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Los capos mexicanos: paraíso e infierno

por Álvaro González

Los capos mexicanos

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paraíso e infierno

Joaquín “El Chapo” Guzmán salió de una alcantarilla, pestilente, empapado de inmundicia y, al menos en la versión oficial, cuando creía que ya había escapado fue capturado por un modesto policía municipal y entregado a las fuerzas federales. Poco tiempo después fue extraditado a Estados Unidos y, después de un juicio cubierto por todos los medios de comunicación, fue condenado a pasar el resto de su vida en una prisión del estado de Colorado; una fortaleza inexpugnable llamada “el Alcatraz de las Rocallosas”, donde su vida transcurre en una austerísima celda, donde sólo puede ver el cielo a través de una estrechísima ventana en vertical. Tiene hoy 65 años de edad. Un final penoso para unos de los capos más poderosos y legendarios que ha tenido el mundo del hampa en México, que gozó momentos que alcanzaron un nivel de película de acción y suspenso, incluidas dos fugas, la última de un penal de máxima seguridad, a través de un procedimiento espectacular. La primera fuga, ocurrida en 2001, le permitió vivir libre hasta el 2014, trece años, en los que alcanzó la cúspide de su carrera delincuencial y de su fama. Volvió a la cárcel, se volvió a escapar y fue recapturado después de arrastrarse por las cloacas del drenaje.

Se cumplió así la máxima de que capo que se vuelve famoso y rompe los límites tolerables por el estado, termina en la cárcel o muerto. Joaquín “El Chapo” Guzmán cometió los dos errores y vivirá el resto de su vida en un agujero carcelario, después de haber sido uno de los criminales más poderosos y ricos del mundo. Tal vez le sobraba audacia, brutalidad y hasta cierta astucia general, pero finalmente era un campesino, a quien le faltó la inteligencia y las formas para saber sobrevivir al largo plazo. Se permitió errores tan elementales como el dejarse llevar por el vicio de poseer mujeres, al invitar a su territorio de seguridad a la actriz Kate del Castillo, acompañada de un actor estadunidense famoso. En su fantasía imaginaba a la actriz como si fuera el personaje de ficción que interpreta en las series de narcos de Neflix. Violentó su cerco de seguridad y fue capturado apenas unos días después.

EL JEFE DE JEFES

En los años ochenta del siglo pasado, Miguel Ángel Félix Gallardo era el jefe del llamado Cartel de Guadalajara, entonces la organización criminal más poderosa del país, formada por varios narcotraficantes originarios de Sinaloa; un equipo realmente temible, muchos de cuyos integrantes perdurarían por décadas o incluso algunos siguen en posiciones sumamente importantes. Era el “jefe de jefes”, en quien está inspirado inclusive el conocido corrido del mismo nombre. Era un líder mafioso competente, astuto, que

De aquel Félix Gallardo: alto, delgado, elegante, con una mirada incisiva de halcón, lo que hoy queda son los despojos; un anciano muy enfermo que recurre a la lástima para irse a su casa.

acumuló una fortuna valuada en cerca de 500 millones de dólares de la época. Todo iba tan bien que perdieron la proporción, se comenzaron a hacer demasiado visibles y con ello vinieron los errores, lo que atrajo la atención de la DEA, entonces una organización deseosa de cobrar notoriedad y poder dentro del sistema judicial estadunidense. Ante la presión de la DEA vinieron los errores mayores. Félix Gallardo perdió el control de algunos de los integrantes del cártel, como Rafael Caro Quintero, el más agresivo y descuidado de ellos, quien incluso se había enredado en un romance con una adolescente de nombre Sara Cossio, hija de una de las familias más influyentes de Guadalajara.

Félix Gallardo perdió el control de algunos de los integrantes del cártel, como Rafael Caro Quintero, el más agresivo y descuidado de ellos.

