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El maestro López es hoy quizá el decano de todos los directores de aquel tiempo, y aunque la evolución del teatro y la decadencia del género lo hayan apartado injustamente de la vida activa, hay que reconocer que siempre sostuvo con dignidad es difícil e ingrato cargo hasta ahora tan mal retribuido y cuya responsabilidad tanto pesaba entonces en la marcha y defensa de los negocios teatrales. Tanto por el deber, como por el cariño con que me miraba todas mis cosas, asistió a la lectura. Terminada ésta, la obra quedó admitida. Mi larga práctica en presenciar en el teatro casos análogos, me hizo comprender muy pronto que el efecto que había producido era excelente. Se discutió sobre el reparto, pero sin ultimar nada, hasta que don Sinesio Delgado; que era entonces y lo fue durante muchos años el asesor de la empresa, conociera la obra. - Es preciso – dijo Arregui – que Sinesio conozca el libro, aunque no sea más que como pura fórmula, y convendría que fuera cuanto antes, para que usted pueda pronto regresar a Valencia. Vaya usted a verle a la Zarzuela, donde anda ahora muy metido, y que procure proceder en seguida a la lectura. Aquella misma noche quedó el libro en poder de don Sinesio, el cual a la puerta de Jovellanos me despidió con estas palabras: - Adiós Peydró. Vuelva mañana por la tarde y le devolveré la obra ya leída. Efectivamente, al día siguiente volví al teatro con la desconfianza de que un hombre como Sinesio Delgado, sobre el que siempre pesaban muchos compromisos, hubiera tenido tiempo de ocuparse de aquella lectura, vi con sorpresa que sacando el manuscrito de uno de los bolsillos del gabán, empezó a darme cuenta tan detallada de la obra, e hizo tan atinadas observaciones sobre ella, que comprendí en seguida lo justificado de su cargo, y la formalidad y corrección que presidían todos sus actos.


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