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«Tantágora és una bèstia qui ha cara de hom, e ha tres endanes de dents, e lo cors de lahó, e coha de estor, pits e ulls de cabra, e és vermella, e ha veu de serpent, e és pus hiversosa de correr que altre bèstia» (Bestiaris. Volumen II. Barcelona. Editorial Barcino 1964. Pág. 119 )


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sum editorial

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va de pensar El hilo de la memoria, una metáfora del discurso narrativo Estrella Ortiz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

Cuentos de la liberación Los aportes de la oralidad africana en América Alexander Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

La cultura tradicional y el exilio Inongo-vi-Makomé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

va de charla Entrevista a Meslem Seddik dit Mahi Rosa Maria Carbonell

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Entrevista a Boniface O’fogo Rosa Maria Carbonell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

Entrevista a Rafo Díaz Rosa Maria Carbonell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

Entrevista a Moussa Ag Assarid Ana G-Castellano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

va de cuentos Cuento del show “a la sombra del baobab” Rafo Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40


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ario El pájaro del pico verde Mehi Seddik dit Mahi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

El viejo cocodrilo Inongo-vi-Makomé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Tigre no come luna Alexander Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50

Tigre trata de vengarse de Anancy Alexander Hernández

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va de libros Historias de una selva africana para Muna Seve Calleja

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Los niños del desierto Ana G-Castellano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

va de eventos Crónica del curso “Dona i Folklore”, Barcelona, mayo/junio 2011 Dolors Llopart . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

FEST 2011, Toledo, junio 2011 Joxemari Carrere . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

Festival de Théâtre d´Alger: Arts de la parole, Alger, junio 2011 Ana Gª-Castellano

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África y la oralidad Muy probablemente no se puede hablar de África y la oralidad sin citar a Amadou Hampaté Bâ. Fue un africano sabio que se definía como un diplomado de la gran universidad de la palabra fielmente vehiculada por la memoria de los hombres que la practicaban bajo la sombra de los baobabs. Perteneció a esta clase de pueblos de raza negra que supieron desarrollar con gran maestría el arte de la palabra no escrita. Según él, una cosa es la escritura y otra el saber, que la primera es la fotografía del segundo, pero el saber es la luz que proviene de todo cuanto nuestros antepasados han podido conocer y nos han transmitido. Pero ya Platón se refirió a la oralidad versus escritura en su diálogo Fedro, poniendo en boca de Thamus estas palabras dirigidas a Theuth: “Tú,

precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.”


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orial Siguiendo el rastro de esta dicotomía, nuestra revista ha salido en busca de la palabra oral a través de la escritura. Interrogando a personas que se dedican a la oralidad hemos querido dar una visión escrita de la oralidad del continente africano. Sabedores de que las fronteras de África no terminan en el marco geográfico estipulado, hemos recalado en tierra americana que fue durante siglos lugar de destino de la emigración negra, y en cuya tradición oral dejó ésta su inequívoca huella. Dedicamos también algunas páginas a la emigración africana y el peligro que entraña el desconocimiento de los cuentos de tradición oral por parte de la población más joven empobreciendo así las raíces culturales de referencia. “No te fíes de quienes no quieren conocer su pasado – escribe Roberto Cotroneo -. No es la humildad del sé que no sé, es la

imbecilidad del me da lo mismo saber o no saber”. Hemos charlado con gente de palabra, centroafricanos en Europa, norteafricanos en gira por su tierra de origen, americanos africano-adoptivos. Nos hemos interesado por las versiones escritas de narraciones que vieron crecer a estas gentes que viajan a través de la palabra dicha. Hemos preguntado a algunas editoriales que publican oralidad. Hemos reseñado un par de libros de autores africanos. Y, por último, hemos querido hacernos eco de algunos de los acontecimientos que han tenido lugar entre los narradores, ocupantes de esta tierra de todos que es el mundo de la palabra dicha. Este es el retrato de África que brindamos a nuestros lectores con el que esperamos contribuir a enriquecer sus múltiples aspectos y realidades.


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va de El hilo de la memoria, una metáfora del discurso narrativo Estrella Ortiz Cuentista (España)

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El narrador frente al auditorio hila, cose, teje su historia. Esto, naturalmente, es una expresión figurada, una metáfora. Y lo que tiene de particular es que, a pesar de la antigüedad de estos dos oficios –narrar y tejer–, su uso como expresión todavía perdura en nuestro imaginario. Parece ser que en numerosas culturas el concepto de tejido se ha considerado desde siempre vinculado a las ideas de creación, complementación y vida. En la nuestra, encontramos un rastro muy esclarecedor en la palabra de origen griego “rapsoda”, ya utilizada por Homero, y que en su sentido etimológico designa a aquel que teje, que cose un canto. De modo que cantar y recitar se equiparan a la labor de coser.


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pensar ¡Un tejer, un cantar y un contar sin duda anteriores a la escritura. Pues todas las metáforas referidas a esta actividad que conocemos son orales y se emplean para designar incidencias que pueden ocurrir al narrar de viva voz. Más tarde, esas mismas figuras imaginativas pasaron a utilizarse también en la escritura, con toda seguridad reviviendo la situación oral original. Por poner un ejemplo, la palabra “texto” proviene del latín y significa tejido, del participio del verbo tejer. Estas afirmaciones nos trasladan a un tiempo en el que hilar y tejer eran actividades realizadas a diario y, según las culturas, tanto por hombres como por mujeres. Esa labor requería una gran dedicación, pues además de la propia ropa se tejían atuendos para ceremonias, mantas, alfombras, toldos para las tiendas e incluso, tal como ha demostrado la historia, armaduras. Asimismo, al menos en el continente africano, las cintas estrechas de tejido también se utilizaban como moneda. Un actividad, pues, muy arraigada y comunitaria, que nos hace pensar en el contexto donde se hilaba y tejía tanto y tan variado como la fuente de muchas historias. Tenemos noticia de ello a través de rela-

tos mitológicos que explican quién y en qué circunstancias enseñó a tejer a una colectividad, y de cuentos en los que aparecen objetos como la rueca, el huso y el telar. Por citar algunos, pertenecientes a nuestra cultura, en la recopilación de los hermanos Grimm está La bella durmiente, cuya protagonista cae en un sueño de cien años cuando se pincha con la rueca, y Las tres hilanderas y El enano saltarín, dos cuentos que tienen en común que alguien socorre a una muchacha hilando en su lugar, y aunque más adelante la joven deberá pagar un precio por ello, a la postre logrará no tener que hilar nunca más. Dice Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, que “hilar, como también cantar, resulta una acción equivalente a crear y mantener la vida”. Detrás de esta mítica afirmación existen muchas historias que la sostienen. Las Parcas y las hadas son hilanderas, y también lo son innumerables figuras legendarias y folklóricas. Son estos seres los encargados de hilar la trama de la vida y de, a su tiempo, cortar el hilo. Hesíodo describe a las tres Parcas, las hilanderas del destino, de este modo: Cloto tiene en su mano la rueca en la que lleva

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prendidos hilos de todos los colores y de todas las calidades, de seda y oro para los hombres cuya existencia vaya a ser feliz y de lana y cáñamo para los destinados a ser desgraciados; Láquesis da vueltas al huso al que se van enrollando los hilos que le ofrece su hermana, y Átropos, la inevitable, sostiene unas tijeras con las que corta de improviso y cuando le place el hilo fatal.

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En una fábula africana, una familia se olvida de tirar el agua de lavarse los pies antes de irse a acostar, y eso trae como consecuencia que entren en la casa unos hombrecillos y unas mujercitas diminutos que se ponen a tejer como locos sin parar de cantar y chillar. Para librarse de ellos, la familia necesitará la ayuda de un hombre sabio. Esa asociación entre el agua que no fluye y la necesidad de hilar resulta, a mi modo de ver, muy bella, pues la metáfora del fluir del agua para referirse al discurso también la utilizamos muy a menudo en el lenguaje cotidiano. A partir de estas consideraciones, sólo se necesita dar un pequeño paso para creer que el cuentista cuando narra también ejerce el papel de creador de una tela y que es un constructor de destinos, a la manera de un pequeño dios manejando los hilos de la historia. Un paso que sin duda se dio hace mucho tiempo, pues son numerosas las expresiones todavía vigentes que dejan constancia de ello. Ahora bien, la metáfora del hilo como discurso narrativo es tan completa que se emplea en todas sus diversas acepciones semánticas, pues además del hecho mismo de hilar, el hilo se usa para tejer, para

coser, para bordar, para atar y para engarzar cuentas. Todas ellas actividades que se aplican a las cualidades y condiciones que, como estamos viendo, caracterizan el discurso narrativo. Así, a propósito del hilo de la memoria, cuando se habla de alguien que está haciendo memoria decimos que “devana la madeja”, y el que recuerda con ahínco “se devana los sesos”; sabemos que se habla siguiendo el “hilo de las palabras”, y que en el contar se detalla “el hilo de las acciones”. Estos ejemplos nos hacen pensar en la narración como un recitado lineal en el que no quedan “cabos sueltos”, ya que contar es narrar una cosa detrás de otra sin derroche de personajes o secuencias secundarias. Falla la memoria cuando “se pierde el hilo” conductor aunque se sigan otros secundarios, cuando “se corta el hilo” del discurso. “Perder el hilo” de lo que se está contando es quedarse sin rumbo, perder el propósito de lo que se busca con la narración. Alguien que “no hila” es alguien que desvaría y, en un caso extremo, que ha perdido por completo la razón. Por cierto, en numerosas corrientes psicológicas el hecho de que el paciente sea capaz de contar su propia historia de vida es valorado muy positivamente como signo de buen juicio. A propósito de perder el hilo, de perderse, la referencia más conocida la encontramos en el relato mitológico del Minotauro. Fue el famoso “hilo de Ariadna”, el ovillo que ésta regaló a Teseo, el que resultó ser la ayuda indispensable para salir del la-


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berinto tras haber acabado con el monstruo. ¿Y cómo salir, entonces, del laberinto de las palabras? Pues, al igual que Teseo, siguiendo el hilo, sin perderlo, desarrollando un suceso tras otro. Como si cada historia fuese un ir y un volver, un desenredar una madeja y recogerla. Esto implica que una buena historia para ser dicha de viva voz habrá de tener gran economía de personajes y sucesos, sólo los indispensables, y todos unidos por ese gran río sobre el que discurren. Si el discurso no es fluido, “se enmaraña” –curiosa la connotación de la tela de araña y que viene referida muy a propósito en el nombre de Ariadna, araña–, se “lía”; se hace un “nudo”, se forma un “enredo”. En este sentido, también la palabra “desenlace”, referida al final de una historia, está teñida con las connotaciones del hilo, pues implica un deshacerse de todos los lazos que se han ido creando a lo largo de la narración. Recordemos que, según el orden clásico, una historia consta de tres partes: planteamiento, nudo y desenlace. Y aunque hace tiempo que la literatura escrita subvirtió este orden, para el relato oral continúa teniendo pleno sentido. De alguien que es agudo en lo que piensa y dice, decimos que “hila muy fino”, enlaza las cosas, no pierde el hilo, y consigue “bordar” el discurso. En cambio, el que “pega la hebra” es el advenedizo; y el que se lía, el que lo lleva todo “con alfileres”, o como mucho poco más que “hilvanado”, nunca encandilará a sus oyentes. Cuando “se tira del hilo”, se sonsaca una información. Y una vez que se empieza a tirar de él,

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una cosa va detrás de la otra. Pues “por el hilo se llega al ovillo”, o lo que es lo mismo, al nudo de la cuestión.

estructura de un relato, sea en prosa o en verso, y la memorizamos, podemos después habitarlo, llenándolo de detalles y color.

¿Qué hace que dentro del discurrir de una historia un episodio vaya detrás del otro sin dejar espacio para el olvido o la equivocación? Dicho de otro modo, ¿de qué se vale la memoria para enlazar los sucesos y así llevar a buen fin un cuento? La respuesta se encuentra en dos palabras clave, que también entran en el campo metafórico del hilado y el tejido de las historias: el hilo de una historia no se pierde gracias a la trama y a las cuentas.

Una de las acepciones más comunes en castellano de la palabra “cuenta” es la de cómputo, es decir, una operación sencilla con números. Un contar en este caso de llevar la cuenta, de número. Además, el término “cuenta” también puede referirse a la pieza que forma parte del ensartado de un collar. Si “nos damos cuenta”, ambos vocablos –cuento y cuentas– están bastante relacionados en su significado profundo, pues contar referido a narrar es, en muchos aspectos, llevar la cuenta, el cómputo, el número o la relación de esas secuencias; y ese narrar ha de estar tan hilado como las cuentas de los collares, con un orden que, una vez establecido, sea lo más fijo posible para facilitar su recuerdo.

