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Gatas en la fila

Yanizeth Montoya Medina

Escuela Normal de San Felipe del Progreso

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—Qué bonita es la más pequeña —dice mi hija, después de contemplarlas mientras seguimos en la fila. El mundo está hecho de filas, como si la muerte, que es el último banco, lo supiera. Abandonadas de nadie, entregadas a la admiración y al desprecio de otros, alguien ha dejado un cartón para sus caderas huesudas; yo he dejado mis ganas de levantarlo con ellas y una pausa de mi prisa en días más humanos. —¿Y si la bañamos, le quitamos las pulgas y la adoptamos? —me pregunta al estirar la manita que corresponde a la caricia de la descubierta. Ha insistido en que adoptemos al menos una pieza de ternura descobijada.

El viento ha de ser el alimento de Dios que comparte a horas completas con ellas, y éstas se lo tragan sin darse cuenta ni imaginar que es lo único que comerán.

Es campaña de esterilización y a las más grandes del muro ha de tocarles turno. Finalmente, mi hija y yo hemos tomado fuerza de los pulmones para agregarlas a la fila. Vamos con consentimiento de su silencio y sostenidas en su abandono cíclico.

Llega el momento de dormir una parte de sus cuerpos. Ninguna se resiste, no tienen voz ni fuerza ni lucha. Como conociendo su destino, han pagado el procedimiento con un agradecimiento de pupilas amplias y profundas.

Se ha cortado una cadena de ladrillo, cartón y harapos en temporada de lluvia, pero no dejo de pensarlas. En muros parecidos hay más, tratadas con anestesia de uso veterinario para convertir sus vientres en jaulas vacías en contra de su voluntad. A ellas también las acompaño en la intimidad del amor. A ellas también las silenciaron en la intimidad del poder.

No podré adoptarlas ni mi hija lo hará. Se quedan hundidas en el mar de propofol, tal vez soñando con unos brazos que las cobijan, una camita mullida y alimento que jamás escaseará. Mientras tanto, seguimos en la misma fila acompañando atentas la esterilización de su silencio.

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