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Pandemia, urgencias subjetivas y dispositivo

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Perla Telias

Perla Telias

Pandemia, urgencias subjetivas y dispositivo

María Isabel Fraifeld, Soledad Requiterena, María José Swidzinski1 .

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“Si pensamos la gravedad no como un dato natural de lo que le pasa a alguien, sino como una relación entre eso que le pasa a alguien y los recursos que tenemos para atender eso que le pasa, la gravedad es algo más potente y más amplio cuando se trata de salud mental.

El problema no es meramente psicopatológico, lo que está en riesgo es la capacidad subjetiva de esa persona de subsistir en un medio social” Emiliano Galende, El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional

El mundo tal cual lo conocíamos se volvió extraño. Las categorías espacio y tiempo como puntos de referencia de lo cotidiano se conmovieron a tal punto, que lo habitual estalló en pedazos. Se recrudecieron las desigualdades, los lazos se reconfiguraron a partir del aislamiento y el encierro. La muerte, la enfermedad y el contagio, se volvieron un dato cuantificable, con números alarmantes. La pérdida de familiares, seres queridos, proyectos, anhelos, confronta con la necesidad de un trabajo psíquico de duelo que se ve dificultado por un contexto de máxima incertidumbre.

Al respecto, M. Benyakar (2003), alude a la noción de evento fatídico disruptivo como la capacidad potencial de un evento para irrumpir en las personas, instituciones y comunidades, alterando un estado existente de equilibrio u homeostasis y produciendo distintos tipos de reacciones. El autor destaca dos elementos: la cualidad del evento y la capacidad de elaboración del sujeto, que dependerá, a nuestro entender, de recursos psíquicos previos y de la posibilidad de lazo social. La pandemia nos atraviesa como humanidad, pero los efectos de su atravesamiento sólo pueden ser leídos en su singularidad, como así también la consecuente invención de recursos tanto a nivel singular como colectivo, y en nuestro caso, a nivel del

1 Equipo de Emergencias Centro de Salud Mental N° 3

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dispositivo de Atención Ambulatoria de Emergencias en un Centro de Salud Mental.

El equipo de Emergencias que funciona en nuestro Centro, se ha propuesto desde sus comienzos producir un alojamiento de las urgencias subjetivas que facilite una continuidad, promoviendo el escenario de una crisis como un punto de partida, siendo su apuesta superar viejas dicotomías hospitalarias como ser la atención en guardia y su posterior tratamiento en otro dispositivo, servicio o efector del sistema de salud. Pensamos en un modelo de trabajo clínico con la urgencia subjetiva que privilegie la atención ambulatoria de la conflictiva psíquica y no sólo lo inmediato de la crisis, que muchas veces es abordada únicamente desde lo farmacológico. A nuestro criterio posibilitar el tratamiento, y no solo abordaje "en guardia”, supone favorecer y generar las condiciones de articulación de salida de la situación crítica; no limitándose a diagnosticar y atender lo "emergente", sino también destacando la importancia de la pregunta por la causa que produjo la crisis. Ya que un analista no tiene por qué suspender su marco teórico a la hora de recibir una urgencia, “[s]erá sólo la lectura sobre la causa, causa que subyace a la cadena de las determinaciones, la que permitirá situar la lógica de esa ruptura, más allá de cualquier sentido.” (Garro, 2015, 15).

El propósito es alejarse de las puertas giratorias que a veces se producen en un sistema de salud colapsado, donde escuchamos reiteradamente el tránsito de pacientes por intervenciones aisladas que terminan expulsando la demanda hacia afuera y agravando padecimientos al punto del quiebre subjetivo, tal como lo ubica Ignacio Lewkowicz (2002) para las sociedades neoliberales, donde lo no incluido no se recluye, se expulsa, dejando a los excluidos desamarrados. La nuestra es una apuesta al armado de redes institucionales y comunitarias, en un marco de creación de condiciones de posibilidad para un tratamiento ambulatorio posible de quien consulta.

En nuestro Centro, aún en épocas de máxima incertidumbre y de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), la invención llevó al armado de dispositivos como Ameghino Atiende, cuya novedad trajo las primeras formas de atención virtual para la institución; otros, nos reinventamos en la presencialidad además de sumar tratamientos remotos, pero en todos los casos, la noción de sujeto nos orientó al repensar la tarea,

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manteniendo posiciones determinadas éticamente. Ese sujeto que es hiancia y efecto, que es inadecuación, nos confronta cada vez, con la necesidad de invención y la imposibilidad de protocolizar respuestas predeterminadas. Consideramos entonces que, si partimos de allí, el trabajo interdisciplinario, que toda urgencia exige, lejos de alejar, acerca las fronteras entre saberes “psi”.

