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Aprender a leer o leer para aprender

Aprender a leer

o leer para aprender

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Rosa Cecilia Torres Morales

Escuela Normal de Tecámac

Se reconoce que para poder aprender permanentemente es necesario tener las habilidades fundamentales para poder lograrlo. Muchas de ellas no se enseñan se aprenden, es decir, es quien pretende aprender quien logra con su andamio cultural y su estructura de pensamiento acceder a nuevos aprendizajes; además, si se aspira a trascender el aprendizaje en situaciones específicas, ya sea de la vida personal, profesional o social, sería deseable que se realice de manera analítica, crítica y responsable.

Podríamos decir, pues, que uno de los aspectos fundamentales para aprender radica en leer, no precisamente decodificar, sino comprender y, mejor aún, tener competencia lectora, ya que una persona que lee realiza un esfuerzo intelectual para aprender, es decir, desarrolla percepción, atención, deducción, inferencia, etcétera. La posibilidad de elementos que ofrece el texto escrito es amplia, tal como lo menciona Solé cuando define al acto de leer:

Leer es un proceso cognitivo complejo que activa estrategias de alto nivel: dotarse de objetivos, establecer y verificar predicciones, controlar lo que se va leyendo, tomar decisiones en torno a dificultades o algunas de comprensión, diferenciar lo que es esencial de la información secundaria. Este proceso requiere necesariamente de la implicación activa y efectiva del lector. No es un aprendizaje mecá-

nico, ni se realiza todo de una vez, no puede limitarse a un curso o ciclo de la educación obligatoria (1994, p. 3).

Los estudiantes, cuando se encuentran en el proceso de formación profesional, se enfrentan a la imperiosa necesidad de leer textos académicos; algunos presentan problemas como la falta de atención, comprensión, producción de nuevas ideas, analizar, relacionar con otros elementos, entre muchas otras acciones necesarias para incorporar los aspectos propios de la profesión. En muchas ocasiones este problema radica en la falta de experiencias exitosas tanto en los ámbitos escolarizados como en los personales y que durante su trayectoria académica no han tenido oportunidad de mejorar. Lo anterior representa una dificultad que se tiene que atender. El estudiante, al no contar con las habilidades y actitudes lectoras propicias para el aprendizaje, puede recaer en la falta o nula apropiación de aprendizajes porque llega a ser frustrante no poder lograr la comprensión del texto escrito e incluso puede llevar a una deserción escolar.

En estos términos es importante mencionar que, cuando los profesores participamos en procesos de formación, desdeñamos la idea de que quien se forma es el sujeto y creemos que somos los autores de la formación; en ocasiones, consideramos que nuestros estudiantes son seres pasivos, receptores, sumisos a los pies de lo que se les otorga y, en este caso, que con el sólo hecho de leer será suficiente para incorporar los elementos esenciales en la preparación profesional. En algunas ocasiones se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo hago para que lean, para que comprendan lo que leyeron, para que elaboren ideas a partir de lo leído?, considerando una educación de transmisión sin reconocer que el protagonista del aprendizaje es el estudiante y que lo acompañan sus experiencias lectoras las cuales están determinando decisivamente su deseo y nivel de comprensión sobre la lectura.

Tal situación nos inclina a atender sus necesidades de aprendizaje, pero no sólo para propiciar acciones de lectura sobre aspectos curriculares sino para posibilitar la participación del lector, sin desconocer que a través de la lectura se promueven los mecanismos apropiados de pensamiento que contribuyen al intelecto de las personas. Iser expresa un aspecto fundamental que en ocasiones perdemos de vista: “la estructura hermenéutica profunda de la lectura” (1989, p. 152). Es decir, la relación texto-lector no es una relación directa sujeto-objeto: el sujeto no sólo recibe información del texto sino que se encuentra con él de manera dialéctica; el texto se presenta con múltiples posibilidades, tantas como construye el sujeto con su bagaje de posibilidades cognitivas, culturales y sociales.

Por lo anterior, se considera esencial reconocer a los sujetos que se forman y que no cuentan con el deseo de leer, pues

lo consideran ajeno a sus intereses; lo realizan por entregar, compromiso y obligación. En este caso, se ejerce la lectura con pocos resultados; el lector se asume como receptor de información y continúa con la animadversión hacia la lectura académica y estética.

Pero, ¿cómo dar posibilidad de que los estudiantes se acerquen a la lectura por deseo, interés y placer? Vale la pena replantear las situaciones y reconocer el papel activo del que lee; esto permite mejores estructuras de pensamiento para innovar, crear, analizar y reflexionar acciones deseables para cualquier ciudadano y más aún para un profesional de la educación, quien en un futuro será mediador, de otra manera podemos continuar con el enfado a la lectura.

