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- ¡Reguera! ¡Reguera!... - ¿Qué manda usted, don Felipe? - Que no vuelva usted sin la contestación. No salga usted de su casa sin hablar con él, y dele usted el recado como soy se lo doy a usted. Si no viene a cantar “La bruja” que se dé por despedido. ¡Maldita sea mi suerte! (Y empezaba a medir el escenario a grandes pasos) Reguera se dirigía a la casa del célebre tenor. - Necesito ver a don Eduardo. - Está enfermo- contestaba su criado, antiguo corista de la Zarzuela y ayuda de cámara de Berges que ya aleccionado hacía allí de “cancerbero”. - Ya lo sé- contestaba Reguera-, pero traigo orden de no volver al teatro sin darle un recado urgente de la empresa, y de aquí no saldré hasta conseguirlo. - El criado, que sabía también cómo las gastaba el avisador y le creía capaz de pasarse esperando sentado unas cuantas horas, como ya lo había hecho en otras ocasiones, acababa por conducirle a las habitaciones del tenor y hasta la puerta misma del dormitorio. - ¿Se puede pasar, don Eduardo? – preguntaba Reguera en voz baja. Silencio sepulcral y una gran pausa. - ¿Da usted su permiso, señor Berges?


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