Los desafíos que trajo la pandemia nos obligaron a interrogar como nunca, el lugar que como Equipo de Salud ocupamos en la comunidad, llevándonos a reconocer los recursos existentes, sus límites, y los que se vuelve necesario inventar. En este punto, entendemos que la posición del agente de salud se torna brújula cuando esté apoyada en aquello que Winnicott (2000) desarrolló como la capacidad de uso de un objeto, “(...) en el sentido de no pretender que la situación planteada o teorizada, se acomode al dispositivo sino que éste pueda modificarse para alojar las demandas en los términos en que se presentan (...) esta capacidad de uso y de prestarse a ser usado por parte de un analista, una institución o un sistema es condición indispensable para la constitución de un espacio terapéutico” (Holgado, 2013, 26).

Urgencias subjetivas: entre la presencialidad necesaria y la virtualidad posible

“La institución en salud mental propicia una función estructurante mediante el tratamiento y la reinserción social del paciente grave (...) opera como marco, teniendo una función garante, como un Otro ortopédico que aloja, pero a la vez prohíbe y regula. Aloja a los pacientes en su padecer y a los profesionales en sus incertidumbres.” Abordaje de pacientes graves en el centro de salud2

Quien no puede esperar a sacar un turno se presenta in situ, precipita una consulta, acude al encuentro de la atención. Sabemos que la urgencia subjetiva supone una temporalidad que le es propia, un puro presente, una imposibilidad de espera marcada por un punto de desamparo, de desvalimiento. Es allí que, al modo de lo planteado por Freud para el desamparo inicial del infans, el Otro auxiliador realizará su acción específica.

2 Premio Ameghino a la Investigación Clínica (2010) Coord. Equipo de Investigación E.E. Fernández.

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Tomando este punto de partida, la clínica con las urgencias subjetivas presenta particularidades que le son propias y que intentaremos delimitar a propósito del lugar del analista.

El tiempo de la invalidez infantil es el escenario donde actúa la ternura parental, ternura entendida más allá de sus connotaciones emocionales, ternura en tanto instancia psíquica fundadora de la condición humana. Dicha ternura se fundaría en dos habilidades propias: la empatía, que garantizará el suministro adecuado, sea alimento, calor, arrullo-palabra, y el miramiento, que supone mirar con amoroso interés a quien se presenta como sujeto ajeno, punto de partida de la autonomía del infante (Ulloa, 1988). Las urgencias subjetivas nos confrontan con un momento de máxima indefensión estructural que reedita el desamparo inicial.

Estamos analistas, como propone Ulloa, por momentos como un auxilio, no sabemos de qué, pero sabemos que lo que acontece allí requiere estar en presencia, para alojar y funcionar como sostén simbólico-imaginario, donde el andamiaje por el cual un sujeto se sostenía, se rompe y la demanda se presenta de entrada, solamente como un imperioso pedido de restituir el estado de cosas, a un tiempo anterior. Es el encuentro con un analista el que posibilitará allí una salida de ese encierro, donde es necesario intervenir en tanto Otro real, decodificar el grito como en los tiempos primordiales, ya que el pasaje de la necesidad a la demanda es una cuestión de palabras y supone metaforizar la pulsión (Pipkin, 2013).

Lo primero que tenemos para aportar a este escenario de crisis es la apertura, la construcción de un tiempo posible, tiempo de difícil producción, alejado de toda cronología y estándar esperable. Frente a esta clínica de la prisa, no solo de quien consulta sino también de sus entornos, de instancias judiciales y de las más variadas prácticas disciplinares, el psicoanálisis tiene el desafío de hacerse un lugar allí, donde los saberes sobre el padecimiento se encuentran.