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Estamos habituados a emplear la palabra “trama” para designar la base, el armazón sobre el que se sostienen todos los detalles de una historia. Usamos tanto esta palabra en su sentido figurado que olvidamos su acepción en términos textuales. Pues, referida a la terminología del telado, la trama es el primer tendido de hilos que se realiza en el telar; y sobre ellos se entrelaza la urdimbre con la ayuda de la lanzadera. Es decir, la trama es la parte fija, mientras que la urdimbre es la parte móvil; la trama es la estructura, así como la urdimbre son los detalles. Juntos, trama y urdimbre, forman el tapiz. Juntos, estructura y detalles, conforman el discurso. Y es en este armazón –la trama– donde se integran todos los componentes memorables, es decir, todo lo que hace que ese relato sea fácil de recordar para oyentes y narrador. Un esqueleto fijo sobre el que descansa la historia, un tronco sobre el que brotan las ramas y las hojas del árbol. Pues sólo cuando hacemos nuestra la

Muy bella, en mi opinión, resulta en este contexto la palabra “retahíla” (del latín recta e hila), una serie de muchas cosas que están, suceden o se mencionan por su orden. Y como sinónimos suyos tenemos las palabras serie, sarta, lista, letanía, ristra, enumeración, relación, repertorio y rosario, todas ellas aplicables a la metáfora que nos ocupa del relato. Así pues, los sucesos se engarzan, se ensartan en ese collar que llamamos historia, y “en resumidas cuentas”, para poder contarla y no perder el hilo, habrá que prestar especial cuidado al desarrollo de su trama y a los detalles que la conforman. E.O.


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Cuentos de la liberación Los aportes de la oralidad africana en América Alexander Hernández Narrador y becario de la Fundación Carolina (Venezuela)

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Lo escuché por primera vez contando cuentos en el sur del Lago de Maracaibo. Era un hombre maravilloso, su cuerpo y sus manos inmensas eran todo el tiempo una acción permanente de contar la vida de África; aunque no había nacido allá, sus raíces y antepasados habían hecho el viaje más terrible que haya experimentado la humanidad. Arrancados de sus tierras, llegaron a América como esclavos; procedían de diferentes pueblos y comunidades de África occidental y central, todos con culturas y lenguas distintas, entremezclados.

vestigación lo había llevado a estudiar historia en la universidad, pero su pasión estaba en el campo, en las narraciones de la gente, en la danza y en la música, y en esa inquietud originaria de saber de dónde venimos. Un buen día tomó su bolsa y se fue a África, y entonces su vida cambió; dicen que eso es lo que les pasa a las personas que pisan de nuevo su tierra de origen. Desde ese momento ya no supimos cuándo Juan contaba un cuento de África, o de América, o cuándo su imaginación recreaba el mundo de los dos continentes en una nueva narración. Muchas son las historias que recuerdo, pero en especial una:

De boca de Juan de Dios pude oír las primeras historias de ese continente. Su interés por la in-

Un día, cuando pasaba frente al palafito solitario, Antonio Juan recibió el influjo de un espíri-

Las primeras historias de África


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tu que se acercaba en forma de serpiente. Era el indio bobures que se le presentaba en posición de ataque. Entonces, Antonio Juan invocando sus conocimientos se transformó en una gruesa vara de mangle y empezó a golpear con gran fuerza la cabeza de la serpiente. (Hernández y Martínez, 1999: 8)

variedad de expresiones artístico-religiosas inagotables; pensemos por ejemplo en la riqueza de estas representaciones en países como Brasil, Haití, Cuba, Jamaica, Venezuela y Colombia, además de todas las islas menores del Caribe. En este sentido, podemos precisar estos aportes en lo que indica Argeliers León:

Un cuento de transformaciones que Juan contaba en muchas ocasiones. Antonio Juan, según el cuento, era un hombre afrodescendiente que vivía en el sur del Lago de Maracaibo, y según Juan de Dios, conocía todos los conjuros y oraciones para realizar transformaciones corporales. Cuentan los habitantes de esta zona que aún hoy hay personas que conocen las palabras mágicas para transformarse en un animal, un vegetal o cualquier fenómeno de la naturaleza.

De las múltiples y complejas aportaciones culturales ha surgido una síntesis a la cual muchos elementos literarios han llegado por la vía oral. No faltan las variantes, muy sutiles a veces, que distinguen una zona de otra como consecuencia de las naciones africanas que con mayor aportación de hombres contribuyeron a los diferentes sitios de poblamiento en América, así como las relaciones de producción presentes en las formas económicas de la colonización americana. Esto produce, dentro de las variantes regionales, diferencias de matices y de grados por la presencia afroide en el continente americano.

Afroamérica

Los esclavos que llegaron a América no sólo llevaban a América su mano de obra y sus cuerpos para ser sometidos a los trabajos forzados, sino también todos sus conceptos mágico-religiosos, conocimientos de la naturaleza, formas de organización, relaciones humanas, lengua, poesía, música, cuentos y un enorme caudal de vivencias y experiencias que pervivían en la memoria. Entremezcladas, entre culturas y en una nueva tierra, todas estas experiencias tomarían nuevos rumbos y significados, se transformarían y volverían a nacer. En el campo de la oralidad, heredamos en el continente americano una riqueza de formas y una

Ante esta gran diversidad de personas que acogerá el continente a partir de 1600, las formas expresivas orales adquirirán una enorme variedad. En algunos casos, pervivirán tradiciones muy similares a las vividas en África, y en otros se tratará de expresiones prácticamente inéditas: La expresión oral ha venido conservando las tradiciones en forma de fórmulas mágicas, oraciones, conjuros, pasajes de la vida de las deidades y los misterios de la integra-

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ción de los poderes mágicos, y explicaciones de muchos de los hechos de la naturaleza con los que más directamente se mantuvo ligado el africano aportado por la trata esclavista, y transmitidos oralmente a las subsiguientes generaciones americanas. Mestizándose aquellas, se mestizaron también los aportes de las culturas originarias.

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Es a partir de este momento cuando en la dinámica cultural del continente, ya afectada por la invasión europea, irrumpirá la acción africana en diáspora. Personajes maravillosos entran en la escena: músicos, curanderos, bailarines, narradores, poetas, historiadores, lingüistas, sacerdotes y muchos otros oficiantes de la palabra y el arte. Los cuentos de la liberación

Según datos recabados por los historiadores, en los 300 años que duró la trata se estima que fueron trasladados a América unos diez millones de africanos. En líneas generales el trato fue cruel, inhumano y degradante, sin ninguna contemplación por motivos de sexo o de edad, ya que llegaron mujeres, hombres jóvenes, hombres mayores y niños. El trato era tan inhumano que los esclavos eran contabilizados como “piezas de india”: una sola persona era considerada una “pieza” si era fuerte y joven; en caso contrario, una “pieza” la formaba la suma de varias personas. Una de las características del trato esclavista era la aculturación a que sometían a los que procedían de una misma comunidad: tras su llegada, eran repartidos en haciendas distantes para impedir que se

comunicaran y evitar así posibles conspiraciones. La separación era selectiva; no se permitía que miembros de una misma comunidad quedaran juntos (Pollak-Eltz, 1991). Los hombres sólo pensaban en la huida. Prácticamente desde el momento mismo de pisar tierra americana, muchos empezaban a preparar la fuga y el anhelado retorno a la tierra de origen. Así fue como se produjeron las primeras fugas y, con ellas, la formación de espacios libres llamados “cumbes” o “palenques”: Cabe destacar que los cumbes fueron los espacios donde se restituía vivir en libertad, es decir la vida, la familia, el trabajo colectivo, la siembra, espiritualidad, realizar las estrategias para liberar a los otros esclavizados, protegerlos y mantener la resistencia. (Guerrero, 2009: 28) Estos pueblos de los fugitivos fueron los espacios propicios para el desarrollo de nuevas formas organizativas, pero también de las expresiones artísticas. Consideramos que este fue el mejor momento para que se desarrollase la narración de los cuentos, la recreación de las historias que aún se recordaban de África, así como para la incorporación de nuevos espacios, ambientes, naturaleza, incluso de los elementos del mundo europeo e indígena con el que los fugitivos habían entrado en contacto. Algunos cumbes no sólo estaban constituidos por “negros cimarrones”, sino también por indígenas fugitivos, por lo que se constituyeron como comunidades multiculturales.


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En el caso de los cuentos africanos, estos vinieron a incorporarse a la vida de los cumbes como espacio de liberación, ya que todo proceso de violencia implica no sólo la afectación del cuerpo físico, sino también de la integridad de la persona y su vida familiar y comunitaria; por lo tanto, después de esta brutal agresión, es necesaria la restitución de esa integridad. Esto es un proceso que se desarrolla mediante diferentes formas y expresiones, desde la lucha armada por la liberación hasta las formas más sutiles de la palabra, los cuentos y las canciones. Los cuentos orales, por su necesaria formación colectiva y expresión comunitaria, funcionaron como el mejor elemento para incorporar a la comunidad trasplantada y esclavizada a una nueva comunidad política y para ayudarla a superar la violencia, que somete a las víctimas a un aislamiento que les impide integrarse. Tal vez aquellas antiguas sesiones de cuentos junto al fuego, en medio de la selva, en un territorio libre, se iniciaron con los relatos o testimonios orales de la violencia y el sufrimiento vividos por cada uno de los allí reunidos, que de este modo compartían su experiencia personal. Esto dio paso a la recreación de nuevas historias y, con la participación de los artistas de la palabra, estos relatos se convirtieron en recursos de resistencia. De ahí los cuentos burlescos, donde se ridiculiza al esclavista, donde la fuerza bruta es vencida por la astucia, donde el débil triunfa sobre el que tiene todas las de ganar; cuentos en los que la magia heredada de los ancestros confiere unos dones especiales a

estos nuevos hombres y mujeres que renacen en la nueva tierra. También persiste en la mente de todos el recuerdo imborrable del espacio africano, de la familia, de la comunidad donde vivieron y de las formas narrativas más originarias del continente del que fueron arrancados. Así, en el cumbe comenzaron a desarrollarse nuevas formas expresivas que, unidas a algunas comunidades indígenas, compartieron extrañas narraciones con lenguas reconstruidas y personajes que comenzaban a mutar en la selva americana. Los cuentos de los cum bes

Si diversos fueron los pueblos que llegaron a América procedentes de África, de igual manera encontraremos una enorme variedad de cuentos y representaciones de ese mundo. A modo de ejemplo, me referiré a dos formas con las que he tenido contacto como narrador: los cuentos de Tío Conejo, en todo el Caribe, y los de la araña humana Anancy, propios de la tradición de las islas caribeñas especialmente no hispanas. Los cuentos de Tío Conejo corresponden a los cuentos de la infancia presentes en los libros escolares y recordados en las noches antes de ir a dormir. Son cuentos anónimos, tienen como objetivo central entretener y hacer reír, y suelen ser optimistas. Los personajes centrales son uno débil (Tío Conejo, un héroe de la supervivencia) y otro fuerte (Tío Tigre), pero la audacia y la inteligencia del débil se imponen siempre sobre la

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fuerza. En Venezuela, cuando un narrador va a contar un cuento de Tío Conejo, por lo general agrega inmediatamente “y de Tío Tigre”, como una necesidad de oposición entre el sujeto y su oponente; en cierta medida, se necesitan mutuamente en una narrativa del poderoso y el carencial (Almoina, 1990). Fue con el grupo de cuentacuentos de Curazao Lingua Franca, en el Festival Iberoamericano de Cuentacuentos que celebramos en 1991 en Maracaibo (Venezuela), cuando la narradora del grupo Ini Statia nos habló por primera vez de los

cuentos de Anancy, que es la figura central de muchas de las principales tradiciones afrocaribeñas. Durante siglos, las historias de Anancy han sido contadas para los niños y adultos de los dos continentes. Ciertamente, son un tanto similares a las historias de Tío Conejo. Anancy es representado como una araña, o como un ser mitad hombre mitad araña. Algunos investigadores sostienen que estos cuentos provienen del entorno del Golfo de Guinea.

A.H.

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Bibliografía

- Guerrero, Jorge. La presencia africana en Venezuela. Fundación Editorial El Perro y La Rana. Red Nacional de Escritores de Venezuela. Ediciones de Aragua. Colección Miguel Acosta Saignes nº 2, 2009. - Hernández, Alexander, y Martínez, Juan de Dios. Tres Culturas. Cuentos del lago. Comisión V Centenario del Lago de Maracaibo. Venezuela, 1999. - León, Argeliers. “Un caso de tradición oral escrita”. En: Anuario para el rescate de la tradición oral en América Latina. - Pilar, Almoina. El héroe en el relato oral venezolano. Caracas, Monte Ávila Editores, 1990. - Pollak-Eltz, Angelina. La negritud en Venezuela. Caracas, Cuadernos Lagoven, 1991.


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La cultura tradicional y el exilio Inongo-vi-Makomé Narrador, dramaturgo y escritor (Camerún/España)

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Los desplazamientos

A veces he dicho que todo hombre es como la última rama de un árbol. Esta rama divisa panoramas que no perciben ni el tronco ni las raíces. Pero ella se encuentra allí gracias al tronco y a las raíces. Y hay varias especies de árboles, de ramas, de troncos, de raíces. Si aplicamos este símil a los hombres, también encontramos gran diversidad de hombres y culturas, que pueden ser la última rama de cualquier árbol. Se convive con ellos y se actúa en consecuencia. En las últimas décadas, nuestro mundo ha conocido grandes fenómenos de desplazamientos humanos, llámense inmigración o emigración, exilio o de otro modo. Pero aunque hoy, como última rama del árbol que representamos, vemos esa realidad, sabemos asimismo que también en el pasado se produjeron esos desplazamientos. Muchos de ellos forman los árboles sobre los que nosotros formamos las últimas ramas.


