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La productividad narrativa de la muerte o el fin de lo político. Algunas notas para una semántica de la ausencia

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Perla Telias

Perla Telias

La productividad narrativa de la muerte o el fin de lo político. Algunas notas para una semántica de la ausencia

Carolina Keve

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Nunca en la historia, la muerte a escala global había encontrado una respuesta en el confinamiento de las fronteras como aconteció con la pandemia. Esta escena asumió diversas narrativas y también diferentes densidades territoriales. Sin ir más lejos, al mismo tiempo que el imaginario estatal inicialmente se expandía, el ámbito público parecía quedar subsumido a la dimensión de lo privado configurando un horizonte de tal contingencia que la pregunta por las categorías para pensar el presente se tornaba tan necesaria como aquella que planteaba la posibilidad de que éste vaya construyendo su propio lenguaje

En esa constelación, también emergieron algunas imágenes, que –ya alejándonos de un plano universal- nos sirven para reflexionar sobre la circulación de sentidos en nuestra propia realidad social. Particularmente me interesa detenerme en una: las bolsas mortuorias que, con el nombre de funcionarios y referentes del movimiento de derechos humanos como la titular de Abuelas, Estela de Carlotto, fueron instaladas el 27 de febrero en Plaza de Mayo para reclamar contra una presunta vacunación selectiva.

Los efectos y correlatos producidos por dicha intervención generaron todo tipo de interpretaciones, muchas de las cuales coincidieron en los diversos pliegues sobre los que operaba dicha imagen1: aquel metonímicamente inmediato, en el que los bultos representaban a las personas que murieron por culpa de quienes se habrían adelantado en la fila de vacunación. Pero también aquel más metafórico, donde los cruces con la memoria del pasado reciente admiten otras lecturas y nos abren algunas preguntas interesantes. Porque, más allá de la remisión al dato horroroso o al gesto condenable, ¿basta con inscribir la escena en el lenguaje de la espectacularización? O, ¿es esta foto señal de un interés por parte de la derecha de apelar a una productividad estética de la que históricamente adoleció? Y, en ese caso, ¿qué valor narrativo asume la

1 Al respecto, recomiendo los artículos escritos por María Moreno, La bolsa negra como síntesis (Página 12), y Alejandro Kaufman, 27F y sus alrededores (La Tecla Ñ).

muerte? ¿Cuáles son los modos de representación que, desde esta perspectiva más genealógica entonces, podemos identificar organizados en torno a ella? Vayamos por partes.

Representar lo irrepresentable

Podría afirmarse que los estudios sobre memoria reconocen una trayectoria reciente. Un anclaje puede encontrarse en las reflexiones y desarrollos teóricos que siguieron al Holocausto. En América Latina, se vinculó a los momentos post-dictatoriales en donde la pregunta por la violencia y los sentidos para pensarla fueron cobrando cada vez mayor importancia. Fue así como se fue constituyendo un campo de la experiencia, que en nuestro país asumirá singular importancia. La forma de comprender el terrorismo de Estado se multiplicó a través de lo que Elizabeth Jelin reconoce como un diálogo productivo y complejo entre diversos actores: un universo académico, los movimientos sociales y aquel vinculado a las políticas públicas (Jelin, E., 2017, p. 11 y 12).

En ese proceso, “la escena de la ley” se irá volviendo el lugar de legitimidad de la palabra, y la figura de ‘víctima’ aquella que gobierna el régimen de lo visible. Esto está lejos de identificar esa primera etapa democrática como un momento homogéneo o de consenso. Por el contrario, el funcionamiento simbólico debe ser entendido desde sus tensiones y contradicciones, y si bien en esos primeros años de transición la mirada social coincidía en su condena a la dictadura, eso no necesariamente se tradujo en una respuesta inmediata acerca de cómo debía ser pensada la violencia (Feld C. y Franco M., comps., 2015).

Al respecto, resulta interesante detenerse en el análisis realizado por Alejandro Kaufman en torno al carácter que asume la desaparición en esta configuración, como “un conjunto de significaciones constitutivas de un evento indecidible” que, en tanto tal, asume valor como matriz de sentido (Kaufman A., 2012, p. 239). Es decir, hay algo del orden de lo inconmensurable, de lo traumático, de lo irrepresentable que se instala pero que inmediatamente es postergado frente a un orden de enunciación que encuentra en el horizonte de la ley el régimen de decibilidad y sus posibilidades de realización.

Pensemos el carácter bautismal que asume la escenificación del Juicio a las Juntas y su irrupción en ese orden simbólico que construye su lenguaje en la objetividad de la prueba; un lenguaje donde la muerte entonces es su confirmación mientras que el desaparecido es el reconocimiento de su propia imposibilidad. Tal es la tensión que atraviesa el permanente debate público en torno al número. Al negar que fueron 30 mil desparecidos, lo que se está negando no es la cantidad sino su carácter instituyente, la posibilidad de recuperar la productividad del hecho traumático que se niega y reconocer su lugar en un horizonte social de sentido.

Frente a ese discurso institucionalista que encuentra en la palabra irrevocable del juez la posibilidad de “transformar el horror innombrable del pasado en la inquietud manipulable del presente” (Op. Cit., p. 107), resulta pertinente detenerse a reflexionar sobre los modos de representación de lo no dicho. Específicamente podemos pensar en el Siluetazo, una performance que acontece en 1983 y 1984, organizada en torno al trazado de un cuerpo sobre cartulina o papel, y que Ana Longoni y Gustavo Bruzzone han caracterizado como “la más recordadas de las prácticas artístico-políticas que proporcionaron una potente visualidad (…) a las reivindicaciones al movimiento de derechos humanos en los primeros años de la década del ‘80” (Longoni A. y Bruzzone G., 2008, p.3). Pues bien, ¿dónde emerge esa trascendencia? ¿Dónde radica su potencia disruptiva? ¿Qué significaciones traza?

