Intervalo 102

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como se acostumbra en Japón. Originario de Nagasaki, Japón, con 42 años en México, menciona que se interesa por la naturaleza y sus materiales por la cultura de su país. Por su parte, Alberto Castro Leñero exhibe cuatro piezas de pequeño formato y una de mediano, todas en bronce. Aunque no hay una temática específica su obra es figurativa, resultado de lo que ha hecho en los últimos años. También utiliza la madera como maqueta porque “da sensación de fortaleza y suavidad” para más tarde transformarla en bronce. Cada pieza tiene su historia, una de ellas es la forma y sus sombras. Otra es una cruz, con variantes de la misma forma. En suma, la exposición Las Cuculati de Carrington… Y otras irrupciones se muestra obra de autores mexicanos o extranjeros que residen en el país y que manifiestan el sincretismo en las formas.

Aída Suárez

Piezas que mezclan el origen, las religiones, la historia, la literatura y las vanguardias artísticas se exhiben en la muestra Las Cuculati de Carrington… Y otras irrupciones, inaugurada hace unos días en El Cuartel del Arte. 18 artistas contemporáneos presentan 33 obras, entre pinturas y esculturas de la Colección del Museo de Arte Moderno. Ricardo Martínez y Pedro Friedeberg, Germán Cueto, Luis Ortiz Monasterio, Alberto Castro Leñero y el inglés Henry Moore, Mathias Goeritz, Gunther Gerzso, Gilberto Aceves Navarro, Gerardo Azcúnaga e Yvonne Domenge, acompañan a Leonora Carrington, artista inglesa que presenta personajes fantásticos. Pero también participan dos artistas invitados: Alberto Castro Leñero y Kiyoto Ota, uno mexicano y el segundo japonés que muestran piezas distintas por completo. Kiyoto Ota presenta tres piezas de escultura habitable. La llama así porque la gente puede entrar y sentir la tranquilidad que trasmite la madera. “Son como úteros que dan seguridad”. En madera d e pino llevan el nombre de: Nido, Útero y Vientos. También significa madre, pues las esculturas de madera que asemejan un útero o un nido, arropan o resguardan a la persona, t a l

El cardiólogo pidió a la enfermera que hiciera pasar al paciente. El hombre que entró al consultorio estaba muy bien informado de su padecimiento, ni siquiera esperó que el propio especialista lo revisara. El enfermo le dio santo y seña de las dolencias que le agobiaban y sobre el tratamiento que había llevado hasta ese momento para aliviarse. Sorprendió al galeno que los resultados de los

exámenes ya los había interpretado, hasta se atrevió a darle el diagnóstico. “Tengo cardiopatía isquémica, los síntomas que presento no mienten: opresión en mi pecho, la tirantez y la quemazón que me irradia por la garganta y luego por la mandíbula”. El doctor no terminaba de salir su asombro cuando el individuo le dijo: “No he dejado de tomar la aspirina pero, yo creo que ya es momento de que

ingiera nitratos”. Irritado por la actitud de ese hombre que parecía no necesitar un médico sino de alguien que aprobara sus deducciones, le preguntó: “¿Qué médico lo atendía?” Ninguno, contestó. “¿Entonces cómo sabe que padece esa enfermedad?” Muy seguro de sí el enfermo dijo: “He consultado algunas páginas en internet, aunque no todas son confiables, le puedo recomendar una que…”

Karla Escorza

En varios tramos el camino degreso a casa, tiene cuestas muy pronunciadas. Sentarse en cualquier asiento, excepto el de atrás, representa un esfuerzo de equilibrio de pies y manos. Esta vez me tocó en el asiento lateral frente a la puerta. La pendiente implica un poco de nervios pues se escucha el motor esforzándose por subir. Ocasionalmente, algún pasajero pide bajar y entonces rezamos para que la combi retome su camino, pues quedamos en posiciones incómodas, más o menos como racimos de uvas. No logré sentarme de manera adecuada, colgando del asiento, justo cuando intentaba acomodarme, la combi dio un brinco y aceleró, volé a las piernas de mi vecino y caí sentada en él, no podía pararme, allí, sentada buscando un punto de apoyo. El hombre bastante mayorcito, me abrazaba. De algún lado salió una mano que me ayudó a ponerme de pie, rápido tomé mi lugar muerta de pena. Fue cuestión de segundos. Al bajarme en la esquina de mi casa, vi en él una amplia y satisfecha sonrisa. Ni modo, esta vez me toco perder, o en el mejor de l o s c a sos ¿dar?

El Museo Casa Grande de la Uaeh, está ubicado en Real del Monte, Hidalgo. Una casa restaurada en la que se montan exposiciones, digna de visitar.


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