Retales de Masoneria 098 - Agosto 2019

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Retales de masonería – Nº 98 – Agosto 2019 gana al servicio de los compañeros que le confían trabajos desagradables para poner a prueba su buena voluntad y su deseo de servicio. No hay amabilidad alguna en esos primeros contactos: para convertirse en maestro, es necesario vencer las debilidades de la naturaleza humana sin buscar excusas falaces. Los compañeros están al servicio de los maestros que, por su parte, se ocupan de los escritos celestiales, es decir, de los bocetos, de los trazos directores del dibujo y de las reglas simbólicas del arte, sin las que ninguna representación tendría sentido. Es de destacar que los iniciados de Deir el-Medineh se beneficiaban de ritos religiosos que les eran propios. Veneraban sobre todo a la diosa del silencio, al dios de los constructores y a la persona simbólica del rey. El rey de Egipto, por lo demás, era su gran maestro y visitaba las obras de vez en cuando, para hablar con los altos dignatarios de la comunidad y verificar la buena marcha de los trabajos. Formar parte de la cofradía era una felicidad inmensa y una pesada carga; a la iniciación en espíritu se añadía una promoción social que elevaba a la mayoría de los iniciados por encima de su condición original. El nacimiento, en las sociedades tradicionales, nunca fue un criterio de admisión. Varios faraones y maestros de obras eran de extracción humilde, lo que no les impidió acceder a las más importantes funciones iniciáticas y administrativas. Muchos funcionarios, muchos cortesanos no vieron nunca al faraón al margen de las ceremonias oficiales; en cambio, el joven albañil procedente de una apartada campiña gozaba de este privilegio si era aceptado por la cofradía. Pesada carga, en verdad, puesto que el error no estaba permitido. Pinturas y esculturas encarnan con la máxima fidelidad la idea simbólica que evocan; ninguna imperfección técnica se tolera, la inteligencia de la mano está del todo despierta. ¿Por qué, nos preguntaremos, los ritos iniciáticos se celebran en tumbas? Los textos egipcios nos proporcionan dos respuestas. En primer lugar, la tumba, como el sarcófago, no es un lugar de muerte; en realidad, es la morada de una vida nueva obtenida por la muerte del individuo profano. En segundo lugar, la palabra ―tumba‖ se sustituye bastante a menudo, en los escritos egipcios, por el término taller: crear la obra de arte y crear al iniciado son dos operaciones idénticas. Los miembros de la cofradía de Deir el-Medineh iban vestidos con un delantal que permitía identificar a los iniciados y a los profanos; tenía también un profundo valor simbólico, representando el vestido divino que el constructor no debía mancillar con actos serviles o inconscientes. Las ceremonias se reservaban solo a los iniciados; uno de ellos apartaba a los profanos y a los curiosos que se habrían extraviado en estos lugares, diciéndoles: No os dirijáis al lugar donde se hace la ofrenda. Los maestros disponían de un gran bastón que indicaba su posición. Volveremos a encontrar este símbolo en manos de los maestros de obras de la Edad Media. El objetivo principal de los rituales era crear nuevos iniciados o ascender al grado superior al aprendiz y al compañero, Era ocasión para celebrar un rito de renacimiento en el que se ofrecía a los adeptos nuevos medios de perfeccionarse. Advirtamos sobre todo el empleo del sudario de los dioses con el que se cubría al iniciado. Muere y deben sin cesar, el adepto abandonar sus caducos pensamientos para abordar nuevas concepciones del espíritu y del arte de concebir; el iniciado no aspiraba a la felicidad, sino a la plenitud. Los servidores del lugar de verdad se consagraban al mantenimiento de una fuerza misteriosa que llamaba ka. Desde el origen de los tiempos, esta potencia vital se encuentra en cada hombre, pero pocos de ellos piensan en hacer que fructifique. Desarrollar el ka con el rito iniciático era entrar en la vida eterna, durante nuestro paso por esta tierra y liberarse de todas las trabas. Por eso, los adeptos de Deir el-Medineh alimentaban siempre su conciencia del ka; puesto que este existía, a la vez, en los alimentos, en la tierra y en el hombre, orga-

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