Filosofia del uruguay, revista ariel n 15

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Detrás del telón, los presurosos profesores en un papel ambivalente: acusadores y acusados al mismo tiempo. Los profesores son como solteronas histéricas incapaces de nombrar el dolor que los aqueja; incapaces de llorar a sus muertos. Están allí en una especie de ataraxia del pensamiento, en un estancamiento de la razón; incapaces de nombrar los monstruos que han construido por miedo a asustarse de ellos. ¿De qué se le acusa? ¿De qué se le acusa exactamente? Acusar la educación es una práctica que a falta de ser bastante común, también se ha puesto de moda: los políticos culpan a la educación, los ambientalistas también, las fuerzas militares y policiales, las feministas, los ecologistas, la familia, y todos aquellos que se quedan por fuera. Es bastante fácil: se trata de quitarse las responsabilidades que cada cuál tiene, y pasársela a los demás. Un ejercicio en el que los colombianos ya se han vuelto expertos. Sin embargo, se agotan en un presentismo que no va más allá de 40 años. Siguen siendo discusiones de preadolescentes en conflicto. Ir al trasfondo del asunto, exige no solamente un conocimiento del marco legal que hace posible que la educación esté en el banquillo, sino también el conocimiento histórico que indique con claridad los motivos y razones que han configurado a la educación bajo ese perfil criminal. En ese sentido, es bastante fácil señalar la carta magna, su liberalismo nuevo, ir a los decretos y jugar a ser abogados sin títulos. No, la cuestión debería ser un poco más sesuda; dejar atrás la política y cambiar de perspectiva: ¡la clave está en la historia!!

Cambiemos de acento y de piel, cambiemos de sexo si es necesario, vámonos para los rincones más insospechados e intolerables; de Mompox a Zipaquirá; de la república de indios desalojados, a la del campesino intransigente, del discurso liberal al decurso conservador; seamos mujeres y niños, entronquémonos en un país en el que cada región es un universo paralelo, pero con leyes propias, pero entendamos, que, al final de ésta, la clave serán los partidos políticos. Señores, señoras… no pedimos nada extraordinario, pero es justo solicitar que cada cual esté a la altura de un ejercicio, que por más vituperado y pisoteado que se encuentre, es al mismo tiempo el más bello ejercicio, el más responsable y dedicado. Cada cuál sabrá el honor que se hace a sí mismo, y a la manera como dignifique su quehacer profesional.

NOTA FINAL: este artículo es el producto de una reflexión permanente en mi condición de profesor de pedagogía en una facultad de ciencias sociales, lo que me pone en una condición vulnerable: una formación de filósofo de la que no me puedo desprender, obligado a pensar la educación… por lo tanto, mucho de lo contenido aquí, es un intento por sintetizar algunas de esas clases, en la que el desencanto y la fascinación por el sistema educativo (particularmente el colombiano) parecen el péndulo de Schopenhauer, que oscila entre el deseo de tener algo, y el hastío de tenerlo. Quien se encuentre interesado en ahondar en el tema, sin embargo, puede ver biografía universal como los textos de Paulo Freire, y particularmente de Henry Giroux. Para el caso colombiano es recomendable la lectura del texto de Estanislao Zuleta: Educación y democracia.

Por lo tanto, señoras y señores, les propongo que estudiemos la historia de la educación de este país. Jhon Alexander Herrera: Filósofo de la Universidad tecnológica de Pereira (UTP), graduado con la tesis: “Historia de una mutación. Aportes conceptuales para la comprensión del fin de la conciencia de clases y el origen de las masas”. Actualmente realiza la Maestría en Historia, especialización en Historia urbana. Labora como docente Ciencias Sociales en la Universidad tecnológica de Pereira, y ha trabajado y colaborado en temas de conflicto internacional.Recibido 7/10/2014. Aprobado: 16/10/2014. –

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