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INOLVIDABLES AVES Y FRUTAS DE YUCATÁN
Recuerdo que me estaba ayudando una de mis cinco hermanas menores –somos nueve los hijos de mi madre, y yo el mayor de ellos–, a quien había yo acudido para que me ayudara a bajar la hermosa anona cuyo olor parecía sentirse a pesar de los 10 metros, más o menos, incluyendo varios de follaje típico de esta planta que periódicamente nos obsequia con un fruto de sabor delicado.
Por el color que ya tenía y el hecho de que ya lucía dos pequeños agujeros que algún gracioso chojot (traducida al español esta palabra maya significa pájaro carpintero, y en inglés, seguramente usted lo sabe, la traducción sería woodpecker.
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Pues el alegre chojotito, de plumaje mayormente gris y chocolatoso, y que en la cabeza presume un copete formado con suaves y largas plumas azules peinadas hacia atrás, ya pasaba todos los días a revisar “su” árbol de anona, para verificar el momento en que ya era prudente y necesario descargar de ese fruto al árbol. Ojalá lo hubiéramos dejado hacer la chamba, porque a nosotros la fruta se nos escapó y cayó al suelo para convertirse en un pastel servido sobre una piedra plana.
Como ya apuntamos, los pájaros se comunican entre sí con una serie de murmullos y gorjeos, algunos de los cuales son tan dulces, cortos y bajos que a veces resulta muy difícil identificar plenamente, por ejemplo, la especie de ave que vimos realizar un vuelo corto pasando muy cerca de nosotros. Las oportunidades de observar en vivo y a todo color al pájaro carpintero atraen ahora a miles de turistas especializados.
Además de los dos detalles que apuntamos al principio de este trabajo, es justo señalar que hay dos características más que distinguen a esta ave: una es su corto canto, un gorjeo apacible y nervioso, discreto pero firme, inconfundible. Y la otra es que, aparte de la golondrina, en todo el Sur y Sureste de México sólo hay una especie más de volátil que construya su nido, en cuevas o pozos, con una parte de ramitas, incluyendo hojas de zacate largas, una que otra rama seca de mayor tamaño, y todo mezclado con barro y saliva. Sabemos que en países como Tailandia, en determinadas épocas se aprovecha la captura de numerosos nidos de esta ave que sirven para hacer una famosa sopa que tiene propiedades supuestamente alimentarias y afrodisíacas. Aquí en Yucatán nadie se cree ese cuento.
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La apariencia de la pequeña yuya (en otras partes de México, y en el sur de Estados Unidos, entiendo que se les llama calandrias) de color entre amarillo y verde me confunde porque no le encuentro las zonas negras que siempre les he visto a estos pájaros en la parte más externa de sus alas. El pequeño volátil da un brinco y suelta corto canto cada vez que mi Chata se acerca por debajo de la copa de un naranjo en la casa de ella. Se me ocurre que me podría dedicar los últimos años de mi vida a fotografiar a la mujer que más amo en combinaciones que tengan como centros a los plumíferos de mi Yucatán y a la linda morena de mi corazón.
Es probable que pocos lo crean, pero no hace mucho tiempo, parado junto a la puerta de la cocina que da al patio de la casa, vi llegar, posarse un momento en ese mismo árbol, y finalmente volver a levantar el vuelo, a cuatro diferentes yuyas. Diferentes porque una era mayormente color naranja con toques de plumas negras por todos lados; otra llevaba una combinación similar, pero de amarillo con negro; el plumaje de la tercera era predominantemente verde, con pincelazos de negro, y la cuarta casi parecía un perico, un kalí, que es una especie de loro totalmente verde, menor que los que hemos visto con cierta frecuencia pasar a toda velocidad por las copas de los árboles de Dzilam González.
Supongo que usted no esperaba un tratado acerca de las aves yucatecas en este pequeño espacio. Los plumíferos que viven en estas tierras atesoran hermosos colores fuertes –pasando por el azul metálico semiopaco de la escandalosa urraca o che´l–, y también otros más pálidos y tipo mate.
Bueno, pues hay un ave de cuyos colores no hay mucho que decir, pero en cambio es una verdadera fuente de poesía cuando uno la ve volar, y en medio de su vuelo sin ningún esfuerzo, soltar su alegre canto, que es más parecido a un corto piar, que a pesar de ser tan fino se extiende en un diámetro más de 100 metros, y que algunas veces, dependiendo de la alegría del animalito, se vuelve un concierto, que recuerda a nuestro muy mexicano y muy yucateco cenzontle, “El pájaros de las 400 voces”, como lo llamaba el rey Moctezuma, y al cual le encanta rozar el agua, de un cenote, por ejemplo, para llevarse en el pico un poco del líquido vital.
Gracias por su atención. Seguramente que otro también estaremos platicando acerca de las aves de Yucatán y de México.