Insiste la pregunta, ¿qué lugar para estar analistas en las urgencias?, una respuesta posible supone -a nuestro entender- introducir una aclaración: en el campo del psicoanálisis la urgencia está íntimamente ligada al concepto de sujeto, de allí en adelante la gravedad de cada consulta no estará dada por lo trágico de un relato, ni por la presentación de 175

tal o cual síntoma o impresión diagnóstica inicial, sino por el contrario por la vivencia de padecimiento de cada quien, y lo que ésta supone en tanto punto de límite, de ruptura. Por consiguiente, dependerá del encuentro con un psicoanalista, qué esa urgencia lograra ser subjetivable.

La oleada de virtualidad que la pandemia volvió casi indispensable, nos convoca a pensar qué lugar para las urgencias subjetivas y los cuerpos. Entendiendo que el cuerpo que le interesa al psicoanálisis, podría al parecer, abordarse desde todas aquellas plataformas y apps que la pandemia nos obligó a incluir dentro de nuestra tarea. Pero al mismo tiempo, cuando se trata de las urgencias algo nos alerta, algo no alcanza. Intervenir en las urgencias requiere, para la persona del analista, muchas veces poner el cuerpo en presencia, a la cual nos referiremos de ahora en más como presencia-cuerpo, la misma no invalida la virtualidad, donde también se pone el cuerpo para sostener la función. El punto que nos interesa interrogar, tiene que ver con los límites de la virtualidad para la atención de urgencias subjetivas, donde entendemos que la presencia del analista tiene, en los comienzos, exigencias que la distinguen del curso posterior de los tratamientos.

Nos dice Lacan (1966) que el cuerpo que atañe al psicoanálisis, estará signado desde el comienzo por una falla, que en ese momento llamará epistemosomática, para delimitar que ningún progreso científico podrá zanjar, a pesar de todos sus avances y esfuerzos venideros. Ese cuerpo que no es homeostasis, que no es máquina, que no es materialidad, “cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar de sí mismo”. (Lacan, 1966, 14). Ese cuerpo es aquel del cual el analista deberá hacer su lectura, aquel que es superficie de inscripción, aquel que el significante nomina y que en nuestra clínica se presenta, estallado, alterado, sin encontrar sus bordes.

Cuando alguien se presenta a la demanda espontánea del equipo de Emergencias, muchas veces consulta en un punto de desamparo, que vuelve primordial por parte del analista un alojamiento desde un punto de amabilidad que posibilite empezar a hablar, entendemos que lo hospitalario tiene que ver con eso.

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La abstinencia no es indiferencia, y como decía Ulloa (1988) la ternura tiene un valor estructurante. Este es un rasgo fundamental a destacar respecto de la presencia-cuerpo en la urgencia, ya que muchas veces nos encontramos con situaciones clínicas en donde hay que atender a la necesidad para poder hablar, se trata entonces, primero de una presencialidad necesaria para que pueda advenir una virtualidad posible.

Lacan en St. Anne (1975-76) describe a la urgencia como lo imposible de soportar para un sujeto al que ya nada divierte, se necesita poder dormir, comer, pensar cómo seguir, para poder demandar algo. En este punto, la interdisciplina se vuelve herramienta, no porque la intervención farmacológica sea destino, sino porque es posibilidad, siempre y cuando pueda ser evaluada en un trabajo conjunto.

En las urgencias subjetivas, “[s]e produce la ruptura de la cadena, el sujeto cae eyectado y en una situación de indeterminación, ya que no se puede alojar entre los significantes. Ruptura de la cadena que mortifica al sujeto” (Garro, 2017,17). Por lo tanto, nuestra clínica cotidiana pone en primer plano otra de sus particularidades, las intervenciones operan allí donde algo sobrepasa lo que la palabra puede nombrar.

Es en la imposibilidad del sujeto de representarse entre significantes, donde la presencialidad, presencia-cuerpo del analista se configura como un sostén imaginario, caído al momento de la urgencia. Coordenadas fundamentales en los comienzos de estas intervenciones, para que algo de la palabra se restituya. En unas Jornadas del equipo, allá por el 2004, Elida Fernández lo decía así, “la intervención del analista en esos momentos es intentar empalmar, asir, prestar algo de ese imaginario que se soltó desatando el nudo que quedó boyando, es ofrecer un lugar o un objeto alternativo”. (Holgado & Pipkin, 2005, 44)

Relanzamos la apuesta de no retroceder ante las urgencias subjetivas, a la invención, al armado de redes, a aquello que de la presencia del analista es potencia y posibilidad, ya que “[m]ás allá de lo que diga o haga, el analista en la urgencia subjetiva es una voz, una mirada, es la presencia real que reintroduce el “latido”, el campo viviente, el ritmo, el pulso. Esa es su eficacia” (Pipkin, 2013, 171).