El error capital fue el asesinato de Kiky Camarena, agente de la DEA, a quien previamente torturaron. En apariencia, el autor material directo fue Rafael Caro Quintero, pero Miguel Ángel Félix era el “jefe de jefes” y no lo impidió. Pese a la enorme corrupción que repartían a todos los niveles gubernamentales, el estado no tuvo más alternativa que descabezar el cártel, aprendiendo al propio Miguel Ángel Félix, a Rafael Caro Quintero y a Ernesto Fonseca, “Don Neto”, entre otros. Al “jefe de jefes” le fue incautada casi toda su fortuna y sentenciado a 76 años de cárcel, en dos condenas, de 40 y 36 años cada una. Aunque era más inteligente y astuto que un Joaquín “El Chapo” Guzmán, perdió el control de la organización y cometió errores graves para un mafioso de su nivel; imposible sobrevivir al largo plazo. Hoy, a los 76 años de edad y después de haber permanecido 32 años encarcelado, se las arregló para aparecer en una entrevista pública para la televisión, donde se muestra hecho un desastre físico: casi ciego, casi sordo, con un listado de 22 enfermedades (es posible que se esté exagerando por razones obvias), donde se dirigió al presidente Andrés Manuel López Obrador para dar lástima sobre su condición y pedir que se le concediera pasar los últimos años de su vida en prisión domiciliaria. De aquel capo de los años ochenta: alto, delgado, elegante, con una mirada incisiva de halcón, lo que hoy queda, literalmente, son los despojos; un anciano muy enfermo que recurre a la lástima para irse a su casa y, todo indica que lo ha logrado, y terminará sus días en su casa, con un brazalete electrónico en uno de sus tobillos. La frase proverbial de que “el crimen no paga” se cumplió en él de forma cabal. Las historias se repiten, una tras otra y son similares: el paso del paraíso al infierno por parte de los grandes capos del crimen organizado. Ismael “El Mayo” Zambada, uno de los integrantes de aquel Cartel de Guadalajara de los años ochenta, es el único que ha llegado a viejo en activo y, en apariencia, es el actual líder del llamado Cartel de Sinaloa. “El Mayo” ha sido un capo que ha manejado un bajo perfil, que se maneja con una estricta reserva y sobre quien se sabe muy poco; no acapara la atención y no extralimita ciertos territorios y zonas de poder. Hoy tiene, de acuerdo a los registros oficiales, 74 años de edad, lo que indica que es muy probable que puede terminar su vida en libertad y operando, lo que le convierte en un caso de excepción, pues toda su generación ya murió o está en la cárcel.

LOS CAPOS ANÓNIMOS

Pero, contra el dicho, hay capos endemoniadamente astutos para quien el crimen sí paga, y paga bastante bien. Es tan gigantesco el negocio del narcotráfico y del crimen organizado en México, que sus beneficios alcanzan a muchos criminales que no son famosos, que no están en la punta, que se saben manejar de tal forma que

amasan fortunas, viven suntuosamente pero a discreción y así llegan a viejos y heredan esas fortunas, previamente “lavadas”. Y son precisamente los grandes “lavadores” de dinero los que parecen disfrutar más de las gigantescas ganancias del crimen. Muchos pasan inclusive por respetables empresarios, políticos y abogados, entre otras fachadas. Hace dos años, de visita en Sinaloa, me tocó asistir de manera circunstancial a un festejo que me dejó impresionado. Era el festejo de aniversario de un hombre que cumplía 75 años de edad; un hombre de aspecto muy ordinario que, puesto en cualquier lugar público, debe pasar desapercibido: ni alto ni bajo, ni blanco ni muy moreno, pelo cano, más bien delgado, sin ningún rasgo físico sobresaliente, a no ser un acento inconfundible de la gente de Sinaloa. El festejo comenzó el sábado por la mañana y terminó el domingo hasta muy entrada la noche. Aquello era en un rancho donde no había menos de 500 invitados, por lo bajo. El lugar había sido acondicionado con una meticulosidad artesanal, impecable, como si fuera una feria íntima, exclusiva. Hubo carreras de caballos, pelea de gallos, una banda de música permanente, en una sucesión ininterrumpida de dos días. La comida estaba dispuesta en un pasillo con puestos alineados y adornados con papel maché, cada uno de ellos con comida típica diferente, que incluía tamales, barbacoa, birria, cortes de carne, pollo colorado, postres variadísimos, de todo. Al frente de todo un tendido de mesas y sillas decoradas y con servicio de bebidas, para todos los gustos, desde cerveza hasta whisky. En la parte lateral había otro gran pasillo con juegos de la suerte, como los de una feria, solo con la diferencia de que eran gratis y era mucho más fácil obtener premios. Raro el que no se llevaba algo. Todo era alegría y jolgorio, hasta que el cuerpo aguantara. Todo aquel que estuviera demasiado pasado de copas era cuidadosamente retirado por el equipo de seguridad, nada de gritos y escándalos, sólo fiesta. Impresionante el evento, pero ¿quién era el festejado? Preguntando a discreción, con sumo cuidado, todo lo que pude saber es que era un mafioso, un capo, que tiene toda su vida dedicado al negocio. Preguntar más, me advirtieron quienes me invitaron, además de riesgoso no tenía mayor caso; de hecho, cada vez que aparecía, que fueron sólo dos veces en el tiempo que estuvimos en el festejo, saludaba a todo mundo y preguntaba si se la estaban pasando bien, si algo les hacía falta, si deseaban algo más. Era como un político de la vieja guardia, de cuidadosos modales. Lo más prudente parecía no andar por ahí haciendo preguntas indiscretas. ¿Cuántos de estos capos hay? ¿Quiénes son importantes en el negocio y no aparecen públicamente nunca como tales? ¿Cuántas empresas del país manejan capitales del crimen y pasan perfectamente como empresas ordinarias? Sólo como un ejemplo: dónde está la fortuna de “El Chapo” Guzmán ahora que está en la cárcel, porque los fiscales estadunidenses, que se sepa oficialmente, no le encontraron nada; lo que significa que toda su fortuna está una parte en México y la otra repartida en otros países.

