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Música en el alma
Dagoberto Huerta es el primer bailarín sordo profesional en Chile, para quien la música dejó de sonar en sus oídos pero no en lo más profundo de su ser.
Según un estudio llevado a cabo por la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS), la mitad de los trabajadores dice ser feliz en su trabajo. Entre los conceptos asociados con la mayor felicidad aparecen la relación con los compañeros, la vocación y el sentirse valorado, dejando detrás temas como el salario. Sin embargo, la estadística también indica que hay un 50 % que no se siente a gusto con respecto a su vida laboral.
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En esta oportunidad, Ciudad Nueva decidió hacer foco en el primer grupo. Aquellos que sienten felicidad por lo que hacen, dónde lo hacen y cómo lo hacen. En esta edición compartimos una de esas historias.
Dagoberto Huerta es profesor de danza y desde pequeño soñó con convertirse en un bailarín profesional. “Desde chico me sentí muy atraído por las artes, especialmente por la danza. Cuando tenía seis años fue la primera vez que tuve la oportunidad de bailar y lo disfruté muchísimo”, dice.
Curiosamente, su pasión por la música se topó con una condición física a la que tuvo que hacer frente porque no existía solución. Dagoberto es sordo y se dio cuenta cuando, a partir de los 15 años, empezó a tener que acercarse al parlante, a subir cada vez más el volumen. “Me gustaba mucho la música, era mi pasatiempo, mi compañía en una niñez más bien solitaria”, explica el artista. “Siempre he bailado, la danza es mi compañera de vida, mi profesión y mi mayor logro”, cuenta con orgullo.
Dagoberto es el primer bailarín sordo profesional en Chile, además de ser director artístico de la Academia de Danza Dagoberto Huerta. Para él, la música ha ser vido para sobrellevar las dificultades que se han presentado en su vida. “Resiliencia. La danza fue la principal motivación para salir adelante. Me refugié en ella para vivir una etapa marcada por la pérdida de audición que no fue poco a poco, como algún médico me lo dijo alguna vez. Sentía que cada día las me lodías se alejaban y se apagaban, y las guar daba en mi memoria auditiva para llevarlas a la danza. Comencé a bailar el silencio, que es tan rítmico y melódico como la vida de una persona oyente. En mi cabeza rondan desde las melodías clásicas hasta los pegajosos mos de la música latina”.

Huerta se fue quedando sordo rápidamente, y a los 25 años ya no escuchaba absolutamente nada. Aun así, a pesar de haber perdido la au dición, su motivación por la danza se mante nía intacta. Comenzó a trabajar y a conocer las vibraciones, experimentando con un parlante que le permitía sacar las cuentas de la músi ca y poder coreografiar diferentes ritmos. “Me motivé por compartir mis conocimientos con otras personas, y es ahí donde empecé a reali zar clases para niños, niñas, jóvenes y adultos; actualmente dirijo la Academia, un proyecto que nace al mismo tiempo en el que dejé de escuchar”.
Sobre el tema de la discapacidad el profesor de danza nos comenta su apreciación sobre la discriminación que existe en la sociedad. “Vi vimos en una sociedad discriminadora, poco empática y con mucho desconocimiento de la accesibilidad y la integración para las personas en esa situación. La pandemia me hizo sentir sordo, porque actualmente me comunico de forma visual y la mascarilla me impedía poder leer los labios. Dado que hasta los 25 años es cuché, tengo memoria auditiva y leo los labios a diario, me rodeo de personas oyentes y mi comunicación es fluida, y de hecho muchos no saben que soy sordo, se dan cuenta al paso de la conversación. Inclusive hay personas con las que hemos hablado en distintas ocasiones y no han notado que no oigo”, cuenta Huerta. Sobre los grandes logros en su vida, Dagober to muestra su orgullo por su Academia de dan za. “Es un proyecto al cual le he puesto el co razón al 100 %, he trabajado duramente para sacar adelante la danza en una zona donde era prácticamente desconocida. Hoy está pre sente en muchas familias de mi pueblo natal, Marchigüe, una comuna rural donde he en tregado mis conocimientos con mucho cariño para formar a las y los futuros bailarines. Un trabajo en equipo que nos ha brindado mu
POR PABLO LOYOLA (ARGENTINA)*