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Para concluir, aún en la clínica de las urgencias o bien, sobre todo en ella, es posible desde las determinaciones éticas que orientan nuestra práctica, llevar adelante intervenciones que susciten efectos analíticos incluso en aquellos momentos inaugurales, de máxima fragilidad para el sujeto, como punto de partida para un tratamiento posible.

___________ Bibliografía:

Benyakar, M. (2003). Lo disruptivo. Buenos Aires: Biblos. Garro, C. (2015) De la Urgencia a la emergencia de un sujeto. Una lectura Psicoanalítica. Buenos Aires: Letra Viva. Galende, E. (2007) “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional” en Noticias en Salud Mental. Recuperado en https://notisam.wordpress.com/2007/09/07/entrevista-a-emiliano-galendeespecialista-en-salud-mental/ Holgado, M & Pipkin, M. (2013) “De una institución que se preste a ser usada”; “Boca de muñeca. De la urgencia a la emergencia del sujeto en la transferencia”. En Clínica de las Emergencias. Intervenciones en catástrofes sociales y urgencias subjetivas. Buenos Aires: Letra viva. Holgado, M & Pipkin, M. (2005) “Abordaje de emergencias en la Práctica Institucional”. En Intervenir en la emergencia. La clínica psicoanalítica en los límites. Buenos Aires: Letra Viva. Lacan, J. (1966). “Mesa redonda sobre Psicoanálisis y Medicina”. En Intervenciones y textos I. Buenos Aires: Manantial. Lacan, J. (1975-76) Ocho presentaciones de enfermos en Sainte-Anne. Documento de uso interno de la Federación de Foros del Campo Lacaniano (FFCL-España- F7) Leguil, F. (1987) “Reflexiones sobre la urgencia”. En La urgencia. El psicoanalista en la práctica hospitalaria. Buenos Aires: Vergara. Lewkowicz, I. (2002) “La locura enloquecida”. En Pensar sin estado. Buenos Aires: Paidós. Ulloa, F (2011) “La ternura como fundamento de los derechos humanos”. En Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Buenos Aires: Libros del Zorzal. Winnicott, D. (2000) Exploraciones psicoanalíticas. Buenos Aires: Paidós. 178

Ameghino Atiende: un gesto de hospitalidad en los umbrales de la pandemia

Emilia Antunes, Ana Armas , Laura Fraccarolli, Laura Libertelli, Natalia Maldonado, Evelyn Otarola, y Begoña Romero Noya

El inicio

Ameghino Atiende fue una experiencia de atención telefónica nacida a fines de marzo del año 2020, a pocos días de haber sido declarado el ASPO (aislamiento social preventivo y obligatorio) por la pandemia Covid-19. Fueron momentos de mucha movilización en nuestro Centro: este realpandemia nos había dejado en un estado de profunda perplejidad, pero aún así nos reuníamos en asamblea semanalmente para intentar dar continuidad a nuestro trabajo de asistencia. Desde la DGSM (Dirección General de Salud Mental) se había decidido que vayamos -sin criterio ni cuidado- a brindar asistencia a los hoteles donde las personas llegadas del extranjero debían cumplir con su semana de aislamiento.

Resistimos, solicitamos realizar ese trabajo telefónicamente desde el hospital, sin dejar de atender a nuestros pacientes. No éramos escuchados. Se trataba una vez más de una medida inconsulta, sin coordinación ni cuidado para los profesionales. A su vez, la DGSM instaló teléfonos -a manera de call center- en nuestro hospital y habilitó líneas para que la gente llamara, ofertando “operadores” telefónicos a la comunidad.

En este contexto de fragmentación, desidia y descalificación hacia nuestro trabajo surge el dispositivo Ameghino Atiende como recurso y resistencia: siete compañeras, trabajadoras del Centro de distintos equipos y turnos, reunidas en el patio del hospital, compartiendo una manera de habitar la institución. Ese fue el origen del proyecto. La idea fue aprobada en asamblea y poco a poco los compañeros fueron sumándose.

