La procesión fabulosa: signo, paisaje y semántica I La dispersión del lenguaje del arte encuentra en Oaxaca su leitmotiv. Contra todo pronóstico y desencanto social el arte se extiende aquí en toda su expresión como un inquietante acto de posibilidades infinitas. La Guelaguetza –de trasfondo religioso– es siempre festiva, solidaria, es oportunidad de dar, recibir, ayudar, compartir con amigos y extraños; la gozona es la guelaguetza de la música en los pueblos serranos donde la deidad es posesiva en el imaginario de la feligresía y regala el exquisito pretexto para comer, beber, bailar y adorar. En este ámbito está siempre el artista y el artesano –de igual valía en nuestra cosmovisión– que participa como protagonista y muchedumbre a la vez. Es de este caudal de experiencias vitales de donde abreva el pintor oaxaqueño. Es también la mística cuna de Pedro Cruz Pacheco. II Pedro Cruz, antes de volcarse al oficio de la pintura, pasó por muchas facetas laborales. Fue policía, hacedor de ladrillos y cocinero (aún lo es y muy bueno). El gusto por el arte plástico fue casi intuitivo, sólo era cuestión de tiempo y circunstancia. Un amigo fundamental en su vida fue Felipe Morales, pintor de exaltada imaginación y candor. De él recibió las primeras clases de pintura y lo acercó al acucioso mundo del arte y sus 38 mujeres
orillas. De mozalbete pasó a tomar el timón de su propio barco, siempre en el reconocimiento de las benévolas influencias de algunos maestro oaxaqueños. Luego vinieron las lecturas sobre las crónicas locales, la historia del arte y los iconos universales, algunos de los cuales proceden de esta tierra maravillosa y trágica: el novohispano Miguel Cabrera y los contemporáneos, aunque ya fallecidos, Rufino Tamayo, Rodolfo Morales o el aún siempre vivo Francisco Toledo… todos ellos referencia imprescindible en nuestro corredor histórico del arte. Estos son los artistas que han ofrecido su legado, esa guelaguetza dialéctica, como hoja de ruta para las avezadas generaciones. Un artista será siempre, o casi siempre, un individuo más sensible y productivo que un burócrata sentado en su hinchada complacencia. Pedro Cruz ha elegido, y elegido bien. III Cruz Pacheco se ejercitó durante años para dominar con propiedad las técnicas del gouache y la acuarela. Es un extraordinario acuarelista, aunque no deja de lado el perfeccionamiento de otras variantes de la pintura. Aunado a su calibrado manejo de los colores trasparentes está su ya aludida intuición estética. Es interesante que el escritor ruso Anton Chéjov mencionara que la frescura, la elegancia y la humanidad son característica de los artistas
Pinturas de Pedro Cruz Pacheco Edgar SAAVEDRA* genuinos. Claro está que el repertorio de cualidades es y debe ser mucho más amplio. Sin embargo, cuando el pintor expresa, antes que habilidades virtudes humanas, es digno de reconocimiento. Pedro Cruz ha empezado con el pie derecho. IV La imaginería de Pedro Cruz Pacheco es abundante, pletórica de símbolos y alusiones alegóricas. El campo donde se establece esta cornucopia figurativa suele estar bien proporcionado, aun cuando en sus cuadros encontramos lecturas superpuestas. Un buen ejemplo es aquella serie donde aparece una mano invertida (se trata de la apropiación de un talismán de origen musulmán conocido como la Mano de Fátima o Jamsa). El autor realizó muchas variantes con este elemento pero lo tejió con un solo hilo conductor: su propia morfología. Incorpora además otros elementos simbólicos universales. Así, van apareciendo diminutos corazones y labios alados, ojos, peces, medias lunas, estrellas, hojas, ramas espinudas, barcas, caracoles, manos, pies… como un alegre y surreal tablero de lotería mexicano. Cada signo adquiere una connotación subjetiva y fantástica del pintor, aunque no está tan lejos de la significación