Creado inicialmente por los artistas Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel, inmediatamente el Siluetazo es apropiado como recurso por parte de los organismos de derechos humanos, no solo en tanto signo de una presencia. Como afirma Eduardo Grüner, la especificidad o potencia simbólica de dicha intervención es que constituye un “intento de representación de lo desaparecido, es decir no simplemente de lo ausente –puesto que por definición toda representación lo es de un objeto ausentesino de lo intencionalmente ausentado, lo hecho desaparecer” (Op. Cit, p.15). Es así como se instala y su legado se inscribirá en otras prácticas y modos de representación de subjetividades vulneradas por la coerción estatal. Creemos que esta idea es fundamental, en tanto prácticas o modos de representación que suponen habitar el espacio público como signo de una presencia robada y en tanto modos de acción colectiva.

Es en este sentido que resulta interesante tomar este ejemplo para contraponerlo a la escena de las bolsas mortuorias y así poder reflexionar sobre sus características. Las diferencias entre un acto y otro emergen inmediatamente. Primero, en relación a sus condiciones de realización. Mientras el Siluetazo supone una irrupción en el espacio público frente a la violencia de Estado, el otro lo ocupa como signo de violencia frente a una política estatal.

Cabe situar que dicha performance se enmarca en una serie de protestas que, frente a las medidas de cuidado sanitario que impuso la pandemia, durante meses encontró expresión en las calles. Estas movilizaciones inicialmente tuvieron un signo ideológico variado, que incluía desde referentes de la Juventud Católica Argentina hasta miembros de partidos de izquierda; heterogeneidad que logró ser sintetizada bajo la consigna de ‘rechazo a la infectadura’, significante que de esta forma sedimentaba aquellos sentidos que suelen atribuir rasgos autoritarios a los gobiernos populares o aquellas expresiones de gobierno que asumen una intervención estatal activa. Si en el Siluetazo asistíamos a una restitución, aquí estábamos ante una escena completamente distinta: lo que se estaba reclamando era ni más ni menos que el fin de una política de estado. ¿Asume entonces la muerte en tanto significante otro valor como presencia de lo negado? Es desde esta dimensión que la escena del 27F reviste una significación social que la trasciende, permitiéndonos reflexionar sobre lo que aquí denominamos como una ‘semántica de la ausencia’, o lo que es más preciso calificar –retomando la distinción que traza Grüner- una semántica de lo ausentado en tanto esta iconografía tanática utiliza la muerte como reafirmación de aquello que busca negarse.

Ahora bien, si desde la perspectiva que estamos abordando, la ausencia asume un valor ontológico, resulta acertado preguntarse sobre los modos en que ha sido narrada. Acaso el Siluetazo constituye tan solo un ejemplo para abordarlos. Recordemos que hablar de la memoria significa reflexionar sobre los modos de hablar del pasado que acontecen en un ahora.

Bajo esta mirada, en Genealogía del victimismo, Pedro Cerruti retoma la categoría de ‘víctima’ y la analiza en tanto dispositivo, es decir como una forma de subjetividad específica que reconoce en su anclaje con esa memoria la legitimidad que la figura de ‘víctima’ incuestionablemente ha 92

asumido en los discursos sociales. Considerar la victimización como un foco de experiencia decisivo en nuestra historia contemporánea supone también pensar en aquella dimensión de lo no-dicho. Si, tal como afirma el autor, “el carácter traumático de un acontecimiento está dado precisamente por el vínculo de inconmensurabilidad entre el suceso y la subjetividad que se constituye a instancias de su experimentación” (Cerruti, P., 2015, p. 58), ¿es posible un abordaje histórico de lo traumático que no quede reducido a su pura negatividad?

La pandemia sin dudas nos ha enfrentado con una nueva escena del espacio público, donde los intentos de habitarlo por parte de algunos sectores de la derecha constituyen un dato relevante. Creemos que dichas estrategias de apropiación simbólica no deben reducirse en su interpretación, sino que por el contrario, reconocen su inscripción en una constelación de sentidos sobre el pasado de los últimos años y donde la ausencia opera incuestionablemente como significante. Limitar estas escenas en su lectura no constituye más que una forma de reproducir los discursos hegemónicos cuya problematización crítica, por el contrario, nos sirve para alumbrar los modos en que se fue constituyendo una memoria reciente y las formas de subjetivación que inevitablemente encuentran expresión en el presente.

Bibliografía

Cerruti P. (2015). Genealogía del victimismo. Violencia y subjetividad en la Argentina posdictatorial. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes Editorial. Feld C. y Franco M., comps. (2015), Democracia, hora cero. Actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Jelin E., (2017), La lucha por el pasado, cómo construimos la memoria social, Buenos Aires, Siglo Veintiuno. Kaufman A. (2012), La pregunta por lo Acontecido, ensayos de anamnesis en el presente argentino, Buenos Aires, Ediciones La Cebra. Kaufman A. (2021) 27F y sus alrededores, La Tecla Ñ, https://lateclaenerevista.com/27f-y-sus-alrededores-por-alejandrokaufman/.

Longoni A. y Bruzzone G., comps. (2008), El Siluetazo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora. Moreno M. (2021), La bolsa Negra como síntesis, Página 12. https://www.pagina12.com.ar/333522-la-bolsa-negra-como-sintesis.

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