Flor del guanto 4

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mirada

22  Flor del Guanto #4

ilustración  angie vanessita

gabriela ruales jurado (casa feminista de rosa)

írate… empieza por tu piel, el límite entre tu interior y el mundo que te rodea. Mírate y descubre que lo que ves en ti, es a la vez lo que te rodea. Piensa lo que es tu piel, lo que ha llegado a ser. ¿Acaso no miras las partículas que han cambiado, caído y volado de ella, desde tu nacimiento hasta este presente? ¿A dónde han ido, a donde irán? Y es que, si te fijas, —así me fijo yo-, esa piel, ese cabello, esos ojos, esos órganos, las impurezas que salen de tu cuerpo, tierra son, caen a ella, al final de tu tiempo en eso se convertirán. Porque tierra somos, ahora en forma de cuerpo, el cuerpo que tenemos, el que nos ha tocado. Cuerpo que para llegar a ser y vivir, ha tenido que ser moldeado con algo, como la arcilla que forma tu plato, como la masa del pan del cual te alimentas cada mañana, algo la ha compactado, algo ha dado forma a su existencia, algo la hace ser. De pronto me viene la imagen: el agua; luego la sangre que recorre las venas o aquella que sale en la menstruación de hace tres semanas ya. Siento mi liquidez, el agua cuerpo. Y agua somos, agua lloramos, agua sudamos, agua bebemos, agua meamos. Y aquí mismo pienso, no lograría estar aquí sin este aliento. Fíjate en tu nariz, lo que sale y entra de ella hasta inflar y desinflar tu estómago, porque aire somos, un constante ir y venir, un constante entrar y salir, una constante ventilación que sigue el ritmo de las sensaciones, un constante vivir y morir. Aquí mismo, bajo la noche, el momento de su presencia, la infaltable. Junto a ella siento este calor corporal, mi temperatura la nivelo con algo de abrigo sobre mi cuerpo. Fuego que recorre cada uno de mis recovecos, por dentro, más calor, por fuera menos, y así, dentro, el espíritu que me habita, el espíritu que me dice “también soy fuego”, “también eres fuego”. Sale el sol y los antepasados nos cuentan que en este lado del mundo estamos hechas de maíz, el maíz que nace de la tierra… Entonces ubícate, me ubico contigo y me reconozco universo. Más cerca me vuelvo tierra y lo que en ella habita. Te reconozco universo-tierra-humano, universo-humanatierra, diversos cuerpos, colores de maíz, así somos mazorcas. Miro, toco, saboreo, siento y presiento, todo aquí es parte de lo mismo, parte... y alguien lo parte, lo divide, nos aleja, y entonces esta creación humana empieza a generar la pregunta: ¿Quién soy? Una pregunta aparentemente inocente, sin embargo construida para responder sin mirar lo esencial ¿Cuándo empezó todo esto?, ¿cuándo me dividieron entre cultura o naturaleza?, ¿entre razón o sentimiento?, ¿entre fuerte o débil?, ¿entre hombre o mujer? ¿Por qué tengo que pensarme desde estas dualidades?, ¿desde lo uno sobre lo otro?, ¿lo primero sobre lo segundo?, si soy universo-tierracuerpo maíz... ¡para que responder!

Reconocimiento. La existencia para crear no para ganar. La verdad de nuestros antepasados en la verdad presente, en mi verdad interior y en tu verdad que me traspasa. Mi tiempo no estaría basado en producir, sino en crear, y mi cuerpo no sería esa dualidad femenina “inferior”, construcción de algunos que nos dicen “No eres como yo, porque eres mujer; porque no eres una mujer como yo”. Y así mi cuerpo se desdibuja, se hace lo que no es, se construye como cultura y se aleja de la naturaleza o es naturalizado en función de una cultura inventada, antinatural. Pero no podría existir sin ella. Esa cultura en la que habito, un sistema que la inventa, PATRIARCADO, nos crea, nos moldea, nos condimenta, nos adapta, nos regenera. Intenta sacar de las entrañas de la tierra los últimos resquicios de lo que tiene para sostenerse. Me pregunto ¿Cuál es el plan final? Algo me asusta, el camino conduce a la autodestrucción. ¿Para qué? ¿Quién se beneficiará finalmente si dejamos que esto suceda? En este andar sin rumbo común, donde el creer en personajes asentados en el poder es inexistente ya, sigo mirando a quienes deben sujetar con sus vidas, la vida de otros. Cientos, miles, en esta vida y la otra. Cientos y miles de ellos y ellas. Cientos, miles de ellas. Cuerpos mutilados, violados, menospreciados, violentados, engañados, creados… mujeres. Entonces, tras reconocer nuestras historias comunes, volteamos la mirada hacia la Tierra. ¿No ves cómo sucede algo común entre nosotras y ella? Tierra: mutilada, violada, menospreciada, engañada... ¡BASTA! Nos detenemos. Sabemos que somos las actoras de nuestras propias vidas y en eso radica nuestro amor por las demás, por los demás. Empieza por nosotras mismas. Mirarnos a los ojos nos es difícil; pero las ganas de atravesar los muros impuestos por el padre, son más fuertes. Nos damos esa posibilidad, de arrancar de nuestra piel las costras hasta descubrir la tierra; nos colocamos frente a frente las unas a las otras, hasta terminar de llorar lo que no nos pertenece, y dejamos en nosotras el agua necesaria para juntarnos bajo la luna. Buscamos un lugar en la soledad hasta que los suspiros se transforman en alientos de energía, en soplidos de alegría. Nos vamos en el viento. Desde la rabia, llama que se enciende hasta fundirnos con nosotras mismas. Nos vamos con el viento. Nos volvemos luz.

Resistencias ecofeministas: naturaleza, comunidad y amor   23


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