monje no lleva signo distintivo de la supuesta fe que profesa: no hay cruz que penda de su cuello ni altar en el que se arrodille. Si admitimos que fue un sacerdote, su expulsión de la orden de Santo Domingo podría responder a varios motivos. Al igual que Papá Pitufo, Gargamel practica la magia, arte cuestionado y vigilado por la ortodoxia. Por otro lado, su curva nariz y su avaricia son rasgos que la Iglesia asociaba tradicionalmente al judaísmo. DE HONGOS Y PITUFRESAS Que alguien esté obsesionado con unas criaturas azules, que se obstine en la persecución de una aldea compuesta por hongos y aquejada de felicidad laboral, no es algo propio de un buen cristiano, sino una prueba de demencia. Obnubilado por los humos químicos, Gargamel podría haber ingerido un elemento desacertado en su búsqueda de la piedra filosofal. Amanita muscaria es el nombre científico con el que se designa a un hongo de la familia de los basidiomicetos. Los griegos lo
católicos y los cabalistas judíos. Un oscuro monje encarna ese ataque ante el que los pitufos se defienden constantemente. El credo que lo anima no es admisible: según Marx, la religión “es el opio del pueblo” (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, 1843). La cercanía ideológica entre la utopía pitufesca y la marxista es evidente. Por un lado, los pitufos habitan una aldea en la que no existe el dinero, ni siquiera el sistema de trueque. En ella prima lo colectivo por sobre lo individual. La igualdad de los habitantes de la aldea se manifestaría en que se llaman entre sí con el nombre genérico de ‘pitufo’, análogo al ‘camarada’ del comunismo. Todos visten igual, salvo Papá Pitufo, quien lleva pantalón y gorra roja, y tiene una barba similar a la de Marx. El Pitufo Filósofo, por su parte, encarnaría a Leon Trotsky: intenta estar a la altura de su líder de la misma manera que el soviético buscaba equipararse a Lenin, cuestiona constantemente a sus camaradas y es con frecuencia ‘exiliado’ de la aldea (cuando
UN FANTASMA RECORRE LA ALDEA DE LOS PITUFOS: ES EL FANTASMA DEL COMUNISMO engullían en sus rituales en honor a Dionisio, el dios del vino, el éxtasis y la locura. Sus características se equiparan a los tejados de las casas que los pitufos habitan: su cabeza es roja y sus pecas amarillentas. Atiborrado de la divina ingesta, asediado por las visiones arcanas, este judío de gran olfato puede expulsar fuera de sí los pecados que lo aquejan y trasladarlos a las figuras demoniacas de seres azulados que rodean el magno alimento. Gargamel es codicioso, y los diablos celestiales podrían saciar su hambre y su avaricia si son el ingrediente principal de la sopa a la pitufo o el elemento necesario para trasmutar los metales en oro. Es un cazador avaro y famélico, manchas atribuidas al clero medieval. Por su parte, los pitufos solo cantan empachados de pitufresas, curiosos frutos que recolectan y tragan, que los incitan al trabajo y al júbilo. GARGAMEL Y LA ALQUIMIA DEL CAPITAL Un fantasma recorre la aldea de los Pitufos: es el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la Europa medieval parecerían haberse aliado en una sacrosanta cacería de este fantasma: Gargamel y Azrael, la alquimia y la magia, los heterodoxos
lo botan a patadas). Como judío, Gargamel representa la vertiente codiciosa del capitalismo clerical. Comiendo a los Pitufos, estaría devorando al comunismo; su afán por el precioso metal supone la búsqueda de la gratificación y del bienestar personal por sobre el individual. LA UTOPÍA AZUL Que los pitufos sean diminutos demonios que aquejan al catolicismo, que ocupen un lugar alucinado en la mente de un criminal, que constituyan una representación utópica del gobierno, no es algo que nos deba alertar ni desvelar. Estamos imbuidos de pitufresas gráficas y televisivas. Azrael no encarna a la muerte, sino que solo es para nosotros el gato sarnoso que modela y cuestiona a su hambriento amo. Gargamel es una figura simpática: encarna nuestras anomalías, nuestros vicios más intrínsecos, pero también aquellos síntomas que nos constituyen como hombres. Ante esa impronta, los seres azules son solo representaciones arquetípicas que intentamos adherir a causas y teorías que resultan ajenas al ámbito del último gran ‘suspiro azul’.
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