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Cuando la potencia se hace presencia

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Perla Telias

Perla Telias

Cuando la potencia se hace presencia

Julieta Medici

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El mes de marzo del año 2020, el mes de inicio del aislamiento social obligatorio (ASPO) nos convocó a resituarnos en un gran esfuerzo psíquico y corporal y nos recordó entre otras cosas cuál y cómo era nuestra presencia en una institución hospitalaria como profesionales de la salud y como trabajadores. ¿Qué tan hospitalaria podría ser esa institución?

Comenzaba a atravesarnos la pandemia.

Las coordenadas de esa presencia en la que muchos nos situamos: trabajadores de la salud mental en un contexto de pandemia integrando el sistema de salud público de la Ciudad de Buenos Aires con todo lo que eso implicaba en términos sociales, políticos y de ausencia de recursos. Ausencia de recursos humanos, informáticos, de cuidados, infraestructura, redes, pero también posibilidades de hacer y también de volver a ser. Las identidades profesionales se ponen un poco en jaque cuando las instituciones reproducen nuevas subjetividades y cambian los contextos en un giro de 360 grados. A rigor de verdad la cultura de la mortificación, al decir de Ulloa (1995), ya nos venía tocando los pies.

El Comité de bioseguridad tuvo cierta resonancia con otro comité en el que veníamos trabajando algunos de nosotros antes de la pandemia: el Comité de bioética. Más de una vez se encontraba a los compañeros en esa confusión de términos. Lo común era lo bio, lo particular era como lo pensábamos, cómo nos nominaban ya no corría solo por nuestra cuenta.

Tuvimos que aprehender palabras nuevas, palabras como protocolo, triage y esencial. Pasamos a ser personal esencial, más bien nos anoticiamos. ¿Esencial es prioritario?, ¿esencial es poner el cuerpo literalmente hablando?, ¿esencial es no tener descanso?, ¿esencial es incluirse en la metáfora heroica del discurso médico y ser aplaudido?, ¿esencial en las malas condiciones laborales?

Creo que podemos ubicarnos como esenciales justamente en las coordenadas mencionadas: como trabajadores de la salud mental en un

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hospital público. Nuestro rol fue esencial y lo seguirá siendo en lo que algunos denominan la postpandemia. Y esa es una responsabilidad ética y política, es poner a la Salud Mental en donde hace mucho tiempo debería estar: en la agenda de las políticas públicas con todo lo que eso pueda implicar.

Nota agregada: la Salud Mental es la capacidad de transformar con otros la realidad. Y en este sentido la pandemia fue oportunidad.

Un dato curioso: este comité, que oficializamos luego de un plenario, tenía solo un trabajador psicólogo (la que suscribe) en un Centro donde hay mayoría “psi”. El equipo estaba además conformado por una enfermera, tres psiquiatras y un farmacéutico. Es importante citar sus nombres: Yamila Machuca, Rebeca Faur, Adriana Danzinger, Sebastián Segura y Roberto Filler. Hermosa configuración para ponernos a pensar, debatir y construir trabajo, que fundamentalmente consistía en crear medidas de cuidado para todos y todas.

Construir lazos que nos potencian en medio de esa crisis descomunal de variados efectos de los cuales aún no salimos ni terminamos de dimensionar, pero vaya si nos interpeló.

Trabajamos en el armado de protocolos con cada información ministerial de definición de caso. Otra era la definición de caso, aunque caso nos sonara familiar. Trabajamos en qué comunicar y cómo comunicar a nuestros compañeros: cómo obtener y usar los insumos: barbijos, máscaras, alcohol en gel. La redistribución de espacios para la atención presencial, la alternancia en dos grupos de trabajadores para prevenir contagios en el personal, la posibilidad de hacer testeos, etc. Recomendaciones para el personal de salud y para los usuarios de la comunidad.

Articulamos con el Comité de Crisis y la Dirección del hospital. En cuanto a las recomendaciones y a la información/formación pudimos invitar a un médico infectólogo que nos enseñó parte de lo que ya veníamos aprehendiendo y transmitiendo.

En el mes de mayo se puso finalmente en funcionamiento el triage con la compra del termómetro infrarrojo que tanto nos costó conseguir. ¿Increíble no? Por el triage pasábamos todos o casi todos. Pero me siento

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en la necesidad de destacar en este escrito la enorme labor que nuestra enfermera Yamila, parte integrante del comité, realizó en ese puesto donde ponía el cuerpo varias horas de múltiples maneras posibles y todo el tiempo en comunicación con el comité.

Finalmente se podría decir, no sin cierto orgullo en la tarea, que no tuvimos casos de personal infectado en la permanencia del lugar de trabajo.

Algunas reflexiones:

La pandemia en el mejor de los casos nos ha interpelado como profesionales de la salud mental en múltiples aspectos: humanos, teóricos, ideológicos y políticos ¿Qué nos vuelve capaces de hacer otras cosas, cuando las condiciones del contexto cambian, rompiendo los modos de normalización cotidianos?

Un acontecimiento se vuelve experiencia cuando se le da sentido. Spinoza (2002) sostenía que la amistad es la experiencia de la producción de utilidad común. El amigo es aquél con el que se tiene utilidad común, no es el amigo de la aventura, de la confesión, de los secretos, el que te banca. No se refiere al amigo íntimo, no se refiere a ese tipo de cómplice. Se refiere a todo tipo de experiencia en la cual lo que hay es producción común con los otros.

La ocasión de la potencia siempre es el encuentro con otros, los cuerpos son afectados por otros cuerpos, de ahí la posibilidad de la potencia de obrar. Es una forma de pensar lo colectivo. La pandemia nos deja mucho contenido en este sentido. Creo que de alguna forma, el Comité de bioseguridad nos produjo saber, nos produce potencia spinoziana, nos produjo amistad política. Fue un modo además de cuidado social y cuidar a los que cuidan.

A veces en nuestro hospital, que por contrapartida tiene tanta historia en lo autogestivo, los dispositivos se visibilizan poco, esos dispositivos que se inventan y producen novedad y habitan los espacios menos formales de la institución. En parte por eso me sentí convocada a escribir. Fue un enorme laburo que nos dimos entre todos y todas.

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Y lo creo así y lo creo hoy que me puedo detener a pensar que nos sucedió en todo este tiempo.

Hace unos días me preguntaban, en un dispositivo grupal, qué me dejo la pandemia. No tuve que pensar mucho. Me dejo lazos, me dejo amigos, me humanizó con otros, porque en definitiva pensar de otra manera requiere sentir de otra manera.

Bibliografía:

Ulloa, F. (1995) La Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Buenos Aires: Paidós. Spinoza. (2002) Ética, Madrid: Alianza.

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