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Todavía andan por aquí

Gloria Andrea Paredes Hernández

Escuela Primaria “Lic. Emilio Chuayffet Chemor” Ecatepec de Morelos, Estado de México

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¿Todavía andan por aquí? Si no me equivoco, ya ha pasado una semana. ¿En verdad es tan complicado unir puntos y descubrir al culpable? Sin duda aún me sigue sorprendiendo la poca inteligencia e intuición que tienen algunas personas. Y es que, aunque yo no lo hubiera presenciado, lo habría descubierto de manera casi inmediata.

Era lógico. En esta calle sólo viven tres familias que comparten lo poco que llega hasta este rincón de la ciudad. En algún momento alguien iba a acabar muerto, y debo confesar que muchas veces creí que ése sería yo. Cuando la señora López me ofrecía algo de comer, lo tomaba con mucho sigilo, y en ocasiones prefería dejarlo en el bote de la basura. Y es que en esta calle no hay muchas personas en las que se pueda confiar.

Y si eso hubiera pensado Juan, aún seguiría vendiendo sus periódicos todas las mañanas, pero es que él es (bueno, él era) el ejemplo perfecto de lo que nadie busca en un hombre, y no por su físico, hasta eso era un tipo con rasgos aceptables, pero su personalidad era aburrida, melancólica. Y es que no realizaba nada interesante; quizá lo más sobresaliente de su vida había sido justamente su muerte.

Fue un viernes, para ser exactos viernes trece —para mí uno de los mejores días—; no creo en la superstición, aunque algunos me han tachado de ser parte de ella, pero, bueno, alguien como yo está involucrado en este y otros temas. Juan regresaba de alimentar a no sé qué familiar. A decir de la señora González, Juan sufría de una rara enfermedad, pero yo nunca oí que saliera de su boca algo sobre esa situación. Y es que cuando hablaba conmigo sólo lo hacía sobre temas tan básicos como la comida, las deudas, la soledad, cosas que nunca fueron primordiales para mí…

En fin, regreso al relato de esa noche. Como siempre, Juan cargaba esa horripilante mochila; para ser sincero, nunca supe qué llevaba en ella hasta esa noche. Justo en la entrada de la calle, dos hombres empezaron a seguirlo. De repente, empezaron a forcejear. Le indicaron que querían la mochila y él se negaba. Justo ahí fue cuando confirme que Juan estaba completamente loco, porque no darles esa porquería de mochila me estaba desesperando y a los tipos también.

Entonces cada uno saco una navaja y la sumergieron una y otra vez en el cuerpo de Juan hasta que pronto cayó. Los dos tipos abrieron la mochila, sacaron una caja y su cara fue de una decepción total, pero qué se podía esperar de algo que venía de Juan. Uno de ellos dijo: “Cenizas”, y el otro sólo exclamó: “Vámonos antes de que alguien llegue”.

Mientras se alejaban decidí bajar. Cuidando cada paso que daba, me acerque al cuerpo de Juan.Nada interesante. Lo que importaba era esa caja. Toqué el contenido y pensé: Por fin este humano hizo algo bueno. Era un tipo de arena, no de la mejor, pero serviría para mis necesidades. Estuve un rato jugando y conociendo la textura de mi regalo hasta que la señora López salió gritando y empezó a llamar a no sé qué tanta gente. Yo estaba dispuesto a irme hasta que por desgracia me vio, me cargó y me dijo: “Pobre gatito, estabas esperando a tu dueño; no te quieres despegar de él”, y fue cuando entendí que Juan ya no me daría de comer y que era mejor empezar a confiar en las sardinas de la señora López, o por lo menos hasta que decidiera morir.

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