Asia Sur 161

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Especial madres

Por Ornella Palumbo Fotos de Alonso Molina y Augusto Escribens Dirección de arte: Christian Duarte

Sonia Oquendo ¿Qué tan potente es la carrera de una madre artista para que sus hijas decidan seguirla en el camino del arte? ¿Se puede decidir el futuro de la descendencia?

Una noche de los noventa, el sendero que unía la puerta del frontis de la casa de Sonia Oquendo con la sala fue un cementerio. Cuando ella y Luis Ángel Pinasco cruzaron el umbral en plena madrugada, varias lápidas brotaban del suelo. Dentro las telarañas envolvían las barandas de las escaleras y los insectos estaban por pisos y techos. Chiara, Johana y Bruno jugaban a Los Locos Adams. «Apenas escuchábamos que mis papás salían del garaje, agarrábamos las cámaras, nos maquillábamos y empezábamos a filmar», recuerda Johana, la hija mayor de la pareja Pinasco Oquendo. La herencia artística no brota de los genes sino del entorno.

Pinasco actuaban juntos en una obra de teatro, Johana y Chiara estaban sobre el escenario. Cada una en un extremo de las tablas jugando con sus muñecas en perfecto silencio y haciéndose muecas para comunicarse. Las niñas aprendieron desde la infancia a estar mudas cuando los papás trabajaban. La disciplina tampoco es genética.

En esa –esta– casa se podía encontrar todo lo necesario para hacer una producción de televisión. Bastaba abrir el clóset de mamá para escoger entre disfraces de pirata, de mujer egipcia, de enfermera o de payaso. En algún cajón esperaban las pelucas de El show de Rulito y Sonia. El resto era dejar volar la creatividad: hacer el efecto de humo con hielo seco, cortar tecnopor en forma de lápida y pasar los créditos finales del filme casero con cartulinas. Jugaban a hacer televisión. «Eran muy creativos; aunque a veces se olvidaban de las luces y te quemaban la alfombra o las cortinas. Hacían sus barbaridades», ríe Sonia. Así como quien tiene limones hace limonada, las Pinasco Oquendo hacían películas.

Los sábados de Triki Trak, mamá Sonia armaba la comitiva para ir al canal: los hijos de Rulito, las hijas de ellos, Rulito, ella. «Éramos un circo de gitanos», recuerda la señora. Así llegaron las temporadas de teatro con giras por todo el país. Padre, madre e hijas se lanzaban juntos a recorrer los recovecos del Perú: Talara, Chulucanas, Tacna, Chiclayo. En los teatros provincianos, las niñas aprendieron el valor del dinero. Recibían una propina de mamá por cada escena que decoraban para los actores. También aprendieron a montar bromas a los padres. En confabulación con los otros artistas se las ingeniaban para servir ron en lugar de gaseosa a Luis Ángel y a Sonia en la última función del día para intentar distraerlos. «Ahí nomás te das cuenta de que eso no era de una familia normal. Eso es una cosa que no tiene precio», dice Chiara. El trabajo duro y el sentido del humor convivieron en la familia de la tele.

Con una hija que es artista plástica y otra, una comunicadora que conduce un programa de televisión y que ha incursionado en el teatro, Sonia está segura de que la herencia artística no viene adherida por naturaleza en los bebes. «Cuando yo entro a la televisión, incorporo a mis hijas a este tipo de vida», piensa la actriz. Cuando Sonia leía las noticias en América Televisión, su hija Karina, de su primer compromiso, estaba al lado de sus piernas pintando el reverso de las hojas con los titulares pasados. Años después, cuando la señora Oquendo y Rulito

De la costumbre de amanecer cada fin de semana en un lugar distinto viene que la menor de las Pinasco Oquendo, la chica de la tecnología, sea una viajera empedernida como su madre. Si Sonia ha conocido Egipto, Singapur, Israel, China, Catar, Rusia, Japón, la joven Chiara ha hecho turismo en Vietnam, Camboya, Tailandia, Tanzania,

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