Frieda Holler La elegancia de ser mamá A Frieda Holler, abanderada de la etiqueta y las buenas costumbres en nuestro país, nadie le creía que sus hijos eran suyos cuando caminaba con ellos por la calle. “Yo soy morena, mi hijo Ricardo es pelirrojo y mi hija Frieda Ximena es rubia. La gente creía que me los había robado porque no se parecían a mí”, cuenta riendo orgullosa, mientras recuerda lo que le costó sacarlos adelante. “Yo siempre he sido trabajadora, pero cuando nacieron mis hijos descansé, un poco por insistencia de mi marido”. Fue una época que disfrutó muchísimo, pero que le robó una de sus cualidades más preciadas: el sueño pesado. “Cuando dormía, podía pasar un camión a mi lado y yo no me inmutaba. Pero, desde que nacieron mis hijos, el más mínimo sonido me despierta. ¡Hasta ahora es así! Una no deja de ser mamá ni por más viejos que sean tus hijos”. Su matrimonio se acabó cuando sus hijos eran chicos y Frieda pasó a ser mamá y papá, además de estudiar una carrera y trabajar en un banco. Todo a la vez. “Fueron años muy duros. Tenía que encontrar los momentos para estar con ellos y lograr tiempo de calidad juntos”. Sin embargo, lo más difícil que tendría que hacer por sus hijos llegó cuando ya eran grandes. Cuando Ricardo tenía alrededor de veinte años, ella sentía que estaba “sin rumbo” y tomó una decisión. “Lo invité de viaje a Chile y, cuando llegamos, le dije que lo había inscrito en la universidad y que se tenía que quedar ahí. El pobre no entendía nada. Me odió. Regresé a Lima y sufrí solita. Me hacía llamadas por cobrar y yo no las aceptaba. Fue terrible para los dos, pero yo sabía que era lo mejor para él”. Y no se equivocó. Hace unos años, tomó un curso japonés sobre el perdón y volvió a casa a hablar con sus hijos y se disculpó por los errores que hubiese podido cometer durante su vida con ellos. “Se rieron en mi cara y me aseguraron que no tenían nada que reprocharme, que entendían por qué había hecho todo”.
Ricardo Rivera-Schreiber Holler y su mamá 2010 | Mayo | asiasur 23