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Pero hablaré del presente, por ser yo parte de él. Y, en esta condición, puedo explicar la importancia de la cultura tradicional para el exiliado. En muchos casos esta cultura es una especie de bastón en el que el hombre se apoya para no caer. Es “el muro de contención” del individuo. Suelo clasificar la in/emigración en involuntaria y voluntaria. En la primera, el individuo abandona su tierra obligado por las circunstancias; cuando su lugar de residencia ya no le garantiza su seguridad. En la segunda, el individuo se va voluntariamente, aunque su tierra le dé todo lo necesario. En ambos casos, la cultura tradicional desempeña un papel importante. En el exilio voluntario, el individuo suele transportar “sus raíces”. Las planta en su nuevo hogar. En el involuntario, el individuo no acostumbra a hacerlo. Deja sus raíces en su tierra. Es como si viajara sin su alma y sólo se llevase el cuerpo. En este caso, la cultura tradicional es más importante. Sobre todo la oral, que no consiste sólo en la literatura, sino en la narración de las costumbres del lugar de origen. Aquí no importan las razas. Lo básico es la causa común: el exilio obligado. Durante mis años de estudiante, hacía continuos viajes a Francia, Alemania y Suiza. Allí me encontraba con inmigrantes españoles que se habían ido a esos países en busca del trabajo que el suyo propio no les ofrecía. Muchos me

confesaban que narraban a sus hijos las costumbres y tradiciones de su tierra. Cuando, unos años más tarde, los inmigrantes africanos empezaron a desembarcar masivamente en España, comencé a revivir una vez más con mis hermanos, y con más amplitud, la transmisión por vía oral de las costumbres de las etnias de los progenitores.

La dureza del ex ilio

Después de esta introducción, ahora pasaré a centrarme en la importancia o la necesidad de la cultura tradicional en nosotros, los inmigrantes negros africanos. La evocación de la tradición es constante en todos nosotros, y menos para intentar justificarnos que para apoyarnos en ella como el muro de contención que es, y así evitar nuestro desplome. La agresividad del medio hacia los inmigrantes económicos es tan brutal que estos forman la inmigración involuntaria, y sin ese potente muro de contención que es la cultura tradicional el derrumbe de muchos sería inevitable. La conservación de la cultura tradicional en un medio tan hostil hacia los pobres, que en este caso somos nosotros los inmigrantes del sur, ayuda a que uno se sienta alguien. Hace que te sientas tan ser humano como los demás. Te sostiene y ayuda a caminar con equilibrio allá donde vayas. Pero con

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esto no estoy diciendo que los individuos vivan o tengan que vivir en una especie gueto de la tradición cultural.

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Tras haber realizado varios estudios sobre nuestra segunda generación, es decir, la de los hijos que van naciendo en nuestro exilio, llegué a la conclusión de que se había que transmitirles algo de las culturas tradicionales de los progenitores. Lo que les transmitimos los padres, junto con la cultura del país donde han nacido, da lugar a una cultura mestiza que les equilibra bastante. Porque el lugar donde nacen es tan hostil para ellos como lo es para sus padres. A pesar de que las constituciones de muchos países de Europa otorgan a esos niños derechos de nativos, la realidad es bien otra. La asimilación de los inmigrantes, que es la doctrina en una sociedad como la francesa, ya fracasó en su día. El resultado lo hemos visto en los levantamientos de los jóvenes de las banlieues hace unos años. En Cataluña y en España en general, desde que empezó el fenómeno de la inmigración no dejamos de oír la palabra “integración”. Una palabra mágica que se parió como medicina para esta nueva plaga. Sólo que hasta hoy no se ha sabido explicar qué es, ni cómo ha de ser. Lo que algunos observamos es que se trata de una especie de asimilación encubierta. Es decir, una forma de intentar “convertir” a los diferentes (inmigrantes) a la cultura de los nativos. Hacer todo lo posible para que sean como ellos. Pero sin en ningún momento soñar en otorgar a los asimilados los mismos


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derechos de los nativos. Es lo que he bautizado como “la integración legal en la marginalidad”.

animales y los miembros de nuestros clanes, o la explicación de la llegada a nuestros poblados y el porqué de sus nombres.

El mestizaje

Frente a estos problemas que otra gente no percibe, pero sí quienes sufrimos las consecuencias de su realidad, abogamos por la transmisión de algunos esquemas de la cultura tradicional de origen, para crear un mestizaje que consolide a los individuos. Pero aclaremos que no estamos hablando del mantenimiento de tradiciones que denigran al individuo, como la amputación del clítoris y otras costumbres que practican algunas etnias. Nos referimos, entre otras, a la transmisión de nuestra nutrida literatura oral. Con la narración de nuestras mitologías, enseñamos la concepción que tuvieron nuestros antepasados del origen del mundo. Según una de esas fábulas mitológicas, al principio sólo había oscuridad y agua en la tierra. Y sobre ellas reinaba un espíritu llamado Mbombo. Un día Mbombo tuvo náuseas, y vomitó el sol, la luna y las estrellas. Se hizo la luz y el calor calentó el agua, que se evaporó y formó las nubes. Al ir secándose el agua, aparecieron las colinas. Luego Mbombo volvió a vomitar, y de su boca salieron los árboles, los animales, los hombres y muchas otras cosas. Una especie de gran explosión, como el Big Bang que luego describirían los científicos. Con las leyendas descubrimos a los héroes de las tribus; algunas relaciones de parentesco y de amistad habidas en tiempos lejanos entre ciertos

Con los cuentos el campo es más amplio. Yo hoy me dedico a la literatura oral y escrita desde mi exilio, gracias a los cuentos. Cuando nació mi hijo Muna empecé a leerle cuentos antes de dormir. Con el tiempo, se vició: ya no se conformaba con la mera lectura, al mismo tiempo quería ver los dibujos y comentarlos. Y nunca era un cuento, sino muchos. El que se cansaba y se dormía era yo. Ella me despertaba con una sacudida. Una tarde le propuse contarle un cuento africano. Lo hice. En medio de la narración, empecé a cantar como es costumbre en nuestra tradición. Se durmió enseguida. Gané la batalla. Pero no me acordaba de demasiados cuentos, así que le pedí a una amiga que me narrara uno. Y al copiarlo para no olvidar, la chispa prendió. Desde entonces escribo y narro cuentos. Conclusión

Los cuentos representan un arma eficaz para hacer frente a ciertas situaciones. “El mundo del cuento es el de la libertad”, decía Senghor. Y Lévine afirma lo siguiente: “No hay que olvidar que los cuentos han sido creados por gentes de carne y huesos, portavoces anónimos, sin duda, pero que no por ello dejaban de perseguir, por instinto, unos objetivos precisos. Probablemente habían comprendido lo que muchos profesores y padres no comprenden todavía en la actualidad, que un individuo no puede sentirse sólido si

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no constituye en su interior un ‘otro sí mismo’ suficientemente poderoso y astuto, un ‘doble de sí mismo’ reconocido y sagaz que le permita reponer fuerzas y encontrar confianza en los momentos críticos de la vida”.

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Sagacidad, “reponer fuerzas y confianza en los momentos críticos de la vida” son aspectos que necesita cualquier exiliado. Esos momentos están contemplados en los cuentos. Porque estos constituyen, como dice Lévine, “un testimonio de la identidad profunda de África. Probablemente se encuentra en ellos una parte importante de la memoria colectiva”. Su transmisión fortalece al individuo, porque el cuento africano impulsa hacia el desafío. “Es el relato de una batalla, aparentemente exterior, interior en realidad, que opone las fuerzas protec-

toras a las fuerzas destructoras.” Luchar contra esas fuerzas es luchar por la justicia en general y el equilibrio del mundo. “Y nuestra arca no es otra que esta, nuestra Tierra; y la gestión y el buen uso de sus recursos, la manera de mantenerla a flote. Pues mientras sigamos formando única parte de su tripulación, es nuestra obligación marcar bien el rumbo, evitando virulentas corrientes que la azoten y puedan desencuadernarle el casco o erosionar excesivamente su cubierta”, advierte Seve Calleja. La discriminación y las injusticias sociales que vivimos en el exilio son como esas corrientes que pueden erosionar la cubierta del arca. Que en este caso es la sociedad donde cohabitamos. I.M.

Bibliografía - Calleja, Seve. Los descendientes del arca, antología de relatos ecológicos. Madrid, Miraguano, 1999. - Inongo-vi Makomè. Emigración negroafricana: tragedia y esperanza. Barcelona, Carena, 2000. - Inongo-vi-Makomè. Población negra en Europa, segunda generación. Nacionales de ninguna nación. San Sebastián, Gakoa, 2002. - Knappert, Jan. Reyes, dioses y espíritus de la mitología africana. Madrid, Anaya, 1988. Lévine, Jacques. Prefacio a Los cuentos populares de África, de F.V. Equilbecq. Barcelona, Crítica, 1988. - Senghor, Léopold Sédar. Prefacio a Les contes noirs de l’ouest africain, de Roland Colin. París, Présence Africaine, 2005.


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va de Entrevista a Meslem Seddik dit Mahi Rosa Maria Carbonell Periodista

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Alimentado desde pequeño por los cuentos de su madre y por las narraciones de los guals, los narradores que apostados en las plazas desgranaban cuentos que él oía a diario, no es extraño que de mayor Meslem Seddik deseara profundizar en el inmenso y hermoso mundo de los sueños y la magia, hasta llegar a convertir esta pasión en su oficio. ¿Cómo recuerdas el entorno de tu infancia en Argelia?

Nací en Sidi Bel Abbes, una ciudad grande y moderna. Fue construida alrededor de una confederación de tribus llamada Bani Amer. Sidi Bel Abbes ha conocido grandes figuras, como Kateb Yacine o incluso el propio Camus, que enseñó en uno de sus institutos; y de poetas populares como Mustepha Ben Brahim, poeta del Ghezzal, y Benharrat, que han sido recitados por los cantan-


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charla tes beduinos. Me crié en ese lecho cultural, con una educación urbana pero también ligada a la identidad tradicional árabe-bereber-musulmana. Supongo que toda esa riqueza cultural influyó en tu trayectoria posterior...

Viví en un barrio popular impregnado del espíritu hispano-morisco; lugar y feudo de nuestro movimiento de liberación, muy cerca de la Tahtaha, la famosa plaza pública. Asistí desde pequeño a los espectáculos de los guals, que oía a diario en mi trayecto hacia la escuela. Pienso que allí se cimentó en parte mi espíritu. Los guals acunaron mi infancia con narraciones legendarias y fábulas fantásticas, con héroes musulmanes como Ali y su espada milagrosa, con cuentos religiosos de profetas.

Mi madre, Haja Fatan, que significa “alegre”, me enseñó de forma natural esos cuentos que se transmiten de generación en generación, y que en mi formación han sido esenciales. Eso lo comprendí más tarde, mientras ensayaba obras de teatro: fue entonces cuando descubrí que, en realidad, las bases de mi oficio las había sentado mi madre con su teatro. Dices que has tenido la suerte de descubrir el teatro de la mano de muy buenos maestros árabes. ¿Qué has aprendido de ellos?

He aprendido de autores árabes y también de los grandes dramaturgos universales, como Brecht, Piscator, Augusto Boal y sobre todo Dario Fo. Ellos me han enseñado el arte teatral y, en especial, el arte de declamar.

Al parecer, también tu madre influyó mucho en esta formación tuya tan particular.

Mi madre era analfabeta, pero hablaba la lengua de los poetas populares y también hablaba correctamente el español y el francés. Pese al ambiente de pobreza en el que vivíamos, por la noche yo podía disfrutar de los recitales de mi madre, que inventaba para mí un universo de ficción.

Entre los escritores árabes, Kateb Yacine se distinguió por hacer un teatro épico, revolucionario, de un realismo poético; yo pude capitalizar esa experiencia al pasar por grupos teatrales y adquirir tablas a su lado. Kaki fue el creador del teatro popular revolucionario, y Alloula el halga, el teatro del goual, el maestro de la narración.

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¿Recuerdas cuándo empezaste a contar historias y cuál fue la reacción del público?

En mi primer encuentro con el público se produjo una interacción magnífica. Siempre recordaré la naturalidad con la que fluyó todo. Al principio, cuando empecé a narrar, lo hacía para mis amigos. Después pasé a hacerlo en los cafés populares de mi ciudad, y sobre todo en la calle Gambetta, donde vivía. Poco a poco el público se fue ampliando y empecé a visitar escuelas, universidades, hospitales, teatros; a cualquier espacio que pudiera ocupar. 26 | T_13

Hablas con mucha admiración del libro de Mou-

La hija del carbonero, La blanca paloma, La novia del sol, El pájaro de oro, Zal Goum y Los ogros. ¿Tienes buenos recuerdos de tu experiencia como narrador?

