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Abel Sánchez, de Miguel de Unamuno, por José Roberto Mendirichaga

Miguel de Unamuno (1864-1936) -junto con José Martínez Ruiz Azorín, Jacinto Benavente, Antonio Machado, Pío Baroja y varios más- fue integrante de la llamada Generación del 98 en España. Dominó todos los géneros literarios. Por citar algunos libros, en Lírica: Poesías (1912); Teatro: La esfinge (1898); Narrativa: Niebla (1914); y Ensayo: Del sentimiento trágico de la vida (1913). Su obra póstuma, Diario íntimo, fue publicada en 1970.

Para la reseña a Abel Sánchez, de Unamuno, elijo la edición de Letras Hispánicas de Cátedra, de Carlos A. Longhurst (ed.). En la introducción a la novela, Longhurst explica que la novela en cuestión “la escribió Unamuno en una de las peores épocas de su vida”, en plena primera guerra mundial, cuando se daba una fuerte disputa entre anglófilos y germanófilos. En 1914 fue destituido injustamente de la rectoría de la Universidad de Salamanca. Así, el leitmotiv de la novela escrita hace un siglo será el odio.

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Abel Sánchez está escrita en 38 breves capítulos que invitan a la constante lectura. Un supuesto diario de Joaquín, la Confesión, es la pauta para el relato. La narración arranca con este texto: “No recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde cuándo se conocían […]. Aprendió cada uno de ellos a conocerse, conociendo al otro. Y así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento, casi más bien hermanos de crianza”.

Pero desde el inicio de la novela deja ver el autor que Joaquín envidia tremenda, enfermizamente, a Abel. Joaquín, médico, tiene una novia, su prima Helena, cuyo nombre evoca la mitología griega. Y sucede que Abel, artista, inicia por pintar a ésta y termina siendo novio de Helena, casándose con ella. Ésta es coqueta y calculadora. La joven pareja tiene un hijo, Abelín. Entre tanto, Joaquín, un poco por despecho, se casa con Antonia, noble mujer que resulta ser “un regazo en que esconder la cabeza […]”. En Joaquín crece la envidia hacia Abel, desde la noticia del embarazo de Helena.

La lectura del Caín de Lord Byron confirma a Joaquín en la idea de que fatalmente está condenado a la infelicidad, porque es incapaz de amar a nadie. Pero viene el embarazo de Antonia, con lo que los Monegro tendrán una hija, Joaquina. En uno de sus cuadros, Abel Sánchez pinta un Caín que es ampliamente comentado por la crítica de su ciudad. Joaquín, buen orador, ofrece un banquete para celebrar el éxito del pintor, mismo en el que alaba a su rival. Pero sucede que para Abel no hay tal rival; que él no odia a nadie, y menos a Joaquín. Entretanto, éste busca ser odiado; no es feliz en la paz. Helena dice: “No te fíes de él…, no te fíes de él…; cuando tanto te ha elogiado, por algo será…”.

Nada cura a Joaquín de su envidia. Su mujer, Antonia, trata de acercarlo a la fe, que había perdido desde hacía mucho. Procura que vaya a la iglesia y se confiese, como remedio a su enfermedad. Abel reclama a Joaquín esa novedad, con lo que se da formalmente la fractura entre ambos amigos. Pero resulta que el hijo de Abel, que estudia medicina, se acerca a Joaquín como a su maestro. En tanto, Abelín se enamora de Joaquina y se casan. Joaquín pide a Abel una difícil condición: que vivan en casa de ellos. Por bien de paz, acceden los Sánchez.

Nace un niño, Joaquín segundo. Las relaciones entre las dos familias son poco gratas. Helena trata de dominar y Joaquín, pese a que goza del niño la mayor parte del tiempo, se percata de que su consuegro Abel, con sus dibujos, tiene embelesado al niño. Joaquín habla airadamente con Abel. Le reclama su desdén y falta de amistad. Abel dice que el nieto teme a Joaquín por el contagio de “su mala sangre”. Entonces Joaquín le toma por el cuello y le grita: “¡Bandido!”. Abel, que estaba débil en su corazón, lo que sabía el facultativo, muere en ese instante. Llega el nieto y se da cuenta del suceso, por lo que llama a su abuela Helena. Joaquín habla solo: “Le he matado, sí, pero él me estaba matando; hace más de cuarenta años que me estaba matando. Me envenenó los caminos de la vida con su alegría y con sus triunfos. Quería robarme el nieto…”. Entra Helena a la habitación y Joaquín heladamente le informa: “Que la enfermedad de tu marido ha tenido un fatal desenlace”. Ella lo acusa de haberlo matado.

Tiempo después, Joaquín cae en una honda melancolía. Viéndose morir, reune a sus familiares, confiesa su falta de amor y les pide perdón. “[…] Besó a los suyos. Horas después rendía su último cansado suspiro”.

Miguel de Unamuno. Abel Sánchez. Una historia de pasión, Edición de Carlos A. Longhurst, Col. Letras Hispánicas 398, Segunda edición, Cátedra, Madrid, 1998, 207 pp., ISBN 84- 376-1359-0.

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