No podemos referirnos a una sola acción o únicamente a una estrategia. Son múltiples los aspectos a considerar para posibilitar que los estudiantes lean y adquieran el gusto lector; el placer de leer es una acción que permitirá irradiar en aspectos personales, sociales y profesionales, porque posibilita la expansión de ideas, nos transporta a otros entornos, situaciones o sentimientos que no hemos vivido y nos da la oportunidad de analizar, reflexionar de manera activa, autónoma y formativa.

Por lo anterior, se expresan algunas consideraciones para quienes nos encontramos en procesos formativos:

La primera es colocar al estudiante como actor principal en el proceso de aprendizaje y reconocer el nivel lector de los estudiantes, sus intereses, necesidades y asumirnos como corresponsables del proceso. La segunda es reconocer nuestra importancia como mediadores y posibilitar que el estudiante ponga en juego su aparato cognitivo. La tercera, ser estrategas nos hace pensar que no basta con accionar y pensar en resultados en línea directa, también planificar, crear, observar y rediseñar, ya que ante las formas comunicativas actuales se requiere ser innovador. La cuarta, constituirnos como lectores que inspiran, que nuestros alumnos nos vean leer y disfrutar cuando lo hacemos. Hagamos recomendaciones de los libros que nos han impactado, compartamos nuestra experiencia como lectores, platiquemos sobre las experiencias que hemos tenido con la lectura y lo que hemos alcanzado a partir de ello. Finalmente, consideremos que la parte más valiosa del acto de leer recae principalmente en la parte actitudinal, en el deseo de leer para los propósitos que cada lector pretenda.

Ante esta prioritaria necesidad de aprendizaje y de considerar a los estudiantes como principales actores de su propio proceso, una aportación probablemente lógica, pero en ocasiones olvidada, es la tarea del bibliotecario escolar, a quien no sólo

se le debe la tarea de administrar el repositorio bibliográfico con el que cuenta la escuela sino contribuir decididamente en la imperiosa tarea de la lectura.

Al resignificar la tarea del bibliotecario escolar como mediador y animador en la selección de libros —y no solamente como regulador del servicio— se posibilita una cálida relación entre el lector y el texto. Cuando las estudiantes se acercan a la biblioteca se presenta una gran ocasión para crear oportunidades de diálogo lector con preguntas clave tanto de tipo académico como literario que favorecen la animación a la lectura, por ejemplo, ¿qué necesitas y en qué te puedo apoyar?, ¿qué libro crees que nadie debería dejar de leer?, ¿has leído este libro?, ¿qué te gusta leer?. Es necesario registrar sus sugerencias para futuras adquisiciones y manifestarles que en los recursos que se otorguen a la biblioteca se considerarán sus peticiones. Un aspecto relevante es cuando las estudiantes ven materializadas sus sugerencias, sobre todo al ver literatura juvenil; esto representa darle frescura a la biblioteca. Al otorgar variedad de géneros literarios, los estudiantes se hicieron más asiduos al espacio de biblioteca, ya no la vieron como repositorio, sino como un espacio que atiende sus intereses partiendo de la idea de que a partir del interés propio el sujeto se coloque en una posición protagónica y de pertenencia.

Esto permitió desprender algunas otras acciones que implican aspectos afectivos y una participación activa del lector, por ejemplo:

Dejar nota en el libro

Dejar un comentario en el libro que leyeron, ya sea una opinión, la frase que más les haya gustado con la idea de que quien tome el libro aprecie el significado que otra persona le otorga; esto permite no sólo una relación con el autor sino también con otros lectores, además de que desarrolla procesos como la inferencia, expectativa que pueden constituirse como posibilidades valiosas de animación lectora.

La caja de las sugerencias

Colocar en una caja de sugerencias el título de un libro con una frase que les haya impactado para depositarlo en la caja, para que alguien lo tome y considere la apreciación de otro lector; estas acciones apoyan mecanismos de pensamiento, ya que la interpretación de la lectura de cada persona será diferente y las diversas apreciaciones de cada uno de ellos puede provocar la discusión, valorar su interpretación y formular nuevas ideas.

La lectura es un inimaginable mundo de posibilidades para el desarrollo de todos los aspectos de la vida; es fundamental para quienes participamos en procesos de formación hacerla posible.

Referencias

Iser, W. (1987), “El proceso de lectura:

Enfoque fenomenológico (1972)”, en

Mayoral, José Antonio (ed.) Estética de la recepción, Madrid: Arco Libros, pp. 215-243. Solé, I. (1994), “Aprender a usar la lengua.

Implicaciones para la enseñanza”, en Aula de Innovación Educativa, núm. 26, Barcelona: Graó, pp. 5-10. Solé, I. (1995), “El placer de Leer”, en Revista

Latinoamericana de Lectura, año 16, núm. 3,

Buenos Aires: Asociación Internacional de Lectura.

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