Por supuesto. Cada nuevo encuentro es una nueva experiencia y una nueva vida para mis cuentos. Como he dicho otras veces: un cuento puede ser explicado por un narrador en apenas unos minutos, pero en la cabeza de quien lo escucha puede permanecer durante años. Una vez pedí a un público formado por más de novecientas personas, adultos y niños, que cerrasen los ojos. Aún me estremezco cuando lo evoco.

loud Mammeri Tellem chaho, como si esta obra hubiera sido una revelación.

¿Hay alguna cosa en tu trabajo que te haya marcado particularmente?

No es sólo admiración. En Mouloud Mammeri he encontrado a un autor argelino que habla mi mismo lenguaje; además, en su obra volví a encontrarme con aquel tesoro que me había transmitido mi madre. Realmente su trabajo me ha iluminado sobre lo que llevo buscando durante muchos años. Ha sido a través de esta obra como he descubierto mi sensibilidad como narrador. Además de recopilar la narrativa oral, también te has decidido a transcribirla...

Era una obra desconocida para la mayoría de la gente. Y cuando se publicó el libro esos cuentos, que yo había traducido del árabe popular, empezaron a descubrirse. Puedo citar algunos títulos de estas bellas y eternas leyendas, como Aufepina,

Hay muchas cosas que me han marcado. Pero algunos de los recuerdos más impactantes que conservo proceden de las visitas que hago a centros, sean orfelinatos, casas de acogida u hospitales de niños enfermos. He estado yendo durante años a un hospital de niños asmáticos situado en las montañas de Tessala. A algunos de esos niños los he visto crecer, y siempre que voy se produce algo muy especial. Ellos me esperan, y yo me entrego por completo a ellos, procurando que su paso por ese centro sea más llevadero. Deseas ir a Palestina con tu espectáculo “Si yo estuviese en Gaza”. ¿Nos puedes explicar en qué consiste este proyecto?


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Mi sueño sería ir a Gaza, a rodearme de niños, compartir con ellos el tiempo del espectáculo y permitirles reencontrar la alegría. El cuento es una metáfora del conflicto israelí-palestino a través de la narración de dos palomas.

tre Sidi Bel Abbes, en Argelia, y Massueville, en Quebec, con una diferencia horaria de seis horas. Pura magia. Esto ilustra lo que decía. A lo largo de su historia, el cuento siempre ha logrado atravesar el tiempo y el espacio.

La mayoría de tus cuentos son para niños. ¿Tienes

¿Cuál es la situación actual en Argelia? Su ima-

también cuentos para adultos?

gen exterior parece ser la de un país violento.

Yo cuento historias para personas de 7 a 77 años. De hecho, en mi espectáculo todo el mundo se transforma en niño. Puedo explicar el cuento de El pájaro del pico verde1, La hija del león o cuentos de Las mil y una noches, así como los cuentos de La Mekkera o los cuentos de mi madre; o Machahou y el pequeño pez de oro, una adaptación de una narración de Puskin que el público adora, y las fábulas de Ibn al-Muqaffa (Calila y Dimma), en las que se inspiró en parte La Fontaine, y que yo os invito a descubrir.

Argelia no es un país peligroso. Es un país como los demás; un pueblo que ha sido colonizado durante mucho tiempo, ha luchado por su libertad y ha conseguido su independencia. Desde entonces el problema ha sido cómo descolonizarlo, y creo que la cultura se ha revelado como el instrumento más eficaz. Como artista, pienso que es necesario restablecer su patrimonio oral, su lengua, su identidad, su tierra... Creo que lo más duro ya ha pasado.

¿Cómo ves la situación del cuento en tu país?

Hace veinte años que me dedico al arte de la palabra. Los cuentos orales han llegado hasta nosotros a través de numerosas generaciones. Quizás ahora estemos viviendo los últimos años en que puedan oírse de esta forma. Con las nuevas tecnologías de la comunicación, el cuento también evoluciona. Recientemente he vivido una experiencia muy interesante en este sentido con una amiga de Quebec, a través de la webcam en-

1 El lector encontrarà el texto de este cuento en el apartado Va de Charla

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Entrevista a Boniface O’fogo Rosa Maria Carbonell Periodista

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Boniface O’fogo nació en un pequeño pueblo de la selva del Camerún. El pueblo no tenía ni agua ni luz y la escuela más cercana quedaba a seis kilómetros, de modo que para poder ir al colegio Boniface y su hermana debían recorrer ese trayecto a pie cada día. Allí vivirá, integrado plenamente en las costumbres de su entorno, hasta alcanzar la mayoría de edad. Las enseñanzas recibidas de su familia, y en especial de su padre, gran orador y fiel trasmisor de cuentos, sentarán las bases de su oficio casi sin que él se dé cuenta. Y su oficio le llevará a recorrer diversos países en su singladura como cuentacuentos, sin abandonar nunca sus raíces africanas. Como él mismo dice: “Viva donde viva, viaje a donde viaje, mi cordón umbilical, enterrado a la sombra del viejo baobab, me unirá con la tierra de mis ancestros y con las tradiciones y enseñanzas que de ellos recibí”. ¿Forman parte los cuentos del territorio de tu infancia?

De pequeño bebí de la inagotable fuente de la tradición oral, no sólo por las veladas de cuentos que hacíamos cada noche alrededor del fuego, sino también porque mi padre era un fiel transmisor de los cuentos y leyendas de su etnia yambassa, y además me solía llevar a las reuniones del consejo de ancianos, donde aprendí lo esencial del arte de la oratoria.


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Tuve la inmensa fortuna de nacer en una familia de grandes oradores y maestros de la palabra. Mi abuelo materno, al que no llegué a conocer, sanaba con la palabra. Su fama se extendía por todo el país. También mi abuelo paterno, fundador de nuestro clan y al que tampoco conocí, influyó mucho en mis valores. Y todo ello gracias a la transmisión oral: a través de ella recibí de mi padre las enseñanzas que años antes había recibido él de mi abuelo. Cada vez que yo llegaba a casa desde España, lo primero que hacía mi padre era llevarme a la tumba de mi abuelo paterno para “presentármelo” de nuevo. En mi espíritu, es como si le hubiera conocido personalmente. A menudo hablas del “árbol de la palabra”.

En mi pueblo, como en muchos pueblos del África negra, hay un “árbol de la palabra”. Es el lugar físico donde se reúne la comunidad para hablar de lo que sea; para resolver conflictos, celebrar rituales, contar historias... Es un lugar de convivencia. En mi pueblo hay un proverbio que dice: “En el árbol de la palabra, la palabra se comparte”. Hay que subrayar que ese lugar tiene carácter sagrado. Nadie debe ir allí a provocar conflictos, sino a buscar soluciones. Da igual el tiempo que se emplee: si hace falta, se sigue discutiendo hasta llegar a un consenso. ¿Cuánto tiempo permaneces en la aldea?

Estuve viviendo en mi pueblo, junto a mi familia, hasta los 17 años, en que me traslado a la capital para hacer el bachillerato. Hasta ese momento, yo

sólo había conocido el mundo rural. Cuando llego a la capital mi personalidad ya está formada. Ya había recibido lo esencial en mi formación, las enseñanzas que me transmiten mi familia y mi entorno social más inmediato. ¿Recuerdas cuándo empezaste a contar cuentos?

Empecé a contar cuentos en mi aldea, desde muy pequeño, igual que la mayoría de los chicos y chicas de mi edad. En las noches de luna llena, y sobre todo durante la estación seca, organizábamos veladas de cuentos alrededor del fuego y cada uno de los participantes contaba al menos una historia. Yo era un narrador privilegiado, porque recibía clases extra de mi padre. Aunque creo que él no era consciente de lo que me estaba transmitiendo: lo hacía de manera natural. Ahora lo valoro positivamente, porque gracias a sus lecciones me gano dignamente la vida. Tu padre solía recordarte que “contar o escuchar un cuento es un acto de sabiduría”. ¿Estás de acuerdo con sus palabras?

Mi padre era mi maestro. Un alumno nunca puede contradecir a su maestro. Yo estudié en la Universidad Occidental, y mi padre lo hizo en la universidad de la vida. Pienso que el acto de contar cuentos entraña mucha responsabilidad, que sólo debería asumir quien se sienta bien preparado para ello.

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El africano es muy espiritual. La espiritualidad va más allá de la religiosidad. Nosotros adoramos a varias divinidades simultáneamente. Nuestras divinidades están en la naturaleza. En mi pueblo es la tortuga, pero puede ser un árbol o una montaña determinada. Los antropólogos occidentales dicen que somos animistas. Nos equiparan a los niños, que creen que los objetos inanimados tienen vida propia. Yo creo que nuestras creencias están muy arraigadas en la tierra, el entorno.

En mi pueblo todo el mundo habla yambassa. Se trata de un idioma minoritario en Camerún, que cuenta con más de doscientos idiomas autóctonos, además del francés y el inglés, que son las lenguas coloniales. Hasta que yo llegué a España en 1988, sólo había contado cuentos en mi idioma materno. Esto significa que mi idioma de referencia cuando me subo a un escenario es el yambassa, y no el francés, y mucho menos el español. Empecé la carrera de Filología Hispánica en Camerún, y luego me dieron una beca para terminarla en España. Camerún es uno de esos países que, pese a no haber tenido relaciones históricocoloniales con España, cuentan con una importante proporción de estudiantes de español.

¿No hay conflicto, entonces, para integrar las di-

¿Fue difícil cambiar de país y adaptarse a él?

Dices que África es la cuna de la humanidad y de las leyendas y los cuentos más increíbles: cuentos filosóficos que nos acercan al misterio de la vida y la muerte. ¿Cómo es vuestra relación con el Absoluto?

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ferentes creencias?

Nuestras creencias tradicionales conviven armoniosamente con las religiones importadas. El africano no tiene conflictos en este tema. Puede adorar a varios dioses. Lo importante es que alguno de ellos escuche sus oraciones. Practicamos muchos ritos. Mi familia que vive allí prefiere practicar un rito de purificación o una ofrenda, antes que acudir a un hospital. Todo este mundo mágico-religioso está reflejado en los cuentos de tradición oral, que es la fuente de la que se nutre mi repertorio. ¿En qué lengua te comunicas mejor y cómo aprendiste el español?

Supuso un cambio de vida radical, pero por otra parte era una oportunidad que no podía desaprovechar. Europa y África implican dos maneras radicalmente distintas de vivir. Al principio creía que Europa era mejor que África, hasta que descubrí que el paraíso terrenal no existe. Aquí, en Occidente, nos sobra lo material, y en África tenemos un exceso de espiritualidad, y no nos iría mal algo del sentido práctico de la vida que tienen los occidentales. Tú mismo has dicho que tu oficio empezó, como si fuera un juego, en la misma universidad.

Lo cierto es que yo llegué a ese mundo profesional porque se dieron una serie de circunstancias favorables. Cuando en 1994 una estudiante de


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Filología me pidió un cuento como parte de la programación de la Semana Cultural, en ningún momento sospeché que estaba poniendo las bases para mi futuro oficio.

Contar un cuento en el idioma que sea para mí es algo muy serio. Intento divertirme y procuro que el público también se divierta y se sienta a gusto. ¿Es difícil hacer participar a las familias en tus es-

Las cosas me fueron saliendo sin proponérmelo. Cuando quise darme cuenta, tenía un centenar de actuaciones al año. No tuve más remedio que regresar a la fuente, volver a las raíces, para refrescar la memoria. Mi regreso a Camerún en 1997 me confirmó que había motivos suficientes para soñar. Llené mi maleta de nuevas historias, para emprender este nuevo viaje que espero dure mucho tiempo. Explicas cuentos en lugares diferentes: ONG, bibliotecas, colegios, bodas... ¿Con qué público te

pectáculos?

Me sorprende la facilidad con la que los padres, y sobre todo las madres, entran en el juego. Algunas veces he tenido la sensación de que los padres disfrutan del espectáculo igual que sus hijos, y hasta se olvidan de ellos. Todos tenemos derecho a divertirnos, a soñar. Yo desciendo de la tradición del griot, en la que el narrador sabe tocar “muchos palos”: canta, cuenta, baila, toca instrumentos... Intento fundir en un solo espectáculo todas estas artes.

sientes más a gusto? También impartes diversos talleres a diversos co-

Me considero un narrador todoterreno. Esto se debe a que mi aprendizaje transcurrió de manera natural. Los narradores naturales no tienen sesiones específicas para cada edad. Simplemente cuentan lo que quieren contar, esté quien esté escuchando. Pero mi público predilecto son los niños de 6 a 8 años: ya tienen la capacidad de hacerse preguntas y aún mantienen la inocencia suficiente para dar rienda suelta a la imaginación. Cuando cambias de idioma, ¿cambia mucho tu forma de narrar?

Cuando cambio de idioma, también mi registro cambia. El tono de mi voz y la gestualidad son distintos; soy otro.

lectivos: educadores, maestros, narradores...

La faceta de formador es la que menos me gusta de mi trabajo. Entre otros motivos porque pienso que el arte de contar historias es un oficio, y como todos los oficios se transmite por iniciación. Creo que es imposible que en un curso mis alumnos se conviertan en narradores. Uno se va haciendo como narrador a lo largo de toda su vida. Es uno de los pocos oficios en los que habría que valorar el hecho de ser viejo, que es cuando una persona ya se codea con la sabiduría.