Una casilla de correo, una página de Instagram, una de Facebook y muchos carteles fueron el acceso a esta nueva manera de acercar el hospital a la comunidad. Las personas podían ingresar su consulta a partir de un formulario al que accedían por cualquiera de estos medios virtuales, esos formularios iban a nuestra casilla de correo, y desde ahí se realizaba 179

la derivación a cada compañero. Las siete coordinadoras nos ocupamos de cada consulta, pensando cuidadosamente a quién realizar la derivación. La lógica fue del caso por caso, incluso bajo estas condiciones.

Desde el comienzo supimos que se trataba de un dispositivo transitorio. Nos habíamos propuesto acompañar el fluir de la dinámica en el hospital impuesta por esta nueva escena. Así, cuando las admisiones fueron abiertas nuevamente, Ameghino Atiende había cumplido su función y paulatinamente -acompañando a cada compañero a dar por cerrada su intervención- dimos por finalizada la tarea. Llegamos a ser más de 60 profesionales, y pudimos atender casi 600 consultas en los 4 meses que duró la experiencia.

Frente al agujero, la creación

Disponernos a la contingencia. Ofrecer este dispositivo remoto fue, en principio, presentar disponibilidad estando advertidos que la escucha restablece algún lazo posible y, aún en intervenciones breves, quizá, produciría algún efecto. No sabíamos más, no sabíamos qué ocurriría cada vez.

Crear es dar un salto al vacío… saltamos. Y en el vuelo sostenido en el deseo fueron apareciendo las preguntas cada vez que nos disponíamos a leer los formularios o escuchar cada voz en el teléfono ¿Qué hacemos con aquello que escuchamos? ¿Qué escucha un analista ahí? ¿cuánto abrir en este llamado? ¿Qué quiere decir situacional? ¿Intervenciones breves? ¿Se trata de un dispositivo de urgencia? ¿urgencia subjetiva? ¿Qué hacemos ante los casos de emergencia? ¿y cuando preguntan por niños y niñas? ¿Cuáles son los límites del dispositivo? ¿Qué respuesta damos a las demandas de tratamiento? ¿Hay efectos?

Este dispositivo como tal es limitado, sintomático, dinámico, incompleto; existe y se entrama. Una comunidad de analistas de un centro de salud público disponible de un nuevo modo para bordear este real que nos toca, sabiendo que siempre queda un resto. Se creó un dispositivo a contrapelo de la lógica sin pausa del capitalismo, un dispositivo abierto a lo múltiple, a lo diverso, que aloja al sujeto que consulta con la ética del psicoanálisis y que busca salir de la encerrona, con la risa que propicia la tarea común que

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hace del impasse y del escollo causa de movimiento. “Vivir es una invención arrancada del terror” dice Anne Dufourmantelle en Elogio del riesgo (2019, p. 191). Un dispositivo en cercanía con el decir de Derrida cuando menciona que: “no hay cultura ni vínculo social sin un principio de hospitalidad. Éste ordena, hace incluso deseable una acogida sin reserva ni cálculo, una exposición (...) al arribante. (...) Calcular los riesgos, sí, pero no cerrar la puerta a lo incalculable, es decir, al porvenir y lo extranjero” (Le Monde, 2 de diciembre de 1997). Con otras estrategias y tácticas quizá, con la política y ética del psicoanálisis.

Lo incalculable y la falta de garantías nos pusieron en marcha. En cada derivación se puso en juego una apuesta y en algunos casos resultó en ofrecer a los consultantes un nuevo hospital, diferente al que ya conocían, al que alguna vez asistieron y luego interrumpieron. Entrelazarnos con otros dispositivos, por ejemplo, el del equipo de Emergencias -única puerta de entrada presencial al Centro en ese momento- permitió que algo de la hospitalidad se pusiera en juego y alojase otra vez, es decir, aún, a aquellas personas para las que el Ameghino alguna vez fue punto de referencia.

Lo grupal como sostén, aún en la soledad del acto.

Frente a la irrupción de ese real que llamamos pandemia, lo que se produce es un agujero. Los cuerpos atravesados por esta coyuntura dramática. En ese instante fuimos cuerpos a los cuales se les imponía separarse, mantener distancia, utilizar barbijos y elementos que nos eran extraños. Y entonces una apuesta: partir del cuerpo para improvisar, abriéndose la puerta de la invención. Es este cuerpo que se deja atravesar el que le da hogar a la potencia de lo grupal. Es en lo grupal que a pesar de la distancia se empieza a poder hacer. Un hacer fallido, lleno de contingencias, del repartir y dar de nuevo.

