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gidos a la clase media y alta neoyorquina, llevó a cabo una campaña contra la corrupción del New York Police Department y el gobierno de Tammany Hall, al que acusaba de traer la política al interior de las iglesias. A la iglesia, para Parkhurst, debía serle indiferente qué administración estuviese en el poder, pero no el mal que pudiese causar al pueblo: creía que su función era atacarlo dondequiera que surgiese. Ésta era la actitud que Riis buscaba en las figuras eclesiásticas, dada su tendencia a examinar los problemas bajo el prisma moral, y que pocas veces encontró. Al igual que la iglesia, Riis era consciente de la influencia que la prensa de masas podía ejercer en sus lectores. Para el autor, la denuncia era el cauce más idóneo para obtener las reformas esperadas: “Lo que me he propuesto aquí no es tratar sobre la reforma y su mérito, sino solamente señalar que el modo de conseguirla, el mejor modo de promover su advenimiento —en verdad el único método que siempre funciona— es el hacer conocer los hechos. Habiendo dicho lo cual le doy al reportero el sitio que le corresponde y dejo contestada de paso la pregunta sobre por qué nunca he deseado un cargo de mando, ni nunca lo ambicionaré”66. La contribución de Riis en el movimiento progresista sigue siendo un elemento discutido entre los estudiosos de su obra. Aunque la mayoría valora su figura en dicho contexto, en los últimos años se han alzado voces discordantes que creen que las ideas de Riis en el cambio de siglo resultaban ya pasadas de moda, en la medida en que los progresistas no compartían su espíritu moralizante ni su desconfianza en el gobierno, una desconfianza que, no obstante, debería ser matizada67. 66

Jacob A. Riis (1965). La formación de un americano, op. cit., p. 190.

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Riis no desconfiaba de la política local, sino de la estatal y nacional. Conocía bien los postulados no intervencionistas de la política americana y por eso apelaba a la moral de cada ciudadano. A nivel local, se opuso a la maquinaría de Tammany Hall, que controlaba las nominaciones del Partido Demócrata a través de redes clientelares; sabía que las reformas no se aplicarían hasta que volviese “a imperar en la municipalidad una intención moralizadora”, cosa que no ocurriría hasta 1895 y solo por un breve período de tiempo, durante la administración del alcalde Strong, en la que Riis se dedicó de pleno a la reforma. De ahí que el plano político a nivel local en Cómo vive la otra mitad quede retratado con cierto desdén: el autor no pierde de vista la corrupción, manifiesta en el vínculo existente entre la política y la taberna: a cambio de bebida Tammany cosechaba votos, y el matón pasaba a convertirse en líder político. Riis apelaba en su obra a la conciencia porque sabía que la legalidad actuaba con lentitud y que, al paso al que estaban creciendo los barrios bajos, la pobreza ganaría la batalla. Las dos mitades de Jacob Riis

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