Revista Diferencia(s) - Nº 5 - Dinero - Noviembre 2017

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155 cerse por el trueque. Por el trueque es primero caprichoso y sin regla alguna, luego un poco más reglado y, más tarde, se opera por la compra y venta, pero a precios muy variables, objeto de negociaciones incesantes, a precios completamente individuales. Al final, por la compra y venta a precios fijos, uniformes sobre todo un gran territorio. Al matematizarse, las leyes de una ciencia en progreso devienen más claras, más prácticas, más propicias para aplicarse a un gran número de problemas y expandirse en un mayor número de espíritus. Puesto que la ciencia es, ante todo, el conocimiento socializado e indefinidamente socializable; ésta debería ser su definición esencial. Y, al monetizarse, las cosas intercambiables se intercambian más fácilmente, más rápidamente y mucho más lejos. La monetización del intercambio es la condición sine qua non del comercio. El comercio es la acción económica cada vez más socializada, como la ciencia es el pensamiento cada vez más socializado. (La ciencia en proceso de construcción responde a la industria; la ciencia realizada y, luego, vulgarizada, responde al comercio). Sin duda, un Robinson de genio, nacido en una isla desierta y desarrollándose intelectualmente completamente solo, original autodidacta, podría observar las similitudes y repeticiones de los fenómenos, sus relaciones de crecimiento y disminución, también de igualdad, pero el costado numérico de las cosas no lo conmovería más que débilmente, infinitamente menos que aquel costado ondulante y diverso de sus variaciones incesantes. Si el instinto de progreso intelectual, por azar, lo atormentaba, era para diversificar cada vez más sus sensaciones y sus percepciones, para acumularlas en él con sus divergencias propias, con las que se vincularía, y no para uniformizarlas, reduciéndolas a ideas generales. Si el espíritu humano ha orientado su necesidad investigativa en la vía de las generalizaciones, de las similitudes y repeticiones fenomenales expresadas en signos, en palabras, es porque éste se ha visto forzado a entrar en comunicación con sus semejantes. Pero, para comprenderse a sí mismo cada vez mejor, él no hubiese tenido nunca la necesidad del lenguaje. Si su desarrollo intelectual se hubiera mantenido exclusivamente individual, podría, en rigor, haber llegado más lejos, pero con la condición de ligarse ante todo a las variaciones y diversidades cualitativas de los fenómenos, al costado poético de las cosas. Librado a su suerte, sin las excitaciones de la sociedad ambiente, el cerebro del individuo es capaz de desarrollarse poéticamente; pero, científicamente, jamás. Puede que existan poetas escondidos en ciertos animales de genio. Pero, sin lugar a dudas, no existe ningún sabio. Aislado, el individuo nunca hubiese inventado algo que se asemeje a la moneda. Esto es muy claro. Pero no hubiese tenido tampoco la idea, probablemente, de comparar sus diversos deseos –de los cuales ya sólo la diversidad lo hubiese im-


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