Es esa potencia de lo grupal la que nos permitió salir del primer instante de estupor. En ese camino se fueron produciendo inscripciones, que se vuelven escalones, que permiten frente a la tragedia poder crear un espacio para producir, para interrogar, para pensar juntos.

Una apuesta al trabajo transversal

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Nuestro Ameghino Atiende fue ideado como un dispositivo finito, en consonancia con un fundamento conceptual que compartimos sobre lo no centralizado y lo transversal. Este principio guió gran parte del proyecto. Para Felix Guattari (1976) “la transversalidad es un continuo entre todas las subjetividades existentes en una sociedad, independientemente de sus vínculos jerárquicos”. Denomina transversalidad (Guattari, 1976) al “pasaje en diagonal en el cual el grupo atraviesa e intenta superar las determinaciones institucionales en las que está inscripto. ”

La oferta a los compañeros fue estar dispuestos a ofrecer una escucha en este nuevo contexto y sus condiciones, sin más. Alojando la palabra que -por suerte- también es de lo virtual; y permaneciendo en una lógica y ética ya conocidas: la del deseo.

Ameghino Atiende desde su nombre denota resistencia: una acción, una praxis, un movimiento. También una concepción común de la institución que habitamos. La razón transversal no se refiere a algo establecido, sino que es un planteamiento racional dinámico, que se refiere más a los procesos que a las estructuras o las funciones y nos permite así pensar la pluralidad en una experiencia, que por estar fundamentada en el psicoanálisis, no deja de ser comunitaria.

El psicoanálisis como resistencia

La pandemia irrumpió en la sociedad de manera traumática interpelando a cada sujeto en su singularidad. Desde una posición analítica intentamos desprendernos del furor curandis que en esta época está ligado a seguir produciendo como si nada pasara. Porque hay peste pero también capitalismo; y con el capitalismo apuro por concluir, por eliminar la angustia. Aparecen incluso listados y listados de síntomas posibles que pueden afectar a la salud mental en general, universalizando, unificando el padecimiento subjetivo.

Ante esta tendencia a la homogeneización, resistimos ofertando introducir un tiempo para la palabra, despatologizando respuestas, suspendiendo juicios. Por eso, es un dispositivo de escucha clínica del caso por caso. Por eso, será un llamado o más, un seguimiento breve que quizá se convierta en tratamiento o no, pero instala un tiempo distinto. Dando

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cuenta que la escucha analítica, incluso en intervenciones en lo breve, produce efectos.

Sabemos por Freud las características de lo traumático como así también la importancia de la escucha ahí. No cualquier escucha. Una escucha analítica, como lo piensa Anne Dufourmantelle en Elogio del riesgo Suspender es lo que intenta el analista. No juzgar sino dejar que resuene en él la palabra del paciente, sus sueños asfixiados, sus esperas devastadas, sus renunciamientos, entender la tiranía bajo la queja, la invasión de llanto bajo la alegría aparente, el terror ante lo desconocido, una y otra vez. En ese suspenso de dos se le da la vuelta a los límites ordinarios del yo en un espacio más vasto donde no existe ninguna necesidad de decidir sino de advenir. (2019, p. 31)

En una época en la que prima la imagen y las pantallas, que pueden ser aliadas en algunos casos, ofrecemos la escucha de una voz sin rostro.

Las instituciones intentan eliminar lo real, por resultar insoportable, o bien mantenerlo a distancia a través de protocolos y burocracias. El psicoanálisis es subversivo: se sitúa más allá del ideal y la norma, y se orienta por lo real en cada caso, sostenido en el deseo del analista. Cada consulta, con su punto de ruptura singular, es escuchada con la abstinencia y neutralidad propia del análisis. “Intentaremos que la conclusión no quede ligada al bien saber del profesional o a recomendaciones morales para la vida del sujeto, sino que posibilite el camino hacia el bien decir acerca del sufrimiento (…) propiciar un tiempo para poner en palabras, más allá de que no todo pueda ser dicho”, escribe Inés Sotelo en su libro Clínica de la urgencia (Sotelo, 2007, p. 34).

Ameghino Atiende produjo nuevas preguntas y algunas resistencias. Siempre hay un desfasaje entre institución y psicoanálisis, ya que la institución se rige por el discurso del amo, mientras que el discurso del analista es su reverso.