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Entrevista a Rafo Díaz Rosa Maria Carbonell Periodista

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En 1971 nace en Iquitos, Perú, Rafo Díaz. Ya desde muy pequeño, transita de la mano de sus mayores por el mágico mundo de los sueños. La fina línea divisoria que separa el cuento del mundo real a menudo se difumina, y a veces la realidad supera a la ficción o convive con ella. Crece en un entorno donde las historias, los personajes curiosos y las criaturas irreales confluyen y pueden asomar en cualquier momento.

dre siempre se centraba en la temática militar, con historias llenas de fantasmas y de aparecidos. Mi abuela, en cambio, contaba historias un poco más picaras y con personajes mágicos, como el Chulla Chaqui, la Runa Mula o la Yacumana. Muchos de estos cuentos los recogí en mi primer libro, Siete misterios amazónicos. ¿Cuántos años tenías entonces? ¿Recuerdas alguna historia que te impactara especialmente?

No es de extrañar que Rafo, con la sobredosis de imaginación inoculada en las venas desde la infancia, no haya dejado de ampliar sus horizontes interiores, diversificando su creatividad y dirigiendo sus pasos hacia todo tipo de territorios. Lugares donde moran las historias y donde habitan sueños muy diversos. Actualmente reside en Mozambique, un país cuya cultura y cuya magia lo tienen fascinado.

Era muy pequeño, calculo que esa etapa la viví entre los seis y los diez años; una época maravillosa, en la que todo era posible. De los relatos de mi abuela, me impactó mucho la historia de una vecina: decían que había sido maldecida y que se convertía en una mula que echaba fuego por la boca; debido a esto, le teníamos cierto temor y casi no nos acercábamos a su casa. En mi tierra a este personaje lo llamamos Runa Mula o Mula Demonio.

Dices que de pequeño esperabas la noche para poder escuchar las historias que contaban tus mayores.

Yo crecí escuchando historias, sobre todo las que relataban mi padre y mi abuela. Eran ellos quienes por las noches, cuando se iba la electricidad en nuestra ciudad, nos invitaban a sentarnos en familia para dar inicio a los relatos. Mi pa-

También recuerdo otra historia. Nosotros vivíamos al lado de una casa que nos intrigaba a todos. La habitaba un viejo alemán con sus hijos. Uno de ellos había muerto mientras hacía magia negra, y desde su muerte sucedían hechos paranormales y extraños en su cuarto, ubicado en el segundo piso. Algunos vecinos decían que habían visto un caballo blanco alado entrando por la


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ventana, en la madrugada. Y mis primos y hermanos juraban que en el huerto de esa casa se veían panteras negras y serpientes boas que vigilaban el lugar. Yo mismo llegué a ver a un tipo de tamaño descomunal observándome por encima del muro del jardín. Mis padres no me creyeron, pero cuando mi abuela les dijo que había visto lo mismo que yo, dieron por cierta mi historia y entonces mandaron levantar aún más las paredes. Puedes encontrar anécdotas parecidas en cualquier lugar de Latinoamérica, y también en África, donde vivo ahora. Cultivas muchos géneros artísticos: pintura, teatro, narrativa, poesía, cuentacuentos... ¿En cuál te sientes más cómodo?

Nunca me planteé diversificar mi arte, pero siento que tengo muchas cosas que decir y que pueden ser expresadas de formas diferentes. Me gusta pintar, escribir y actuar, pero me siento cómodo contando historias, sobre todo porque el resultado depende más de mi relación directa con el público. Viajes, libros, exposiciones, festivales... ¿Te consideras una persona particularmente inquieta?

Pues sí. Me considero alguien muy inquieto; me veo a mí mismo como un tiburón que si se detiene se muere. Por esta razón me organizo durante el año para que una labor no interfiera en las otras, especialmente cuando voy a escribir o pintar. Lo de viajar es una suerte, sobre todo porque mi trabajo siempre ha sido bien recibido y porque los directores de festivales de narración y de teatro

de diversos países me han dado la oportunidad de compartir con su público mis trabajos. Actualmente resides en África. ¿Es por algún motivo en concreto?

Mi llegada a África fue circunstancial. Mi esposa Mónica recibió una oferta de trabajo para un proyecto en Camerún con Médicos Sin Fronteras-Bélgica. Me propuso que fuéramos y acepté. Necesitaba tiempo para terminar de escribir unos libros, que publiqué en el 2008. En Camerún, la conexión con el mundo mágico oral africano me conquistó, y no tardé en atreverme a participar en algunos eventos. Llevo en África desde 2007. Primero estuve en Camerún, y desde 2009 vivo en Mozambique. Tu trayectoria vital ha sido bastante itinerante. ¿Podría suceder que acabaras fijando tu residencia en este país?

He vivido en varios lugares en épocas distintas. Primero viví en Brasil, Chile y Argentina; luego, ya casado y con hijos, entre Perú y Nicaragua, y más tarde en Camerún y Mozambique. Sin darme cuenta, ya han pasado cinco años. Y ahora estoy más que contento viviendo en Mozambique. De momento mi familia y yo tenemos intención de quedarnos unos años. Mientras no aparezca nada mejor en el horizonte, no hay demasiados motivos para querer marchar. Además, aún me queda mucho por descubrir y por hacer. ¿Qué es lo que te gusta de Mozambique?

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Mozambique es un país fascinante, lleno de poesía y de música, aparte de que tiene una historia muy rica y cuenta con unas playas fabulosas. Además, he tenido la suerte de hacerme amigo de muchos de sus artistas, entre ellos el pintor Malangatana, que lamentablemente nos dejó este año y que probablemente sea el artista más reconocido de este país. También hay que mencionar la música de José Mucavel, Hortensio Langa, Wazimbo, el grupo Gorwane y Chico Antonio, la poesía de José Craveirinha, y la narrativa de Paulina Chiziane, Ungulani Ba ka Khosa y Mia Couto, por nombrar sólo a algunos. Y tampoco hay que olvidar el tallado en madera de los artistas makondes, con obras de una gran imaginación. ¿Resides en Maputo, la capital?

Sí, vivo en Maputo, con mi familia. Mis hijos Camilo y Maya son la principal razón por la que hago todo; además, se han convertido en mis mejores amigos y en los más duros críticos de mi trabajo. Tienen diez y ocho años. Camilo, el mayor, es un lector de libros consumado y Maya adora los cómics y los libros con ilustraciones. Vivimos en un lugar situado frente a un gran pantano y a cinco minutos de la playa. Eres narrador de cuentos desde hace muchos años. ¿Qué te ha aportado la cultura africana?

He contado cuentos toda mi vida, pero oficialmente inicio mi carrera de narrador en 1999. La cultura africana me ha dado, entre otras cosas, la oportunidad de explorar caminos distintos den-


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tro de mi búsqueda artística. Su gran diversidad en el ámbito cultural es espectacular, aparte de la riqueza de las múltiples lenguas que se hablan en el país. Me he dejado influenciar también por sus tradiciones, por sus adornos, coloridos e iconografías, por su arte tallado en madera, por las posibilidades del batik, de las capulanas que usan para vestir, y cómo no, por sus tradiciones orales.

–En Mozambique se habla portugués, pero estás todo el tiempo interactuando entre el portugués, el inglés y los distintos idiomas locales. Conozco algunos, pero no los hablo; tienen acentos y posiciones de la lengua que son difíciles de automatizar. Tu libro Omar de Maputo, versión libre de un cuento popular de Mozambique, se ha publicado en dos idiomas, el portugués y el changana. ¿En-

La narrativa oral tiene un gran peso en África. ¿In-

tiendes el changana?

corporas en tu trabajo como cuentacuentos historias de la tradición oral?

Claro que sí. Es difícil vivir en un país sin integrarte en su modo de vida y su cultura. Desde mi llegada he ido recopilando muchas historias, que voy adaptando a mi trabajo narrativo, y en algunos casos incluso las publico. También me he dedicado a formar a nuevos narradores. Curiosamente la narración oral no es considerada como una posibilidad artística, a pesar de que es algo muy común y arraigado en la vida cotidiana de los africanos. En las aldeas se cuentan historias y en la mayoría de los casos las relatan las abuelas y las niñas. En muchas comunidades se citan cada fin de semana en la casa de una abuela diferente. Mi objetivo personal es incorporar la narración oral a la agenda cultural de Maputo. Para ello vengo realizando talleres en escuelas y universidades. Al primer grupo de narradores que formé los invité a asociarse; así nació la asociación Karingana Wa Karingana, el primer colectivo de contadores de la historia de Mozambique. ¿En qué lengua te comunicas en Mozambique?

No entiendo el changana. Para la publicación de los libros trabajo con el lingüista Bento Sitoe, de la Universidad Eduardo Moldlane, un gran maestro. En la mayoría de las provincias se hablan lenguas locales y no todo el mundo entiende el portugués. Uno de tus espectáculos, “A la sombra del baobab”, lo has realizado en colaboración con el músico mozambiqueño Luka Mukavele. ¿En qué consiste vuestro trabajo?

Con Luka nos juntamos para explorar un poco la fusión de la música tradicional con los cuentos tradicionales. Trabajamos muchos meses. Durante ese tiempo me dejé inspirar por las canciones de Luka y me atreví a escribir algunos poemas y narraciones que, a mi parecer, completaban su propuesta musical. Fue una experiencia enriquecedora, en todo el sentido de la palabra. Me siento muy satisfecho de haber compartido esta aventura con Luka. R.M.C.

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Entrevista a Moussa Ag Assarid Ana G-Castellano Narradora y escritora

Encontré a Moussa en México, durante el Festival de la Palabra de Zacatecas. 36 | T_13

Su imagen responde a todos los tópicos: viste una amplia túnica azul, y un turbante también azul enmarca su rostro moreno, donde arde la mirada incandescente de dos ojos como carbones encendidos. La pregunta era obligada: –¿Qué hace un tuareg como tú en un hotel mexicano como este? –No se trata sólo de recaudar fondos para mantener la Escuela. Creo que también es necesario dar a conocer nuestra cultura en el otro lado del océano. Y es que los cuentos y la Escuela que han creado él y su hermano Ibrahim para los niños tuaregs de Mali son el hilo conductor de la vida de este narradorviajero, que vive entre la tradición y el progreso, entre el silencio del desierto y el bullicio de París.


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Nieto de un abuelo narrador

El contraste de realidades: de los campamentos a la ciudad

Le pido que me explique cómo inició ese itinerario. “Mi abuelo –cuenta con una voz suave, como si estuviera pisando dunas– era el narrador en los campamentos tuaregs de Taboye, en el desierto de Mali. Era muy viejo, y ya no era capaz de contar todas las historias. Cuando la narración era demasiado larga, se dormía. Entonces yo le relevaba y seguía contando la historia hasta el final. Poco a poco, empecé a introducir nuevas historias. Al principio no eran sino recreaciones de las que contaba mi abuelo. Después fui creando mis propios cuentos.” Cuando el anciano griot de la familia tuvo que abandonar su oficio de narrador, eligió a uno de entre los catorce hermanos para que le reemplazara. El elegido iba a ser el narrador del campamento. Y el elegido fue Moussa. Su vida cambió cuando una periodista del París-Dakar dejó caer ante su tienda un ejemplar de El Principito, de Saint-Exupéry. “Desde aquel momento, Ibrahim y yo nos pasamos los atardeceres enteros hojeando sus páginas y soñando con aquel hombrecito rubio que no se nos parecía en nada, pero que vivía entre las dunas.” Y así empezó el viaje de estos dos tuaregs hacia el planeta de la lectura y la escuela, un viaje en el que el recuerdo de las narraciones alrededor de la hoguera del campamento les sostendría en la lucha por no perder su identidad.

Del desierto de arena se trasladaron al “desierto de la ciudad”. En la escuela, Moussa e Ibrahim eran dos “paletos” que hablaban en el idioma pueblerino de las dunas. Pero allí fue donde aquellos dos “intrusos” tuaregs aprendieron a aunar la tradición y la lengua tuaregs con los conocimientos occidentales, que les llegaban en un idioma ajeno; luego sabrían que era el francés. Aquel duro aprendizaje les sirvió para entender y reaccionar ante las amenazas de la pérdida de raíces de su pueblo: “Cuando yo era pequeño, en los campamentos no había televisión. El salto de la tradición propia a la invasión de los grandes medios de comunicación yo lo había hecho de forma paulatina. Cuando llegó la televisión a los campamentos, entendí que aquello podía suponer una catástrofe. Dejaron de escucharse las historias que los mayores contaban antes a los pequeños. La televisión no los mantenía unidos. Ya no se transmitía la historia de viejos a jóvenes, que es la base de la existencia de los campamentos tuaregs. Por eso vi claro que en el proyecto Escuela del Desierto había que incluir la narración de cuentos”. Aunque su vida es un continuo debate entre la tradición y el progreso, Moussa no renuncia a su esencia tuareg. Mientras su hermano Ibrahim escribe poemas para niños y dirige en Mali la Escuela del Desierto Saint-Exupery, en París Moussa trabaja colaborando con Radio France para promocionar la Escuela.

