condición sicalíptica. Vocablo este muy de la época, para ser exacto, y definición que asegura el éxito popular, pero no el prestigio. (…) El atributo más recordable de La Corte de Faraón será el descaro. Es, en mi opinión, una condena más que una herencia. Su forma como producto de picardía fue enorme, según nos cuentan las crónicas, exagerando como suelen; y el franquismo, exageración fatídica donde las haya, contribuyó a aumentar la mala reputación, convirtiéndola en la más prohibida de las obras musicales durante toda una postguerra”.423 Pedro Manuel Villora coincide con esta apreciación y concede el más alto rango a la opereta de Vicente Lleó, al tiempo que denuncia que nunca había sido fácil presenciar una puesta en escena de La Corte de Faraón que fuese medianamente fiel a lo que sus autores concibieron, sino más bien lo contrario: “Y es que, en realidad, se trata de una obra mucho más civilizada de lo que su fama anuncia y pronuncia. En demasiadas ocasiones la hemos representada por compañías de cuatro cuartos, al mando y gobierno de comicastros execrables; en demasiadas ocasiones la hemos visto degradada en montajes de telón pintado, como para reconocer de una vez por todas sus verdaderos valores. Como para reconocer, sí, que, tras su muy vendible aparato sicalíptico, se encierra una partitura muy sabia, por no decir una de las más inspiradas del género chico”.424 El segundo y el tercer cuadros tienen como títulos “La capa de José” y “La capa caída”. En el primero de ellos la mencionada prenda sirve de excusa para presentar temas de relevancia, a saber la sexualidad, la castidad o la infidelidad, de forma intranscendental. El segundo de ellos, al igual que en el título del cuadro anterior, el mismo enunciado es de por sí una parodia de los títulos del género 423
VILLORA, P.M.: Teatro frívolo, Op. Cit., pág. 62.
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VILLORA, P.M.: Teatro frívolo, Op. Cit., págs. 63-64.
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José Salvador Blasco Magraner