¿Y el listado de narcopolíticos, narcomilitares, narcoabogados, narcogobernantes? Todos ellos parecen bien protegidos detrás de una cuidadosa fachada; son maestros de la coreografía y del maquillaje, sólo el capo que se hace famoso como tal va a la cárcel o termina muerto de forma violenta.

por: Gerardo Lozano

La política mexicana

en uno de sus peores momentos

El problema con la clase política es que sin importar cuán corrupta, mediocre y podrida moralmente esté, es la que ejerce el poder. Y el que está en el poder es quien dirige al país, con todas las enormes consecuencias que ello implica. La historia de que vivimos en una democracia y es el pueblo el que decide quién llega y quién no llega al poder es un buen cuento romántico. Las cosas se manejan de arriba hacia abajo, no en sentido inverso. Desde arriba se maquina una manipulación de las masas, y las masas responden a esa manipulación, con razonamientos simples e ingenuos. De ahí que todos los hombres del poder en este mundo dicen que gobiernan por el pueblo y para el pueblo; no hay uno solo, ni el peor dictador, que diga que está en el poder para hacer lo que le venga en gana, utilizando cualquier procedimiento que haga falta. Todos los políticos tienen dos características: entran al medio para buscar el poder y, ya en él disfrutarlo, pero además todos afirman que conocen la manera de resolver los problemas y pueden dirigir al país, desde lo más pequeño hasta lo más trascendente. Por lo menos en México, son todólogos y pueden brincar de puesto en puesto, y lo mismo dirigir la educación del país y manejar una compleja empresa de electricidad, que hacer cualquier otra cosa que les permita mantener una posición pública.