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En cuanto todas estas ocupaciones le dan un respiro, Moussa retoma el oficio en el que le adiestró su abuelo: cuenta cuentos a los niños, sea en Francia, en el desierto africano o en Zacatecas. Él sostiene que los cuentos tuaregs cautivan porque están llenos del misterio del desierto . Ama de ellos la poesía, la bravura, el amor incondicional, la valentía para enfrentarse a las dificultades...

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Cuando le preguntamos si encuentra mucha diferencia entre los niños del desierto y los de nuestras grandes ciudades, nos regala otra de sus luminosas sonrisas: “En la vida del campamento, el tiempo dedicado a los cuentos es el momento lúdico para toda la familia. En el desierto los niños no tienen muchas oportunidades de jugar. Han de vigilar el ganado que se les encomienda pastorear. Si el juego se prolonga, los animales pueden perderse entre las dunas. Y esa es una pérdida decisiva, pues supone el sustento de la familia. Por eso cuando por la tarde regresan al campamento y se reúnen alrededor del fuego, los cuentos adquieren un sentido mágico y festivo que aquí, en Occidente, somos incapaces de imaginar”. La sesión de cuentos puede prolongarse durante más de dos horas. “Muchas veces –nos explica–, la madre acude enojada a buscar a sus hijos para meterlos en la cama. Pero es tanta la adicción de los niños a los cuentos que a menudo se esconden bajo las amplias ropas azules del narrador.”

–Otro rasgo que los distingue –dice por fin– es su entrega a la historia que les ofrece el narrador. Su fe en el cuento. Los niños del desierto creen más en las historias que les cuentan. Cuando les explicas algún cuento de miedo, tiemblan de pavor, arrebujados entre las mantas de piel de camello. Se dejan llevar mucho más por las emociones de la historia. –¿Y los adultos? –Con los adultos ocurre algo parecido. En occidente, en las ciudades, los adultos miran los cuentos tradicionales con cierta indulgencia; en las zonas rurales muestran algo más de respeto hacia ellos. Sin embargo, en el desierto, los adultos están atentos con todos los sentidos, al cien por cien. Se impone el inmenso silencio, para dar paso a los cuentos, es algo sagrado. En las ciudades siento que hay demasiado ruido, y la gente busca sólo llenar un vacío. –¿Cuál es el futuro de los cuentos en el desierto? –Yo no puedo dejar de contar cuentos. La tradición podría perderse. La modernidad puede aniquilar las raíces, si dejamos que anegue todo nuestro acervo cultural. Los cuentos pueden ser un muro de contención. Por eso las personas mayores, nuestros ancianos, son verdaderos tesoros que tenemos que cuidar. –¿Siguen los ancianos explicando cuentos en las casas?


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–Sí, en las familias se conserva en parte la tradición de los griot, pero es importante que se mantenga y que aumente el número de narradores públicos, los conteurs.

Él nos ha pasado el relevo. Somos muchos africanos que contamos cuentos no sólo en África, también en Europa. –El propio nieto de Amadou es narrador en Holanda–. Y ahora aquí, en América.

–¿Cómo crees que se puede mantener esa tradición?

–Y como heredero de esa tradición, ¿cómo ves el horizonte de la narración?

–Tengo el proyecto de crear una escuela de narradores. Es importante que no sólo los adultos, sino también los niños, adquieran la costumbre de contar cuentos. Deseo que también los niños expliquen cuentos, entre ellos y a la familia.

–La narración oral está en peligro, pues se impone el mundo de lo escrito, donde todo queda fijado, estático. En cambio, los cuentos de la tradición oral están vivos, cada historia tiene su momento, su espacio y su narrador. En cierta manera, cada historia muere con su narrador, pues nunca volverá a ser la misma que cuando fue contada por ese narrador. Cuando cuentas oralmente, el cuento pertenece a todo el mundo. Al escribirlo, alguien se apropia de esa historia y la utiliza para su propio beneficio, intenta hacerla de su “uso exclusivo”. Si yo recopilo cuentos y doy mi versión, intento que ese cuento “retorne” al lugar de donde salió. Por eso los beneficios de los libros que he escrito sobre el desierto van destinados a la Escuela del Desierto.

Mi hermano Ibrahim va a grabarlos en DVD, para que se conozca su trabajo. La intención es crear una academia de cuentos y de teatro en Mali, en el desierto. Y en el 2013, convocar un gran Festival de Historias, donde tanto los niños como los adultos cuenten cuentos en la gran plaza de la ciudad. –Vosotros, en Mali, tenéis muy próxima la referencia de Amadou Hampaté Ba. Supongo que os servirá de aval para vuestras propuestas. –Sí, su figura es un respaldo para nosotros. Nos afianza en la difusión y el fortalecimiento de la narración oral. La huella que ha dejado Amadou Hampaté Ba, su labor como investigador, como recopilador y también como creador de cuentos, avala nuestro trabajo. Revalorizó la tradición oral, dignificó las historias africanas. Es más, en su libro Amkullel, el niño fulbé, se define a sí mismo como un diplomado de la gran universidad de la palabra enseñada bajo la sombra de los baobabs.

Para acabar, le pido que me diga cuál es su cuento preferido. La princesa Leila, contesta sin dudar. “Porque Leila nos confirma que lo único que verdaderamente importa es lo que nos dicta el corazón”, me responde este príncipe del desierto.

A.G.C.

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va de Cuento del show “a la sombra del baobab” Cuento de tradición oral Versión de Rafo Díaz Narrador (Perú)

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¡Tata, mama...! Tata… En nuestras aldeas, en nuestras vidas, nada sucede sólo por suceder. Cocodrilo nos mata y nos come, nosotros matamos al cocodrilo también. Su carne es delicioso alimento, como nuestra carne le gusta a él, así es... Todo es igual, matar es matar. ¡Tata, mama...! Tata... Nuestros hijos, nuestras mujeres, son exterminados también, por extranjeros oscuros, que ponen su carne a vender. Pero a mí me gustan los cocodrilos, los lagartos y las serpientes, tienen la carne más sabrosa que la de los “mulungos”* malvados, que hacen a nuestros hijos desaparecer. *Hombres blancos.


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El pájaro del pico verde Cuento de tradicción oral Versión de Mehi Seddik dit Mahi Narrador (Argelia) Traducción del árabe argelino al castellano por Nadir Kateb

En tiempos muy, muy remotos, el hombre y la bestia vivían en paz y los seres de aquí y del más allá hablaban un mismo lenguaje: el de los pájaros.

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En un país situado entre el mar y un río, vivía un hombre en medio de grandes riquezas, heredadas de su padre. El hombre amaba tanto los caballos, el bosque y la caza que aquella era toda su afición. Pero un día se dijo a sí mismo: “Sería estupendo hacer un largo viaje para poder ver el más grande de los bosques, un bosque que ningún ser haya pisado nunca”. Y lo que fue dicho, fue hecho. Al despuntar el día, el hombre montó sobre su caballo, y avanzando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, tras cabalgar durante nueve días y nueve noches llegó finalmente a un bosque. Enfrente había un río. El hombre, que estaba muy cansado, pensó que se detendría un rato para echar una siesta y seguir su camino más tarde. Sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido y al abrir los ojos vio algo que hasta entonces ningún hombre había visto jamás: un hermoso pájaro con un pico

verde bebiendo serenamente del agua del río. El cazador se lo quedó mirando fijamente, mientras una idea atravesaba su mente: “Si lo cazo y me lo llevo conmigo, seré el más feliz de los hombres”. De repente se abalanzó sobre el ave, que ni siquiera tuvo tiempo de moverse. El pájaro se convirtió en el cautivo del cazador. El hombre lo metió en un saco y se fue corriendo a su casa a lomos de su caballo. Muy contento con su presa, el hombre iba cantando durante todo el camino: Tengo el más bello de los pájaros, tengo lo más hermoso que nunca tuvo un rey ni un rico comerciante logró tener... Y siguió cantando hasta que llegó a su país. Puso el pájaro en una hermosa jaula de oro y plata que tenía una cama de lana pura y seda. Un hogar digno de reyes. El hombre salía cada día y abría la ventana para que la gente pudiera ver el pájaro y contemplar su belleza; era su orgullo. Pasó el tiempo y el cazador de nuevo sintió deseos de regresar a aquel bosque e incluso de ir


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aún más lejos, a la tierra de las siete sierras, donde cada una de estas es más grande que la anterior.

Y lo que fue dicho, fue hecho.

El pájaro, con mirada amarga y triste, le dijo:

Al despuntar el día, el hombre montó sobre su caballo, y avanzando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, tras cabalgar nueve días y nueve noches llegó finalmente a un bosque. Enfrente había un río.

–Si alcanzas mi país, dile a mi familia que estoy bien, que vivo en una caja de oro y plata, que como como los príncipes y los reyes y que me acuesto en una cama de lana pura y seda.

El hombre, que estaba muy cansado, pensó que se detendría un rato para echar una siesta y seguir su camino más tarde. Sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido y al abrir los ojos

Un día se sentó frente al pájaro y le contó sus planes.


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vio algo que hasta entonces ningún hombre había visto jamás: un hermoso pájaro con un pico verde bebiendo serenamente del agua del río. Mientras lo miraba, el cazador lo abordó:

El hombre se abalanzó llorando sobre la jaula, la abrió y sacó de ella a su pequeñito pájaro del pico verde, mientras seguía llorando.

El pájaro del pico verde le respondió:

De pronto, y con la ayuda de Dios, el pájaro muerto se levantó y alzó el vuelo, alejándose por el cielo. Después regresó y se posó sobre el techo de la casa.

–Mi hermano desapareció hace tiempo y nadie sabe si está vivo o muerto.

El cazador seguía perplejo, sin saber qué decir. El pájaro le dijo:

El hombre le contestó, orgulloso:

–Te agradezco que me hayas dado cobijo en tu casa, pero, ¿sabes?, eres tú quien me has dado la clave para alcanzar mi libertad, para salir de esta cárcel. Este fue el mensaje de mi hermano.

–¿Sabes? Te pareces mucho a mi pájaro.

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–Tu hermano está vivo y, desde mi casa, me encarga que te salude y te diga que está bien, que vive en una caja de oro y plata, que come como los príncipes y los reyes y que se acuesta en una cama hecha de lana pura y seda. De repente, el pájaro se desplomó y quedó tendido en el suelo, inmóvil. Al ver aquello el hombre se dispuso a huir, para que no lo acusaran de la muerte del ave. Montó a lomos de su caballo y regresó a su pueblo corriendo y sin mirar atrás. Cuando llegó a su casa, lleno de angustia y desasosiego, el pájaro le preguntó: –¿Qué te pasa? ¡Parece que hayas visto a un muerto! El cazador empezó a contarle todo lo que había ocurrido. Tras escuchar su relato, el pájaro se desplomó dentro de su jaula y murió trágicamente, dejando al cazador boquiabierto del susto.

El pájaro reemprendió el vuelo y se alejó por el cielo. El hombre, que seguía llorando amargamente, escuchó al ave cantando: ¿Qué han dicho los ancianos? ¿Qué han dicho? Un pájaro, pájaro es, aunque en caja de oro y cama de seda esté. Y el hombre libre queda libre aunque caiga en mil trampas. Mi historia se oye de río en río y de país en país, y yo permanezco con los valerosos. Si mentí, que Dios me perdone. Y si el diablo mintió, que en la hoguera se queme.


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El viejo cocodrilo Cuento de tradicción oral Versión de Inongo-vi-Makomé Narrador, dramaturgo y escritor (Camerún/España)

Amigos, os voy a contar una historia que presencié una vez en un poblado de África. En aquel poblado vivían una madre, un padre y dos hijas, Mambo y Bobe. Su casa estaba cerca de un río en el que habitaba un viejo cocodrilo. Siempre que las niñas iban al río, su mamá les advertía que tuviesen cuidado con el viejo cocodrilo. Ellas prometían que lo tendrían. Un día preguntaron a su madre: –Mamá, ¿nos dejas ir al río?

Y se puso otra vez a jugar. El viejo cocodrilo, que no entendía por qué le decía aquello la niña, siguió tomando el sol. Al cabo de un rato, Bobe se acercó de nuevo al viejo cocodrilo. –Viejo cocodrilo, ¡qué uñas más sucias tienes! –le dijo, y siguió jugando. T_13 | 45

El viejo cocodrilo pestañeó. No entendía la actitud de la niña. Poco después, Bobe se acercó una vez más al viejo cocodrilo.

–Sí, podéis ir. Pero hay que tener cuidado con... –¡...el viejo cocodrilo! –contestaron. –Podéis iros –dijo la madre. Se fueron y, cuando llegaron a la orilla del río, se pusieron a jugar. Mientras estaban jugando, el viejo cocodrilo salió del agua y se puso a tomar el sol y a mirar cómo jugaban las niñas. Ellas, al ver su actitud, siguieron jugando.

–Viejo cocodrilo, ¡qué piel más arrugada tienes! –le espetó, y reanudó sus juegos. El viejo cocodrilo seguía perplejo: vaya mala educación la de aquella mocosa, pensaba. Un poco más tarde la pequeña Bobe volvió a la carga. Se aproximó al viejo cocodrilo y empezó a decirle: –Viejo cocodrilo, ¡qué...!

