Asia Sur - Edición 153

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todo el mundo y a la que todos aman». Pero su tamaño no se nota cuando mezcla. Ariana es DJ y siempre está por encima de todos. Parada sobre un escenario, detrás de innumerables botones y perillas, con audífonos alrededor del cuello. Pelo castaño y oscuro, a veces cubierto por una gorra hacia atrás; nariz larga y en punta; ojos marrones profundos, con lentes de sol si es de día. DJ Ariivi: así se le llama en los raves de música electrónica y en las discotecas peruanas, en las que mezcla deephouse desde los diecisiete años. A esa misma edad ya hacía de telonera para el DJ británico Fatboy Slim, en el Estadio Monumental. Ahora, a los diecinueve, se ha convertido en una de las tres DJ residentes de la promotora de música electrónica Glow, lo que la ha llevado a presentarse en escenarios de todo el Perú. El último fin de semana estuvo en el Cusco, donde mezcló en tres locales repletos. Hace poco, también, estuvo en Trujillo y Cajamarca. «Perú» dice uno de los tres tatuajes que lleva pintados sobre el cuerpo. Este lo tiene en un lado de la mano. Es un recuerdo de ese país en el que nació, que dejó por mucho tiempo y que está volviendo a conocer.

Pero regresemos a mucho antes del concierto en el Estadio Monumental y las giras alrededor del país. Antes de volver al Perú a sus diecisiete y de sus primeras presentaciones; a las que iba con su mezclador en una mochila con flores, totalmente despistada, pero feliz. Antes de que descubriese que quería ser DJ, dedicarse a la música y vivir de ello. Fue más o menos a los cuatro años. Ariana Vizquerra dejó el Perú y partió con su familia a Estados Unidos. Primero a Dallas y, luego, a California. Una mudanza promovida por Benjamín Vizquerra, el padre de Ariana, que le gustaba correr tabla.

A los diecisiete años, ariana vizquerra fue telonera del DJ británico Fatboy Slim. A esa misma edad, comenzó a mezclar deephouse en los mejores raves de la ciudad

El perro se llamaba Monchi. La raza era algo indefinida, pero era un animal grande con voluminoso pelo claro. Caminaba por las calles de Villa, en Chorrillos, jalando con fuerza a su paseador, un hombre de mediana estatura. Ariana Vizquerra conoció a Monchi porque le tomarían una fotografía junto a él. Ella debía caminar por la pista vacía, paseándolo con dirección al camarógrafo. Lo que no esperaba era que el perro sería quien pasearía a ella. A la izquierda, a la derecha, de vuelta atrás. Ariana intentaba jalar con fuerza la correa con su brazo derecho, pero poco podía hacer ella, con su poco más de metro sesenta, para detenerlo. Porque es pequeña. «Soy funsized», dice sobre sí misma. El Urban dictionary define esta jerga como «aquella amiga tuya que le llega a los hombros a

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Benjamín Vizquerra escucha música electrónica. Prefiere el progresive house y el trance, aunque también le gustan los ritmos más finos y elegantes que ahora mezcla su hija. Ariana aún recuerda los días en los que solía acompañar a su padre a correr tabla a las playas de California. Ella, a veces, entraba al mar en una longboard, pero lo dejó el día en que una medusa la picó. Lo que sí le quedó, sin embargo, fue aquella música que escuchaba en el auto camino a la playa. Aunque, entonces, solo lo veía como un género que le gustaba, nada más. Desde los quince años comenzó a ir a raves con sus amigas, y, entonces, ella era solo Ariana Vizquerra, no Ariivi; una chica normal, sin ninguna gran pasión. Jugaba básquet en el colegio, pero fuera de ello no sentía que hubiese algo que la llenase por completo. Y quería ese algo que le faltaba. No como ahora, que lo dice sin dudar: «la música». Lo tiene tatuado


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