Marzo 2012 [3/12]
La Naturaleza no conoce fronteras políticas: sitúa nuevos seres sobre el globo terrestre y contempla el libre juego de las fuerzas que obran sobre ellos. Al que entonces se sobrepone por su esfuerzo y carácter, le concede el supremo derecho a la existencia. Adolf Hitler
ire a toda esa gente, mire sus caras; son caras apáticas. Algunos más despiertos que otros, algunos con vidas más perfectas que las de otros, incluso más perfectas que la suya. Pero si hay algo que comparte toda esta gente es algo que, tanto usted como yo, hemos experimentado alguna vez en nuestras vidas.
¿Ha oído hablar del dolor? Por supuesto que ha oído hablar del dolor. Esa sensación puramente humana. Hay que ser inteligente para comprender el dolor. Pero no, no comprenderlo como el perro que no come de ese cuenco porque recibe una descarga eléctrica, eso no es dolor. Para sufrirlo hay que entenderlo.
Le voy a contar una historia que le va a gustar. Hace millones de años, la gente como usted no sobreviviría ni diez años en la Tierra. Porque usted, al igual que yo, no goza de una fuerza física considerable. Usted es potencialmente una presa. La fuerza con la que cuenta a día de hoy no hubiese servido para desollar un mamut. No cazaría, por lo tanto no comería; enfermaría y moriría. Entendería este proceso pero no podría hacer nada para arreglarlo, estaría genéticamente condenado a no sobrevivir desde el momento en que nació. Su miopía, por ejemplo, ahora no es más que un pequeño handicap, el mismo que no permitiría proteger a su tribu del ataque de unas leonas hambrientas. Demasiado lento. Demasiado rápidas. Ellas son depredadores y usted no, tiene miopía. Ahora mírese; la corbata le queda muy bien con esas gafas. ¿Louis Vuitton? ¿Versacce? ¿Armani? Da igual, se nota que tiene poder. Ahora son las leonas las que cazan por usted; nadie diría que usted es una presa. ¿Recuerda que antes le he pedido que mirase a todas estas personas? Bien, ahora le ruego que vuelva a mirarlas. ¿Cuántas presas cuenta? Ninguna. El único que debería temer algo soy yo y no lo hago. Desde el momento en el que una persona de la que usted y yo descendemos cogió un palo, lo afiló y atravesó el pecho de una pequeña alimaña, nos convertimos en súperdepredadores. Somos el producto de un raciocinio que ha ido evolucionando más deprisa que nosotros. Disculpe, ¿soy yo el que va demasiado deprisa para usted? Me explico. Éramos presas, la escoria del Planeta Tierra. No podíamos ni acercarnos a algo más grande que nosotros por miedo a que nos chafara. Entonces algo cambió. Un click. El toque maldito de Dios, si quiere. Ese momento en el que una linea de luz atravesó nuestro cuerpo y nos dio alma. Fue ese instante en el que un sucio y apestoso mono cogió un palo, sin saber muy bien para qué,
y golpeó a otro que competía por la misma zona para defecar. Probablemente lo golpeó hasta matarlo, fruto de la enajenación visceral que le produjo ese acontecimiento épico. Tuvo que ser algo parecido a un orgasmo. Tenía poder, sabía que lo había conseguido. En otras palabras, esa línea de luz es lo que hoy conocemos como inteligencia. No piense en una inteligencia abstracta como la de sumar 3 manzanas y 6 naranjas, si no en la inteligencia de la que se nos dotó para matar, y así, conseguir comernos esas 9 frutas para sobrevivir. Piénselo. La inteligencia es nuestro don más violento, es el arma que nos hace empuñar armas; pero es un arma de doble filo. ¿Usted cree que la desarrollamos gratuitamente? No, claro que no. Por el amor de Dios, ¡éramos la presa por antonomasia!: los ciervos son rápidos, las hormigas son pequeñas, los monos tienen árboles a los que trepar y hasta las ratas tienen su madriguera. Nosotros éramos un trozo de carne esperando a ser comido. Ahora voy a intentar profundizar, escuche con atención. Imagínese un barco de vapor de los que surcaban el Mississipi. Huckelberry Finn, ¿me capta? Le cambiamos el motor y le ponemos el de un Boeing. ¿Cuánto cree usted que aguantaría la estructura del