Errata#14

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Cubierta del catálogo de la primera Bienal de La Habana, Cuba, 1984. Foto: cortesía de Nelson Herrera Ysla.

Dado el caso, la importancia de la Bienal no radica en su condición propiciatoria, sino más bien en el hecho de culminar, en más de un sentido, casi tres décadas de transformaciones constantes en los modos de hacer exposiciones. Así mismo, las bienales no surgieron en rechazo de la representación nacional ni (para citar a Esche de nuevo) se definieron «en términos de la mezcla política y social de las ciudades que las acogen» apenas a finales de los años ochenta, cuando la «bienalización» se hallaba en su tercera ola (Esche 2012, 11); estos fenómenos ya estaban presentes, y se debatían en Sídney, Medellín y en otras ciudades «periféricas» que buscaron transformar el alcance internacional de las bienales en 1960 y 1970. Tal vez lo más impactante sobre estas exposiciones «periféricas» sea, sin embargo, que no entran fácilmente en el estereotipo de las bienales como síntoma neoliberal. Si bien ciertamente tenían la ambición de ser internacionales, a menudo fue una asociación internacional socialista, o al menos inspirada en el socialismo, la que cargó su retórica y sus objetos. Desde la itinerante Bienal de Arte Árabe, creada por la Unión de Artistas Árabes para redistribuir atención, fondos y educación hacia todo lo largo del mundo árabe, pasando por la promoción de las bienales dentro de la agenda socialista de los gobiernos de Tito en Yugoslavia y de Nasser en Egipto, hasta los cimientos ideológicos en la solidaridad socialista entre naciones no alineadas, fueron estos y no el capitalismo del Atlántico norte los puntos de referencia primarios para el análisis y la reevaluación de las bienales del Sur (algo que deviene especialmente claro, pienso, con las protestas en Medellín contra las dictaduras de derecha y el neocolonialismo estadounidense en Suramérica a principios de 1970). Que estas bienales hayan tenido éxito en sus esfuerzos o hayan sido simplemente peones en las 86


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