
5 minute read
Ignacio Ortiz en mi recuerdo, por Gerardo Cantú Guzman
Hace pocas semanas falleció en la Ciudad de México Ignacio Ortiz. Fuimos siempre grandes amigos. Nos conocimos aquí, en el Taller de Artes Plásticas de la Universidad de Nuevo León, con maestros como Alfonso Reyes Aurrecoechea, Juan Eugenio Mingorance, Elena Tolmacs, José Guadalupe Guadiana, Gene Byron, José Guadalupe Ramírez, Jorge Rangel Guerra y varios más. Mi grupo en el TAP éramos: Aquiles Sepúlveda, Pablo Florez, Marcos Cuéllar, Ignacio Ortiz y yo.
Nacho llegó de Michoacán, a trabajar como mensajero en una tintorería; fue subiendo desde abajo. Estaba también Marcos Cuéllar. Formábamos un trío. Para estudiar en “La Esmeralda”, del INBA, nos ayudó Juan Eugenio Mingorance, de quien yo decía que no era español, sino “mitad gitano y mitad moro”, lo que siempre le causaba una carcajada. Al graduarnos en la Escuela de Artes Visuales de la UNL, dimos clase a alumnos como: Guillermo Ceniceros, Javier Sánchez, Saskia Juárez, Efrén Yáñez, Armando López, Esther González, Manuel Durón, Alberto Cavazos. El licenciado Raúl Rangel Frías, rector, impulsó nuestra estancia en el DF. Para entonces, ya éramos amigos de don Alfredo Gracia Vicente, en la librería y galería “Cosmos”.
Advertisement
En la Ciudad de México nos recibió José Guadalupe Guadiana. Primero nos llevó con el artista y monero venezolano Pedro León Zapata, pero nos ganó “La Esmeralda”. Allí los maestros fueron: Carlos Orozco Romero, Jesús Guerrero Galván, Manuel Rodríguez Lozano, Pablo O’Higgins… Todos ellos fueron muy cordiales con nosotros. Conocimos al gran Diego Rivera y a lo más selecto de la Escuela de Pintura Mexicana. Estamos hablando de 1953. La beca consistía en $333.33 pesos mensuales, suficientes para cubrir la pensión de la casa de asistencia en Revillagigedo y Arcos de Belén. En México conocimos a Lázaro Cárdenas, a Magda Donato, a Pablo Neruda. Muchos años después, como la novedad era la prosperidad y empuje del Grupo Alfa, ya en la década de los setenta, a nosotros, como maestros, nos pusieron el Grupo Alfalfa. La Ciudad de México siempre me ha cautivado: soy un regio-chilango.
Con Ignacio Ortiz me ligó siempre una fuerte hermandad. Coincidíamos en el amor a la pintura y en la reinvindicación de los pobres por la vía del marxismo, aunque nos separaba cierta rivalidad profesional, a veces una muchacha y la relatividad del dinero. Los tres –Marcos, Ignacio y yo−recibimos una beca de la República Checa, entonces parte del bloque soviético. El licenciado Rangel Frías, siendo ya gobernador del Estado, ayudó mucho a que esto se diera. Recuerdo que doña Romelia Domene de Rangel, previendo el invierno que se avecinaba para quienes viajábamos a Europa, le pidió a su hijo Ernesto ropa gruesa para que pudiéramos aguantar los fríos de Praga, que llegaban a los 20 grados bajo cero. Le dijo a Ernesto, poeta y luego abogado y notario: “A ellos les ha de servir esta ropa más que a ti”. Era el año de 1956.
La experiencia en Checoslovaquia fue única. Viajamos por avión, de Monterrey a México-Toronto-Londres-Zürich-Praga. Llevábamos unos sombreros charros de paja. En la Academia de Artes Plásticas había ya unos 15 mexicanos. Primero nos pusieron a aprender el idioma, mismo que entiendo y hablo a la fecha, y luego iniciamos las clases. Las checas nos deslumbraron. Eran cariñosísimas. Me hice novio de una de ellas, aunque el romance fue más breve de lo que yo hubiera querido. Nacho conoció allí a su primera esposa. Después de varias, se casó con la búlgara Esveta, con quien tuvieron a Acasia. En esos años, ¡teníamos todo por descubrirlo! Praga era y es una maravilla de ciudad. Su río Moldava, su distribución urbana, sus conciertos, sus museos y parques… todo nos cautivó. Yo compuse un poema a Praga, la ciudad no suficientemente conocida ni amada.
Cargaba conmigo desde México dos cuadros: un autorretrato y una maternidad. Ambos óleos me sirvieron para para darme a conocer en la Academia.
Trabajábamos muchísimo en los talleres. La comida no era tan mala, pero estábamos en la postguerra y aún se racionaban los alimentos. No faltaban el té y la cerveza. Los domingos me la pasaba en el Museo de Arte Moderno de Praga. Allí me empapé de Picasso, Klee, Chagall, Miró… Nacho regresó a México con su joven esposa y allí pusieron después una galería y tienda de antigüedades. Yo seguí con Marcos a París, pero eso es tema de otro material.
A Monterrey regresé en 1961. Calzada Madero, entre Villagrán y Bernardo Reyes. Después me casé con Marinés Medero, cubana, mi eterna compañera. Tuvimos tres hijos. Ahora hay tres nietos. Los matrimonios nos seguimos viendo aquí y en México. Nacho fue siempre el mismo: un tanto reservado y meditabundo. Pintaba bien y era igualmente muy buen maestro de artes plásticas. Dominaba muchos géneros.
Su muerte me impactó. Me hizo recordar muchas de nuestras irresponsables andanzas. Hoy que se ha ido, no puedo menos que beber a su salud una copa de vino y decirle que no lo olvidamos en Monterrey; que aquí hay mucho de su obra; y que su nombre evoca juventud, madurez y plenitud.

Ignacio Ortiz Cedeño
Ignacio Ortiz Cedeño, (1934-2017). Nació en La Piedad, Michoacán, en 1934. Se trasladó con su familia a la ciudad de Monterrey a los 12 años de edad, y desde entonces empezó su vocación por la pintura. A los 18 años ingresó al Taller de Artes Plásticas de la Universidad de Nuevo León, del cual sería director en 1960, y en donde fueron sus maestros: Carmen Cortés, pintora española, José Guadalupe Ramírez, Jorge Rangel Guerra y otro español, Juan Eugenio Mingorance. Ayudado con una beca otorgada por Raúl Rangel Frías, rector entonces de la Universidad, el joven Ignacio viajó a la ciudad de México para estudiar en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”. Esos años tuvo entre sus maestros a destacadas figuras del arte mexicano: Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Jesús Guerrero Galván, Pablo O’Higgins, Santos Balmori, Germán Cueto, Carlos Orozco Romero y Manuel Rodríguez Lozano. Por su gran talento, la Universidad de Nuevo León le otorgó otra beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Praga, Checoslovaquia, de 1958 a 1960. En 1968 obtuvo una beca para estudiar un doctorado en Historia del Arte en la ciudad de Uppsala, Suecia. En una de sus estancias europeas, Ortiz conoció a quien sería una de sus grandes influencias: Pablo Picasso. Fue invitado por el gran español a visitar su taller en Vallauris, Francia. Su primera exposición fue en 1947 y fue el inicio de muchas otras a lo largo de su vida: en México, los Estados Unidos, Suecia, Francia, Checoslovaquia, Bulgaria y España. Murió en la ciudad de México.