barco antes de desintegrarse? Piense que el diseño del barco estaba pensado para navegar a cierta velocidad, pero siduplicamos la velocidad de crucero el forro exterior empezaría a agrietarse. Cuando la triplicamos, las cuadernas se quebrarían y la quilla flectaría peligrosamente. Ahora cuadruplicamos. ¿me va siguiendo? Ahora pongamos en marcha el motor del Boeing, veinte veces más potente que el motor de vapor. El barco se volatilizaría antes de acercarse siquiera a la velocidad máxima. Bien, basta de metáforas. La inteligencia es nuestro inesperado motor de Boeing. Nuestra estructura no está diseñada para aguantar ese
despliegue de potencia. Nadie nos preguntó si la queríamos y ni siquiera, a día de hoy, nos ha preguntado si nos sentimos cómodos con ella. Se nos impuso sin oposición, invadió nuestro diseño original pero fue lo que nos permitió sobrevivir. ¿Esa expresión que se dibuja en su cara es de incredulidad? Usted sabe mejor que nadie sobre la justicia, ¿acaso cree que fue justo?¿Cree que es lícito pasar de ser el primer plato a ser el chef sin más? Evidentemente se habrá dado cuenta de que algo no funciona en todo esto. No puede ser. No existe acción sin consecuencia. Tenemos inteligencia, sí, ¿pero cuál es el precio?¿Usted fuma? Déjeme adivinar... ¿un paquete al día? No... usted es más de puros. ¿Uno de sobremesa, cierto? Con el bourbon, después del café, rodeado de gente que le considera más inteligente de lo que en realidad es. Pero eso le gusta; le gusta sentirse en la cumbre mientras se le llena la boca de un áspero humo que sabe que en realidad lo está matando. Dígame, ¿cuándo empezó? O mejor dígame por qué. Usted sabía de antemano que fumar conllevaba un riesgo innecesario, empezó a destruirse conscientemente, y aun así, se dejó llevar por algo que ni siquiera usted entiende. Tranquilo, yo lo sé; voy a explicárselo de forma que usted lo entienda. ¿Ha oído hablar de Freud? Sí, el que se follaba a su madre, o eso dicen, pero tampoco importa mucho ahora. Ah, también le gustaba la cocaína, seguro que más que a usted. Freud decía que el ser humano tiende a ser autodestructivo en sus actos, que nosotros utilizamos el dolor para aprender de la misma forma que utilizamos la inteligencia. Recuerde, la inteligencia es el motor del Boeing. Nos está destruyendo a pasos
agigantados. Guerras, fanatismo, asesinatos, suicidios y su caja de puros. Si aprendemos gracias al dolor, quiere decir que la inteligencia es un modo de dolor. O viceversa. Es decir, que usted fuma porque es inteligente. Vaya, ¿oye ese murmullo? Están confundidos, creo que no me he explicado bien. No quiero decir que fumar sea la decisión correcta. Lo que digo es que su inteligencia, el motor del Boeing, le está destruyendo en forma de humo. Se autodestruye porque es inteligente. Ese es el verdadero precio a pagar. Ahora ve la contradicción, ¿verdad? Somos depredadores del mundo y presas de la inteligencia. Nosotros, que esperábamos ser comidos en cualquier momento, fuimos capaces de llevar el instinto de supervivencia a lo más alto, y una vez ahí nos dimos cuenta de que no estábamos preparados para manejar ese don. Nuestra repentina evolución intelectual evita que seamos presas, pero es lo que somos en esencia. Por eso utilizamos la autodestrucción, el dolor, como forma de contactar con nuestra naturaleza. -Señor Cecilio, ¿de qué diablos me está hablando? En el informe que tengo aquí delante pone que se le acusa de allanamiento del colegio público La Virgen de las Mercedes; de asesinato en primer grado del conserje y de la junta escolar; de escándalo público al irrumpir violentamente en una obra de teatro infantil completamente desnudo; de violar a 20 niños que iban disfrazados de pastorcillos y de colocar 30 kilos de explosivos plásticos en los cimientos del edificio. ¿Nos puede explicar, al jurado y a mí, qué le llevo a cometer tal atrocidad? -A usted no le puedo mentir, maldito hijo de puta. Estoy muy jodido de la cabeza.
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