Revista Hiram Abif Nro. 121

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El pensamiento apocalíptico tiene una tradición que se remonta al profeta persa Zoroastro, allá por el siglo XIV antes de nuestra era. Últimamente, se ha prodigado una especie de ansiedad por la predicción del fin del mundo en el calendario Maya.

Es cierto que el odómetro Maya llegará a cero el 21 de diciembre de 2012, ya que ahí alcanza el final de un ciclo de 394 años, llamado un baktun.

en busca de fragmentos de escombros que sean más grande que unos pocos cientos de metros. Eso supone bastante tiempo para desempolvar los arsenales nucleares en una misión de interceptación, si tenemos que hacerlo. Lamentablemente, desde el enfoque del Dr. Strangelove se crea una metralla letal que viaja en la misma dirección que el objeto original; una estrategia más inteligente sería enviar una nave espacial que viajando junto al objeto, «tirase» de él, desviándo su trayectoria ligeramente.

El Fin del Universo tal como lo conocemos Pero este baktun es parte de un ciclo mayor de 8.000 años llamado pictun, y no hay evidencia alguna de que vaya a pasar nada, astronómicamente adverso, del actual baktun al siguiente. Sin embargo, eso no ha detenido la febril especulación que vende libros y entradas de cine. ¿Qué tipo de catástrofe se necesitaría para el fin del mundo? Unos intrusos astronómicos serían una grave amenaza potencial. Los impactos que podrían causar los escombros desviados del Cinturón de Asteroides y los cometas que viajan en órbitas muy elípticas en la nube de cometas. Hay muchos menos fragmentos grandes de escombros que pequeños fragmentos, de modo que el intervalo entre los grandes impactos es mucho mayor que el intervalo entre pequeños impactos. Estas son buenas noticias. Cada siglo, aproximadamente, un meteorito de unos 10 metros, impacta en la tierra con la fuerza de un pequeño artefacto nuclear. En Tunguska, en 1908, fue el último, y tuvimos mucha suerte que ese meteorito aterrizara en el desierto deshabitado de Siberia. Cada pocos miles de años, la Tierra puede pasar a través del camino de fragmentos inusualmente gruesos de restos de cometas, convirtiendo el espectáculo familiar de una lluvia de meteoros en una tormenta de fuego mortal. Aproximadamente, cada 100.000 años, puede venir un proyectil de cientos de metros de diámetro, liberando una potencia equivalente al arsenal nuclear mundial. El resultado sería la devastación de un área del tamaño de Inglaterra, maremotos mundiales (si el impacto es en el océano), y arrojaría el suficiente polvo a la atmósfera como para atenuar la luz del sol y acabar con la vegetación. Esto arruinaría el cumpleaños de cualquiera. Luego aquí está el «gran desastre». Aproximadamente, cada 100 millones de años, una roca del tamaño de un pequeño asteroide golpea la Tierra, causando terremotos mundiales, mareas de un kilómetro de alto, y matando de inmediato a todos los animales terrestres de gran tamaño. Las criaturas del mar le seguirían poco después, como miles de billones de toneladas de roca vaporizada, causando un drástico enfriamiento y la destrucción de la cadena alimentaria basada en la fotosíntesis. Hay fuertes evidencias de que esto ocurrió hace 65 millones de años, y que nuestros pequeños antepasados mamíferos fueron los beneficiarios de la extinción de los lagartos gigantes. Cien millones de años suena como la cobertura del seguro, sólo que el siguiente podría ocurrir en cualquier momento. Pero podemos quitarlo de la lista de preocupaciones, los astrónomos lo tienen cubierto. Una red de telescopios terrestres exploran los cielos Revista Hiram Abif - Edición Nº 118 www.hiramabif.org

Cuando las estrellas masivas agotan su combustible nuclear, el resultado es una titánica explosión llamada supernova. La luz de una estrella moribunda rivaliza con una galaxia entera, y emite partículas de alta energía, que pueden destruir la capa de ozono de un planeta como la Tierra, si ocurre dentro de un radio de 30 años luz. La desaparición de los grandes mamíferos de América del Norte. hace 41.000 años, se ha relacionado con una supernova, y otras mini-extinciones pueden estar relacionadas con este cataclismo de muerte estelar. Una supernova es un pequeño petardo en comparación con una hipernova. En este espectacular y poco común evento, el colapso violento de una estrella muy masiva expulsa chorros de gas y partículas de alta energía, a cerca de la velocidad de la luz, y por unos momentos la estrella eclipsa todo el universo con rayos gamma. Si una estrella así estuviera en un radio de 1.000 años luz, la Tierra entraría en su campo de radiación de alta energía, la experiencia sería un holocausto mundial inmediato. Es una cuestión de suerte que una hipernova nunca cruce su camino con el nuestro. En escalas de tiempo más largo, la atención se vuelve hacia nuestro querido Sol. Nuestro perenne compañero está a medio camino en su conversión de hidrógeno a helio. Alrededor de unos 5 mil millones de años, sus glamurosas llamaradas se extinguirán, y crecerá hasta engullir la Tierra y convertirla en una inerte ceniza. Esta es la muerte por la cremación estelar. Por si esto parece una confortable perspectiva a distancia, la biosfera en realidad morirá mucho antes. El sol brillará más fuerte a medida que envejece, y en 500 millones de años una versión turbo del calentamiento global convertirá la Tierra en un desierto global. Esto nos da tiempo de sobra para encontrar mejores propiedades inmobiliarias. Titán parece prometedor. Ya tiene nitrógeno, sólo hay que añadir el oxígeno y ¡listo! Nuestra segunda casa. Y esos expertos científicos que quieren salvarnos de los asteroides guardan un plan apasionante en la manga: poner deliberadamente un asteroide cerca, y poco a poco paso a paso, transferir energía a la Tierra y empujarla más allá del sol. Después de unos cuantos millones de años tendremos que migrar a una órbita más hospitalaria. Las estrellas van y vienen, pero las galaxias parecen eternas. Una galaxia como la Vía Láctea actúa como finaliza en la página 29

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