Pero luego Bobe, la más traviesa, se aproximó al viejo cocodrilo, se agachó y le dijo: –Viejo cocodrilo, ¡qué feo eres!

No pudo acabar la frase. El viejo cocodrilo saltó sobre ella. Pero erró y Bobe logró escapar. Las dos hermanas salieron corriendo.


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–¡Mamá! ¡Mamá! –gritaron. Su madre salió de casa.

qué era tan desagradable aquella niña con él. Pasó el tiempo. Bobe volvió a acercarse al viejo cocodrilo.

–¡Mamá, el viejo cocodrilo se nos quería comer! –contaron.

–¡Viejo cocodrilo, qué piel más arrugada tienes! –le dijo, y se reunió de nuevo con Mambo.

–¿No le habéis hecho nada? –preguntó ella.

El viejo cocodrilo no se movió. Pero Bobe no tenía suficiente. Volvió a la carga. Se aproximó al viejo cocodrilo, se agachó y, mirándolo fijamente, le dijo:

–¡No, mamá! –mintieron.

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–¡Bien! Pero recordad que hay que tener cuidado con... –¡...el viejo cocodrilo! –respondieron. Al cabo de unos días, las niñas volvieron a pedir a su madre que las dejara ir a jugar al río. –Bien, podéis ir –consintió–, pero recordad que hay que tener mucho cuidado con...

–¡Viejo cocodrilo, qué...! Esta vez Bobe no terminó la frase. El viejo cocodrilo la estaba esperando. Saltó sobre ella y la atrapó. Bobe empezó a gritar. El viejo cocodrilo, que ya no tenía dientes, se la fue tragando poco a poco, hasta que Bobe desapareció dentro de su barriga. Mambo se fue corriendo a su casa.

–¡...el viejo cocodrilo! –concluyeron las niñas. Se fueron al río. Al llegar encontraron al viejo cocodrilo tomando el sol junto a la orilla. Las pequeñas se pusieron a jugar. Pero, también aquel día, al cabo de un rato Bobe se acercó al viejo cocodrilo y le dijo:

–¡Mamá! ¡Mamá! ¡El viejo cocodrilo se ha tragado a Bobe! –gritó cuando vio que su madre se asomaba a la puerta de la casa, alarmada por sus gritos. La madre se dirigió corriendo hacia el río. Encontró al viejo cocodrilo tumbado. La pequeña se removía dentro de su vientre.

–¡Viejo cocodrilo, qué feo eres! Luego corrió a encontrarse con Mambo. El viejo cocodrilo pestañeó y de nuevo se preguntó por

–¡Mamá, mamá, por favor, sácame de aquí! –suplicaba la niña desde el interior del vientre del cocodrilo.


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La madre, desesperada, pidió al viejo cocodrilo:

El padre se llenó de angustia, igual que todos los demás.

–¡Viejo cocodrilo, por favor, devuélveme a mi hija! –Lo siento, no puedo devolverte a tu hija –respondió–. Ella me ha dicho que soy feo, que tengo las uñas sucias y la piel arrugada. La mamá, que escuchaba desesperada los gritos que su hija lanzaba desde el vientre del viejo cocodrilo, se puso a cantar, con la esperanza de que su canción ablandase al viejo cocodrilo: Viejo, cocodrilo, viejo cocodrilo, perdona a mi hija... Coro.–¡Por favor! ¡Por favor! Viejo cocodrilo, viejo cocodrilo, devuélveme a mi hija... ¡Por favor! ¡Por favor! Viejo cocodrilo, viejo cocodrilo, ten piedad de mí... ¡Por favor! ¡Por favor!

–Viejo cocodrilo, sé que mi hija te ha ofendido, pero perdónala, por favor –imploró el padre. –No puedo –replicó el viejo cocodrilo–. Tu hija me ha dicho que soy feo, que tengo las uñas sucias y la piel arrugada. El padre se inquietó aún más cuando notó que la voz de su hija iba perdiendo fuerza dentro de la barriga del viejo cocodrilo. –¡Papá, mamá, ayudadme, sacadme de aquí! No puedo respirar, tengo frío... Desesperado, también el padre pensó que quizá cantando podría ablandar el corazón del viejo cocodrilo. –¡No!

–¡No! Tu hija me ha dicho que soy feo, que tengo las uñas sucias y la piel arrugada –alegó el viejo cocodrilo después de escuchar la canción.

El viejo cocodrilo no se ablandaba. Las súplicas y los llantos de la pequeña se habían vuelto entrecortados: le faltaba el aire.

Entretanto la noticia recorrió todo el poblado. Acudió el padre. No veía a Bobe, sólo notaba cómo se movía la barriga del viejo cocodrilo.

–¡Mamá, papá! Por favor, tengo miedo, sacadme de aquí... –imploraba Bobe una y otra vez, con la voz cada vez más débil–. ¡No puedo respirar!

–¡Papá, mamá, sacadme de aquí! –rogaba Bobe–. Esto está muy oscuro...

Su hermana, aunque se sentía impotente y estaba tan desesperada ante aquella situación como todos los demás, intentó probar suerte:

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–Viejo cocodrilo, yo sé que mi hermanita se ha portado mal contigo, pero perdónala, por favor, por favor... –No puedo. Tu hermanita me ha dicho que soy feo, que tengo las uñas sucias y la piel arrugada –contestó tranquilamente el viejo cocodrilo.

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Pero Mambo no se rindió. No podía: seguían oyéndose las apremiantes súplicas de su hermana desde el interior de la barriga del viejo cocodrilo. Pensó que su dulce voz infantil tal vez conseguiría que el viejo cocodrilo se apiadase y acabara perdonando a su hermana. Y se puso a cantar. –¡No! La desesperación no hacía más que aumentar entre los familiares de la pequeña Bobe. Ya nadie sabía qué hacer. La voz de la pequeña cada vez se oía con menos nitidez y los movimientos del vientre del viejo cocodrilo ya apenas se percibían. La madre, fuera de sí, intentó liberar a su hijita proponiéndole un trato al viejo cocodrilo. –Viejo cocodrilo, nosotros somos muy pobres, pero tenemos dos vacas. Te las damos a cambio de que nos devuelvas a nuestra hija –dijo la pobre madre. –¿Dos vacas? ¡Ah, no, no puedo aceptarlo, son pocas! –negó con desprecio el viejo cocodrilo. –¿Cuántas quieres, entonces? –preguntó angustiada la madre.

El viejo cocodrilo, sabiendo que tenía todas las cartas a su favor, movió lentamente la cabeza de un lado a otro, miró a la madre y le dijo con cierto desdén: –Quizá me conforme con quince... No son muchas, pero tratándose de ti, será suficiente. Pero, amigos y amigas, aquella pobre familia no tenía la cantidad de vacas que les exigía el viejo cocodrilo, que de pronto se había vuelto muy avaricioso. Los vecinos, conmovidos ante el sufrimiento de los padres y la hermana, prometieron ayudarles. Y eso hicieron: entre todos reunieron las quince vacas... pero entre el rebaño de vacas introdujeron dos toros. Cuando el rebaño llegó a la orilla del río el viejo cocodrilo se puso muy contento. Cumplió su palabra: abrió la boca y vomitó a la pequeña Bobe. Sus padres corrieron a su encuentro y todos se abrazaron en medio de una gran emoción. Entonces el viejo cocodrilo se dispuso a disfrutar de su recompensa. Pero tan pronto como se aproximó al rebaño, los dos toros salieron veloces a su encuentro y empezaron a pincharle con sus cuernos por todo el cuerpo. Sorprendido por la argucia, el viejo cocodrilo se dirigió a toda prisa hacia la orilla. Pero antes de sumergirse en el río, miró fijamente a los hombres y murmuró: –¡Ay, los hombres!


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Luego se sumergió en el agua y desapareció para siempre. Nunca más se volvería a saber de él. Cuando el viejo cocodrilo hubo desaparecido en el río, la madre se volvió hacia Mambo y Bobe: –¿Qué os he repetido mil veces? Que siempre hay que tener cuidado con... –¡...el viejo cocodrilo! –contestaron a coro las dos hermanas. Y esta, queridos amigos y amigas, es la historia del viejo cocodrilo. Cuando salí de aquel poblado comprobé que todos, niños y mayores, tenían muy presente que siempre había que tener cuidado con... el viejo cocodrilo.

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Tigre no come luna Cuento popular venezolano Adaptación de Alexander Hernández Narrador y becario de la Fundación Carolina (Venezuela)

La luna llena brillaba sobre el llano venezolano. Tío Conejo estaba recostado debajo de un árbol de mangos, comiéndose un enorme pedazo de queso. No muy lejos de allí, unos ojos maliciosos lo miraban. Tío Conejo, con sus enormes orejas, ya había advertido la presencia de aquel animal, y había divisado a lo lejos su felina figura. 50 | T_13

Poco a poco Tío Tigre se fue acercando al árbol, hasta que pudo ver que Tío Conejo estaba comiendo algo, y por la forma como lo saboreaba, tenía que ser muy sabroso... Cuando ya estaba muy cerca, Tío Tigre le dijo, con una voz ronca y fuerte: –¿Se puede saber que estás comiendo, majadero conejo? Tío Conejo ni se movió ni se sorprendió. Se quedó tan tranquilo, como si no pasara nada. Y sin embargo, su eterno rival estaba a muy poca distancia de él, listo para atraparlo. –¡Uyyyy! Me estoy comiendo un delicioso pedazo de queso, de esos que están en el río... A Tío Tigre se le hacía agua la boca viendo el placer con el que comía Tío Conejo.


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–¿Y qué puedo hacer para tener un pedazo de queso como el tuyo? –preguntó Tío Tigre, ya con unas ganas incontenibles de comer. Levantando una de las cejas, Tío Conejo le señaló el reflejo de la luna en medio del río, y dijo: –Si tu deseo es comer, sólo tienes que ir a buscarlo. Te doy permiso. Tío Tigre se puso de inmediato manos a la obra. Una y otra vez, intentó agarrar un pedazo de queso del río, pero cada vez que metía sus garras en el agua el queso se le escapaba. –Yo te puedo ayudar, Tío Tigre. Si quieres, te ato una piedra a la cola para que puedas atraparlo. Así podrás sumergirte y hacerte con todo ese queso que está en el río. Desesperado por el hambre, Tío Tigre aceptó.

Tío Conejo, raudo y veloz, le ató una piedra a la cola y, sin perder un segundo, lo lanzó al río. Tío Tigre se hundió entre las aguas. Y estuvo a punto de ahogarse, pero sus ágiles movimientos le permitieron desprenderse de la piedra. Cuentan que alcanzó la otra orilla del río, eso sí, cansado, con todos los pelos mojados y titiritando de frío. Entonces Tío Tigre se dio cuenta de que, una vez más, había caído en las trampas de Tío Conejo. –¡Ay, Tío Conejo! ¡Ya verás, ya verás! –gritaba Tío Tigre mientras se sacudía las patas empapadas. Cuentan que Tío Tigre se fue alejando lentamente de allí, mientras chorreaba el agua fría del río y prometía venganza: –Ya verá ese Tío Conejo. Me las va a pagar... Tarde o temprano, me las va a pagar...

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Tigre trata de vengarse de Anancy Cuento popular de las Antillas Adaptación de Alexander Hernández Narrador y becario de la Fundación Carolina (Venezuela)

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Un día, hace ya mucho tiempo, cuando los animales aún hablaban, Tigre estaba recostado en la hierba pensando en todas las bromas y los trucos que le había hecho Anancy. “Ha llegado el momento de que esto se acabe”, se dijo a sí mismo. Justo en ese momento, como si de una aparición mágica se tratara, pasó por el camino el Hermano Anancy. El Hermano Tigre lo abordó de inmediato: –Oye, Hermano Anancy. Tú y yo tenemos unos asuntos pendientes que resolver... Al oír la voz amenazante del Hermano Tigre, Anancy supo que aquello sonaba a venganza. Se puso a correr hasta llegar junto a unas rocas. Alzó una y se metió debajo y después con la otra pata se fue poniendo encima varias más, hasta quedar completamente oculto. Mientras tanto iba gritando: –Hermano Tigre, ahora no estamos para venganzas. ¿No te has dado cuenta de que el cielo de Papá Dios se está cayendo y nos aplastará si no nos protegemos? El Hermano Tigre, al ver que Anancy se refugiaba bajo una montaña de piedras, decidió imitarlo y también él comenzó a recoger piedras y a ponérselas encima.


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–Vamos, Hermano Tigre –gritó Anancy–, que el cielo se cae. Coge esa piedra con esta pata y aquella con la otra. Y esa otra con la pata de atrás y esa de allí con la delante. Y ahora espérame, no te muevas. Voy a buscar cuatro estacas para que podamos hacer un techo de piedras –le dijo, mientras abandonaba su refugio. Anancy salió disparado entre los matorrales. El tiempo fue pasando: una hora, dos horas..., y nada, que el Hermano Anancy no regresaba. Al Hermano Tigre ya le dolían las patas y tenía la boca seca, pero ahí seguía, sosteniendo extenuado las piedras bajo el sol.

