Revista Asia Sur - Edición Nº 95

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Cocinar podía ser útil para enamorar Osterling .

Una imagen: entre los estantes impecables de madera, donde reposan libros y tomos enteros sobre leyes, hay una foto de don Felipe estrechando la mano del Príncipe de Asturias. Junto a ella, un retrato actual de Rafael y Bridget, su nieta, le hace compañía. En toda aquella amplia oficina, no hay otra fotografía familiar que se luzca tanto como esa.

Rafael Ignacio Osterling Letts nació al amanecer de un domingo de verano. La selección peruana acababa de enfrentar a la Unión Soviética en un partido amistoso, a puertas del mundial de México 70, y don Felipe Osterling venía de ver el encuentro con sus amigos. Al llegar a casa, por la noche, se dio con la noticia de que su mujer, Fina Letts, ya tenía dolores de parto. «Pensábamos que sería niña», recuerda don Felipe cuarenta años después, sonriendo de la sorpresa que se llevó. Desde pequeño, Rafael fue muy independiente. Por ser el último de los hijos en nacer, fue criado un poco por sus padres y mucho por sus hermanos mayores, quienes le enseñaban pronto todo lo que tenía que saber sobre la vida. Estudiante aplicado del colegio Inmaculado Corazón y luego del Santa María, el pequeño Rafael siempre jugaba solo. La fantasía era su único recurso: una hoja que caía de un árbol era un helicóptero, las piedritas del jardín eran cañones. Y como era el menor de la casa, sus hermanos siempre abusaban de él haciéndole bromas. «A veces, me metían en el basurero. Me agarraban de punto», recuerda Rafael con una sonrisa (sin resentimientos). Mientras fue creciendo, Rafael también amó el deporte: llegó a ser campeón de natación en su colegio y ganó algunas medallas en torneos de waterpolo dentro y fuera del país, junto a su amigo el actor Salvador del Solar, y surfeaba con destreza.

hacia un pie de limón o de manzana, para llevárselo a sus novias en bicicleta. Rafael ha dicho que así conquistó a su ex esposa. Pero nada lo apasionaba tanto como la cocina. A diferencia de sus cuatro hermanos mayores, a quienes no les interesaba en lo más mínimo el tema, a Rafael le fascinaba ver a su madre cocinar. «A los nueve años comencé horneando galletas. En esa época, yo las hacía y las vendía en la bodega cerca de mi casa. Luego de tres días, iba en bicicleta a cobrar lo que había vendido». Sin embargo, no fue hasta principios de los ochenta cuando un púber Rafael descubrió que cocinar también podía ser útil para enamorar. Osterling sacaba recetas de las revistas de mamá y hacia un pie de limón o de manzana, o un queque de zanahoria para llevárselo a sus novias en bicicleta. Rafael ha dicho que así conquistó a su ex esposa. De hecho, desde esa época intuyó que sus mayores conquistas serían a través de la cocina. Aunque muchas de ellas no hayan sido duraderas. Quizá por eso Rafael nunca se hizo tatuajes en el cuerpo. Dice que detesta las cosas para siempre.

¿Cuánto puede durar el matrimonio de un chef? La pregunta asoma en el preciso instante en que Rafael se prepara para la siguiente foto en el estudio. De pie, en el vestidor, el chef ahora luce un impecable traje negro satinado, corbata no muy ajustada y el cabello castaño caprichosamente despeinado. Al otro lado de la habitación, radiante bajo los flashes, Bridget posa ante un lente inquieto, luciendo un hermoso vestido negro de fiesta. Él la mira de lejos y bebe un sorbo de su botella de agua. Rafael le guiña el ojo. Y sonríe. No tiene prisa en contestar la pregunta.

Con veintidós años encima y un título de abogado que jamás llegaría a utilizar, Rafael se fue a estudiar gastronomía al Le Cordon Bleu de Londres, completamente enamorado. Jessica Venegas era su pareja: una atractiva mujer que fue finalista de Miss Perú y a la que conoció cuando solo era un chiquillo que paseaba en bicicleta. Para la joven pareja vivir en Londres fue fantástico. Osterling trabajó en varios restaurantes y acabó como chef del restaurante Base, donde adquiriría ese carácter tan británico y perfeccionista para la cocina. Jessica, en tanto, destacaba como una talentosa diseñadora de modas, que había ocupado el primer lugar en su promoción en París. «Nos llevábamos tan bien que, luego de cinco años conviviendo, decidimos regresar a Lima solo para casarnos», cuenta Rafael. En 1999, pasado un año y medio de matrimonio, y viviendo en Londres, Jessica quedó embarazada. «La noticia nos agarró de un porrazo. Eso cambió radicalmente todo. Decidimos venirnos a Lima, ninguno de los dos quería quedarse como nana. Eso sí, nunca dudamos en tenerla». Un año después del nacimiento de Bridget, Osterling –con veintinueve años–, abrió el restaurante que lleva su nombre. Fue una época complicada. Estuvo tan abocado al proyecto que dormía casi todos los días en el local. Aunque fueron las noches de fiesta y juergas constantes en el restaurante, la verdadera polémica.«Era un desmadre, noches divinas. Pero eso tuvo que cambiar. Me comenzaban a identificar más como un fiestero», recuerda. Debido a ese ritmo, durante los primeros años tuvo muy poca presencia en la estructura familiar. Y eso, cuenta Rafael, fue un serio problema.


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