Frente a la novedad del contexto y, a su vez, la novedad de las intervenciones breves -que no es la forma habitual de trabajo en nuestro hospital- surge la pregunta por la eficacia de la escucha analítica. Concluir, por ejemplo, que se produce cierto alivio, cierta revitalización, cierto rodeo que da lugar a poder pensar sobre ese padecimiento, no para restablecer el

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mundo tal cual se lo habitaba sino repensar modos diferentes, creativos y singulares.

Nuestra lectura hoy

Creemos que la riqueza de la creación del dispositivo, pudiéndose leer ya con cierta distancia, no estuvo solamente en poder dar alguna respuesta frente al malestar prescindiendo de la presencialidad del cuerpo en la atención o haciendo cuerpo de otra manera, sino que visibilizó la posibilidad del trabajo comunitario y clínico transversal, un trabajo colectivo y transformador.

El gesto espontáneo de hospitalidad, entendida ésta como respuesta a la pregunta del extranjero, a ampliar los márgenes de alojamiento de la singularidad como ética en ese “aquí y ahora”, en esa atención de ese “entre” inédito que se daba en la pandemia. No cambió el modo de escuchar sino la técnica, el uso del teléfono y el lazo distinto de organización entre los equipos. La voz y el silencio como amparos del decir, esa voz en el teléfono que intenta armar un territorio vacío y amoroso.

Este dispositivo fue un dispositivo del umbral, umbral de paso frente a la oscuridad del porvenir. Dar pasos en la oscuridad. El cuidado de sí, el cuidado del semejante por la vía del aislamiento físico de los cuerpos orgánicos, pero el cuerpo se constituye por el lenguaje, por voces que resuenan, por intersticios, silencios, cadencias. ¿Cómo no errar en dispositivos del umbral? ¿Cómo no reconocer en esa errancia que hace lugar, que soporta y causa el decir, la producción de un texto frente a tanta incertidumbre? ¿Quién hacía texto ahí? Texto colectivo, explicaciones, angustia, umbral.

Marzo de 2020. No sabíamos nada, no habíamos habitado jamás una experiencia de este estilo. ¿Cómo hacíamos lugar sin taponar huecos políticos, desidias que nos dejarían hasta la fecha a merced, desatendidos como trabajadores de Salud Mental en una ciudad que se enrarecía, se volvía siniestra para el andar? Erramos, seguro que erramos, hicimos un dispositivo que le vino bien a más de un político desentendido. Pero como en toda errancia, en este caso colectiva, grupal, transversal, creamos un lugar. Nos hicimos sitio, vacío, cuerpo, deseo.

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Se desarmó cuando se reorientaron las admisiones, cuando los equipos nos pudimos armar de ciertas vías novedosas de ingreso. No fue un dispositivo del Estado, ni del Gobierno de la Ciudad, era nuestro pequeño sitio de acción colectiva que apres-coup se lee su huella en forma de errancia, de grupo, de paso de vida. Hicimos lo que pudimos con lo que había. ¿Y por qué? ¿Por qué habría que hacer algo frente a la desidia estatal y la incertidumbre de la población? ¿Hedonismo, salud pública? ¿Una búsqueda del bien? ¿Del bien para todos? Hicimos porque el deseo seguía causando, hicimos porque estábamos juntas, hicimos porque apostamos a la palabra, al lazo social y a la ética del deseo. No buscábamos nada más que lo que encontrábamos. Conversaciones, meditaciones, crónicas, ensayos, tristezas anudadas y desanudadas, soledades, cansancios, brumas, risas, reacomodaciones, producción sin pausa, hartazgo, desazón. ¿Por qué? ¿Por qué inventamos este dispositivo de atención? Esas son las razones, una apuesta al deseo y al lazo.

___________ Bibliografía:

Dufourmantelle, A. (2019) Elogio del riesgo. Buenos Aires: Nocturna Editora.

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Derrida, J. (1997) “El principio de la hospitalidad” en Le Monde, 2 de diciembre de 1997. Entrevista realizada por Dominique Dhombres. Trad. de Cristina de Peretti y Paco Vidarte. Edición digital de Derrida en castellano. Guattari, F. (1976) Psicoanálisis y transversalidad. Buenos Aires: Siglo XXI editores. Sotelo, I. (2007) Clínica de la urgencia. Buenos Aires: JCE ediciones.

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