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la calle febrero 2011

Sociedad 37 DÉJAME QUE TE CUENTE

Respeto MARIANO SANZ NAVARRO Escritor / www.marianosanznavarro.com

En

un viaje por el desierto mauritano, uno de los amigos que me acompañaban dirigió la expedición a una zona de pastos, en el Tiris, controlada por un personaje significado de la tribu a la que pertenecía y tío suyo. «No es persona de mi agrado», me advirtió, «tuvimos serias diferencias en el pasado que aún no hemos resuelto y es posible que no resolvamos nunca». Cuando llegamos a la lujosa jaima donde el jefe se alojaba con su numerosa prole, todos los miembros de la expedición, en el orden establecido, lo saludaron ceremoniosamente. Incluso mi amigo, aunque sin besarle la mano como es costumbre y deber entre ellos, le besó ambas mejillas con muestras de la mayor cortesía. Yo asistí perplejo a la escena, pues no era mi acompañante persona proclive a fin-

gimientos ni zalemas, así que le pregunté cuando la ocasión fue propicia por aquello que me parecía, como poco, peloteo. «Mira –me dijo–, a mí, como sobrino carnal y Chej de la misma categoría, aunque sujeto a su autoridad por mi edad, me corresponde besarle la mano, pero esa muestra de pleitesía es voluntaria. No le he hecho ningún desprecio al besarle en la cara, pero dejo así patente mis diferencias con él. No me hubiera importado faltarle al respeto, pero de haberlo hecho, me lo hubiera falta-

do a mí mismo, y eso sí me importa». Y me viene a la memoria con frecuencia esta escena cuando veo –leo– los furibundos –vulgares– ataques que se dirigen a nuestros dirigentes políticos o religiosos, sean del credo que sean, tanto de forma verbal como escrita. Aquellos que ocupan los máximos puestos de la política –colocados allí, con mayor o menor acierto, por mayorías constitucionales– se merecen un trato respetuoso; todo lo crítico que se considere oportuno, pero sin

descalificaciones ni faltas de respeto que solo a quienes las profieren denigran. Y me causa mayor estupor todavía cuando las tales provienen de personas consideradas “cultas” que ocupan cargos relevantes en la Administración o en la enseñanza, pero que cuando se refieren a personajes de su opuesta cuerda política o ideológica ceden a la tentación de recurrir al chascarrillo, la vulgaridad y la falta de respeto, que normalmente les son ajenos en sus actividades cotidianas, en las que se comportan con la elegancia propia de lo caballeros que son. Me reconfortan, sin embargo, los varios ejemplos que conozco por Murcia y sus aledaños –que sin ser abundantes, sí son suficientes, por ejemplares– de personas relevantes en la política y en la docencia cuyo proceder público y hasta privado se aleja considerablemente de los antes considerados. Me honro con la amistad de algunos de ellos.


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