–Ojalá regrese pronto. De lo contrario moriremos aplastados los dos. Cuentan que Anancy fue a buscar a todos los animales de la zona y que cuando llegaron al lugar donde estaba el Hermano Tigre todos empezaron a reírse de él. El Hermano Loro repetía, siempre burlón: –El cielo se va caer, el cielo se va caer... Y así fue como el pobre Hermano Tigre fue burlado nuevamente por los animales más pequeños del monte.


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va de “Historias de una selva africana para Muna” Inongo-vi-Makomé Editorial Ediciones Carena, 2011 ISBN 978-84-1532-437-9 Seve Calleja

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ción de emigrantes o hijos de emigrantes. Forman una pequeña parte de sus abundantes narraciones orales con las que este cuentacuentos afincado en Barcelona trata de difundir la visión del mundo que la cultura de origen proyectada en sus relatos tradicionales, en los que dioses y hombres, animales, plantas y fenómenos naturales se nos muestran en un plano de igualdad, con un tipo de reacciones, de amores y desamores, de traiciones, astucias y complicidades.

Este libro consta de tres historias de una selva africana para Muna es el título genérico de tres de las historias de un conjunto más amplio, en el que Inongo reúne algunos de los relatos ambientados en la tradición africana de su Camerún natal para contárselos a su propio hijo -Muna- y, a la vez, a otros muchos africanos que, como él, padecen el efecto de la inculturización por su condi-

Tres cuentos, que son reflejo de un autor comprometido con su entorno de adopción, en el que, a través de sus encuentros con escolares, sus obras teatrales o sus sesiones de narración oral, de la que este libro es trascripción, trabaja en contra de la enculturación y las dificultades de los generaciones emigradas a través de la difusión y preservación de su folclore, en su afán por transmitir lo que él llama la “cultura de la renuncia”, frente a esa otra impuesta cultura de la caridad que se pretende inculcar al emigrado.


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libros “Los niños del desierto” Moussa e Ibrahím Ag Assarid Editorial Sirpus. Barcelona, 2009 ISBN 978-84-96483-77-4 Por Ana G. Castellano

Esto no es un libro de cuentos simplemente. Es una caravana de historias, reales unas, fantásticas otras, que nos conducen, como lectores nómadas, a distintos oasis de sabiduría. La primera historia, aunque parece sacada de las mil y una noches, no es sino la autobiografía de los autores, Moussa e Ibrahim Ag Assarid, dos hermanos tuaregs del desierto de Taboye, en el norte de Mali, que un día iniciaron un viaje sin retorno, desde sus campamentos del desierto hacia la escuela de Gao. Un ejemplar de “El principito” que una periodista del París-Dakar les regalara un día, abrió la primera página de su aventura. En el árido desierto de la ciudad, el recuerdo de los cuentos al calor del fuego en los campamentos, les hizo madurar una idea: Crear escuelas nómadas para niños nómadas. Y los cuentos forman parte del programa. En el apartado, “Alumnos del desierto”, Ibrahim y Moussa nos revelan las historias anónimos de los

niños y niñas que han pasado por la escuela. Ahora la mirada de Moussa, que vive entre París y Taboye, nos lleva a una reflexión, confrontando las dos realidades extremas de los niños del desierto y los niños de nuestras ciudades: “Un niño puede, en el desierto, pasarse las horas sin decir nada (…). En Francia, los niños nacen y crecen en el ruido”. En “Cuentos tuaregs”, Moussa e Ibrahim nos regalan una selección de los cuentos que han ido recopilando, escuchados en los campamentos tuaregs.

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va de Crónica del curso “Dona i Folklore” Barcelona, mayo/junio 2011 Dolors Llopart Antropóloga, Jefe de Programas del Museo Etnológico de Barcelona

Muchas de aquellas habían sido, en efecto, alumnas de los cursos impartidos por Rossend Serra i Pagès (1875-1925) en l’ Escola de Institutrius de Barcelona durante los años 20 del pasado siglo. Una gran mayoría de estas alumnas fueron quienes, más tarde, en , escuelas , bibliotecas y centros culturales explicaron algunos de los materiales (cuentos, leyendas, canciones...) recogidas por ellas siguiendo las directrices del maestro. Algunas publicaron asimismo sus propios trabajos de campo en revistas, opúsculos y gacetillas.

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Hace ahora un año que un buen amigo –Joan Soler Amigó- nos pidió a Roser Ros y a mi presentar un libro sobre su abuela folklorista. La lectura de este ensayo y su presentación en Badalona y Barcelona nos indujo a preparar un curso sobre mujer y folklore.

Pero, no todas las mujeres folkloristas de la primera mitad del siglo XX tuvieron de maestro a Serra. Algunas aprendieron de otros folkloristas o partieron de su propia experiencia autodidacta e hicieron camino con el bagaje que tuvieron a su alcance.

De pronto descubrimos que era necesario estudiar y poner de relieve el trabajo de aquellas mujeres a quienes, un poco despectivamente, ponía la Academia bajo la etiqueta de : les alumnes de’n Serra.

Nuestra intención al plantearnos el curso fue de explicar quienes habían sido estas mujeres y cual su aportación al conocimiento del folklore. Por otra parte queríamos extender el abanico de


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eventos nuestra prospección hacia la acción de muchas mujeres que, de manera callada, habían recogido y practicado folklore y etnografía de campo durante hasta años más recientes e incluso, en algún caso, lo seguían haciendo en relación con la canción, la cocina, las labores de costura y ganchillo, la danza, las fiestas y un largo etcétera que durante estos meses apenas hemos apuntado. El curso tuvo lugar en Barcelona, organizado por Tantàgora con el soporte del Centre de Promoció de la Cultura Tradicional i Popular, organismo dependiente de la Conselleria de Cultura de la Generalitat de Catalunya. Intervinieron como ponentes Dolors Llopart (Museo Etnològico de Barcelona), Montserrat Palau (Universidad Rovira Virgili), Montserrat Garrich (Biblioteca de la Universidad de Barcelona), Caterina Valriu (Universidad de les Illes Balears) i Josefina Roma (Universidad de Barcelona). Dio comienzo con una declaración de intenciones y con una clase teórica sobre los conceptos que manejaríamos durante todo el curso. Valores y conceptos referentes a patrimonio material e inmaterial; definiciones de folklore, etnografía, etnología y antropología. También explicamos como estas nuevas ciencias sociales se habían

introducido y desarrollado en el área de cultura catalana. Las siguientes sesiones se dedicaron a explicar cómo eran estas mujeres que fundamentalmente vivieron desde finales del siglo XIX al primer tercio del siglo XX, cuales fueron sus fuentes de información y como se había desarrollado su trabajo. I, asimismo, cual había sido su legado educativo y patrimonial. Para terminar, la cantante Lidia Pujol y la etnopoeta Roser Ros presentaron canciones y narraciones. A partir de estas canciones y de la lectura de ciertas versiones de cuentos, como el de la Caperucita roja, analizaron y pusieron en evidencia diversos temas en relación a la violencia de género. Asimismo se remarcó el papel de tales canciones y narraciones en los procesos de aprendizaje de los roles tenidos por propios de las mujeres etc. El último de estos días, con las conclusiones y la certeza de repetir y renovar el curso, se remató éste con coca y cava, en homenaje a san Pedro en el día de su verbena. Las asistentes al curso- a los hombres parece que les dio miedo el título- han hecho una valoración positiva y tienen ganas de repetir la experiencia.

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FEST 2011 Toledo, junio 2011 Joxemari Carrere Narrador

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Pequeña crónica del IV encuentro de FEST (Federation of European Storytelling) celebrado la segunda semana de junio en Toledo, España. Después de reunirse por primera vez en Suecia, después en Suiza y el año pasado en Inglaterra, este año la federación de narradores europeos se ha juntado en Toledo para continuar asentando el movimiento narrativo oral en Europa. Es por ello que la tarea principal de esta edición fue dejar concretados los estatutos de dicha asociación, cosa no tan fácil, ya que parece que el hacer una asociación a nivel europeo tiene sus complicaciones.

frenta la narración oral europea, sirven de acicate para el trabajo en conjunto.

Este cuarto encuentro podríamos definirlo como de asentamiento de un proyecto de movimiento narrativo oral a nivel europeo. Después de desarrollarse distintos movimientos en distintos lugares del continente, era una cuestión de tiempo poner en marcha una coordinación de las distintas realidades para poder desarrollar proyectos en común, al tiempo que se impulsa el conocimiento y relación entre narradores ynarradoras a pesar de las fronteras.

Asimismo muy interesante (quizás lo más interesante, sin desmerecer el resto) fue el trabajo que se realizó en grupos para hacer una propuesta de narración. Durante dos días diversos grupos prepararon una historia para presentarla después en un teatro toledano. El proceso de trabajo, entre narradores y narradoras con estilos e idiomas bien diferentes, fue verdaderamente enriquecedor, y la puesta en escena final en el teatro algo maravilloso (salvando, claro está, el detalle de que era algo improvisado).

Aún siendo las dinámicas de las distintas asociaciones que se agrupan en el FEST muy distintas a veces, la necesidad de buscar camino comunes ante los retos a los que actualmente se en-

En Toledo, además de la cuestión de los estatutos, se organizaron grupos de trabajo, debate e intercambio de informaciones, que ayudaron a dar una imagen, aunque ocasional, de la situación narrativa europea. La cuestión del multilingüismo, el repertorio o los festivales se trataron en grupos, compartiendo experiencias que ayudan a hacernos una idea más amplia, ecléctica, pero al mismo tiempo común sobre la diversidad de las propuestas narrativas orales.

El último día se renovaron las personas encargadas de coordinar el FEST y se clausuró el encuentro, convocándonos el año que viene en Bélgica.


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Festival de Théâtre d´Alger: Arts de la parole Alger, junio 2011 Ana Gª-Castellano Narradora y escritora

Argel es una ciudad llena de vida y cultura. En la misma plaza Port Saïd, donde se encuentra el TNA, el Théâtre National d´Algerie, se entrecruzan cineastas y comerciantes, mujeres que esconden su rostro y jóvenes actrices que hacen cola para ver un espectáculo, ejecutivos estresados, taxistas charlatanes… y en medio del bullicio, acuclillado en el suelo, un tuareg ofrece té con hierbabuena recién hecho en su tetera de aluminio resplandeciente, a un dinar el vaso (diez céntimos de euro). Divididos en varios grupos, convertimos en verdaderas “halkas”1 la plaza principal de la ciudad, el escenario del gran Teatro Nacional, el Auditorio del Ministère de la Culture, o el patio del Palais des Raïs, popularmente conocido como Le Bastion. Entre el público, niños y mayores, gente joven y ancianos, se dejaban implicar en las historias, de tal modo que la magnificencia del teatro no les impedía lanzar algún comentario cómplice durante la contada. Después de los aplausos, muchos invadieron el escenario,

1 La Halka es el círculo que se forma en calles o plazas en torno los griott narradores de historias

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queriendo compartir el espacio y los abrazos: Una vez más, los cuentos ha-bían impuesto su lenguaje. A parte de estas sesiones oficiales, Argelia nos sorprendió con la oportunidad de contar en lugares insospechados:

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Una tarde, de esas tardes de festival que tienes libres y te escabulles de la organización para conocer los recovecos de la ciudad, Sam y yo decidimos perdernos por la casba. En un rincón del casco viejo de la ciudad, nos topamos con un grupo de niños que salían de su clase en la escuela coránica. Inmediatamente, Sam me lanzó una mirada cómplice: “Ana, ¡On va raconter un conte!” El jueves, (con el carácter festivo que aquí puede tener el sábado) fuimos invitados a Tablat, un pequeño pueblo de las montañas, donde vive la familia de Mourad. Para mi sorpresa, el público estaba compuesto en su mayoría por hombres. Sólo cuatro o cinco mujeres se repartían entre las más de sesenta butacas ocupadas. Una docena de niños y la mitad de niñas se sumaron a la fiesta. Los actos públicos no se ven muy apropiados para las mujeres, como lo confirma-ría una semana más tarde la experta en tradición oral de

la Universidad de Grénoble, Rahmouna Mehadji. Casualmente éste era su tema en la mesa redonda del Maratón de Cuentos de Guadalajara. Sin embargo, en Tablat, mientras se desarrollaba la contada, sí pude comprobar que todos disfrutaron sin complejos, y que a nadie ofendió que sobre el escenario narráramos dos mujeres con la cabeza descubierta… paradojas de los cuentos. Días más tarde, en la clausura del Festival, tuvimos tiempo de repartir abrazos y efusivas invitaciones a las respectivas tierras, antes de que en el avión, la nostalgia nos haga sentir por momentos, infelices. Es lo malo de los festivales de narración: que siempre nos saben a poco las perdices…


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Boletín de suscripción a la revista Tantágora Nombre y Apellidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Organismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dirección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ciudad . . . . . . . . . . . . . . . Distrito Postal . . . . . . . . . . . . . . . . País . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Teléfono . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fax . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . e-mail . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Deseo suscribirme a la Revista Tantágora: Por 2 números (1 año)

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