UN PERIODO OSCURO

La realidad es tremendamente distinta. Hoy estamos viviendo en México uno de los periodos más oscuros de la clase política mexicana. Hemos tenido, desde que el país existe, problemas con la corrupción de la clase política, pero cada vez aparecen formas nuevas, tan sorprendentes como aberrantes, a lo que se ha añadido la mediocridad; la falta de talento, que hace posible el que cualquier individuo, ya sea hombre o mujer, se convierta en el señor diputado, el señor senador, el señor gobernador y todos los demás tipos de distinciones, sin tener más mérito que el servilismo, la zalamería, el cinismo y la audacia de trepar a un cargo público a la menor oportunidad. Mientras los problemas y las características del país son más complejas, todo indica que tenemos políticos más mediocres. Y esto se acentúa porque en las nuevas generaciones la gente de talento, de buena preparación y con aptitudes de liderazgo siente hartazgo por la política, de hecho les repugna y optan por dedicarse a otros quehaceres. Como decía Charles De Gaulle: si a una multitud le preguntas quién es capaz de manejar un gran avión comercial, uno o dos levantarán la mano si hay suerte, pero si les preguntas quien es capaz de gobernar el país una buena parte de tal multitud levantará las manos. Si hay que operar del corazón a un enfermo, se necesita un experto que se ha preparado para ello toda su vida y a ello se dedica únicamente; pero si a una maestra que dio clases hace 25 años en una modesta escuela primaria y luego se dedicó a la política para atender quejas ciudadanas por casi toda su vida laboral le ofrecen encargarse del sistema educativo de todo el país, con gran descaro e inmoralidad acepta gustosa, cuando no sería tan siquiera capaz de dirigir una escuela básica. Eso es lo que acaba de hacer Leticia Ramírez, la nueva secretaria de educación pública, lo mismo que hizo Octavio Romero Oropeza cuando, siendo un ingeniero agrónomo con un perfil más gris que una tarde lagunera con tolvanera, dijo sí a la dirección general de la petrolera PEMEX, todo ello bajo el lema más irresponsable del sexenio: “Eso no tiene mayor ciencia, se trata de cavar agujeros en el suelo”. La mayoría de los diputados federales de México son impresentables; están para dar vergüenza, y hablamos de todos los partidos políticos. Para el voto sobre la nueva y muy controvertida ley sobre la Guardia Nacional, a los de Morena los encerraron en dos hoteles de la Ciudad de México y luego los metieron en camiones rentados para llevarlos a la Cámara de Diputados, como lo que parecen ser: borregos o ganado vacuno. El “No gracias, se lo agradezco, pero no me considero calificado para desempeñar ese cargo” no existe para la clase política, mientras que en cualquier periódico del país se pueden leer anuncios como este: “Se solicita secretaria ejecutiva, experiencia mínima de cinco años, dominio del idioma inglés, buena presentación, no mayor de 30 años, buen sueldo, paquete de prestaciones superiores a las de ley e incentivos. Favor de abstenerse si no cumple con los requisitos”. Para contratar a un ejecutivo, cualquier empresa privada sigue todo un proceso de selección estricto, donde

hace toda una evaluación minuciosa a varios candidatos y de ahí escoge al más idóneo, pero si aún así éste no diera resultados, sencillamente lo cambia, aunque eso es más bien algo raro. En el medio político para buscar una candidata a gobernadora, podrían poner el siguiente anuncio: “Se solicita candidata, experiencia de gobierno no indispensable, antecedentes comprobados de corrupción, estudios básicos de enfermería o cualquier otra carrera básica o universitaria, de preferencia buena presentación y habilidad para la demagogia, parentela amplia y aspiracionista, excelente sueldo más todo lo que se pueda llevar en seis años si gana la elección”. Salvo muy honrosas y admirables excepciones, la clase política toda parece cortada con las mismas tijeras, por más que el actual presidente de la república repita, una y mil veces: “No somos iguales”. Son exactamente los mismos, sólo que ahora con otro color de camiseta y bajo las siglas de otro partido o lo que sea Morena. Personajes tan aberrantes como Alejandro “Alito” Moreno, el dirigente nacional del PRI, existen por costales en el medio político. La única diferencia es que a este “Alito” Moreno lo han desnudado en la plaza pública y lo que se ve repugna, pero inclusive la que se ha encargado de desnudarlo por indicaciones del presidente, Layla Sansores, es un personaje tan grotesco en su vida política como el mismo “Alito”. Si desnudaran a todos los gobernadores que este año dejan el puesto, y los que lo dejaron el año pasado, tendríamos una galería de “Alitos”. El PRI está moribundo y en apariencia decidido al suicidio. Pero ahora que se ha hecho la primera elección interna de Morena para decidir a sus delegados o congresistas, que serán la base de su estructura orgánica, hemos tenido un espectáculo grotesco, donde hubo de todo: acarreo, compra de votos, intimidaciones, violencia física; de todo. Cuando acabó el proceso aquello apestaba, y es apenas algo así como el bautismo del nuevo partido en el poder. Para tratar de acallar la crítica y la inconformidad de las verdaderas bases y de la militancia original, repitieron el proceso en al menos seis estados. Lo que surgió de este parto borrascoso fue algo muy parecido al peor PRI que existió alguna vez, sólo que con mucho menos control. Es la misma clase política, sólo que yendo y viniendo de un partido a otro, sin el menor recato y cuidado de las formas, porque, como se dijo antes, si uno de los dos propósitos esenciales es buscar el poder, pues hay que sumarse a los que están en el poder; sencillamente hacer lo que los crótalos: cambiar de piel y seguir arrastrándose en busca de un nuevo cargo público, todo menos quedar fuera.

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