuestas a las crisis y avanzar en los intereses estratégicos de los Estados que forman parte de ellos, a ejemplo del G-7/G-8 y, más recientemente, del G-2013.

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Hasta el año 2008, el G-20 había sido un foro de ministros de finanzas y de presidentes de bancos centrales, también conocido como ʻGrupo Marco de Manilaʼ. Entre 1997 y 1999, estaba compuesto, de hecho, por 14 países, después por 22 y finalmente hasta por 33; pero muchos representantes consideraban que eran excesivamente numerosos para que lograsen negociar y deliberar de modo efectivo, respondiendo a los problemas financieros globales14. En septiembre de 1999, los ministros de finanzas del G-7 anunciaron que invitarían a un grupo selecto de países considerados “sistémicamente importantes” (sic) para una reunión en diciembre en Berlín15. Así nació el G-20 (también llamado por algunos el G-20 financiero, para evitar la confusión con el G-20 comercial), constituido por los siguientes países: Sudáfrica, Alemania, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia,


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