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Dialogar desde la herida
El diálogo debe empezar desde abajo. Si bien existe una sociedad fragmentada, también hay brotes de visiones de un futuro común que van tomando forma a partir de acciones colectivas.
Chile dialoga por la herida. Desconocidos pelean en las redes sociales en torno a los temas de la contingencia política, mientras que las familias lo hacen en sus grupos de WhatsApp, hasta que alguien se salga de ellos. Podría parecer inevitable, en un país que ha ido sumando nuevas heridas en vez de sanar las antiguas: al conflicto con los pueblos originarios, la represión de la dictadura militar y las injusticias de la transición hacia la democracia, en 2019 se ha sumado el estallido social en contra de las desigualdades sistémicas del país. Un intento, fallido, de elaborar una nueva Constitución y los largos meses de cuarentena han aumentado el cansancio de las personas. Y el encierro forzado en la casa ha llevado a tener que mirar la sociedad desde la burbuja de nuestras redes sociales. El diálogo parece ser más difícil justo cuando sería más necesario, para enfrentar grandes desafíos como el cambio climático, la desigualdad social y la búsqueda modelos de desarrollo alternativos.
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Los problemas de Chile son comunes a otros países. En las redes sociales abundan los influencers políticos. Según el académico Carlos Meléndez, prosperan intelectuales dedicados a polarizar las posiciones de sus seguidores en vez de aportar al debate público. Chile todavía no sería un país polarizado, afirma el cientista político Juan Pablo Luna, pero sí fragmentado. Un país que desconfía en los políticos, buscando (aún sin éxito) a nuevos representantes fuera de los espacios tradicionales. Un país en donde manda el descontento, siendo más fácil votar en contra de algo (y de alguien) en vez que a favor de alguna visión de futuro. Un país, finalmente, donde faltan los incentivos al diálogo, sobre todo cuando se trata de hablar con quien piensa distinto y enfrentar temas que no admiten respuestas en blanco y negro. Es este probablemente el desafío mayor para el diálogo: volver a conversar como sociedad, saliendo de las pequeñas polémicas que indignan y mirando juntos hacia el futuro que queremos.
Necesitamos salidas que nos permitan volver a dialogar, o hacerlo como no lo hemos hecho anteriormente. Frente a esto, podemos mirar lo que ya funciona. En los lugares que habitamos tenemos muchas iniciativas que cuidan barrios y comunidades preocupándose por temas puntuales. Ahí están los brotes de visiones de un futuro común que van tomando forma. No a partir de la visión de individuos aislados, sino con la fuerza de ideas y gestos que nacen de una colectividad. Brotes de un bosque nativo tal vez imperfecto, pero fértil y nutrido por un diálogo espontáneo entre quienes comparten la preocupación por los espacios que habitamos. Sobre todo, el diálogo debe empezar desde abajo. Desde quienes dan forma a las conversaciones familiares y comparten contenidos en las redes sociales. Desde quienes van a votar para evitar una multa más que por convicción. Desde quienes sienten el descontento y a veces no tienen ni las palabras para darle forma.

El sociólogo italiano Franco Cassano hace algunos años hablaba de la humildad del mal. Muchas veces nos enfocamos en el bien, en lo que deberíamos hacer. Pero no miramos lo que somos, con todas nuestras fragilidades, y es ahí donde entra el mal: un mal que en este caso podemos identificar con las fragilidades que generan rabia, miedo y desesperanza, desincentivando el diálogo. Es ahí donde hay que volver a acercarse, conversar y entender: “Debemos esperar tener una gran fuerza moral, pero esta fuerza no debe llevarnos nunca a liquidar nuestra capacidad de hablar con todos y entender sus razones, a olvidar la enorme importancia que cada ser humano tiene, independiente de su grado de perfección”, dice Cassano. Es solo reconociendo al otro como persona que podemos reconocer desde dónde miramos el mundo y, partiendo de estos puntos de vista a veces opuestos, empezar un diálogo que sea real •
